Relaciones tóxicas interpersonales. Nuevos términos

Las relaciones tóxicas entre personas y más aún entre parejas han existido siempre. Quizás ahora se hayan incrementado o haberse hecho más visible con las nuevas formas de relación y comunicación como las redes sociales, los teléfonos móviles o pautas mas frecuentes en el comportamiento en la sociedad actual. En los países anglosajones se van “creando” términos para expresar esta realidad de relaciones tóxicas que producen con frecuencia daños y sufrimientos. 

Días pasados Isabel Valdés publicó un artículo sobre el tema que lo comparto con vosotros a continuación.

 

Diccionario de las relaciones tóxicas

 

Las redes sociales y las aplicaciones de citas modifican o intensifican algunos patrones de conducta insanos en las relaciones amorosas

 

Isabel Valdés. El País

 

 


                                 PACO PUENTES. Una pareja paseaba el jueves por el centro de Sevilla.

 

“Pocketing, Irene, se llama pocketing. No le pasa nada al pavo ese que no les pase a otros mil”. Con esa frase de su amiga Noe, fue como Irene se dio cuenta de que el hombre con el que salía desde hacía más de un año, “por decir algo”, no estaba “en un mal momento” sino que respondía a un patrón de conducta. “Tuve que preguntarle que de qué me estaba hablando porque no había escuchado esa palabra jamás”, cuenta por Skype, desde Barcelona. Noe se lo explicó: “Es cuando tienes una relación, pero esa relación no sale de las paredes de su casa, o de la tuya, fuera de ahí… no te conoce. De ahí lo de pocketing, de pocket, de bolsillo. Una vez en la calle, es como una cosa que te guardas en el bolsillo”.

 

Dice Irene que “sí”, que “claramente” Iván, al que conoció por Tinder, le estaba haciendo “pocketing”, y que cuando se sentó “a poner las cosas claras”, terminaron. “Mira, tía, estábamos bien como estábamos pero ahora mismo no quiero líos’. Eso fue lo que me dijo, después de año y medio viéndonos cuatro veces por semana”.

Fue el concepto, ponerle nombre a lo que le estaba ocurriendo, lo que hizo que esta mujer de 32 años saliera de una relación que era “objetivamente tóxica viéndola con perspectiva”. Como el pocketing, hay decenas de términos que definen patrones de conducta como ese y ayudan a identificarlos. La mayoría describen formas de llegar, estar o abandonar las relaciones poco sanas, para quien las ejerce y para quien las recibe.

 

Algunas de esas actitudes son relativamente recientes, porque surgieron con las redes sociales y las aplicaciones de citas. Otras, que han existido siempre, se han visto intensificadas por el uso de esas apps. Los términos vienen del mundo anglosajón.

 

Expertas, investigaciones y cifras —más bien, su escasez— apuntan a tres cosas. La socialización a través de internet ha cambiado el escenario; son las mujeres las que mayoritariamente se llevan la peor parte; y son necesarios más y mejores análisis cuantitativos y cualitativos para comprender la actual formación de vínculos.

El estudio más reciente en España sobre ghosting [desaparecer sin dar explicaciones] y breadcumbring[mantener la atención de alguien con miguitas de atención], de investigadores del departamento de Sociología de la Universidad de Castilla-La Mancha en 2021, reflejaba que “la mitad de los participantes no estaban familiarizados” con esos términos, pero que “aproximadamente 2 de cada 10 informaron haber sufrido e iniciado ghosting, y algo más de 3 de cada 10 habían sufrido o hecho breadcrumbing en los últimos 12 meses”.

Por eso, “identificar las cosas, ponerles nombre, es un primer paso para modificar comportamientos. Porque en el momento que una le pone nombre, puede distanciarse de eso, verlo e intentar cambiarlo”, ahonda Adriana García Andrade, profesora de Sociología de la UAM, desde Ciudad de México. La cuestión de fondo es “cómo son, cómo percibimos, cómo han evolucionado esas relaciones, y qué esperamos de ellas”.

 

En El fin del amor. Una sociología de las relaciones negativas (Katz, 2020), Eva Illouz

 habla sobre cómo “el abandono de las relaciones, la incapacidad o la falta de voluntad para entablar una relación y la tendencia a saltar de una relación a otra forman parte integral de la nueva forma mercantil que han adquirido las relaciones sexuales”. Además, cuando las relaciones se crean de forma virtual se facilita ese abandono. Dice la psicóloga María Torres que la velocidad en la que vivimos, “esa cultura de la inmediatez en la que se crean los vínculos, hace que sean falsos vínculos, porque no les hemos dado el proceso o el tiempo para que se solidifiquen”. Y hay quien se va y hace daño, a veces sin responsabilidad ni culpa.

 

Lo saben las casi 200 mujeres y una docena de hombres de entre 14 y 56 años que han respondido a una petición por redes sociales de este periódico para contar parte de su historia. Las que explican ellos son principalmente de ghosting, y tres en las que la relación simplemente acabó sin que el desamor fuese mutuo. Entre las que narraron ellas también hay una docena así, pero mayoritariamente las conductas que cuentan de sus exparejas componen un amplio y diverso abanico de comportamientos en los que el ghosteo se cuela casi siempre en algún momento de la relación.

Una de ellas es Marta, de 30 años. Conoció a un chico por una app con el que hubo conexión “en muchísimos aspectos desde el minuto uno”. Quedaron una vez y él desapareció: “Se lo tragó la tierra y al año y poco volvió a escribirme como si nada”. Eso se llama submarining [desaparecer y volver a aparecer como si no hubiese ocurrido nada]. Lola, de 39, habla de vaqueros: “No es el primero ni último cowboy de medianoche, como hace tiempo los bauticé, que me cruzo por Tinder u otras apps, pero desde hace un año y unos meses hay un chico que, bien a través de Instagram o por WhatsApp, aparece de manera intermitente para quedar y tomar algo, con la posibilidad más que explícita de que después nos acostemos, pero esto luego nunca sucede. Ni quedar ni acostarnos, matizo”.

 

Lo de Lola es breadcrumbing, y se parece a lo que le hicieron a Lidia, de 17, solo que en este caso la cosa se materializa de vez en cuando, para desmaterializarse después, y así en un bucle infinito: “Él iba y venía, de repente me enteraba de que tenía novia, luego volvía porque lo habían dejado, y así estuvimos entre los 15 y hasta hace unos meses. Yo era como el repuesto, pero es que me gustaba muchísimo”. Se llama benching, y significa que alguien tiene a otra persona en el banquillo. Lo mismo que un “amigo” le hace a Janire, ambos ya en la cuarentena: “Solo se acuerda de mí para el periodo de entrenovias. Cuando nos vemos no quiere nada a largo plazo, pero en cuanto deja de llamarme sé que es porque tiene algo serio”.

Irene, de 40, tuvo un ex “con un ego enorme y un perfil narcisista”. Primero fue el love bombing —cargar de atenciones y promesas a la otra persona cuando aún no ha dado tiempo ni a conocerse—, y con eso la conquistó. Una vez siendo pareja, “cada cierto tiempo, tocaban llamadas de atención, que era como él se refería a los momentos en los que desaparecía (a veces no sabía ni dónde estaba), dejaba de escribirme o llamarme… [un ghosting intermitente que limita con la violencia psicológica]. Según él, lo hacía para que no me acostumbrara. Ahora lo pienso y me digo: ¿pero qué tipo de persona hace eso para que ‘no te acostumbres’ a que te traten bien?”. Irene fue a terapia. “Salí de aquello. Pero nos ciegan siglos de patriarcado”.

 

Con o sin esa venda, afirma María Torres, la psicóloga, “hay que aprender o reaprender en los nuevos contextos”. Qué es y no saludable, qué es tolerable y qué no. No sabe hasta qué punto el aprendizaje hecho hasta este momento se puede “extrapolar” a este nuevo escenario: “Hay cosas que sí, porque son muy claras y muy visibles, como la agresividad, ya sea verbal o escrita, pero hay otros mecanismos que son nuevos, y en este nuevo escenario digital estamos en un periodo de transición todavía y hay que aprender a entender qué cosas de este funcionamiento son nocivas”. Como las del glosario que sigue. Todos son comportamientos que hieren, algunos rayan la violencia psicológica. Otros pueden suponer un delito.

 

Banksying. El 5 de octubre de 2018, cuando se confirmó la venta de Niña con globo, de Banksy la obra comenzó a autodestruirse ante todos los que asistían a la puja. En las relaciones es cuando una persona pasa semanas o meses sabiendo que una relación va a acabar y planeando esa ruptura. Según una encuesta de Plenty of Fish de aquel año (un servicio de citas como Tinder o Bumble), una de cada cuatro personas habían llevado esto a cabo y el 44% respondió que creían haber estado en el lado opuesto alguna vez.

Benching. Es cuando alguien mantiene a otra persona “en el banquillo”. Puede ir y volver de la relación, y cuando vuelve, es porque no tiene nada mejor que hacer. Es una relación de manipulación en la que la persona que está en el banquillo no termina nunca de ver desaparecer la expectativa. Como las adicciones.


Breadcrumbing. Es cuando se dan migajas de atención (de ahí su nombre) para mantener el interés de la otra persona, aunque no tienen intención de materializar la relación jamás.

Catch and release. Consiste en capturar y liberar a la otra parte, como en la pesca deportiva. Una vez conseguida la cita, pierden interés.

 

Catfishing. Su nombre deriva de Catfish, el documental de 2010 en el que Yaniv Nev Schulman descubre que la mujer con la que comenzó y mantuvo una relación durante dos años no es quien dice ser. Consiste en crear una identidad para iniciar un vínculo con alguien. Puede llegar a suponer un delito si quien lo practica roba imágenes y datos de otras personas y existe la posibilidad de que se convierta en un riesgo —de estafa a agresiones— si quien lo perpetra y quien está siendo engañado llegan a entablar una relación o a conocerse en persona.

 

Cuffing. Patricia, al teléfono, jura que no sabe cómo no se dio cuenta antes: “Tengo 34 años, bueno, pues he estado desde los 29 con un imbécil, lo tengo que decir así. Y yo, otra imbécil. Nos conocimos en 2017, en un concierto en septiembre. Salimos hasta abril. Volvió en octubre y volvimos a salir unos cinco meses. Así hasta que el año pasado dije: ‘Mira, ya esta broma se acabó’. Apareció en mi móvil otra vez a mediados de septiembre y quedamos, pero yo iba con toda la intención no de volver, sino de ver qué pasaba. Me dijo que en verano tenía muchos planes y estar con alguien le alteraba esos planes. ¿Cómo te comes eso?”.

Eso, en EE UU, no solo tiene nombre, sino estudios y trucos para prepararse: se llama cuffing season, y consiste en pasar con alguien los meses de invierno, los más fríos y lluviosos, para luego dejarlo cuando vuelve el sol.

 

Firedooring. Las puertas de las salidas de incendios tienen que abrirse hacia el exterior, es un requisito de seguridad. Cuando hablamos de relaciones, es una totalmente descompensada, en la que quien lo ejerce solo atenderá a la otra persona cuando necesite algo de ella.

 

Gaslighting o luz de gas. Es uno de los dos únicos términos que en español ya tiene una traducción conocida. Es un mecanismo de violencia psicológica para hacer dudar a alguien de su propia realidad, negándola e intentando confundirla en su percepción o sus recuerdos.

 

Ghosting. Adiós sin explicaciones, sin respuesta, sin aviso. Tiene una versión suave, el caspering, de Casper, aquel fantasma simpático que da nombre a un rechazo amable. Diego tiene 50 años y ha experimentado una “desaparición” reciente: “Salimos durante un par de meses, el último día, fuimos a cenar, luego a mi casa, como siempre. Desayunamos juntos y se fue y no he vuelto a saber de ella. Han pasado 10 meses”.

 

Haunting. Aunque la traducción es encantador o encantadora, viene de haunt, que puede significar guarida o nido, y como verbo, desde perseguir y rondar hasta obsesionar. Y todos tienen que ver con este comportamiento que consiste en hacer ghosting pero seguir revisando la actividad de la otra persona en las redes sociales.

 

Hoovering. Pasar la aspiradora, es decir, limpiar el desastre para volver a la vida de alguien. “Yo soy el ejemplo perfecto”, cuenta en un audio María, 16 años. “Mi novio desde los 13 hasta noviembre. Me dejaba, sin explicación, volvía a las dos semanas con que lo sentía mucho, que se le había ido la olla. Volvía a desaparecer a los dos meses, y volvía otra vez con que no iba a volver a pasar. Ocho veces hizo esto. Yo esperaba que cambiara, estaba pilladísima, pero en noviembre pensé que eso no iba a tener solución jamás y lo dejé yo. Eso sí, yo se lo dije y se lo expliqué. Creo que lo entendió”.

 

Love bombing. Esta bomba de amor tiene una primera parte muy rápida en la que la atención y las promesas de amor eterno son continuas. Y una segunda, que comienza cuando se ha conseguido que la otra persona esté entregada, y que es acabar con ella tan deprisa como se empezó.

 

Negging. Cata tiene 36 años y vive en Bogotá: “¿Sabes estos hombres que cuando te conocen por primera vez, en lugar de hacerte un cumplido, te dicen algo bien feo aunque con cara de estar haciendo un chiste? Pues como esos me encuentro cada vez más. El último cuando me vio me dijo ‘qué linda, así tan pequeñita ocupas poco espacio”. A Cata, que cuenta que mide 1,53, esos hombres le están haciendo

negging (de negar): intentar conseguir el interés de alguien a través de comentarios negativos que intentan anular de alguna forma a la otra persona.

Phubbing. “Yo esto se lo hago a mi madre, pero jamás me lo había hecho un chico en una cita cuando nos estamos conociendo”, cuenta Noelia. “El último con el que salí de Tinder, justo antes de la pandemia, cada vez que quedábamos me ignoraba la mayor parte del tiempo, siempre mirando el móvil. Que igual tengo 20 años, pero no soy tonta y cuando son tres meses así, pues ya canta, interés tenía cero. Y me lo han hecho más veces”. Eso es phubbing, la combinación de phone (teléfono) y snubbing (desairar) y que tiene traducción al castellano aunque no está extendida, ningufoneo. Según un estudio de Facebook de 2017, un 71% de las personas lo hacen en algún momento.

 

Pocketing. Una relación de interior, es decir, una pareja con la que las cosas solo funcionan a solas, en su casa o en la tuya o en algún sitio donde no vaya a cruzarse nadie conocido.

 

Roaching. Roach es cucaracha. Y roaching es comportarse, metafóricamente, como una. Lucía lo explica el día que cumple 51. “Tenía una relación con un hombre de mi edad, dos años, todo bien. Éramos una pareja o eso creía yo, porque un día, por un comentario sobre comer un sábado con mi hija que venía a España [estudia fuera], me dijo que qué me había creído yo, que no éramos pareja. Recogí mi ropa de su casa y todas las cosas del baño y le dije que no estaba ya para gilipolleces”. Esta historia, prácticamente igual, la han contado también Lucía, Ana y Fernanda, de 22, 26 y 34.

 

Submarining. Hacer un submarino es dejar a alguien, ignorarlo durante un tiempo, y después volver como si nada. Irma, 39 años, dijo “yo”. Y lo contó: “Desaparece, un día compruebo que se ha echado una novia por las redes sociales. Y pasan cuatro años. Cuatro, ¿eh? Ni uno más ni uno menos. Una noche de junio, que estás tú tomándote tus copas con tus amigas, recibes un mensaje de esa persona que ha desaparecido y con la que llevas cuatro años sin hablar. Ha habido una pandemia. No te ha preguntado cómo estás ni si ha muerto alguien de tu entorno ni si te has contagiado. Dice “cucú”. Cucú, me puso cucú, te lo juro, como si no hubiera pasado nada.

 

Zumping. “Si te han dejado por Zoom, bienvenida a mi club”, dice Elsa. “Te han hecho zumping. Por lo menos no te ghostean, algo es algo”.

 

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