Los disturbios en Cataluña, ¿son por la libertad de expresión?.

¿Los disturbios en Cataluña, son por la libertad de expresión?

Creo que no.

Conocida mi opinión puedes dejar de leer este escrito ya sea por que estés de acuerdo y también por lo contrario, es decir porque discrepes de esa afirmación.

Pero de todos modos te invito a leer el texto para exponerte porque pienso de esa forma.




La libertad de expresión es un principio que apoya la libertad de un individuo o un colectivo de articular sus opiniones e ideas sin temor a represalias, censura o sanción posterior.

La libertad de expresión se reconoce como un derecho humano en virtud del artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (JFHD) y se reconoce en el derecho internacional de los derechos humanos en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (PIDCP). El artículo 19 de la DUDH establece que "todos tendrán derecho a opinar sin interferencia [...]"

"Toda persona tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión, este derecho incluye la libertad de mantener opiniones sin interferencia y de buscar, recibir y difundir información e ideas a través de cualquier medio de comunicación e independientemente de las fronteras; ya sea oralmente, por escrito o impreso, en forma de arte, o por cualquier otro medio de su elección".

La versión del Artículo 19 en el PIDCP lo enmienda más adelante al afirmar que el ejercicio de estos derechos conlleva "deberes y responsabilidades especiales" y "por lo tanto, estar sujeto a ciertas restricciones" cuando sea necesario "para respetar los derechos o la reputación de otros" o "para la protección de la seguridad nacional o del orden público (orden público), o de la salud o la moral públicas".

La libertad de palabra y expresión, por lo tanto, puede no ser reconocida como absoluta, y las limitaciones comunes a la libertad de expresión se relacionan con difamación, calumnia, obscenidad, pornografía, sedición, incitación, y otros conceptos legales. Las justificaciones incluyen el principio de daño, propuesto en On Liberty, que sugiere que:

"El único propósito para el que el poder puede ejercerse legítimamente sobre cualquier miembro de un colectivo civilizado, en contra de su voluntad, es evitar daños a otros".

Por lo tanto la libertad de expresión es uno de los logros de la humanidad o al menos de las sociedades democráticas pero también tiene sus límites. 

El establecer esos límites creo que  es una actividad a desarrollar por juristas, políticos y otras profesiones que en “frío” y no en “caliente” elaboren los límites de este extraordinario derecho conseguido. Al parecer según la opinión de expertos, probablemente la legislación española necesita algunos cambios para adaptarla a los tiempos actuales y en sintonía con los demás países europeos.

Como no tengo la formación adecuada para la valoración jurídica de algunos asuntos actuales remito esa cuestión a los conocedores de las leyes y sus adecuaciones al presente siempre en un marco democrático y de consenso.

Sin embargo me resulta pestilente y rechazable por mis valores algunos ejemplos recientes de nuestra sociedad donde me he planteado dudas sobre  la libertad de expresión y sus límites.

Entre los ejemplos que menciono están las vomitivas letras de Pablo Rivadulla Duró, más conocido “artísticamente” como Pablo Hasél, o el texto del chat de los ex militares que hablaban de fusilar a millones de españoles para arreglar el país, o la ignorante y repulsiva filo nazi vestida con camisa azul que semanas atrás, en un acto de apoyo a la División Azul, culpabilizaba a los judíos como responsables de los males de la sociedad actual.

Como dije antes yo no me siento capacitado para establecer los límites de este derecho  en estos casos concretos pero considero necesario su debate ya que en ocasiones este ejercicio de la libertad de expresión puede acarrear consecuencias que se expresen en riesgos para otros cuando medie la incitación o la exaltación de hechos claramente lesivos y antidemocráticos.

Entre las joyitas de Rivadulla (Hasél) hay letras de canciones y tuits en los que el rapero alaba a ETA y a los GRAPO, pide que vuelvan a atentar y señala directamente a políticos como José María Aznar, Patxi López o José Bono como “merecedores” de un ataque terrorista.  A continuación frases del defensor de la libertad (Pablo Hasél):

“No me da pena tu tiro en la nuca pepero. Me da pena el que muere en una patera.

No me da pena tu tiro en la nuca socialisto. Me da pena el que muere en un andamio.

No me da pena tu tiro en la nuca banquero. Me da pena el suicida por la presión del sistema.              No me da pena tu tiro en la nuca millonario.

¡Merece que explote el coche de Patxi López!

¿Qué alguien clave un piolet en la cabeza de José Bono!

¡Pena de muerte ya a las infantas patéticas!

Y otros muchos más.


Si hay que modificar la legislación para lograr un texto más adecuado de la ley que regule la libertad de expresión en el Código Penal no puede ser otra bronca oportunista y vergonzosa entre los dos partidos del Gobierno ya que solo supondrá un avance si es fruto de un amplio consenso parlamentario y  que la eventual adaptación de tipos penales vigentes en España a la doctrina del Tribunal Europeo de Derechos Humanos no puede llevarse a cabo, aún siendo necesaria, sin partir de nuestra realidad, sobre todo en relación con delitos como el de enaltecimiento del terrorismo o actos violentos contra personas solo por su posicionamiento político. 

Todo esta polémica necesaria sobre los límites de la libertad de expresión han surgido tras las reivindicaciones aparentes de las movilizaciones en diferentes ciudades pero sobre todo en Cataluña.

La convocatoria y realización de estas manifestaciones han derivado en agresión a los agentes del orden público, incendios, destrucción de mobiliario urbano, asaltos a tiendas y pillaje con daños colaterales como heridos y pérdidas cuantiosas  económicas además de inseguridad y escenas de gran violencia callejera organizada. 

¿Es esto una expresión de la lucha para defender la libertad de expresión, en este caso a través de la defensa del rapero Rivadulla (Hasél)?.

 Pues creo que no. Para sostener esto repaso algunas consideraciones:

1) Aunque las convocatorias se han realizado supuestamente en pro de la libertad de expresión y sin connotaciones independentistas “visibles”, coincide con la recta final de la tramitación en el Parlamento Europeo del suplicatorio de los tres eurodiputados Carles Puigdemont, Toni Comín y Clara Ponsatí. En este contexto el bocazas oportunista y populista Pablo Iglesias en tanto que vicepresidente segundo del Gobierno -recalcó que en “España no hay una situación de plena normalidad democrática”.  A partir de estas circunstancias en diversos periódicos europeos bien “trabajados” por los ambientes independentistas ponen en sus titulares las limitaciones democráticas de España expresadas ahora en estas algaradas violentas por la libertad de expresión que “está amenazada” por el régimen vigente en España.

Lamentable, y beneficiando claramente estas cuestiones y publicaciones a los intereses independentistas.

2) La falta o nulo apoyo a los mossos d'esquadra en su accionar para controlar la extrema violencia y vandalismo vividos en Barcelona en estos días pasados, deja a la vista los intereses independentistas una vez más ya que prefieren poner a su policía a los “pies de los caballos” para no desaprovechar el desgaste del “estado español” a nivel internacional y transmitiendo la falsa idea que es España la que ocasiona estos acontecimientos y no una calculada organización de manifestaciones violentas llevada a cabo por jóvenes con diferentes motivaciones pero lideradas en la violencia callejera por grupos violentos, organizados, anti sistemas y antiespañoles.

Surge la pregunta si estos jóvenes movilizados lo hubieran hecho por las limitaciones de la libertad de expresión de otras corrientes políticas no nacionalistas. Seguramente no.

A estas movilizaciones han acudido jóvenes por diferentes motivos como lo decía antes.

Han participado grupos violentos organizados antisistema, independentistas y miembros de la CUP y demás sectores criados y educados en la falacia de que el enemigo a abatir es todo lo español; también sectores muy desfavorecidos que aprovecharon la movida para saquear y sin duda muchos jóvenes también hartos de la sociedad en que viven.

Estos últimos no solo pertenecen a Cataluña si no que están presentes en toda la geografía  de España. Son los jóvenes que han perdido la esperanza en el presente, que ven que a pesar de sus méritos y esfuerzos, es se sienten ya marginados en la sociedad. Este grupo social es producto y víctima de los cambios sociales y económicos de las últimas décadas ya sea por las crisis económicas del 2008 y del 2020, del tiempo “perdido” en la pandemia y sus consecuencias económicas atroces. También por una política neo liberal que ha intensificado la desigualdad social en los últimos años y por ende ha acentuado la desesperanza en el llamado Estado del Bienestar que había sido un logro incompleto de las generaciones anteriores. La falta de trabajo, la precariedad laboral, los sueldos bajos, la falta de vivienda y los desahucios entre otros aspectos son el día a día de muchísimos de estos jóvenes que explotan su ira y disconformidad con la establecido y a veces lo hacen por diferentes detonantes socio-económicos o políticos.

La rebeldía juvenil, que bebe del idealismo pero a menudo puede mutar en furia destructiva; es un fenómeno recurrente en la historia. 

Desde la Revolución Francesa se han sucedido en Occidente periodos de estabilidad y de agitación; el actual parece uno de los más convulsos desde 1968. Tampoco fueron tranquilos en España los años ochenta: terrorismo y kale borroka, violencia ultra y un golpe de Estado, víctimas de la reconversión industrial que quemaban neumáticos y lanzaban a la policía cartuchos de dinamita. Vivimos un tiempo extraordinario, pero no ocurre nada que no haya ocurrido antes.

Los jóvenes que se manifiestan  hoy  revelan desajustes en nuestra sociedad. Se llevan mucha atención porque las televisiones se enganchan al irresistible magnetismo del caos, las redes se llenan de fotos y vídeos impactantes de fuego y adoquines volando, y el efecto contagio, móvil mediante, es muy rápido, incluso traspasa fronteras. 

Llevamos una década de activismo callejero en todo el mundo: antes de la pandemia tuvimos a los indignados, las primaveras árabes, los chalecos amarillos, los viernes por el clima y el Me Too; el encierro sorprendió a los jóvenes chilenos sacudiendo los frágiles cimientos de su país, a los hongkoneses desafiando a Pekín, a los argelinos levantados frente a un régimen anquilosado y últimamente sectores de Rusia desafiando al régimen de Putin. En plena pandemia estalló el movimiento Black Lives Matter, el grito de los bielorrusos contra su dictador, la protesta masiva de los campesinos indios, la insurrección trumpista contra el Capitolio. Esta última empujada por un populista con valores repudiables pero que indicaba también el descontento social en sectores de la sociedad estadounidense.

Los motivos de esas algaradas son muy diversos, y no significa lo mismo plantar cara a un tirano que a un presidente recién electo, ni es igual pelear por libertades amenazadas que incendiar y saquear la ciudad en defensa del líder equivocado. Sí hay elementos que explican una ola global de descontento, de desafección con el sistema. Uno es puntual y comprensible: perder un par de años de tu vida enjaulado en casa duele más a los 16, 18 o 20 años, la edad de socializar per sé. Ese problema pasará, podrán recuperar el tiempo perdido en los próximos años que  están por venir. Pero el estado estructural de la economia neo liberal capitalista cierra las puertas a muchísimos jóvenes y desactiva el ascensor social. Este último aspecto es el más importante.

La tragedia de fondo, de más difícil solución, es que las nuevas generaciones no han conocido otra cosa que la crisis económica: las peores desde 1929 han llegado en 2008 y 2020. La idea de progreso, de que vivirían mejor que sus padres, de que si se formaban bien iban a comerse el mundo, se esfumó. La precariedad laboral y el paro juvenil están detrás de esta sacudida al orden establecido tras la II Guerra Mundial, a la democracia liberal, al Estado de Bienestar, a ese capitalismo que rige en casi todo el mundo.

No hay futuro, decía el lema de los punkis. El nihilismo, la rabia, estalla en los márgenes cuando las perspectivas son oscuras, y va atrayendo a muchos jóvenes a posiciones extremistas, antisistema y vandálicas. No sienten compromiso con la comunidad porque no esperan nada de ella. Los revolucionarios de hoy, sienten que aunque maduren y se integren, quizás nunca tengan un bienestar asegurado ni mucho menos una jubilación digna en el futuro.

La entrada en prisión de Pablo Hasél por una condena de nueve meses por enaltecimiento del terrorismo ha sido el detonante de las numerosas protestas que esta semana han tenido lugar en Barcelona, Valencia, Madrid y otras ciudades españolas, y que han acabado con violentos enfrentamientos con la policía. Pero el estallido de las manifestaciones, protagonizadas sobre todo por gente joven, revela también como he expresado antes, un malestar de fondo y un hartazgo que van más allá de la detención del rapero, de la defensa de la libertad de expresión y del influjo que puedan ejercer los grupos más radicales. “Hay mucha rabia acumulada”, explica uno de estos manifestantes en Barcelona, epicentro de los altercados. La mayoría de los jóvenes procede de colectivos y formaciones de ideología nacionalista, independentista, anarquista, antifascista y de un amplio espectro de la izquierda. Y también otros muchos sin ideología pero hartos de su presente.

Una demostración más de que las manifestaciones no son por la libertad de expresión es el rechazo, a veces violento a la prensa “española” o los actos vandálicos contra la sede de El Periódico de Cataluña que no suele seguir los pasos del independentismo. 



Toda la insatisfacción de estos jóvenes que se manifiestan en Cataluña está impregnada de nacionalismo identitario excluyente por que así han sido educados durante décadas y  también reforzados en el entorno familiar. Muchos creen con autenticidad que están luchando contra el estado español que los oprime y que es en última instancia responsable de todo lo malo que pasa en su tierra. Lamentablemente así lo sienten tras años de adoctrinamiento ideológico. Todos los nacionalismos son iguales.

Volviendo al rapero Pablo Hasél —nombre artístico tomado del personaje de un cuento árabe que asesinaba a reyes—, la creación y la política, la música y la lucha van de la mano. Comunista filosoviético, adalid extemporáneo de la revolución socialista, se enamoró del rap porque “permitía decir muchas cosas, pero con rabia”. “Quería estar en esa trinchera del arte revolucionario”, explica en una de las extensas entrevistas que ha concedido desde aquella detención que, en 2014, le valió una primera condena por enaltecimiento del terrorismo.

Las canciones de Hasél se han movido siempre en los límites porosos de la libertad de expresión, un derecho fundamental del que ahora, con su ingreso en prisión, se ha convertido en abanderado. 

Antes de su primera detención, Hasél era relativamente desconocido: sus canciones se escuchaban en círculos underground y minoritarios del rap político y su horizonte geográfico no iba más allá de Lleida. Colgaba en YouTube temas con frases como “ojalá vuelvan los Grapo”, “gora ETA”, “merece que explote el coche de Patxi López” o “no me da pena tu tiro en la nuca, pepero”. El tribunal consideró ya hace tiempo que esas expresiones eran delito de odio, no libertad de expresión. Y le condenó a dos años. Al ser una pena corta y no tener antecedentes, esquivó la prisión.

Este ciudadano está dominado por el mesianismo, la vanidad, el ego y el odio a lo español. 

Su expediente judicial no se limita a delitos de opinión: ha sido condenado por agresión y amenazas.

Pero lo que le ha llevado a la cárcel inicialmente son sus tuits alabando a terroristas y sus canciones contra el exmonarca. 

Ha sido la justicia, paradójicamente, quien lo ha visibilizado, quien ha convertido a este hombre en famoso.  Este autodenominado anti fascista degrada esa palabra ya que no hay nada más fascista que la justificación del crimen en política.

En fin amigos, las manifestaciones y algaradas siempre expresan un malestar social pero en ocasiones hay quiénes usan ese malestar social y las respuestas al mismo para sus propios fines. En este caso pienso que los que sacan tajada de este asunto son una vez más los independentistas tanto los llamados de izquierda como los de derecha que para enfrentarse al resto de España olvidan sus principios ideológicos antagónicos.

También creo que quizás lo más importante sea hoy luchar contra la desigualdad social y construir un presente y futuro mucho más esperanzador para los jóvenes en general. 

Frenar ideológicamente al nacionalismo (aunque esto llevará años dado el envenenamiento cultural de décadas de esta concepción retrógrada)

Debatir sobre la libertad de expresión y sus límites dentro de un marco de consenso, de serenidad y no solo en el ámbito español si no también en el europeo logrando unas normas que consigan un equilibrio entre este derecho y sus limitaciones.

Ricardo Ponce

(Este artículo es de elaboración personal pero también empleando información de diferentes artículos periodísticos sobre este tema)



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