Actualidad: Artículos periodísticos recomendados

Actualmente en toda Europa está resurgiendo la preocupación por el crecimiento de grupos políticos de ultraderecha y fascistas. A continuación os transcribo dos artículos publicados en el mes de diciembre de 2018 que abordan esta tema. Son artículos para el debate y la reflexión.


El porvenir del populismo neofascista
 Sami Naïr. El País. 3 de Diciembre de 2018

La onda populista de la ultraderecha que se está propagando por la casi totalidad de los países europeos no es casual ni provisional. Es un ciclo histórico que se arraiga en los efectos no saldados de la crisis de 2008 y en la política de estabilidad de la Comisión Europea. El discurso populista es siempre despreciable porque busca y encuentra chivos expiatorios a los que instrumentaliza para justificar su principal objetivo: la conquista del poder sin una verdadera concepción del bien común, pues este poder se basa en el odio.

Manifestación de Aurora Dorada (Grecia)

Sin embargo, sería un error creer que no existe una base real que germina este modelo de discurso: cuando el vicepresidente italiano Di Maio afirma que la política de austeridad de las instituciones europeas ha generado una “carnicería social” con millones de parados, una generación entera de jóvenes condenados al desempleo y a la extensión ilimitada de la precariedad salarial pone de relieve algo desgraciadamente innegable hoy.
Es lo que denunciamos nosotros, los proeuropeos, que soñamos desde hace décadas con una política social europea, con una moneda común al servicio del empleo, con proyectos intereuropeos de desarrollo, de financiación de la innovación y de la investigación para evitar también la huida de científicos y técnicos a EE UU o China, y con muchas otras medidas que, sin duda, nos embarcarían a todos en la senda de una Europa más civilizada. Pero la amarga realidad es la siguiente: ¿el Gobierno español, por ejemplo, aumenta el sueldo mínimo?, ¡la Comisión lo acusa de poner en riesgo la estabilidad fiscal!

Cuando hacemos balance de la política europea a partir de la puesta en marcha del euro, solo aparece una constante: la defensa de la política monetaria, de la rigidez de los déficits presupuestarios, del temor patológico a los mercados financieros (potencia abstracta que recuerda a los dioses griegos de la guerra), como si el propio mercado único europeo no constituyera una fuerza y el euro no tuviera medios para oponerse a los especuladores mundiales. ¡Qué limitación mental de los dirigentes europeos! ¿Cómo explicar ahora que la creación del euro se justificó entonces para competir y vencer al dólar, y, dos décadas después, el dólar siga estableciendo su dominio con enormes deudas privadas y públicas en EE UU, y, en cambio, el euro permanezca como moneda sin verdadero papel internacional?

En realidad, el populismo reaccionario tiene, frente a la actual política asocial europea, un largo porvenir. Los ciudadanos que lo apoyan no son, en general, racistas ni xenófobos, experimentan, sobre todo, una situación de impotencia y de abandono social, resultantes del paro y de la indiferencia de la UE. Los partidos populistas les hablan de otros “culpables”, y nos atenazan a todos porque hacen derivar las frustraciones hacia el odio, el racismo y la xenofobia. No hay nada nuevo en esta estrategia: Europa la ha sufrido, y sobremanera, en los años treinta del siglo pasado. Y la sufriremos aún más mientras no haya una verdadera política social europea.

  
El fascismo que viene
 ENRIC GONZÁLEZ. El País. 3 de diciembre 2018

Miles de académicos se ganarán la vida durante siglos estudiando por qué ocurrió lo que empieza a ocurrir ahora.


El fascismo puede definirse de muchas maneras, todas ellas parciales. Según la época y el lugar, ha consistido en el secuestro del Estado por parte de intereses privados, o en el encuadramiento de la sociedad dentro de un esquema cuartelario, o en la creación de mecanismos más o menos brutales para eliminar el disenso frente al poder. A veces estas características se combinan. En general, el fascismo requiere de un líder carismático. Pero no siempre. Un régimen puede parecer fascista sin serlo: la Argentina de Perón. Y puede ser fascista sin parecerlo: el Portugal de Oliveira Salazar. El fascismo da para muchas elucubraciones.

Quizá la esencia del fascismo consista en algo bastante simple: una reacción agresiva de la mayoría contra las minorías. Las mayorías, por supuesto, son algo contingente. No existen de por sí. Hay que crearlas o al menos conformarlas, y para eso es necesario encontrar sentimientos que muchos puedan compartir (el fascismo no se basa en ideas, sino en sentimientos) y azuzarlos al máximo.
El miedo, la raza, la patria, la bandera, la religión, la frustración, el pasado (en este caso casi como antónimo de la historia): elementos que no resisten un análisis somero y que a la vez pueden suscitar violentas emociones colectivas.

Las causas de que el fascismo esté en auge dan para una enciclopedia. Desde los disparates fiscales del neoliberalismo hasta la angustia ante la revolución tecnológica y la destrucción del trabajo como valor, desde el envilecimiento de ciertas élites hasta la glorificación del egoísmo, desde los cambios provocados por la mundialización y los movimientos migratorios hasta el debilitamiento de las instituciones nacionales frente a nuevas instituciones internacionales que no han logrado ser lo bastante eficaces y lo bastante representativas. Miles de académicos se ganarán la vida durante siglos estudiando por qué ocurrió lo que empieza a ocurrir ahora.
Volvamos a lo más simple: mayoría contra minorías. El fascismo de hoy no se proclama fascista sino democrático, en parte porque la palabra “fascismo” sigue provocando un amplio rechazo y en parte porque apela a una de las definiciones de la democracia, la más parcial, tan parcial que roza la falsedad: el gobierno de la mayoría. El abuso del término “democracia” (que, como suele recordarse, jamás aparece en una Constitución tan eficiente como la que elaboraron los Padres Fundadores de Estados
Unidos) ha difuminado el concepto liberal acuñado durante los dos últimos siglos: un sistema que permite el gobierno de la mayoría y a la vez garantiza los derechos de las minorías.
La izquierda, sea lo que sea eso, debería preguntarse por qué lleva décadas articulando su proyecto en torno a las minorías. Precisemos: en torno a un proceso de creación, exaltación y radicalización de minorías que, llevado al absurdo (y en el absurdo estamos), genera un mosaico de piezas imposibles de ensamblar. ¿Cómo va a ser posible componer ese rompecabezas, si cada pieza compite con la otra por un mismo espacio y tiene objetivos incompatibles con los de la pieza de al lado?
El fascismo que viene cuenta con la capacidad de destruir la democracia en nombre de la democracia. Como en otras ocasiones, solo puede ser derrotado por una mayoría que defienda los delicados y esquivos principios de la convivencia. En otras ocasiones fue imposible componer esa mayoría. Parece que hoy tampoco.




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