El infinito en un junco, un libro para no perderse


“El infinito en un junco”



Libro de Irene Vallejo, publicado por Editorial Siruela.

Alberto Manguel en Babelia nos dice lo siguiente sobre este hermoso ensayo:

Borges, alabando la invención del libro, dijo que era el más asombroso de los inventos humanos. “Los demás son extensiones de su cuerpo,” explicó. “El microscopio y el telescopio son extensiones de su vista; el teléfono es la extensión de su voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación”.

El propósito de este amenísimo ensayo de la filóloga y novelista Irene Vallejo es seguir la fortuna de esta extraordinaria invención durante sus primeros siglos de vida, desde los tiempos de Alejandría cuando el prestigio del libro era tal que en el Museo o Casa de las Museos a los reyes Ptolomeos les pareció importante emblematizar el poder real con la casi infinita acumulación de volúmenes, hasta los de Roma y los albores del Renacimiento, con ciertas proyecciones al futuro, es decir, a nuestro tiempo.

Una cita de Antonio Basanta que le sirve como uno de los epígrafes declara que “leer es siempre un traslado, un viaje”. Vallejo entiende esto en dos sentidos principales: como viaje físico, el que tuvieron que emprender los buscadores de libros alejandrinos, o Alejandro Magno, lector-conquistador, y también como mental, como el que emprenden los hombres-libros de Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, o el Mendel de Stefan Zweig, donde los libros son entendidos como un instrumento de unión, de defensa “frente al inexorable reverso de toda existencia”, dice Zweig, “la fugacidad y el olvido”.

El infinito en un junco no sólo es una crónica de la evolución del libro antiguo. “Si un libro es un viaje”, escribe Vallejo, “el título será la brújula y el astrolabio de quienes se aventuran por sus caminos”. Así nos brinda un delicioso capítulo sobre los encantos del título, cambiantes en los inicios. Los únicos libros con títulos fijos fueron las obras de teatro, como si el diálogo dramático necesitase un ancla de la cual un texto en prosa o verso podía prescindir. Llevando su inquisición a nuestro tiempo, Vallejo lista títulos que deben su identidad a propósitos muy diversos: ironía, desasosiego, sorpresa, secretos presentidos.

Estas estrategias ponen en claro la enigmática relación de autor y lector, de seductor y seducido, el libro entendido como instrumento de experiencia compartida, eliminando las barreras del tiempo y del espacio. No falta de esta crónica una reflexión sobre los profetas del apocalipsis del libro. Vallejo dice que estos pronósticos concuerdan con nuestras sensaciones en este tercer milenio. “Los plazos de la obsolescencia se acortan cada vez más. El armario debe renovarse con las tendencias de temporada, el móvil más reciente sustituye al antiguo; nuestros equipos nos piden constantemente actualizar programas y aplicaciones…”. Y Vallejo concluye: “Si no permanecemos alerta, tensos y al acecho, el mundo nos tomará la delantera”. Los ejemplos de artefactos inventados para ayudar al libro a sobrevivir no son alentadores, pero, como dice Vallejo, “es un error pensar que cada novedad borra y reemplaza las tradiciones”. El teléfono móvil imita la tablilla de arcilla de Mesopotamia y en nuestras pantallas el texto se desenrosca como en los rollos de papiro antiguos.

El encanto particular de este libro reside en su estilo. Vallejo ha decidido sabiamente prescindir o liberarse del estilo académico y ha optado por la voz del cuentista, la historia entendida no como ristra de documentos citados, sino como fábula. Otros autores (Greenblatt, Turner, Straten, Cánfora, Reynolds, Wilson, Casson y muchos más) proveen el trasfondo histórico y filológico de la historia del libro antiguo, pero para el lector común y corriente (a quien reivindicaba Virginia Woolf) es más conmovedor y más inmediato este encantador libro de Vallejo, por ser simplemente un homenaje al libro de la parte de una lectora apasionada. (Resumen de  un artículo de Alberto Manguel. Babelia sobre esta obra)


«El infinito en un junco», la invención de los libros ahora y siempre

La filóloga Irene Vallejo se ha sacado de la manga un maravilloso ensayo en el que viaja al confín de los tiempos y de la imaginación para contarnos el porqué y el cómo de las historias escritas, escribe Luis Alberto de Cuenca en el cultural de ABC.

 «El infinito en un junco», misterioso título con el siguiente subtítulo explicativo: «La invención de los libros en el mundo antiguo». El infinito cabe en ese junco que es el papiro, receptor material, junto con el pergamino y el papel, de los libros que en el mundo han sido, sean rollos («volumina») o libros tal y como los conocemos hoy («codices»), que albergan toda la belleza y toda la sabiduría que somos capaces de concebir los seres humanos. 

La autora de este brillantísimo ensayo, Irene Vallejo (Zaragoza, 1979), es doble doctora en Filología Clásica, y su condición de filóloga refuerza su otra condición, la de escritora, en lugar de anularla o rebajarla (como tantas veces ocurre).

El vigor de la prosa de Vallejo a la hora de narrar esa «quête» libresca, ordenada por los nuevos faraones macedonios de Egipto, es insuperable. Como lo es también el resto de un libro que ha supuesto para mí el descubrimiento de una autora que no conocía y cuya escritura me ha deslumbrado. Y lo ha hecho así porque atesora magias narrativas de las que no se encuentran ni siquiera en la biblioteca de la Hogwarts School of Witchcraft and Wizardry de Harry Potter.

Se diría que Irene Vallejo ha oficiado de chamán en alguna tribu olvidada, y que ha vuelto a la civilización con las alforjas llenas de historias que narrar, desplegadas por ella con un entusiasmo creador difícilmente superable. Y luego está la pasmosa conjunción de las lecturas grecolatinas con las de otros autores que han conformado la educación sentimental de Irene, como el mencionado Borges, Walt Disney, Goethe, Tolkien, Jack London, Pérez-Reverte, Antonio Machado y una larguísima serie de escritores familiares a nuestra autora desde la niñez, una infancia marcada por la adicción a la literatura. Muchas veces tengo que protestar airadamente cuando nos reprochan a helenistas y latinistas que solo veamos el mundo a través del catalejo de lo clásico.

Mis protestas se ven ahora claramente sustanciadas y argumentadas a partir de libros como este de la doctora Irene Vallejo, quien, aun sintiendo un irresistible apego hacia el universo grecorromano, no se limita a glosar sus excelencias, sino que apela a las lecturas procedentes de otros ámbitos culturales, sin rehuir en ningún momento la evocación de la mejor literatura popular, esa que he defendido siempre, pues la considero perfectamente compatible con la llamada «gran» literatura.

El infinito en un junco es un libro radicalmente hermoso en cuya página 401 puede, y debe, leerse lo siguiente: 

«Somos los únicos animales que fabulan, que ahuyentan la oscuridad con cuentos, que gracias a los relatos aprenden a convivir con el caos, que avivan los rescoldos de las hogueras con el aire de sus palabras, que recorren largas distancias para llevar sus historias a los extraños. Y cuando compartimos los mismos relatos, dejamos de ser extraños». Que así sea.

(Luis Alberto de Cuenca. ABC).

En fin, amigos os recomiendo su lectura ya que es una obra que atrapa, entretiene y se aprende mucho sobre historia, cultura y esencialmente sobre los libros y su valor.


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