Lecturas miscelánicas esperando el autobús
Lecturas variadas para la reflexión, el debate o simplemente para aprender algo nuevo. Hoy dos temas, Toros y músico poco conocido.
I)
O el toreo evoluciona o se perderá en la historia
CARLOS SAURA LEÓN
https://lectura.kioskoymas.com/article/281672555825387
En 2017 aprobamos en Baleares una ley conocida como “toros a la balear”. Impulsada por Podemos y respaldada por grupos como Més y el PSOE, su objetivo era claro: actuar en el margen de nuestras competencias para erradicar el sufrimiento y el ensañamiento en el espectáculo taurino en nuestra comunidad autónoma. Frente a ella, se alzaron los guardianes de una supuesta “cultura de Estado”, empeñados en elevar el sacrificio de un animal indefenso a la categoría de goce estético nacional. Una tradición legitimada por el peso de los siglos y las ansias de sangre de un público cada vez más escaso y envejecido.
Los argumentos que se esgrimieron entonces evitaron abordar lo esencial. Los taurinos —que, en el fondo, son los verdaderos antitaurinos— decían defender al toro, cuando en realidad lo condenaban al tormento. Quienes estamos a favor de los toros somos quienes no queremos verlos torturados hasta la muerte. Se habló de la extinción del toro de lidia, del carácter milenario del toreo o de las pérdidas económicas del sector. Pero no se dijo la verdad. Su objetivo justificaba cualquier medio, por deshonesto o tramposo que fuera.
El corazón del debate era y es que no conciben el toreo sin sufrimiento. Dicen que este sufrimiento sacralizado es indisociable del goce estético que provoca en los aficionados. Asimismo, defienden la idea de una pugna en igualdad entre el toro y el torero. Cosa que resulta muy difícil sostener: se trata de un enfrentamiento claramente desigual, en el que un ser humano —dotado de inteligencia y técnica— provoca la muerte del 99% de los toros entre vítores y “olés”, mientras que solo mueren, aproximadamente, dos de cada 10.000 participantes humanos en el espectáculo. Es, en realidad, una humillación ritualizada, un despotismo abusivo y cruel, una lenta agonía del animal, cuya fuerza se apaga entre desgarros y estocadas, hasta que cae fulminado. Esta es la esencia trágica de la tauromaquia de la que hablaba Ortega y Gasset, aunque solo resulta verdaderamente trágica —en el sentido más desdichado del término— para el toro. La tauromaquia ha sido durante mucho tiempo una vía para saciar una pulsión de muerte ancestral, envuelta en retórica estética. Sin embargo, cabe preguntarse si una sociedad responsable, democrática y madura puede permitirse un símbolo tan bárbaro y brutal como es el de la lidia con sangre. O si, por el contrario, debemos optar por avanzar hacia formas más amables. Ya que, como tantas otras prácticas antaño consideradas cultura, ha de enfrentarse a una disyuntiva: o evoluciona o será historia más pronto que tarde. La metafísica del toreo tradicional, dicen, necesita del dolor: sin sufrimiento, no hay rito. La sangre, los bramidos, el espasmo del cuerpo herido forman parte del espectáculo. Dicho esto, ¿por qué no habría de cambiar? ¿No han cambiado otras tradiciones? Si, como se dice, el arte del toreo reside en la danza entre toro y torero, ¿por qué no quieren los aficionados preservar esa expresión sin matar al animal? Esa sería la opción más equilibrada, ya que la sensibilidad social avanza hacia una ética más compasiva con todos los seres sintientes. Es obvio que el toreo irá cayendo por su propio peso. Pero si buscamos un término medio entre tradición y progreso, lo lógico sería que quienes aún defienden la lidia se adapten a los nuevos tiempos. Como sucede en Portugal, o como se ha aprobado recientemente en Ciudad de México: lidia sí, pero sin muerte.
La liturgia del toreo tradicional ha revestido durante siglos de solemnidad estética un sadismo de lenta agonía, disfrazándolo de cultura. Y, en efecto, desde un punto de vista antropológico, lo es. Pero la cultura no solo describe lo que hemos sido: también debe interpelarnos sobre lo que queremos —y debemos— ser. En una sociedad democrática, el legado no puede ser excusa para perpetuar la violencia. La tauromaquia, en su forma más cruda, no es más que una reliquia de la lógica patriarcal: dominio, sangre, sometimiento. Y quizás ha llegado el momento de que el arte deje de oler a muerte.
La gran sangría de San Isidro
Manuel Vicent
https://elpais.com/opinion/2025-05-04/la-gran-sangria-de-san-isidro.html
Hace unos días se celebró en Madrid la feria de San Isidro con 24 corridas en las que se van a sacrificar unos 150 toros. Bien o mal contados se realizarán en ella aproximadamente unos 500 puyazos y con cada uno el vástago de acero de la garrocha desde lo alto de un jamelgo parapetado detrás de un colchón penetrará en la carne del animal. Es suficiente con uno para que la sangre le llegue hasta la pezuña. Este tercio de varas, llamado también de castigo, será aplaudido o denostado por el público según sea la pericia o el ensañamiento del picador. Pese a su evidente brutalidad antiestética el aficionado suele valorar este lance como fundamental de la corrida porque sirve para comprobar la bravura del morlaco. A esta carnicería seguirá la suerte de banderillas adornadas con los colores de la bandera nacional y rematadas con un arpón que contribuirá a hacer un estofado en el morrillo de cada toro, que en ese momento ya habrá perdido la orgullosa estampa que traía de la dehesa para ser humillado y convertido en una albóndiga sanguinolenta. Después de realizar su faena con la muleta, valorada según gustos o tragaderas, el matador comenzará a meterle por la paletilla la espada que algunas veces asomará por la tripa y otras entrará a degüello directamente. Si el diestro mata el toro de la primera estocada los estómagos más duros se sentirán aliviados y le concederán la oreja, pero lo más probable es que pinche en hueso una y otra vez en medio de vómitos que finalizan con el descabello. Hasta el año 1927 la lidia del toro solía realizarse mientras en la arena agonizaban con las tripas al aire dos o tres caballos corneados. ¿Quién soportaría hoy semejante espectáculo? Sucede que el aficionado asume como natural esta tortura en público de un animal. De hecho, ni siquiera la ve y si la ve la cambia con gusto por una verónica o pase de pecho. Ahora, con las corridas en plena decadencia una derecha más o menos castiza ha incorporado esta sangría a su ideología. Lo que faltaba.
***
II)
Recordando a músicos sobresalientes
John Field
John Field compositor y pianista irlandés John Field (Dublín, 26 de julio de 1782 - Moscú, 23 de enero de 1837) fue un compositor y pianista irlandés, conocido por ser el primer compositor que diera el nombre de nocturnos a estos y considerado el padre del nocturno romántico. Fue muy bien visto por sus contemporáneos y por su forma de tocar y las composiciones influyeron en muchos compositores importantes, como Chopin, Brahms, Schumann y Liszt. John Field.
Nacido en Dublín en 1782, Field inició sus estudios de piano con su abuelo, del mismo nombre, organista profesional, y, más tarde, con Tommaso Giordani -músico de origen napolitano-. Fue el hijo mayor de Robert Field, de profesión violinista. Debutó a los 9 años, con una buena acogida. Su familia se trasladó a Bath en 1793, y, posteriormente, el mismo año, a Londres. Allí, su padre consiguió que recibiera clases del pianista, compositor y constructor de pianos Muzio Clementi. Atrajo favorables comentarios de Joseph Haydn por sus interpretaciones. A los 17 años presentó su primer concierto para piano (escribió un total de siete). Considerado un excelente pianista, no se le tuvo en la misma consideración hasta que en 1801 publicara su primer conjunto de sonatas para piano, dedicadas a Clementi. En 1801 Field acompañó en una gira por París y Viena a Clementi (en Viena recibió algunas clases de Johann Georg Albrechtsberger.
Cuando Clementi se trasladó a Rusia, Field le acompañó como demostrador de pianos. Field consolidó su propia carrera como concertista, dividiendo sus actuaciones entre Moscú y San Petersburgo, pasando a residir en dicha ciudad a partir de su matrimonio, en 1810. Su buena posición económica, complementada con los ingresos obtenidos como profesor, hace que su estilo de vida pasara por ser extravagante, con toques de "bon vivant", y tuvo, fruto de sus aventuras, un hijo ilegítimo. En 1831, y con la salud deteriorada debido a un doloroso cáncer de recto, fue a Londres para seguir el tratamiento médico. Regresó a Rusia, pasando por Francia e Italia, donde estuvo nueve meses hospitalizado en Nápoles. Ayudado por una familia aristocrática rusa, regresó a Moscú en 1835. Allí compuso sus últimos nocturnos durante sus últimos dieciséis meses de vida. Murió en Moscú.
Podéis escuchar su música en los enlaces siguientes:
https://youtu.be/6h4fIhxo6GU?si=QnnVtUXggcKTTR8p
https://open.spotify.com/intl-es/album/0EOZVLK59a6f8FOKX1yiOl?si=MqrhascTTF-zPR-ag-gyZA
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