Reflexión sobre los políticos. I. Alonso Tinoco

                                                Políticos


                                                   I.Alonso Tinoco


   Como podrán apreciar en seguida no soy ningún jurista experto. Ni inexperto. Tampoco soy político profesional ni aficionado. No pertenezco a ningún partido ni a sindicato alguno. Es decir; como usted. O para ser más explícito: como la gran mayoría de todos ustedes, tampoco soy una autoridad en Derecho ni en política.. Y al no haber sido elegido nunca para ningún cargo, no soy representativo de nadie ¿verdad?

   Pues a mi se me ha antojado todo lo contrario. Se me ocurre, perdón por la heterodoxia, que precisamente por eso, por todo eso que no soy y que no es casi nadie, podría ser mas representativo que la mayoría de los que nos representan. Por favor, que nadie me lo tome como una tesis doctoral. No es mi intención. Pero la verdad es que, frecuentemente, me asalta la sospecha de que los que hablan, pactan, deciden y gobiernan en nuestro nombre, se parecen bastante poco a nosotros (los representados).Y ustedes me entienden cuando digo que se parecen poco; no me refiero a que ellos no tengan la nariz de mi abuelita. Tampoco es que tengan antenas. Es que frecuentemente no dicen ni hacen lo que a nosotros nos parecería esperable o conveniente que hicieran o dijesen. Por eso los sentimos lejos, distintos. Son: “los políticos”

   Y, desde luego, no me refiero sólo a los que gobiernan; también a los que les estorban, que son los que antes se quejaban de lo que estorbaban los que gobiernan ahora. Ellos lo llaman “oposición” que es como más digno, pero en realidad se dedican, sobre todo, a hacerse la puñeta para quitarse el sitio. La gente -o sea, nosotros- lo diríamos así. Tanto empeño por subirse al burro es sospechoso. Una de dos: o son auténticos próceres de la humanidad dispuestos a partirse el pecho por salvarnos la vida, como dicen ellos, o es que subirse al burro es un chollo enorme, como sospechamos los demás (lo de “sospechamos” es un toque de modestia). Probablemente hay de todo. Yo mismo, cuando era pequeño, conocí a un político -también pequeño- que hubiera sido capaz de colaborar con cualquier otro, incluso de la otra banda, para mejorar las condiciones de la vida de la gente (o sea, nosotros). Vamos: que le interesaba más arreglar las cosas que perjudicar a los contrarios. Y debe de haber políticos así. He oído que hay otro, disecado, en el museo del Ermitage. Pero no es lo corriente, a la vista está. Y esto de que los de una banda dediquen todo su trabajo a impedir que trabajen los de la otra, resulta agotador y carísimo. Es agotador porque no hay manera de hacer nada a derechas (ni a izquierdas); unos escriben en la pizarra y los otros lo borran, como los niños. Se obcecan tanto que, al final, casi no importa lo que se quiere escribir porque de todos modos los otros lo piensan borrar...El objetivo acaba siendo que no te quiten la tiza aunque nadie pueda escribir nada duradero. Se supone que los demás (o sea, nosotros) estamos esperando para tomar apuntes. Pero no hay manera. Y eso es malo. 

   La oposición no debería convertirse en sabotaje porque todos vamos en el mismo barco. O en el mismo avión. Y sería preocupante comprobar que, en la cabina, el piloto, lleva el avión con una sola mano porque con la otra trata de impedir que el copiloto le meta un dedo en el ojo. Los pasajeros, estoy casi seguro, preferirían que las discrepancias se resolvieran de otro modo. ¿Por qué los políticos se comportan como los carneros? Dedicando todo su impulso, casi toda su energía, a desbancar al contrario. Un topetazo. Y otro. Y otro...¿No se puede hacer política de otra manera? ¿Qué ocurriría si de vez en cuando, alguno de una banda le diera la razón -en público- a otro de la competencia?. Porque digo yo que, alguna vez, en alguna cosa, el otro tendrá razón o hará algo bien. ¿Y si alguna vez, alguien, admitiese un error y pidiese disculpas?. No se rían que me deprimo. Imaginen que fuera posible. Sería un gran paso hacia la salud mental en la política. Y además, sería políticamente rentable. Los electores quedarían extasiados ante semejante muestra de humanidad. Un hombre que ocasionalmente admite equivocaciones y sabe dar la razón al adversario, inspira confianza. Subiría como la espuma. La derecha trataría de canonizarlo enseguida y la izquierda juraría que ese es el auténtico progresista de toda la vida. Hasta podría inaugurar un estilo distinto. Se podría pasar del estilo carnero, al estilo chimpancé por ejemplo, que ya es una aproximación (y no me refiero solo al perfil del cráneo). Los chimpancés tienen también sus broncas. Pero, de vez en cuando, colaboran entre sí. Y en esa línea, poquito a poco, en seis o siete millones de años, nuestros dirigente podrían acabar descubriendo que es mejor aplaudir un acierto del otro que agujerear la barca para echarle la culpa.

 Cosas de la evolución, que es muy lenta.




Comentarios

  1. Querido Alfonso. Gracias por tu lucido comentario,. Comparto contigo tu decepción con los actuales políticos, pero no en la forma coloquial de expresarla en nombre de "la gente". Sinceramente no se quienes son "la gente". Entiendo a lo que te refieres, pero hay mas diversidad entre la gente que entre los propios políticos. No existe un "nosotros" ni un "la gente", ni siquiera tal cosa como "el pueblo" existe. Nadie puede irrogarse la opinión, o los sentimientos en forma de un "nosotros, el pueblo, la gente" y si alguien lo puede hacer son solo esa miriada de políticos incompetentes que mal que bien, mal que nos pese, sí que nos representan. Creo que es mejor hablar de ciudadanía y de movimientos ciudadanos. La prensa, ese cuarto poder, pero sobre todo las universidades,las empresas, las asociaciones vecinales, los clubes deportivos, las sociedades científicas, las academias, etc, etc, cada una con sus particulares intereses, forman esos movimientos ciudadanos que cuando funcionan como militancia ciudadana, se convierten en un quinto poder, que contribuye a la vigilancia democrática imprescindible para que una democracia sea tal. Los ciudadanos en fin, no pueden vivir pendientes de la maldad intrínseca de las luchas partidarias y tienen la obligación de ir construyendo país sin esperar a que este les venga dado por los acuerdos de las nomenclaturas. Una sociedad necesita un buen gobierno pero necesita mas una ciudadanía madura, autónoma y resiliente . Porque no hay forma de saber quienes son las gentes en nombre de la que se habla. Solo los referéndum (tan queridos, por otro lado, como única forma democrática por las dictaduras) y las elecciones partidarias, pueden conformar una cierta representación de la gente. En España la calidad democrática es la que es, ni buena ni mala. Los ciudadanos no podemos cambiar fácilmente las relaciones de poder dentro de la nomenclatura, pero si que podríamos mejorar el compromiso ciudadano participando en la vida publica y creando canales para esa participación, influyendo a través de la "acción (in) directa" en la formalidad de la política parlamentaria, siempre decepcionante y quizás, sobre todo, en la política de ese poder en la sombra que es la oligarquía financiera. Pero todo esto, querido amigo, no son mas que palabras que se las lleva el viento. Gracias por compartir tus opiniones en este blog

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    1. Querido Federico:
      He decidido contestarte no tanto por polemizar como por animar a otros para que metan la cuchara.
      Dices bien que “la gente”, como entidad, no existe. Se refiere a un colectivo tan heterogéneo e indefinido, tan carente de identidad, que no tiene sentido concederle protagonismo alguno.
      En puridad, puede ser así. Pero en el lenguaje coloquial, todos sabemos a qué nos estamos refiriendo. Es simplificador pero expresivo.
      “Los políticos”, efectivamente, son también un colectivo heterogéneo. Pero nos entendemos. Seguramente casi todos estaríamos de acuerdo en considerar que los políticos son personas (a veces, personajes) que viven “de” la política. Frecuentemente, aunque no siempre, “profesionales” del tejemaneje partidario que resultan vencedores en el navajeo interno de sus partidos.
      ¿Y quién es “la gente”?
      Pues todos los demás, nosotros.
      Salvando todas las consideraciones semánticas y sociológicas que se quiera, está claro que, en este contexto, hay un “ellos” y un “nosotros”.
      Y esto es percibido así desde los dos lados. Hay una deliciosa historia que lo demuestra: el primer presidente de la primera república española, Estanislao Figueras, formó gobierno en febrero de 1873; fue totalmente incapaz de controlar el caos político del momento y, además, le advirtieron de que había elementos revolucionarios dispuestos a matarle por lo que, una mañana de junio, reunió a sus partidarios y a sus adversarios y les dijo: “Ya estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Pocos días después, huyó a Francia. (1) (2)
      Da la impresión de que D. Estanislao lo tenía claro.

      En cuanto a la posibilidad, impregnada de obligación, de que la ciudadanía contribuya a la buena gobernanza, estamos de acuerdo. Además, existe la posibilidad, en las democracias, de que los ciudadanos puedan expresarse políticamente votando para influir en la formación del gobierno. Pero el control de los ciudadanos es intermitente y escaso: basta comparar lo que prometen los políticos en las campañas con lo que realizan después: a veces, descaradamente todo lo contrario. Y aunque los ciudadanos también seamos responsables en alguna medida, los resortes del poder están en la clase política y en los intereses financieros, además emparentados entre sí. No tiene la misma responsabilidad el general que el soldado. Y los resultados… son los que son.
      En mi opinión, para evitar estas espirales destructivas, (“y tu más…”), es imprescindible un cambio de actitud que consistiría en comenzar admitiendo alguna propuesta positiva en los oponentes y realizando alguna crítica propia. Sobre estos flecos sería posible empezar a tejer diálogos constructivos, sometiendo siempre los intereses de partido a los intereses de Estado.
      Respecto a lo cual, no quisiera ser negativo, pero me viene a la cabeza la afirmación de que un optimista es un pesimista mal informado.
      A la postre, todo esto, querido Federico, no son más que palabras que se las lleva el viento.
      Estamos de acuerdo.


      Alfonso.



      (1) Lo recoge Luis Carandell en “Las anécdotas del Parlamento”, editorial Planeta 2001).
      (2) También lo cita Arturo Pérez Reverte en “Una historia de España”, que os recomiendo.

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    2. - [ ] Querido Alfonso. Te entendi desde el principio pero mi afán polemista me lleva a veces a retorcer el lenguaje, como tu bien adviertes. Pero es difícil resistirse. No hay nada mejor que una buena historia para explicar un asunto que tiene mil matices y tú lo dejas muy claro con la de Estalisnao Figueras presidente de la primera republica española. Así que, no como réplica sino como un intercambio de historias, te contaré otra. En la Judea precristiana, un agricultor y un pastor llevan sus litigios ante el juez de paz, el rabino Salomón. Primero habla Isaac el agricultor, quejándose de que las cabras del pastor pasan todos los días por sus tierras y se comen sus cosechas. Pues llevas razón, dice Salomón.
      - [ ] Después habla Jacob, el pastor. Mi ganado lleva pasando por ahí toda la vida. Es el único paso para el agua y si no beben mis cabras se mueren. Salomón lo piensa un minuto y dice muy seriamente. Pues llevas razón.
      - [ ] Una mujer que asiste al juicio levanta la mano y desconcertada pregunta: Rabino Salomón, ¿como puede ser que los dos lleven razón?.
      - [ ] El rabino por un momento duda y con tono levítico contesta: !Pues lleva usted razón!.
      - [ ]
      ....así nuestra conversación
      Un abrazo

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