Páginas culturales: ¿Qué es autoficción? y Levedad de A. Salamanca
Hace unas semanas en Escritores.Org se publicó una breve descripción de lo que hoy se llama en literatura "Autoficción". Os lo transcribo por si os interesa a los amantes de los libros. También un artículo sobre "Levedad" que es también una reflexión sobre la vida realizada por A. Salamanca.
¿Qué es la
autoficción?
Autoficción es un término relativamente reciente
que cada vez es más usado en los círculos literarios. Se trata de un neologismo
creado en 1977 por Serge Doubrovsky, crítico literario y novelista francés,
para designar su novela Hijos.
Se diferenciaría de la autobiografía porque en
este caso el pacto con el lector presupone que lo que cuenta el narrador ha
ocurrido realmente en su totalidad, mientras que en la autoficción los
nombres de los personajes –menos el del autor– o de los lugares, pueden estar
modificados.
Podría decirse, pues, que el pacto con el lector,
en este caso es un pacto ambiguo, que se basa en el préstamo de ciertos
aspectos de dos pactos de lectura específicos: el autobiográfico y el novelesco.
El pacto autobiográfico establece que los datos
que un autor escriba en un texto sobre su vida son verdaderos, el pacto
novelesco establece, de hecho, lo contario, ya que el novelista se distancia y
se invita tácitamente al lector a que lea el texto como si fuera verdadero
(verosimilitud), pese a que sea consciente de esta simulación.
En el pacto ambiguo la autoficción el escritor no
dice necesariamente la verdad, aunque hable de sí mismo.
Son ejemplos de autoficción obras tan distantes en
el tiempo como La divina comedia, en la que el poeta Dante Alighieri narra su
descenso al infierno, o la obra conceptual de Sophie Calle.
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Alberto
Salamanca. Blog Mis paseos con Jachi.
Según la tesis del eterno retorno sostenida por
Friedrich Nietzsche, todo va a repetirse un número infinito de veces. «[…] Esta
vida, tal como tú la vives actualmente, tal como la has vivido, tendrás que
revivirla […] una serie infinita de veces; nada nuevo habrá en ella;
al contrario, es preciso que cada dolor y cada alegría, cada pensamiento y cada
suspiro […] vuelvas a pasarlo con la misma secuencia y
orden […] y también este instante y yo mismo […] Si este
pensamiento tomase fuerza en ti […] te transformaría quizá, pero
quizá te anonadaría también […] ¡Cuánto tendrías entonces que amar la
vida y amarte a ti mismo para no desear otra cosa sino ésta suprema y eterna
confirmación!»
La circularidad del tiempo, y su peso. Con la idea
del eterno retorno, el aspecto moral de los actos adquiere un gran valor, ya
que se debería escoger en cada situación de manera que si uno tuviera que
volver a vivir toda su vida de nuevo, pudiera hacerlo sin temor. Y vivir
así, sin miedo, sólo es propio del Übermensch el superhombre
de Nietzsche. En tal circunstancia, los hechos, los acontecimientos, están
desprovistos del atenuante de su fugacidad. Y adquieren un peso inusitado.
Empotrados en la eternidad por cada uno de los momentos de nuestra existencia
que van a repetirse de forma perpetua. Una concepción sin duda espantosa. Ese
es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga
más pesada (das schwerste Gewicht), por la responsabilidad que
entraña cada gesto.
Por el contrario, si el tiempo de los humanos no
es circular y no da vueltas, sino que más bien tiene una trayectoria lineal,
entonces, una vida única es fatalmente inoperante, sólo es un esbozo
irrepetible, condenada a una intrascendencia que, al hacerla consciente, se
hace insoportable. Si la vida no retorna, si desaparece para siempre, viene a
ser como un espectro, carente de peso, expirada por adelantado. Y si ha sido
una existencia hermosa, encumbrada, horrible, nada importan esa hermosura, esa
cima o ese horror.
Y la consciencia de la realidad, de la
transitoriedad, de la futilidad de la existencia, condiciona esa perspectiva de
levedad y de inutilidad del ser que se experimenta como algo insufrible. La
levedad se carga de angustia por su intrascendencia, lo cual remite al
existencialismo: «la vida es leve, insoportablemente leve, porque no se
repite, porque sólo ocurre una vez». Parece como si fuera en el peso
de la repetición donde residiera la felicidad. La tediosa realidad del ser, la
levedad.
Paralelamente, en La insoportable levedad
del ser, de Kundera, la protagonista femenina desarrolla uno de los
talantes más seductores del libro, que no es otro que el amor por la
perra Karenin. «Es un amor desinteresado: […] no
quiere nada de Karenin. Ni siquiera le pide amor. Jamás se ha
planteado los interrogantes que torturan a las parejas humanas: ¿me ama?, ¿ha
amado a alguien más que a mí?, ¿me ama más de lo que yo le amo a él? […] Y algo
más: […] aceptó a Karenin tal como era, no
pretendía transformarlo a su imagen y semejanza, estaba de antemano de acuerdo
con su mundo canino, no pretendía quitárselo, no tenía celos de sus aventuras
secretas […] Y luego: el amor hacia el perro es voluntario, nadie la fuerza a
él». Por ello, el amor humano-canino viene a ser como un idilio, una
relación amorosa vivida con mucha intensidad y limitada en el tiempo por la
vida del animal. Y entre el peso y la liviandad, el único camino abierto a la
esperanza, podría ser Karenin, que no es simplemente un perro, sino
que ensambla a los protagonistas y los aproxima a la idea de felicidad.
A la vez una singular dulzura y una insólita
amargura. La amargura la forma y la dulzura el contenido. La dulzura colma la amplitud
de la amargura. Nuestras vidas entonces pueden aparecer en toda su prodigiosa
liviandad. Y esa ligereza, ese flotar inconsciente, es un ejercicio de
desprendimiento, que te hace aún más leve. Y liberas amarras y generas levedad.
Y tenuidad, mejor que futilidad. El ser humano más ligero que el aire, de
inclinaciones y decisiones tan libres como insignificantes. La realidad
soportable del ser: la levedad.
Recomendación literaria: Milan Kundera. La
insoportable levedad del ser. Tusquets. Barcelona. 1985.
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