Pandemia en tiempos de opereta y mercadillo. J. D Colmenero

                        Pandemia en tiempos de opereta y mercadillo

                                               Juan de Dios Colmenero

             Exjefe de Servicio de Enfermedades Infecciosas del Hospital Regional de Málaga

Las consecuencias sanitarias y socioeconómicas de la pandemia por SARS COV 2 son de tal envergadura que resulta comprensible la enorme ansiedad que genera en todos los ámbitos de la sociedad, pero resulta inquietante, que los que nos tienen que marcar el rumbo, sean presa reiterada de la precipitación. Philip Stanhope, conde de Chesterfield y notable estadista británico, decía que “quien obra apresuradamente, parece mostrar que lo que tiene entre manos le viene demasiado grande”. Este es el síndrome que padecen muchos responsables políticos y gestores sanitarios frente a la COVID 19.

Parece obvio que la investigación científica es la única herramienta válida para enfrentarse a una nueva infección, muchos de cuyos aspectos epidemiológicos, patogénicos y pronósticos nos son aún poco conocidos y para la que de momento carecemos de un tratamiento antiviral claramente efectivo y de una vacuna que haya demostrado eficacia clínica. Pero también es un hecho que ninguna investigación rigurosa admite atajos, ni debe acortarse tensionando las normas elementales que rigen la investigación científica de calidad y la buena práctica clínica.

En pocos meses, hemos presenciado con estupor como presidentes de países poderosos, negaban o minimizaban la pandemia, mientras sus asesores científicos miraban al suelo en las ruedas de prensa. Varios de ellos han sufrido la infección e incluso han precisado ingreso hospitalario, ninguno ha dimitido ni pedido perdón explícito por las consecuencias de sus errores. 



Hemos contemplado a revistas científicas prestigiosas retirar por graves errores metodológicos artículos previamente publicados, a organismos supranacionales como la Unión Europea apresurarse a firmar contratos para dotarse urgentemente de fármacos que solo han demostrados resultados clínicos absolutamente marginales, a instituciones como el CDC (Centro de Control de Enfermedades de EEUU) desmentirse de un día para otro acerca de recomendaciones muy importantes sobre mecanismos de contagio y prevención, o a altos responsables sanitarios nacionales y regionales equiparando la eficacia diagnóstica de la detección rápida de antígeno en muestras nasofaríngeas con las de la PCR, ignorando que dicha tecnología no había sido todavía validada en población asintomática.

Desde los mayores dignatarios internacionales a los más grises gestores regionales se han permitido hacer predicciones perentorias sobre cuándo y a cuantos de sus ciudadanos vacunarán con este o aquel modelo de vacuna, mientras, las grandes empresas farmacéuticas en una competición sin cuartel publicitan adecuadamente sus mensajes, antes incluso de que haya ningún resultado de fase III, sugiriendo incluso la necesidad de una autorización de emergencia por las agencias evaluadoras.

Una vacuna es vital para detener la pandemia, pero no se debe olvidar qué en esta competición, en la que no solo hay mucho dinero en juego sino incluso el prestigio o alguna reelección presidencial, parece ignorarse que aún carecemos de datos sobre la eficacia de las vacunas candidatas en personas de edad avanzada e inmunodeprimidos, que son precisamente las poblaciones diana a proteger. La prisa por inmunizar contra el SARS COV-2 podría conducir al lanzamiento de una vacuna sin la adecuada efectividad, lo cual supone un riesgo de empeorar la pandemia. El profesor Richard Peto de la Universidad de Oxford y miembro del Grupo de Expertos en Ensayos de Vacunas Solidarias de la OMS, ya ha advertido de que la distribución de una vacuna con una eficacia inferior al 30-50% podría empeorar la pandemia de Covid-19 si las autoridades asumen erróneamente que conseguiría una reducción sustancial del riesgo, o si las personas vacunadas creen erróneamente que son inmunes, reduciendo así la implementación o el cumplimiento de otras medidas de control eficaces. Además, en caso de fracaso en la inmunización, ofreceríamos el mayor espaldarazo posible a los movimientos antivacunas. 

No se puede exigir, ni ofrecer, una ciencia “Pret á porter” al servicio de estrategias políticas cortoplacistas




Hace escasas semanas se celebró en España el primer Congreso Nacional de COVID 19 auspiciado por 55 sociedades científicas, del cual ha surgido un Manifiesto a favor de una respuesta coordinada, equitativa y basada en la evidencia científica, que no ha tenido el eco que merece, ni en el Parlamento, ni en el Ministerio de Sanidad, ni los distintos Gobiernos Regionales. En dicho manifiesto se exige lealtad política e institucional, y protocolización de mínimos a nivel nacional. Mientras tanto, escasos días después de ser recibidos por el Sr Illa, alguno de los miembros del grupo de epidemiólogos que solicita reiteradamente en The Lancet una evaluación externa de las medidas adoptadas en España frente a la pandemia, ya declaraba en medios de amplia difusión que el aislamiento perimetral dictado para Madrid no sirve para nada. 

Como quizá diría Bertolt Brecht, son malos tiempos para el consenso. Hace meses que la sociedad en su conjunto fue llamada por el propio presidente Sánchez “al esfuerzo colectivo para librar la guerra contra el coronavirus”, pero sorprendentemente, todos los datos parecen indicar que los que ostentan la mayor responsabilidad en la crisis que padecemos, han renunciado a cualquier compromiso superior al que les exige el reglamento y han delegado los mayores retos en los profesionales de base, único estamento que está dando la talla. Son ya muchos los síntomas de que los ciudadanos sensatos, que son la mayoría, están hartos de bufones, charlatanes y rufianes que ignorando voluntariamente lo que representa el cargo que ostentan, pretenden entretenernos con sus desatinos y disputas partidarias.







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