Eutanasia. Diferentes miradas

La cuestión de la eutanasia va a ocupar bastante tiempo  de nuestros pensamientos y reflexiones dado que además de ser un tema siempre importante y polémico ahora va a estar en la palestra por la presentación de un proyecto de ley en el parlamento que regula esta práctica.
Hace ya uno a dos meses en esta revista cultural publicaron sus opiniones los médicos Dr. Manuel García del Río y también Idelfonso Alonso Tinoco. Posteriormente esas mismas entradas de esta revista se publicaron en el Diario Sur de Málaga.  Unas semanas más tarde en ese mismo periódico completando el debate anterior, se publicaron las ponencias de los Dres César Ramírez y Federico Soriguer.
Para los lectores de Sinapsis que no hayan podido seguir estas publicaciones tan importantes dado el tema que tratan es que en esta entrada reúno las cuatro publicaciones para que puedan ser leídas una tras otra y así podamos tener una visión más general de estas diferentes opiniones.


EUTANASIA

Manuel García del Río
Profesor titular de Pediatría
Ex Director de Unidad de Gestión Clínica de Neonatología

      La eutanasia es la acción u omisión que acelera la muerte de un paciente con la intención de evitar sufrimientos. Existen dos clases: la activa, que consigue la muerte del citado enfermo mediante el uso de fármacos que resultan letales; y la pasiva, que la consigue mediante suspensión del tratamiento médico y/o de su alimentación por cualquier vía.
       A lo largo de la historia, la eutanasia ha sido utilizada para la eliminación de personas o de grupos sociales.
       Actualmente se pretende despenalizar la eutanasia en nuestro país, surgiendo un debate en la sociedad. El Prof. Gómez Sancho nos dice: “es un debate que no debería acaparar tanta atención, al menos mientras que los pacientes no estén bien atendidos, porque en España cada año mueren más de 60.000 personas con un sufrimiento intenso y evitable, que con una buena estrategia a nivel estatal de cuidados paliativos se podría solucionar”
       Además manifestó, que “tratar de terminar con los más débiles, con los más indefensos y más vulnerables, a través de la legalización de la Eutanasia, es una indecencia” y concluyó que “el hecho de introducir la eutanasia acarrearía la crisis más grave de la historia milenaria de la Medicina, porque por primera vez el médico añadiría una nueva función, que sería gestionar la muerte”.
        La Medicina es ciencia y humanidad. La ciencia médica descansa sobre un trípode. Un trípode que se nos enseña en las facultades de Medicina y que consta de:         -Prevenir enfermedades, curar y -si no es posible- aliviar. En cuidar es donde tienen cabida los cuidados paliativos. Y toda esta ciencia revestida de humanidad.
         Por tanto, la eutanasia “no es parte de la Medicina”, no es un acto médicoy no lo es porque el médico es el cuidador de la salud de las personas y no puede ser al mismo tiempo, provocador de muerte intencionada.
          Antes de discutir una ley para legalizar la eutanasia, se debería hacer una ley de “Atención al final de la vida”, esto ya nos lo indicaron el panel de expertos de la OMS, en 1990, “los Gobiernos deben asegurar que han dedicado especial atención a las necesidades de sus ciudadanos en el alivio del dolor y los cuidados paliativos antes de legislar sobre eutanasia. Por tanto un Gobierno que antes de desarrollar programas de cuidados paliativos acomete una legislación sobre la eutanasia comete una frivolidad y hasta una irresponsabilidad”.
En palabras del Dr. Requena, “Nuestro país está muy lejos de llegar a cubrir necesidades mínimas de cuidados paliativos”. Por tanto, los esfuerzos deberían ir encaminados a los cuidados paliativos y no a legislar la eutanasia. “Desearía que el parlamento español apruebe leyes para eliminar el sufrimiento de las personas y no para eliminar a las personas que sufren”, manifiesta por su parte el Dr Batiz.
           La gran mayoría de enfermos que piden la eutanasia en realidad lo que desean es que se les alivie el sufrimiento y el dolor. Si se satisfacen estas dos necesidades, esta petición posiblemente no vuelva a producirse. La inmensa mayoría de los enfermos no quieren morir, lo que no quieren es sufrir, de ahí que los adelantos en la medicina paliativa han provocado el descenso espectacular de la eutanasia como liberación del dolor insufrible. Cuando, pese a los esfuerzos médicos, no se consigue el fin que se busca, de liberarlo del dolor insufrible, siempre tenemos la sedación paliativa, que es un tratamiento médico, científico y éticamente correcto que no se puede confundir con la eutanasia aunque los separa una línea roja bien delimitada, pero muy fina y por tanto fácil de traspasar. Esta sedación paliativa no debe precipitar deliberadamente la muerte pero tampoco deben prolongar innecesariamente la agonía, su misión es ayudar a no sufrir hasta que llega su muerte.
      En el Código de Deontología Médica y en su Capítulo II, nos dice:
*-La profesión Médica está al servicio del ser humano y de la sociedad. Respetar la vida humana, la dignidad de la persona y el cuidado de la salud del individuo y de la comunidad son los deberes primordiales del médico.
Y en el Capítulo VII, relativo a la “Atención Médica al Final de la Vida”, se recoge lo siguiente:
*-El médico tiene el deber de intentar la curación o mejoría del paciente siempre que sea posible. Cuando ya no lo sea, permanece la obligación de aplicar las medidas adecuadas para conseguir su bienestar, aun cuando de ello pueda derivarse un acortamiento de la vida.
*-El médico está obligado a atender las peticiones del paciente reflejadas en el documento de voluntades anticipadas, a no ser que vayan contra la buena práctica médica.
*-La sedación en la agonía es científica y éticamente correcta sólo cuando exista síntomas refractarios a los recursos terapéuticos disponibles y se dispone del consentimiento del paciente implícito, explícito o delegado
*.El médico nunca provocará intencionadamente la muerte de ningún paciente, ni siquiera en caso de petición expresa por parte de éste.
         Por todo lo expresado anteriormente, queda claro que para la profesión médica Eutanasia, NO. Cuidados paliativos, SÍ.


SOBRE LA EUTANASIA   Y   EL  SUICIDIO  ASISTIDO

Idelfonso Alonso Tinoco. Médico

Leyendo el apasionado escrito del Dr. García del Río sobre este tema, sentí la necesidad de ofrecer otro punto de vista. Vaya por delante que he tenido la suerte de convivir profesionalmente con él durante muchos años desde la Obstetricia, en el mismo hospital y valoro enormemente su profesionalidad. Pero no se trata de eso.
Desde una concepción religiosa determinada, absolutamente respetable, puede surgir el rechazo a cualquier forma de eutanasia o de suicidio asistido, pero el conjunto de una sociedad pluralista no tiene por qué asumirlo necesariamente. No pretendo personalizar mi respuesta sino contribuir a una concurrencia razonable de opiniones.
Las encuestas de población, europeas y españolas, desde 2009, vienen repetidamente mostrando un apoyo mayoritario para su regulación legal. La más reciente, de Metroscopia, del 2017, recoge un 84% de apoyos, incluyendo un 66% entre los votantes conservadores y un 56% entre los católicos practicantes. Está muy claro. Los que mantienen el sistema sanitario que -además- son los posibles destinatarios y los depositarios de la soberanía, están mayoritariamente a favor.  No creo que este aspecto pueda suscitar discrepancias. Las Cortes, antes o después, tendrán que darle forma legal, Ya hay siete autonomías que lo han planteado.

Es cierto que los cuidados paliativos no están suficientemente extendidos ni aplicados adecuadamente en toda España y que la demanda de ellos suele anteceder, en la cronología del enfermo,  al posible planteamiento de la eutanasia. Efectivamente es posible que, con buenos cuidados paliativos, se redujera en alguna medida la demanda de eutanasia. Pero no en todos los casos. Y cada "caso" es una situación desesperada. Utilizar la deficiencia de paliativos como un requisito previo para la regulación de la eutanasia, es un argumento claramente obstruccionista porque siempre se podría argumentar que, en algún lugar o en algún caso, los cuidados paliativos son mejorables. Además es un argumento engañoso porque presenta un motivo circunstancial como tapadera de una oposición radical. Es decir: los que se oponen a la eutanasia porque los paliativos no están suficientemente desarrollados, ¿la aceptarían tras la mejora de éstos? Sabemos que no.
Pero, sobre todo, pensemos en las personas que ya, ahora mismo, están con un sufrimiento insoportable y sin expectativas de mejora. ¿Les contamos que hasta que el sistema sanitario haya perfeccionado la red de cuidados paliativos, tienen que seguir sufriendo?
Ambos objetivos -la regulación de la eutanasia y el acceso general a los cuidados paliativos- son paralelos y simultáneos y así están contemplados por las organizaciones implicadas en estos temas y por la ciudadanía. No son objetivos excluyentes sino complementarios. 

Plantear la regulación de la eutanasia (o del suicidio asistido) como un sistema "para eliminar a los más débiles, indefensos o vulnerables" es una tergiversación descarada. Nadie pretende "eliminar" a nadie. Son las propias personas dueñas de su vida y de sus decisiones las que quieren dejar de sufrir y resulta difícil de comprender que se les impida desde la confortable situación de otras personas ajenas a su dolor.

La regulación legal no obliga a nadie: el bloqueo de la regulación sí condena y obliga al enfermo a seguir sufriendo sin otra expectativa."La Medicina es ciencia y humanidad""...Su función es prevenir, curar y cuando no es posible, aliviar". Estamos de acuerdo. ¿Y cuando no es posible aliviar? ¿Es razonable que la valoración del dolor del  enfermo la determine otra persona que no lo sufre?. El dolor y el sufrimiento son subjetivos. Es arrogante e injusto erigirse en juez del dolor ajeno. Lo humanitario, en algunas situaciones desesperadas, puede ser ayudar a la decisión consciente y libre de dejar de sufrir.
En el capitulo VII del Código de Deontología Médica que se citaba, puede leerse "(...)El médico tiene la obligación de procurar la curación o mejoría...Cuando no sea posible, tiene la obligación de aplicar las medidas necesarias para conseguir su bienestar..."
Y ¿quien decide el bienestar del enfermo? ¿Él? ¿O nosotros?

Seguramente compartimos la máxima que aconseja "Vivir y dejar vivir".
Yo les invito a completarla con "Morir y dejar morir"

                                    I. Alonso Tinoco.
                                       Ginecólogo.






¿VIVE Y DEJA MORIR?

CÉSAR RAMÍREZ CIRUJANO

La Tribuna. Diario Sur

Todos los médicos, sin excepción, buscamos el alivio del sufrimiento del paciente cuando en su momento final vemos que vivir con una calidad de vida mínima no es posible

La muerte se muestra en los últimos días más presente que nunca en nuestras vidas. Las palabras eutanasia, muerte digna y suicidio asistido rellenan cabeceras y asaltan digitales poniendo la sal y la pimienta de muchas sobremesas, tertulias, debates y conversaciones de ascensor. Tenemos que aprender a asumir que el 'Live and let die' ('Vive y deja morir'), que escribió Ian Fleming en 1954 y cantaron Guns N' Roses en 1991, es la buena nueva moral y que nosotros somos los egregios James Bonds del siglo XXI. Las fronteras morales patinan y todo el mundo da su opinión sobre palabras que no conocen y sobre enfermedades que no han vivido, buscando encasillar a la sociedad (médica y no médica) en defensores o detractores de la libertad del ser humano a morir. Como si los suicidios no hubieran existido desde el principio de los tiempos o como si los médicos pregonásemos el encarnizamiento terapéutico sistemático como el ultraje a los derechos del paciente enfermo sin posibilidad de tratamiento.
No hay mayor ejemplo de debate que el que han tenido los lectores de SUR en los últimos días. Dos médicos con mayúsculas, de los que he aprendido y a los que me aprecio de admirar, ambos destacados profesionales en las tareas de ayudar al ser humano en el inicio de la vida (Ildefonso, obstetra y ginecólogo; Manolo, pedíatra) han presentado brillantes reflexiones radicalmente opuestas con motivo de la admisión a trámite en el Congreso de los Diputados de la Ley que regula la eutanasia propuesta por el nuevo gobierno de nuestro país, España. En ellas podemos apreciar las dos corrientes en las que se supone que debemos posicionarnos no sólo los profesionales de la Medicina, a los que se nos pedirán cuentas, sino también el resto de la sociedad. El primer objetivo de esta Ley ya está conseguido, y es fracturar en dos la opinión de la clase médica. Como además nuestro país sigue siendo ideológica y políticamente bipolar (simpatizamos por el Madrid o por el Barça, somos de derechas o de izquierdas) es más que evidente que los nuevos médicos guays y progresistas serán aquellos que se pongan del lado de los que defienden los derechos a morir de los usuarios sin ambages ni corsés, y que aquellos que no estén a favor de la eutanasia serán asociados con la derecha más recalcitrante y reaccionaria y tildados de antiguos, amorales y defensores de la vida por imposición de sus creencias religiosas. ¿Acaso no va a ser asi?
La muerte es parte de la vida y el derecho a vivir dignamente trae implícito el derecho también a una muerte digna. Todos los médicos, sin excepción, buscamos el alivio del sufrimiento del paciente cuando en su momento final vemos que vivir con una calidad de vida mínima no es posible. La frontera ética y de actuación entre el cese del esfuerzo terapéutico con un paciente y la ayuda a que muera dignamente es tan lábil que se cifra en aumentar el ritmo de perfusión de un goteo de suero o suspender una medicación, y aquí los médicos siempre sabemos el momento en que ya «mantener vivo» al paciente no tiene sentido. Hacer esto desde la defensa de la vida como valor absoluto e innegociable en el tratamiento de nuestros pacientes es no sólo posible, sino obligado. La sociedad debe tener claro que los médicos del siglo XXI, todos, sabemos que nuestros pacientes tienen derecho a morir dignamente y que además hacemos aplicación de ello cuando procede.
La Medicina del siglo XXI gana la batalla contra el cáncer mes a mes, con nuevos fármacos que ganan el tiempo a la muerte como los pólders roban la tierra al mar; cada vez cuesta más trabajo no dar opciones a unos pacientes, los oncológicos, cuyas ganas de vivir nos embriagan y ante los que cualquier esfuerzo y desempeño de una línea de tratamiento nos parece poco. Esta misma Medicina, igualmente, debe encajar ahora un proyecto de Ley basado en conceptos subjetivos e imprecisos como 'sufrimiento intolerable', 'fragilidad progresiva', 'alivio tolerable' o bien 'opciones fundadas de curación' que aparecen, además, en la era de la Medicina Basada en la Evidencia en la que todo debe avanzar cuando la 'p' es estadísticamente significativa. Pronto habrá que apuntarse en un listado de objetores o defensores proactivos, y entiendo que serán estos últimos los que formarán las Comisiones de Evaluación y Control autonómicas, que por tanto nacerán sesgadas de origen, al estilo de las que estamos acostumbrados en nuestros ambientes sanitarios públicos. En definitiva, pronto habrá médicos buenos ('actuantes', según esta Ley) y malos para los defensores de la eutanasia y este nuevo concepto de suicidio asistido; pronto estaremos los médicos divididos, cosa que aprovecharán los gobiernos de turno para seguir desvistiéndonos de prestigio, consideración social y respeto. En este sentido, los Colegios Oficiales de Médicos y la Organización Médico Colegial tendrán, en algún momento, que posicionar el valor del médico como defensor de la vida y del derecho del paciente a morir dignamente y establecer fronteras para que esta nueva ley no haga estragos ni daño a nuestra profesión.
Uno de los objetivos de esta nueva Ley de la Eutanasia es, por último, que sea garantista y se incorpore a la cartera de servicios de los usuarios de la sanidad pública en el Sistema Nacional de Salud. Quizás estos usuarios estarían más conformes con unos gestores de su salud que se ocupasen más de que en los últimos 10 años (con gobiernos de distinto signo político) la inversión en I+D+I haya decrecido más de 20000 millones de euros y de que sólo se inviertan a fecha de hoy 6 euros por persona al año en investigación sanitaria, de los cuáles solo 1 euro por persona y año es para luchar contra el cáncer. O bien que el estado fuera garante de una promoción adecuada de la salud que frenase el desarrollo galopante de la obesidad como epidemia en España, o de poner los medios necesarios para que los pacientes con cáncer colorrectal tengan acceso a un diagnóstico precoz mediante endoscopia en programas de 'screening' y a una cirugía sin tiempos de espera indeseables y maquillados. El problema es que estos derechos que he citado no generan división entre los médicos ni son susceptibles de ser aplaudidos en el salsa rosa diario que es nuestro país. ¿De verdad queremos que el 'Vive y deja morir' sea la nueva banda sonora de nuestra sanidad?




SOBRE LA AYUDA A UNA BUENA MUERTE

FEDERICO SORIGUER. Médico y Miembro de número de la Academia Malagueña de Ciencias

La Tribuna. Diario Sur. Julio de 2018

La medicina moderna ha invadido la vida entera desde el nacimiento hasta la muerte. Nada es ya ajeno a la medicina y no parece que esto en el futuro vaya a cambiar
    
Esto es lo que significa eutanasia, buena muerte, aunque la historia haya cargado a la palabra de múltiples significados. Frente a la 'meditatio mortis' de los antiguos hoy la muerte es la gran ausente de las sociedades modernas. Por eso, ante la propuesta de llevar al Parlamento una ley para regular la eutanasia, es muy bien venido el debate iniciado en SUR por tres colegas con los que me unen lazos de amistad y mutuo aprecio. A pesar de que, al menos en dos de ellos, se mantienen posturas muy lejanas, sus argumentos me gustaron y me convencieron. Con esta indefinición lo que quiero dejar constancia ya desde el principio, es mi falta de preparación intelectual para tener una idea clara sobre la cuestión.
Como clínico me he tenido que enfrentar en numerosas ocasiones con la muerte del paciente y en algunas otras con decisiones difíciles sobre cómo ayudarle en ese momento. En muchos de estos últimos me faltaba preparación técnica y, sobre todo entrenamiento moral para saber si estaba haciendo lo correcto. En algunos casos de familiares y en sus casas, la decisión era más fácil, pero en aquellos otros en los que la muerte se producía en el hospital, creo que no siempre hice lo que debía ni como debía. Y es este el primer dilema moral pues lo que es bueno para un familiar debe serlo también para el resto de los pacientes atendidos en un hospital público. Como me recordaba muy recientemente un buen amigo que ha trabajado toda su vida en la UVI: «En algunos casos hemos ayudado a bien morir pero han sido más los que nos hemos dejado llevar por el 'ensañamiento terapéutico'». Algunos lo tienen muy claro y lo fían todo a los cuidados paliativos. «Divinun este sedare doloren», un aforismo atribuido a Hipócrates cuya traducción real es «sedar el dolor es tarea de los dioses» y es aquí en este referencia divina donde ha residido (y aun reside) buena parte del poder de los médicos y de la medicina y también su responsabilidad. Existe una relación estrecha entre poder y responsabilidad.
A mayor poder mayor responsabilidad. En los últimos tiempos a los médicos se les ha ido quitando buena parte del viejo poder y no debería sonar como una denuncia sino como la consecuencia inevitable de que con esta pérdida de poder también muchos médicos se han sentido menos responsables de las consecuencias de sus actos. Los cuidados paliativos acortan casi siempre la vida de los pacientes y por este motivo no fueron inicialmente aceptados por una parte de la medicina. Hoy son esgrimidos como un argumento contra la legislación sobre la eutanasia. Pero la medicina plantea a los médicos retos nuevos constantemente.
¿Qué hacer con aquellas personas que mas allá de los cuidados paliativos han expresado inequívocamente su voluntad de morir, pero no tienen la autonomía física para hacerlo? ¿Qué hacemos con los casos de Ramón Sampedro que llevaba décadas luchando sin éxito en los tribunales para lograr que los médicos lo ayudaran a morir cosa que finalmente consiguió de mala manera el 12 de enero de 1998. ¿Qué hacemos con el caso de Inmaculada Echevarría, quien el 18 de octubre de 2016 pudo cumplir su deseo de morir pero a diferencia de Sampedro atendida por un equipo médico que la sedó y le retiró el respirador? No deja de ser sorprendente que la única diferencia entre uno y otro era que la segunda estaba conectada a un respirador y el primero no.
Vaya por delante que si hoy yo estuviera en activo y me viera en la tesitura de tener que aplicar legalmente la eutanasia, seguramente objetaría en conciencia. Y no porque esté en contra de ella, al menos teóricamente, sino porque no estaría preparado ni moral ni intelectualmente para hacerlo en la práctica. Sin embargo sí quiero estar preparado para solicitarla si algún día (ojalá que no ocurra) me encuentro en una situación sin salida y mis fuerzas y mis esperanzas han llegado al límite y es entonces cuando me gustaría encontrar un sistema sanitario y un médico que me ayude. La medicina ha cambiado tanto que el corpus hipocrático no es suficiente para dar respuesta a toda la complejidad y a todos los problemas que la medicina moderna genera. En las páginas finales del 'Franskenstein' de Mary Shelly, el monstruo maldice a su creador por haberle proporcionado un gran anhelo de felicidad pero no los medios para saciarla. Al final le lanza al Dr. Frankenstein la peor acusación que puede hacerse: «Nadie tiene derecho a crear a un ser al que no le ofrece a la vez los medios para ser feliz». Y este grito del monstruo sirve también hoy para la muerte.
El hombre moderno está solo. Es algo nuevo en la historia. Hoy sabemos que, todos, creyentes o no creyentes, tenemos bajo nuestra responsabilidad la vida y la muerte del hombre. La medicina moderna ha invadido la vida entera desde el nacimiento hasta la muerte. Nada es ya natural. Nada es ya ajeno a la medicina y no parece que esto en el futuro vaya a cambiar. Podemos hacer como que no lo vemos y seguir eludiendo esta gran responsabilidad, que a mí al menos me sobrecoge. Los médicos no podemos refugiarnos en el confort de un pasado que nunca existió ni en una deontología que no es en absoluto unívoca.
En las sociedades democráticas son los Parlamentos, no los técnicos, los que hacen las leyes en representación de todos los ciudadanos, aunque al final será el médico el que en la soledad de su conciencia y con la competencia que le dan sus conocimientos, quien decidirá lo que debe hacer. Nadie ha dicho que la medicina sea fácil.



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