Louise Glück: Premio Nobel de Literatura

Premio Nobel de Literatura:  Louise Glück




 Escribe Federico Díaz-Granados ( Periódico El Tiempo) sobre este premio Nobel.

 La poesía está de fiesta. No suele ser un motivo recurrente para celebrar, pero en estos días está de fiesta porque una de sus más destacadas exponentes ha ganado el Premio Nobel de Literatura. Louise Glück, poeta neoyorquina y heredera de la más genuina tradición de la poesía norteamericana, ha tenido que abandonar la discreción y sobriedad de sus días para convertirse en el centro de los reflectores y de los medios.

Una vez más la poesía es protagonista de las primeras planas de los diarios y es el tema principal de muchas conversaciones de los lectores en el mundo. La Academia de Letras de Suecia se ha pronunciado: Louise Glück gana el Nobel “por su inconfundible voz poética que con austera belleza universaliza la existencia individual”. Una corta frase que define con exactitud una vocación y una trayectoria.

Cuando ella se presenta repite: “Soy Louise Glück. Glück se escribe con una ü con diéresis, y el apellido es de origen húngaro. Enseño y escribo poesía”. Sus amigos la reconocen tímida, pero con un gran sentido del humor y manejo de la ironía en la privacidad. Dicen las fichas biográficas de sus diferentes libros que nació en Nueva York en 1943 y creció en Long Island. Asistió al Sarah Lawrence College y a la Universidad de Columbia. Fue la duodécima poeta laureada de los Estados Unidos entre 2003 y 2004 y su libro El lirio salvaje fue el ganador del prestigioso Premio Pulitzer en 1993. A este galardón se sumarían después otros reconocimientos como los premios Bollingen, el de la Academia de Poetas Americanos, varias becas Guggenheim, el Premio del Libro de Poesía de la revista New Yorker, el Premio William Carlos Williams y el Wallace Stevens, entre otros. En 2015 el presidente Barack Obama la condecoró con la Medalla Nacional de Humanidades. En ese momento su amigo, el también poeta laureado Robert Hass, dijo: “Su poesía es una de las más líricas, puras y consumadas que se escriben actualmente”.


Charles Simic afirmó que “cuando peor están los Estados Unidos mejor está su poesía”. Eso lo confirma el Premio Nobel a Louise Glück, que nos recuerda la vitalidad, el vigor de la poesía norteamericana actual y de su impacto en la cultura de hoy. La poesía de Glück extiende, por un lado, la tradición más conversacional y, por otro, la herencia más íntima y hermética logrando una expresión personal en la que las emociones crean analogías y relaciones con un mundo de lecturas de los clásicos y los mitos arquetípicos de Occidente.


Quizás por eso se puede afirmar que esta es una poesía que parte del camino que se desprende de Emily Dickinson y que continúan autoras como Marianne Moore, Elizabeth Bishop, Anne Sexton, Sylvia Plath, Adrianne Rich, Denise Levertov y, recientemente, Anne Carson, Sharon Olds, Carolyn Forché, Natasha Trethewey y Tracy Smith. Esto en vía contraria a la otra línea vitalista y épica que parte de Walt Whitman y que celebra el escenario de la ciudad y la vida americanas.


Si aquella es una poesía de la calle y el bullicio y que narra la fundación de una nación, la línea que hereda Glück es la del regreso a casa para nombrar desde la sencillez y la intimidad las preocupaciones universales del ser humano. Por eso su poesía se caracteriza por la precisión técnica, la sensibilidad y la comprensión de la soledad, las relaciones familiares, el divorcio y la muerte con guiños a los grandes clásicos de siempre cuyos mitos son reelaborados con precisión y claridad. 

Su oralidad y lenguaje conversacional permiten que el lector entre de una manera directa a un ámbito y unas atmósferas donde se construye un asunto universal desde la vida privada y los asuntos de entrecasa. En esta poesía hay un confinamiento y una exaltación. Se regresa a esa intimidad, al jardín interior en el que ocurren los asuntos verdaderos del día a día.


Su poesía es una de las más líricas, puras y consumadas que

se escriben actualmente


Los temas sociales y políticos no son ajenos a Louise Glück. En 2004 publicó el extenso poema Octubre, en homenaje a las víctimas de los atentados del 11 de septiembre y que está incluido en el libro Averno: “Han cambiado tantas cosas. Pero eres afortunada: / arde en ti el ideal como una fiebre / o, más bien, como otro corazón. // Han cambiado las canciones, pero aún son bastante hermosas, la verdad. / Se han concentrado en un espacio más pequeño: el de la mente. /Se han vuelto oscuras de angustia y desolación. // Con todo, las notas se repiten. Flotan de un modo extraño. / Anticipan el silencio. / El oído se acostumbra a ellas. / El ojo se acostumbra a las desapariciones”.


Al igual que los buenos poetas de siempre, Glück ha reflexionado sobre el oficio, la escritura y sus autores tutelares desde el ensayo y la crítica. 


En Narcisismo americano, otro de los célebres ensayos, habla de la verdadera herencia americana y del falso concepto de patria y de país heredado de los “Padres fundadores” y recurre a diferentes poetas, como Mark Strand y Jane Kenyon, para mencionar el humor, la modestia y el desapego como virtudes literarias que deberían ser comunes a los escritores de su país.


El libro también tiene algunos ensayos conmovedores como Sobre la venganza y Cuando era una niña, que dice: “Era enormemente sensible a los desaires; mi definición de desaires era tan amplia como profunda era mi sensibilidad. Mis fantasías requerían que mis adversarios permanecieran inmutables, estables, congelados en mi futuro infinito; la persona que pronto sería devastada por mi virtuosismo y profundidad espiritual debe ser idéntica a la persona que sostenía un objeto a punto de ser lanzado contra mí”. Es un libro en el que, con gran rigor e implacables juicios, entrega con generosidad su credo poético y vital.


Otro poema conmovedor que nos hace conocer a Louise Glück es Los niños ahogados: “Ya ves, no tienen juicio. / Es natural entonces que se ahoguen. / Primero el hielo los atrapa. / Después, todo el invierno, sus bufandas / flotan, mientras se hunden, tras de ellos, / hasta que se quedan inmóviles. / Y el estanque los alza con sus muchos / oscuros brazos. / A ellos sin embargo debe serles la muerte / distinta, tan cercanos al origen. / Como si siempre hubieran sido / ciegos, livianos. Lo que sigue /es entonces como un sueño: la lámpara, / el mantel blanco que cubría la mesa, / sus cuerpos. / Oyen empero por sobre el estanque, / como señuelos, sus nombres: / Qué esperas, ven a casa, / a tu casa, perdida / en las aguas, azul y permanente”.


Quizás también regresa porque la poesía de Louise Glück establece desde una mirada lírica lo que Philip Roth había hecho desde la narrativa con su libro Pastoral americana, y directores como Sam Mendes o Destin Daniel Cretton hicieron con películas como Belleza americana y El castillo de cristal, respectivamente: establecer la poética de un mundo caído y fracturado en el que el fracaso de la familia y de la clase media americana son los puntos de partida de una distopía anticipada. Por eso, temas como la decepción, el rechazo, la traición y la muerte son comprendidos por cualquier lector gracias al lenguaje directo, coloquial y cercano con el que son tratados.


“Los poemas no perduran como objetos, sino como presencias. Cuando lees algo que merece recordarse, liberas una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero. Yo leo poemas para escuchar esa voz. Escribo para hablar a aquellos a quienes he escuchado”. Esta podría ser su breve ars poetica. De esa estirpe de la generosidad viene la poesía que este año ha merecido el reconocimiento más importante de la literatura. Una poesía que nos recuerda la esencia de nuestras vidas y de nuestros destinos. 


POEMAS DE LOUISE GLÛCK:

Amante de las flores

En nuestra familia, todos aman las flores.

Por eso las tumbas nos parecen tan extrañas:

sin flores, solo herméticas fincas de hierba

con placas de granito en el centro:

las inscripciones suaves, la leve hondura de las letras

llena de mugre algunas veces…

Para limpiarlas, hay que usar el pañuelo.

Pero en mi hermana, la cosa es distinta:

una obsesión. Los domingos se sienta en el porche de mi madre

a leer catálogos. Cada otoño, siembra bulbos junto a los escalones de ladrillo.

Cada primavera, espera las flores.

Nadie discute por los gastos. Se sobreentiende

que es mi madre quien paga; después de todo,

es su jardín y cada flor

es para mi padre. Ambas ven

la casa como su auténtica tumba.

No todo prospera en Long Island.

El verano es, a veces, muy caluroso,

y a veces, un aguacero echa por tierra las flores.

Así murieron las amapolas, en un día tan sólo,

eran tan frágiles…


Del libro Ararat

Traducción de Abraham Gragera López.

Pre-Textos, 2008


Lamium

Así se vive cuando tienes un corazón helado.

Como yo: entre sombras, arrastrándose sobre la roca fría,

bajo las copas inmensas de los arces.

El sol apenas me alcanza.

A veces, al comenzar la primavera, lo veo elevarse a lo lejos.

Luego crecen las hojas sobre él, hasta cubrirlo todo.

Siento su brillo entre las hojas, vacilante,

como quien golpea un vaso con una cuchara de metal.

No todos necesitan de la luz

en igual medida. Algunos

creamos nuestra propia luz: una hoja plateada

como un sendero que nadie puede recorrer, un lago de plata

poco profundo bajo la oscuridad de los arces.

Pero esto ya lo sabes.

Tú y aquellos que piensan

que viven por la verdad, y, en consecuencia,

aman todo lo que es frío.


De Iris salvaje

Traducción de Eduardo Chirinos. Pre-Textos (2006)


Puesta de sol

En el mismo instante en que se pone el sol,

un granjero quema hojas secas.

No es nada, este fuego.

Es cosa pequeña, controlada,

como una familia gobernada por un dictador.

Aun así, cuando arde, el granjero desaparece;

es invisible desde el camino.

Comparados con el sol, aquí todos los fuegos

son breves, cosa de aficionados;

se acaban cuando se consumen las hojas.

Entonces reaparece el granjero, rastrillando cenizas.

Pero la muerte es real.

Como si el sol hubiera terminado lo que vino a hacer,

hubiera hecho crecer el campo y entonces

hubiera inspirado la quema de la tierra.

Así que ahora puede ponerse.


(Del libro ‘Una vida de pueblo’)


El iris salvaje

Al final del sufrimiento

me esperaba una puerta.

Escúchame bien: lo que llamas muerte

lo recuerdo.

Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.

Y luego nada. El débil sol

temblando sobre la seca superficie.

Terrible sobrevivir

como conciencia,

sepultada en tierra oscura.

Luego todo se acaba: aquello que temías,

ser un alma y no poder hablar,

termina abruptamente. La tierra rígida

se inclina un poco, y lo que tomé por aves

se hunde como flechas en bajos arbustos.

Tú que no recuerdas

el paso de otro mundo, te digo

podría volver a hablar: lo que vuelve

del olvido vuelve

para encontrar una voz:

del centro de mi vida brotó

un fresco manantial, sombras azules

y profundas en celeste aguamarina.


(Del libro ‘El iris salvaje’)


La decisión de Odiseo

El gran hombre le da la espalda a la isla.

Su muerte no sucederá ya en el paraíso

ni volverá a oír

los laudes del paraíso entre los olivos,

junto a las charcas cristalinas bajo los cipreses.

Da comienzo ahora el tiempo en el que oye otra vez

ese latido que es la narración

del mar, al alba cuando su atracción es más fuerte.

Lo que nos trajo hasta aquí

nos sacará de aquí; nuestra nave

se mece en el agua teñida del puerto.

Ahora el hechizo ha concluido.

Devuélvele su vida,

mar que sólo sabes avanzar.


(Del libro ‘Praderas’)


La primera nieve

Como una niña, la tierra se va a dormir,

o al menos así dice el cuento.

Pero no estoy cansada, dice,

y la madre responde: Puede que tú no estés cansada pero yo sí.

Lo puedes ver en su rostro, todo el mundo puede.

Así que la nieve debe caer, el sueño debe venir.

Porque la madre está mortalmente harta de su vida

y necesita silencio.


(Del libro ‘Una vida de pueblo’)



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