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En uno de sus recientes artículos publica una entrevista realizada a Juan Echanove sobre el teatro, la visión del mismo y también un análisis en las circunstancias actuales de la pandemia.

 Enlace de la entrevista a continuación.

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Entrevista a Juan Echanove

Raúl González Arévalo y Carmen Navarro Aparicio


 
Juan Echanove © 2021 by Carmen Navarro Aparicio

Juan Echanove: "Hemos logrado convencer al público de que el teatro es seguro"

Filomena azota la península ibérica. El AVE procedente de Madrid llega con hora y media de retraso. A pesar de las dificultades, encontramos a Juan Echanove con su mejor disposición para abrir el XXXVIII Festival de Teatro de Málaga, que desde hace décadas convierte al Teatro Cervantes en la capital de la dramaturgia en España por unas semanas. Inaugura con La fiesta del chivo, la adaptación para las tablas de Natalio Grueso de la novela de Mario Vargas Llosa.

Mundoclasico.com.  Qué bien estar de vuelta en un escenario

En un sentido general, desde el regreso a los escenarios tras el inicio de la pandemia, todo empezó en julio de 2020, en Sevilla, en la Plaza de España, al aire libre, haciendo La fiesta del chivo con un calor impresionante, en condiciones exactamente contrarias a las que estamos viviendo hoy en toda España, con una ola de calor. Me llamaron para proponérmelo y me dijeron “depende de ti”. Era todo lo contrario a la estética que se ha pretendido con el montaje, con escenas íntimas para un teatro cerrado. Pero lo vi como una ventana para poder escapar, una oportunidad. Lo pensé claramente y me dije: ¡ni al aire libre ni debajo del mar! No le voy a poner pegas a ningún bolo en esta gira. Si los técnicos dicen que se puede hacer, yo estaré ahí.

Eso hace que recuperes de alguna manera una mítica perdida de la profesión, la del esfuerzo, la de que cada uno se solucione la vida sin esperar a que lo hagan los demás, que tienen suficientes problemas que solucionar en la suya. Así se produce una relación muy especial entre los compañeros que trabajamos, incluyendo los técnicos, pero también con el público. Tengo la sensación de que elabora un pensamiento desde su casa parecido al que hacemos nosotros.

MC. ¿Ha cambiado tu relación con el público desde la pandemia?

Sí. Cuando ves que en los informativos de televisión recomiendan a la gente que se quede en casa y eviten salir, por el COVID, el frío o lo que sea, creo que hemos logrado convencer al público más que las administraciones de que el teatro es seguro. El espectador lo sabe, porque de manera consciente o inconsciente asume que si yo estoy aquí trabajando es porque sé que es seguro; sabe que se puede fiar de mí, que si tuviera cualquier tipo de duda inmediatamente lo paraba todo. Si hubiera rebrotes en teatros, esto se nos iba de las manos y cerraríamos la actividad.

MC. Entonces, dentro de toda la incertidumbre que hemos tenido y tenemos, tú pones un elemento de credibilidad en vuestra actividad.

Es que es básico en este momento. Tenemos una verdadera crisis, la sanitaria, que además va en aumento. Y aunque tenemos la esperanza de poder revertirla a la mayor brevedad, es brutal. Después tenemos una crisis económica, absoluta. Pero además hay otras crisis que se están produciendo, muchísimas. Creo que estamos ocupando el espacio que nos corresponde. Tenemos que abogar por una credibilidad y no solamente en la sociedad, donde está la verdadera crisis. Lo que más siente cualquier ciudadano es no saber a quién ni qué creer.

MC. ¿Dirías que es una crisis anterior a la pandemia, que se ha acentuado con ella?

No, porque respecto a esa credibilidad lo cierto es que nos habíamos acostumbrado a vivir en un mundo de colores en el que, como dice el tango de Discépolo, Cambalache, “da lo mismo un burro que un gran profesor”. Vivíamos en esa sociedad y ahora nos hemos encontrado de golpe con otra en la que yo creo que lo que más valora la gente es la posibilidad de creer a alguien. Ya no hace falta que pensemos en los líderes políticos, que también. Se trata de las relaciones personales. Si ahora empleas esa fórmula de antes, “créeme si te digo…”, hay que estar muy seguro de lo que vas a decir. Y, sobre todo, para poderlo defender.

En el ámbito profesional, como en el social, evidentemente la responsabilidad es nuestra. Pero por muy conocido que sea uno, como es mi caso, mi ámbito no es ese, mi ámbito es mi familia, mi círculo. Así que cuando veo cosas que atentan contra la salud pública y son permitidas, viendo como veo los problemas que soporta mi sector, me entran ataques de indignación. Afortunadamente, como me levanto muy pronto, a las 6 de la mañana, indignarse es un estado fallido porque no hay nadie. Entre las 6 y las 9 de la mañana gracias a la música, a la lectura o simplemente sentarme en el sofá de mi casa y ponerme a pensar qué coño está pasando me hace perder esa indignación y volverme muy constructivo porque sé positivamente, después de más de 40 años trabajando en la profesión, que hay que defenderla, como lo supe durante el confinamiento. A esta profesión se la ha dejado de la mano de dios siempre. Siempre. Y los tintes que tenía en el mes de marzo todo lo relacionado con la Cultura, desde la primera comparecencia del ministro, eran de perderse en brillanteces literarias y olvidarse de nosotros.

Yo he vivido tres huelgas generales de actores; casi pertenezco por mi edad a una generación que tuvo que luchar por el día de descanso; sé muy bien cómo azota la crisis a esta profesión, especialmente la económica, como ocurrió en 2008. Ni siquiera somos trabajadores por cuenta ajena, somos trabajadores intermitentes. Luego lees estudios del Instituto Nacional de Estadística y te das cuenta de que la Cultura solo interesa a un 5% de la población. Voy a cumplir 60 años en abril y… ¡joder! Lamento tanto esto que ha pasado… ha ocurrido en el momento que he considerado el mejor de mi vida como actor. Y afortunadamente tengo la oportunidad de salir al escenario. Afortunadamente. Pero no soy feliz si mi colectivo no lo es. No puedo serlo. Y eso que estamos haciendo la gira más dura de toda mi carrera, pero también la más bonita.

MC. Los intérpretes soléis decir que os nutrís de experiencias vitales para poder componer vuestros personajes.

¡Somos esponjas!

MC. En La fiesta del chivo te pones en la piel de Leónidas Trujillo, uno de los dictadores más crueles en la historia del Caribe. Con esta pandemia se hablaba al principio de que íbamos a salir mejores y meses después hay mucha decepción porque las cosas no han cambiado. De qué modo la obra y la pandemia se funden y ves mejor ese lado oscuro que puede tener a sociedad con comportamientos egoístas e insolidarios.

No vamos a salir mejores. Estamos saliendo peores. Tenemos que verlo en “presente continuo”, como en el mundo anglosajón, que expresa un tipo de presente que se va reconfirmando conforme avanza, en el que la acción no termina. Estamos saliendo peores. ¡Peores! No quiero decir que no exista esperanza y que no haya gente que realmente se sacrifica. Cada vez que veo fotos de los sanitarios tirados en las aceras de los hospitales, reventados de trabajo y esfuerzo, gestionando la muerte a paletadas, no puedo creer que el ser humano esté perdido. Creo en esa gente, claramente. Y de forma cotidiana creo en las personas que están dispuestas a arrimar el hombro para salir de esta situación.

Pertenezco a una generación a la que se lo han dado todo hecho, la llamada “generación de los Chiripitifláuticos”. Nací en 1961, vivimos un tardofranquismo que ni siquiera lo recibíamos en nuestras carnes porque estaba debilitado, a punto de morir el dictador; el golpe de Estado del 81 lo vivimos como una aventura, sin ser conscientes de su dimensión. Vivimos la Transición y la reconciliación nacional a través de la Constitución, realmente no hemos tenido que hacer nada por nuestro país. Y ahora toca, seguramente a mi generación, que es grupo de riesgo, pero nos toca.

MC. Para todo lo que dices hay que tener conciencia histórica. Como bien dices, has nacido en la dictadura franquista, has vivido la Transición, con sus conquistas sociales y de derechos; has encarnado a Franco en la gran pantalla y ahora te pones en la piel de Trujillo. Cuando en primavera, durante el confinamiento, se organizaron manifestaciones para denunciar que vivimos en una dictadura, ¿qué sientes, te chirría?

Te lo llevo a lo más cercano: cuando volvimos con La fiesta del chivo en julio ya se estaba produciendo todo el ruido político, bullía el tema de la monarquía con el Emérito. Y me di cuenta de que hacía y decía cosas en la función que tenían mucho que ver con eso. ¡Y eso que es una reconstrucción histórica de Santo Domingo por Vargas Llosa! Pero claro, si veo todo lo de Trump y la gente que le justifica, si veo esta presencia de la ultraderecha más radical y ultra, que emana de ahí, la función cobra más vigencia. Al principio me provocó ansiedad. No me había ocurrido nunca.

Es verdad que podría hacerme tarjetas que dijeran “Juan Echanove, especialista en psicópatas”, porque no hago un tipo normal en el escenario ni para hostias. Se me debe de dar bien… tengo una especial habilidad, como cuando en la pantalla vemos series policiacas y el forense es el único que nunca se inmuta ante el cadáver. A mí me pasa lo mismo, yo hago la autopsia a mis personajes sin notar el hedor. No tengo que hacer nada. Los disecciono, los separo en la mesa, hago el informe, los vuelvo a componer, los coso y los saco por la noche. Pero de la misma manera que entra, sale. Ese uniforme –señala el uniforme de general de Trujillo– sale dentro de una hora y vuelve, y después no me acuerdo en absoluto de la casaca con entorchados.


                                                          Juan Echanove. © 2021 by Carmen Navarro Aparicio.

MC. Habiendo montado el personaje antes de la pandemia, viviéndola como la has vivido, ¿has cambiado en algo tu acercamiento?

No. El eco de las frases que te decía antes es algo que tuve que superar. Tuve que volver a entender como normal que Trujillo dijera que no importaba matar a 30.000 personas si se trataba de defender a un pueblo. Cuando todo va bien, celebramos la Navidad, nos vamos de veraneo y vamos a hacer una gira triunfal por los mejores teatros, está muy bien. Pero lo que sí ocurre, y lo he hablado con mis compañeros, es que desde que hemos arrancado la gira no hemos hecho una sola función mala o regular. Todas están en un nivel entre 9 y 10. Y eso que las funciones durante las giras se deterioran, por las distancias entre funciones, los cambios de escenario… te recoges en una eficacia en la que no asumes riesgos porque no controlas el espacio, pero nada más.

MC. Una de las cuestiones que pone de manifiesto la novela de Vargas Llosa son las terribles desigualdades sociales que trajo la dictadura de Trujillo a Santo Domingo. Todos los indicadores sobre la pandemia señalan que las desigualdades en nuestro país han aumentado. ¿No aprendemos nada?

No. No aprendemos. Lamentablemente, acercarse a la igualdad en todos los terrenos es un sacrificio de muchas generaciones. No sé cómo va a quedar la economía después de todo lo que estamos viviendo, pero tengo muy claro que todas las crisis, ya sean una guerra o un desgracia, son una oportunidad para el capital y una mala oportunidad para el trabajo. El capital se fortalece y el trabajo se vuelve más precario, porque el capital reduce las retribuciones salariales de los trabajadores, supuestamente para salir de la crisis, aunque en realidad sabemos que la reconstrucción del escenario de guerra, en este caso de pandemia, requiere inversión.

MC. A la vez, la pandemia nos ha puesto frente a un espejo muy crudo como sociedad, con contradicciones muy difíciles de explicar. Por ejemplo, se ha permitido viajar con el 100% de capacidad en medios de transporte como aviones y trenes, un aforo del 50% en cultos religiosos, pero al principio solo se autorizó un 20% en artes escénicas, luego elevado al 40%. ¿En este país importa más la religión que la cultura?

¡Sí, claro! ¡Y el ocio! Por eso te decía antes que según los estudios solo el 5% de la población está interesada directa o indirectamente en el hecho cultural. ¿De qué cantidad de público estamos hablando entonces, con el que puedes contar para hacer teatro, cine, exposiciones, conciertos? Los hits son otra cosa, pero la situación normal es que solo contamos con dos millones de personas.

MC. ¿Dirías que hay un virus de falta de Cultura en nuestro país de antes de la pandemia?

Es un problema de educación. Somos un país que no es capaz siquiera de tener una ley de educación. Con esta pandemia se ha visto, y es lo realmente doloroso, que somos un país enormemente dividido. Somos dos Españas. Hemos trabajado intentando acabar con este concepto, pero las dos Españas están ahí y nunca se van a poner de acuerdo en nada. O yo desde luego no lo veré.

Si una ley de educación nace lastrada sabiendo que si mañana hay cambio de gobierno lo primero que va a hacer es derogarla, ¿qué hacemos? ¿Formamos y “desformamos” a la gente en cada legislatura? La derecha nunca ha querido ni la izquierda ha sabido cómo llegar a un consenso con la derecha para acordar unos principios de ciudadanía básica. Si estamos en esas no va a haber un acuerdo en la vida y lo arrastramos como sociedad.

MC. ¿Dónde ves tú el origen del problema, en la educación que no le da espacio a la cultura, o la cultura no es capaz de llegar a la sociedad y transformarla?

La Cultura no es buena para la clase política, porque hace a la gente libre, pensante, responsable, exigente… la Cultura es activa y conflictiva, y eso al político no le gusta. La Cultura tiene la obligación, como los que pertenecemos a este sector, no de posicionarnos políticamente, sino de opinar socialmente, porque somos las esponjas que absorbemos de esa sociedad para insuflarlo en los personajes que interpretamos.

MC. ¿Hay un pulso social en la Cultura?

¡Hombre! ¡Claro que lo hay! Y te diré más: eso que siempre se ha dicho de que la Cultura es de izquierdas… conozco muchas personas del sector que no lo son, y son enormemente atractivas intelectualmente.

MC. Quizás tiene que ver que en gran medida la derecha española es franquista, no como en Europa.

Claro. Nosotros hemos tenido una dictadura y una transición convulsa. En los últimos 15 años hemos atravesado crisis que son las que separan al país y se ponen de manifiesto con la separación de los partidos. Nos vemos como dos mundos totalmente distintos. En Europa hay tradición de entenderse, cultura de pactos. Europa es un gran mercado de la negociación. Probablemente en Europa sepamos negociar mejor que aquí porque no entenderían que no lo hiciéramos.

MC. En los primeros meses de pandemia precisamente una cuestión que se añoraba aquí es que en Europa la Cultura fue declarada bien de primera necesidad. Alemania e Italia son dos países que sufrieron dictaduras fascistas terribles, pero fueron derrotadas. Aquí tuvimos una Guerra Civil seguida de una dictadura de cuarenta años y una transición en la que se acordó no exigir responsabilidades. ¿La historia política ha determinado una relación diferente con la Cultura?

Somos muy incómodos. Mira acontecimientos puntuales como la tortura y asesinato de Víctor Jara en el Estadio Chile. ¿Por qué lo hicieron? ¡Por odio! Y no hace falta que se llegue a odiar, porque todos los gobiernos han tenido falta de empatía… ¡tenías que ver los gobiernos de Felipe González! Y los que vinieron detrás… la Cultura con el Partido Socialista en el gobierno no vive ningún momento maravilloso, ¡una mierda! ¡nos han puesto los mismos problemas que el PP! Sin olvidar que las competencias culturales en este país están derivadas a las autonomías, hemos descentralizado para tener 17 administraciones bastante olvidadas del mundo de la Cultura. Antes nos olvidaba uno, ahora nos olvidan 17.

MC. Fuiste muy crítico con el ministro de Cultura durante el confinamiento. Después hubo una llamada y un reencuentro. ¿En qué punto está vuestra relación? ¿sigue siendo tu ministro?

Hubo una larga llamada del ministro de Cultura. En 24 horas rectificaron. La primera que me llamó fue la Directora General del INAEM, Amaya de Miguel, que me preguntó si estaba dispuesto a hablar con el ministro. Ella me conoce, sabe que cuando dije todo aquello significaba “¡iros a tomar por culo!”. Ella es amiga personal y me preguntó si estaría dispuesto a hablar con el ministro, para explicarle por qué le dije todas aquellas cosas.

Sobre todo le indiqué determinadas cuestiones que creo que no conocía sobre nuestro sector. Creo que no era consciente de que el 85% de los miembros de esta profesión son precarios, que tienen verdaderos problemas para subsistir y tienen que simultanear su trabajo como actores y actrices con otras profesiones alternativas, que históricamente ha sido la hostelería. Con la hostelería y la Cultura cerradas no podían hacer nada. A partir de ahí se elaboró una serie de calendarios de trabajo en el que más de 70 asociaciones de cultura estábamos reunidos online continuamente para llegar a las mesas de negociación e interesar al Ministerio de Economía y al de Hacienda. No hacían falta palabras sino hechos. Se pusieron en marcha ayudas, aunque no han llegado todas ni a todos en la dimensión que tenían que hacerlo. Cierto es que tampoco se ponen las vacunas en la dimensión que tenía que hacerse. Estamos en una realidad: somos Pepe Gotera y Otilio, y no puede ser.

La relación con el ministerio está bien. Al ministro Uribes le conocí después, hemos coincidido en algunos eventos. Es un tipo enormemente agradable, como no podía ser de otra manera. Lo único que hizo fue equivocarse, pero no fue desagradable. Simplemente había incurrido en una equivocación que iba a derivar en “esto es lo que hay y la Cultura es así”. No sacaba las garras como tenía que hacer delante de los ministerios de Economía y Hacienda. Como te digo, la relación es buena, incluso nos pasamos noticias reseñables sobre Cultura. Ten en cuenta que llevo 40 años en esta profesión y he trabajado mucho con ellos, con los teatros públicos. Él es mi ministro de Cultura porque es el responsable de los centros dramáticos nacionales donde yo puedo trabajar mañana o en una gira como esta. Hay muchas cosas que reformar.

MC. Durante el confinamiento la Cultura fue fundamental para sobrevivir a la situación. Se consumían películas, obras de teatro, libros, música, etc. ¿Cuáles serían las claves para que el sector saliera reforzado y sintierais que realmente se os considera como Bien de primera necesidad?

Por de pronto déjame que te diga que cuando ocurrió todo lo que hemos hablado le dije al ministro que se asegurara de que el Presidente del Gobierno asumiera el clamor de todas las asociaciones y en sus alocuciones al país declarar la Cultura como Bien de primera necesidad, porque siendo así nos convertía en una actividad esencial, y en consecuencia no se puede cerrar.

De hecho, somos el único país de Europa que está aguantando con los teatros abiertos, con reducción de aforos, sin rebrotes. Todos los demás han clausurado. Pero hay una realidad que se impone sobre cualquier otra consideración: el nivel de contagios es absolutamente ínfimo. Y te digo más: cada vez que vengo al teatro me siento como si llegara a la casilla segura del parchís. Y no soy ningún inconsciente, sé que por el camino estoy más expuesto. También conozco compañeros con una salud de hierro que han pasado el Covid y han visto las puertas de la muerte en su cara.

MC. Durante el confinamiento también hubo una sobreexposición en las redes, y hubo quien se negó a actuar gratis por considerar que se devaluaba la profesión y se trasladaba un mensaje a la sociedad de que la Cultura no cuesta, sin respeto por vuestra actividad. ¿Crees que también habría que hacer autocrítica desde dentro del sector?

Absolutamente. Desde el primero momento de la pandemia tomé la decisión de hacer una comunicación diaria pero sin interpretar, simplemente expresando lo que estaba sintiendo y apoyándolo en letras de canciones. Soy de los que se niegan por completo a actuar gratis. Debo ser de los actores que menos cortometrajes han hecho en este país, porque no puedo entender que otros cobren y los actores no. Yo no quiero cobrar lo que cobro en una película, pero el esfuerzo de pagarme hay que hacerlo, porque soy un profesional y porque no se respeta lo que no se paga. La profesionalidad tiene uno de sus pilares esenciales en la retribución. El caso de la música es diferente, porque luego se puede reproducir en plataformas y se pueden generar derechos que revierten. Pero el teatro no.

MC. Se están retransmitiendo partidos de fútbol sin público en los estadios, como se hizo también con el Concierto de Año Nuevo de Viena. También se están realizando óperas en streaming. ¿Podría ser una solución parcial para dar más trabajo y visibilidad al mundo del teatro?

Sí. Creo que el futuro pasa por una alianza a gran nivel entre administraciones, productores privados y plataformas audiovisuales para poder generar audiovisuales de los montajes, de modo que se eleven a la categoría de espectáculos con dos fases: la de exhibición con público y la grabación. Es cierto que el teatro es más difícil que el cine o las series porque el comportamiento no tiene en cuenta el ángulo de cámara, de modo que requiere un doble trabajo, el montaje para público y el montaje para cámara. Se necesita otro diseño, otro equipo de producción y un director de escena y otro de vídeo, con el consiguiente aumento de coste.

MC. ¿Te vas a vacunar?

¡Claro! Si tú tuvieras la vacuna aquí me la ponía. Creo que no es momento particular para pensar lo que tenemos que hacer, sino de hacer lo que se nos dice, y nos están diciendo que la única manera de salir de la pandemia es con una inmunidad de rebaño y una vacunación del 70% de la población. Solo espero que las administraciones estén a la altura de los ciudadanos, porque por el momento no lo puedo decir, aunque también es verdad que un grupo mínimo de ciudadanos muestran una irresponsabilidad alucinante, pero lo harían también si nos invadieran los marcianos.


 Juan Echanove con su compañía en el Teatro Cervantes de Málaga. © 2021 by Carmen Navarro Aparicio.


Acabada la entrevista abandonamos el camerino y bajamos al escenario para hacer unas fotos. Vemos al resto del equipo, se respira buen ambiente y mucha alegría por otra función.

Una hora después se levanta el telón y asistimos a La fiesta del chivo. Conforme avanza la representación se nos retuerce el estómago, el elenco está sobresaliente. La actuación de Echanove es tan creíble, su Trujillo es tan cruel, depravado y sórdido, sutil y burdo a la vez, que cuando llega el final provoca una repugnancia visceral, primaria. Carmen tarda en poder reaccionar en el momento de los aplausos, no quiere aplaudir, sólo gritar y abrazar a Urania, a Lucía Quintana, a todas las Uranias que sufren el sometimiento sexual a manos de ególatras enfermos. Los tenemos demasiado cerca y lo hacen demasiadas veces. Siempre se ha utilizado el sometimiento de la mujer para humillar la honra de los hombres, tal como hace Trujillo con “Cerebrito” Cabral. Machismo repugnante, instrumentalización del cuerpo femenino. Una historia sin fin. El actor se ha diluido en el personaje. Nos obligamos a recordar la persona generosa y afable que esta tarde nos ha acogido en su camerino y nos ha abierto sus pensamientos. Este es el teatro en mayúsculas.


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