Lecturas en Sinapsis. Walter Gallardo y F. Soriguer

Adjunto dos artículos muy interesantes de colaboradores de Sinapsis.




I)

Una obstinada tragedia circular

Walter Gallardo

(Publicado en La Gaceta/ Tucumán/Argentina)



De pronto, cuando el ruido se acalla, es posible confirmar que la actual lucha de intereses económicos y políticos carece de grandes novedades históricas y que cada conflicto o injusticia, con los lógicos matices de épocas y costumbres, cuentan con sobrados antecedentes en una larga lista de desatinos y fracasos. También sus protagonistas adolecen de falta de originalidad: los de hoy, como en otras ocasiones, exhiben ridículos rasgos ya vistos y catalogados en el inventario de las extravagancias. 

Algunos simplemente son una parodia de otras parodias sin gracia. Ni siquiera los aplausos hacia esos personajes resultan ya una sorpresa: todos saben que algunas de las mayores tragedias de la historia han contado con un alto grado de colaboracionismo y apoyo popular. Incluso con entusiasmo, algo vergonzosamente parecido a la alegría. En consecuencia, el poco silencio que ofrece lo que llamamos sin rigor “la realidad”, permite concluir con justificado desánimo que la empobrecedora y destructiva batalla diaria se está librando otra vez entre un pequeño grupo de líderes cuya sensatez y buen juicio están en cuestión. El resultado: un mundo confuso, de vértigo, donde la palabra “futuro” causa desconfianza y, por momentos, escalofríos.

Un pasado distinto

En este clima, la cultura, en todas sus expresiones, es una de las pocas fuentes donde se puede encontrar una referencia para entender el presente o dejar una constancia de nuestro tiempo. Hay ejemplos clarificadores. En “La conjura contra América”, Philip Roth intentó imaginar un pasado, modificando desde la ficción los hechos ocurridos. Así, en las elecciones de 1940, en lugar de Franklin Delano Roosevelt, resultaría elegido presidente de Estados Unidos Charles Lindbergh, aquel piloto que se había convertido en un héroe nacional por ser el primero en cruzar el océano Atlántico sin escalas. Roth, con habilidad, logra llevar al lector a preguntas inquietantes poniendo al frente del país, en un momento de conflicto global, a quien encabezaba campañas antisemitas a través del comité America First junto a otro antijudío, Henry Ford; a un admirador de Adolf Hitler (había sido distinguido personalmente por él y congeniaba con sus ideas más radicales); a alguien que se mostraba a favor de los partos selectivos (eugenesia) y se oponía frontalmente a la participación estadounidense en la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué habría ocurrido con la humanidad de haberse dado este malpaso? ¿Quién habría ganado aquel conflicto que dejó más de 50 millones de muertos en el siglo pasado y qué sociedad habría salido de allí? Si hacemos una proyección hacia el momento que vivimos (la novela se publicó en 2004), la historia de Roth cobra carácter anticipatorio y acaba dándonos si no una respuesta, al menos una pista de lo que tenemos delante de nuestros ojos en un giro de 360 grados.

Catástrofe renovada

Por otra parte, si nos detenemos frente al majestuoso Guernica de Picasso, en la amplitud monumental del museo Reina Sofía de Madrid, podremos experimentar un sentimiento desolador ante una catástrofe repetida y renovada con la misma barbarie en Siria, Ucrania o en Gaza con el apoyo de países militarmente poderosos y, por lo tanto, impunes; o ante la impotencia de organismos y tribunales internacionales, o de organizaciones humanitarias cuyas voces pocos escuchan. Aquel bombardeo sobre la pequeña ciudad vasca, en abril de 1937, se llevó a cabo contra una población indefensa de apenas 5.000 habitantes, en un ensayo alemán de los famosos blitz ejecutados luego en Varsovia o en Londres. La técnica consistía en aterrorizar con el ruido atronador de decenas de aviones sobrevolando a baja altura antes de asesinar a cientos de miles de seres humanos con bombas y metrallas. ¿En qué difiere esta lejana matanza de las imágenes que se emiten hoy durante las 24 horas del día en los canales informativos? Observando cada detalle de la obra de Picasso es imposible evitar una sensación de hecatombe y fracaso, el agobio de una obstinada tragedia circular. ¿Qué ha cambiado en los instintos más salvajes de nuestra especie? Ensayando una respuesta, se diría que nada básico, aunque la tecnología y su sofisticación le han agregado crueldad.

Los libros prohibidos

“Fahrenheit 451”, por su lado, es el punto de la escala en que el papel arde y, además, una de las mejores obras de Ray Bradbury. En ella crea una sociedad no muy distinta de las actuales, aun de las más desarrolladas, en la que los libros están prohibidos. El bombero Guy Montag, su protagonista, forma parte de los escuadrones que por orden del gobierno se encargan de quemar todos los ejemplares a su alcance. La obsesión oficial tiene como objetivo aplastar cualquier intento de pensamiento crítico. Y la lectura, lo incentiva. En uno de sus operativos incendiarios, Montag quedará impactado por la imagen de una mujer que se inmola con su biblioteca, que prefiere sacrificar su vida antes que ver sus libros en llamas. A partir de allí, el bombero se sumará a los ciudadanos para ejercer una peculiar resistencia: salvar libros memorizándolos. Este cambio, el de conservar algo tan intangible como la memoria, le costará la persecución. No olvidar, viene a decirnos, es tan imprescindible como peligroso.

Si comparamos esta trama con lo que ocurre ahora mismo, las evidencias nos dejan boquiabiertos: curiosamente “Fahrenheit 451” es otro de los más de 10.000 libros prohibidos en las bibliotecas escolares estadounidenses. Y muchos de ellos coinciden con los prohibidos en Rusia. Los títulos enviados a los infiernos son, por distintas razones, desconcertantes. Van desde obras de premios Nobel como John Steinbeck o Toni Morrison, pasando por “Matar un ruiseñor”, de Harper Lee, un clásico ganador del premio Pulitzer; o “El señor de las moscas”, de William Golding, una novela declarada de lectura imprescindible en las escuelas británicas; también “Un mundo feliz”, en la que Aldous Huxley imagina una sociedad dichosa a partir de la eliminación de la diversidad cultural, la religión, el arte y el amor; o “1984”, ese libro de George Orwell cuya trama se ha tomado tantas veces como paradigma de la opresión. Sólo del prolífico Stephen King se han censurado 16 obras, entre ellas la famosa “Carrie”.

Pero esto no queda ahí: quizás la cima de la contradicción en el país de la libertad es que cada año, desde 1982, se celebre con gran éxito “La semana de los libros prohibidos”, organizada por la Asociación de Bibliotecas de Estados Unidos y Amnistía Internacional. Y como si nadie se preocupara por la coherencia, es ahora obligatorio enseñar la Biblia a los estudiantes en Oklahoma, el segundo estado con mayor cantidad de condenados a la pena de muerte. ¿Pesada conciencia o compasión de cartón piedra?

Palabras y deterioro

Si las obras de arte reflejan con espíritu crítico lo que pasa, la lengua como código de comunicación también. Desde hace tiempo, los diccionarios más prestigiosos, como un espejo de los acontecimientos que marcan a las naciones, seleccionan lo que denominan “la palabra del año”. En 2020 no hubo dudas y casi todos coincidieron en “confinamiento” o “cuarentena”. Un poco antes, en 2016, “populismo” fue la escogida en España y, un año más tarde, la adoptó el famoso Cambridge Dictionary. Según ha ido avanzando la tensión, el deterioro en la convivencia y el lodazal político, “polarización” se subió al podio. Y al llegar al 2024, cuando la situación mundial ya despedía un olor nauseabundo, el diccionario Macquarie, el más antiguo de Australia, eligió “enshittification”, traducida como “mierdificación”. Aunque en principio se aplicó a los servicios de las plataformas digitales, su uso se ha extendido a cada situación degradante. No es nueva en otros idiomas: ya se usa en francés desde el siglo XV “emmerder” y en el diccionario de la RAE figura como “enmierdar”, con la aclaración de que resulta malsonante.

¿Cuál será el término que definirá a este 2025? Teniendo en cuenta que los contribuyentes a este “enriquecimiento” del léxico están frenéticamente activos, es de suponer que hoy nadie apostaría por palabras o sinónimos de “cordura”, “justicia” o “dignidad”. Si no es mucho pedir, al menos podrían ahorrarnos sus antónimos.


                                                             ***

II)


La melancolía no es para los viejos


Federico Soriguer


https://www.diariodesevilla.es/opinion/tribuna/melancolia-no-viejos_0_2003857538.html




Ninguna definición de melancolía mejor que la de la RAE: “Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que quien la padece no encuentre gusto ni diversión en nada”. A la melancolía, los viejos debemos temer como a una vara verde. El presente es tan efímero que solo existimos en un pasado que se agranda. Por eso el riesgo de quedar atrapado en el pasado es muy elevado. Testigos impotentes de la historia, la melancolía de los viejos es el primer síntoma del desencanto y de la inevitable fragilidad y decadencia. 


Llegar a viejo con lucidez y no caer en la melancolía es la tarea del héroe. Cuando los viejos de hoy eran (éramos) jóvenes el progreso científico y tecnológico anunciaba tiempos mejores. Fue un momento en el que parecía que los horrores del siglo XX nos habrían vacunado para siempre de la estupidez y de la barbarie. Que las grandes revoluciones agroalimentarias, la creciente democratización del mundo, el prestigio de las instituciones internacionales, la declaración de los derechos del hombre, el feminismo, la revolución digital, la implantación de los estados de bienestar, los sistemas sanitarios y la educación universal y publica, los antibióticos, la progresiva descolonización y tantas otras grandes conquistas de la ciencia, de la tecnología y de la política, mejorarían la calidad de vida de los humanos y anunciaban el comienzo de una nueva era donde los hombres habrían tomado conciencia de sus límites. 

Conciencia, en fin, de que estamos solos en el Universo. ¿Qué queda hoy de todos aquellos sueños que arrastrados desde la Ilustración parecieron hacerse realidad en la segunda mitad del siglo XX? Vuelven las guerras con renovada saña en las que los niños mueren por miles. Vuelve el riesgo de conflagración nuclear. Vuelve la tentación de la tiranía allí donde las democracias parecían irreversibles. Vuelve con renovada fuerza lo que Adela Cortina ha llamado aporofobia, causa última de la incapacidad para solucionar la pobreza y las desigualdades evitables. Vuelven las hambrunas, las persecuciones religiosas y étnicas. Un tiempo en el que asistimos horrorizados a la conversión de las víctimas en verdugos. Retumban a lo lejos los relinchos de los cuatro jinetes del apocalipsis, sin que ni la ciencia ni la técnica, ni tampoco las humanidades, es decir sin que la cultura esté siendo capaz de gestionar “civilizadamente” ese conflicto entre el bien y el mal que anida en el interior de la naturaleza humana y sin que las instituciones y las leyes hayan conseguido domesticar a ese salvaje que llevamos dentro. 


Es comprensible que cuando estos viejos de hoy miran para atrás no puedan evitar sentirse culpables y decepcionados al ver como todas aquellas esperanzas en un mundo mejor, que habían comenzado a dar sus frutos, ahora pasado ya más de medio siglo, sus hijos, sangre de su sangre, comienzan a desmoronarlas como un castillo de arena barrido por las olas de un destino maldito que su generación creyó haber exorcizado. Solo fue un sueño. Es el “eterno retorno”, anunciado como mito por Mircea Eliade . Hay optimistas como Steve Pinkers que creen que vivimos en el mejor de los mundos posibles, pero para muchos viejos esta confluencia actual entre los anarcoliberales superricos y lo peor del sociodarwinismo ahora convertidos en palmeros de estos caciques del siglo XXI, a los que adoran y votan, no puede ser sino la muestra del fracaso de su propia generación. En el nuevo escenario las grandes amenazas asociadas al progreso científico y tecnológico ya no pueden ser ignoradas. Para este viejo melancólico, del que hoy hablamos, lo más doloroso es aceptar que los humanos estemos volviendo de nuevo a la heteronomía, de la que tanta sangre, sudor y lágrimas costó liberarse. Es decepcionante ver como los autócratas de nuevo cuño con la ayuda de las tecnologías de las que son propietarios, intentan pastorear el rebaño construyendo identidades colectivas, gregarias y potencialmente asesinas. 


Nuevos caudillos, nuevas ideologías que, en nombre (¡qué horror!) de la libertad, están consiguiendo sustituir la idea de autonomía por la de una libertad sin atributos, pues el problema ya no es, como dice Harari que los humanos gestionemos libremente nuestros deseos sino, precisamente, el saber si estos deseos son nuestros o han sido inoculados desde fuera. Unos nuevos déspotas que, investidos de un poder que comienza a ser incontrolable, se sienten capaces de marcar el destino de la humanidad. Edgar Morin antes de morir con más de 100 años, dejó escrita una alegoría que parece profética “desfila el carnero macho, ufano, al frente del rebaño, camino del matadero”. 


Afortunadamente la mayoría de los viejos con los años vamos perdiendo la memoria y la nostalgia facilitando, así, eso que los grandes teóricos del teatro llaman distanciamiento. Lo que bien mirado no es sino un regalo más de la vida. Un signo de esa enorme sabiduría innata que los humanos, hasta en los momentos peores de la existencia, conservamos. Probablemente porque sea la biología, esa que nos destina a una muerte ineluctable, y no la tecno-cultura (esa que nos condena al sueño de la inmortalidad), también, nuestra última y única esperanza. Lo que no deja de ser, dicho de paso, una conclusión decepcionante.

Comentarios

  1. Pepe querido estaba escribiendo, no sé qué toqué y se borró todo. Tus escritos son contundentes, precisos y muy actuales. Lo haces con tanta pasión que contagia. Sabes que soy fanático de tus envíos. Te repetiré hasta el cansancio...escribir te hace bien, sigue así. Espero que podamos reunirnos para confundirnos en un fuerte abrazo. Mis mejores recuerdos para vos y tu familia. Fuerte abrazo de El Tucu

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