La mentira y la política
La mentira y la política, desgraciadamente con frecuencia van muy unidas. También es cierto que varía su presencia según los países. A nivel internacional una de la más grandes mentiras de las últimas décadas fue la de "las armas de destrucción masiva" que sirvió para justificar la invasión de Irak. Uno de sus mentores, el expresidente Aznar, aún no ha pedido disculpas por su proceder respecto a esa guerra. En el artículo que ha continuación comparto con vosotros se aborda el tema en nuestro país. Se publicó en El País por M.Pérez Oliva
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La corrosión moral y el precio de
mentir en política
Milagros Pérez Oliva. Diario El País
La mentira y el engaño no cotizan igual en todos
los sistemas políticos. En el español la verdad está tan devaluada que algunos
políticos pueden mentir sin esperar graves consecuencias, a diferencia de otros
países, donde ser cogido en flagrante engaño es motivo de cese o dimisión
inmediata. Lo acabamos de ver en Reino Unido. La ministra del Interior, Amber
Rudd, acaba de dimitir por haber mentido. Rudd había negado en el Parlamento
que tuviera un objetivo concreto de deportaciones de inmigrantes irregulares,
pero el diario The Guardian publicó una carta firmada por ella misma en la que
informaba a la primera ministra Theresa May de que se proponía incrementar las
deportaciones en un 10%, hasta 12.800 al año.
Son ya tres los miembros del Gabinete de Theresa May
los que han renunciado desde noviembre pasado por mentir. Damian Green dimitió
como viceprimer ministro por hacer “declaraciones inexactas y engañosas” sobre
cierto material pornográfico encontrado en su ordenador de la Cámara de los
Comunes en 2008. Y antes, Priti Patel, ministra de Cooperación Internacional,
cesó por haber presentado como vacaciones familiares un viaje en el que tuvo un
encuentro secreto con altos cargos del Gobierno israelí.
Mentir tiene un precio político en Reino Unido. En
España, en cambio, la mentira forma parte de lo que está permitido y hasta
justificado en la lucha partidista. Todos sabían que Cristina Cifuentes había
mentido sobre su máster y, sin embargo, toda la dirigencia del PP, puesta en
pie, se permitió dedicarle una larga ovación retransmitida por televisión a
modo de desafío a quienes pedían su dimisión. El aplomo con el que Cifuentes se
dirigió a la cámara autonómica negando lo que era una evidencia palmaria está
en las antípodas de lo que hemos visto en el Parlamento británico. Pero fue un
vídeo ignominioso, filtrado también de forma ignominiosa, y no la mentira, lo
que acabó con su carrera.
Cuando la verdad no tiene valor, nada tiene valor
La aceptación de la mentira en política implica un grado de corrosión moral que
repercute sobre todo lo demás. Es el cultivo en el que germinan todo tipo de
corrupciones, de la más pequeña a la más grande. En todas ellas hay mentira y
engaño. Y este comportamiento solo se puede sostener en el tiempo si se hace un
ejercicio cínico de la política: yo sé que tú sabes que te estoy engañando,
pero confío en que me seguirás votando porque eres de los nuestros.
Los cuatro presidentes del PP en la comunidad de
Madrid están “tocados” por la corrupción. Ahora el partido busca un candidato
limpio y parece que le cuesta encontrarlo. Como sostiene la filósofa Victoria
Camps, el poder desgasta la virtud y por eso es precisa una vigilancia activa
de la ciudadanía. Pero cuando la principal mentira consiste en presentarse como
honesto y adalid de la lucha contra la corrupción, entonces lo que se desgasta
es la propia democracia, porque a la ciudadanía le cuesta distinguir quién es
sincero y quién no. Este comportamiento alimenta la idea de que todo vale en
política y que ningún político es fiable, cuando no es cierto: ni todos
mienten, ni todos son igual. En la misma cámara en la que Cifuentes exhibía con
tremenda osadía el arte de la simulación, hay líderes que han hecho de la
decencia una bandera personal y política. Pero entre tanta mentira, cuesta reconocerlos.
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