La victoria del escaparate. I. Alonso Tinoco

La victoria del escaparate

 

 

                                                        Ildefonso Alonso Tinoco




Después del desmoronamiento de la “Europa de Este” y la desaparición del bloque socialista, todos hemos hecho leña del árbol caído. Desde la distancia temporal que nos separa y contemplando la evolución global, tengo la sensación de que hay algunos aspectos que merecen reflexión.

 

   En principio, quedó claro (no es la primera vez en la historia) que la fachada oficial de un sistema político tiene poco que ver con la realidad viva que hay detrás; la diferencia es tanto mayor cuanto más cerrado o impermeable sea el régimen. Se va produciendo progresivamente una divergencia entre el mundo oficial y el mundo real que puede acabar contraponiéndolos activamente (revoluciones) o pasivamente (hundimientos o quiebra del sistema).

 

  Está claro que el mundo socialista se hundió desde dentro porque se había quedado hueco, sin contenido. Sus sociedades no asumían los contenidos doctrinales del sistema; las consignas oficiales eran  papel mojado o pura rutina para la población, absolutamente desincentivada. Hasta tal punto, que podría hablarse de desobediencia civil masiva, aunque inconsciente, o de resistencia pasiva, cuyo efecto equivale a un sabotaje progresivo y global que va incrementando los costos y reduciendo los rendimientos hasta hacer el sistema tan precario que resulta inviable o genera la propia rebelión interior. Es importante comprender que el mundo socialista se hundió, fundamentalmente, no por una oposición ideológica activa sino por inoperancia económica (la disidencia política fue poco relevante en la práctica). La quiebra económica fue consecuencia de los bajos rendimientos y éstos se deben a la burocratización del Estado y a la desincentivación generalizada de la población, lo cual es -a su vez- consecuencia del sistema político. 


Pero esto nos lleva a otras consideraciones. Toda persona informada conoce los logros que esas sociedades tuvieron en educación, sanidad o deportes (con índices que frecuentemente superaban los de países occidentales), la cobertura generalizada de las necesidades básicas y una distribución menos desigual de la riqueza y de la pobreza. Que no es poco, históricamente hablando. Aun más: la ideología socialista y algunas de sus transformaciones sociales han forzado numerosas mejoras en el mundo occidental bien por medio de la presión obrera o sindical, que las tomaba como modelo o referencia, o bien promovidas por el propio sistema capitalista, temeroso de sentirse desbordado en esos terrenos. Gran parte de nuestro bienestar social proviene del Este.

 

  ¿Por qué se  hundió entonces? ¿Por qué ese desencanto absoluto?

 

  Una respuesta habitual es la falta de libertades, se entiende de libertades políticas. En este aspecto creo importante una observación: la falta de libertades políticas atañe habitualmente a una minoría “concienciada”, que suele encontrarse en los ambientes intelectuales. Tiene siempre un trasfondo ético y no impregna significativamente a la mayoría de la población salvo en los fogonazos revolucionarios. Para la gran mayoría, la única motivación eficaz y persistente es la económica. Aunque política y economía están estrechamente vinculadas, son las implicaciones económicas de la política lo que impacta en la población. Y “economía” no significa sólo dinero, aunque éste sea su expresión más acabada El escaparate occidental era mucho más atractivo que ninguna otra consideración para los ciudadanos del este. Ropa, coches…. Motivación económica significa motivación concreta (material) e inmediata.

 

  Esto es una conclusión, no una hipótesis; una decepcionante conclusión que resulta del experimento histórico que suponen los más de setenta años de socialismo real. El motor del sistema socialista era ideológico. Al trabajador se le pedía que trabajase por un sistema, por un ideal, por una ética, en definitiva. No había una compensación inmediata y material por su esfuerzo; no había un incentivo personal. Yeso no funcionó..

 

  Desde mi punto de vista es triste comprobar una vez más -y más allá de la caída de los regímenes socialistas- nuestra incapacidad para motivarnos permanentemente por un objetivo que trascienda lo inmediato y material. Sólo hombres extraordinarios son capaces de moverse por estímulos abstractos o ideológicos y mantener su impulso.

 

  Ellos son y han sido siempre los que han inducido y promovido las transformaciones humanas en todos los terrenos: del religioso al político, del científico al social.

 

  Desde este punto de vista, no político, el hundimiento moral de la Europa del este me parece una desgracia. En cierto sentido -y aunque parezca paradójico- la desaparición del “bloque socialista” es una gran victoria del materialismo y la aniquilación de los rescoldos idealistas que han impulsado el mundo desde hace décadas.

 

  Una vez que el impulso revolucionario original -durante el cual una sociedad sí es capaz de altruismo o sacrificio por motivaciones abstractas- se va enfriando, reaparecen las viejas querencias materiales y concretas; se produce el retorno a la “animalidad”, entendida como tendencia a la satisfación de necesidades y deseos, sin más.

 

  Y su estimulación constante nos lleva al consumo como fín en sí mismo.

 

  Así ocurre que, visto en perspectiva histórica, las sociedades siguen un movimiento ondulatorio, con chispazos de idealismo -impulsivos- durante los que se dan comportamientos antieconómicos pero creativos y fases de reposo, “realistas”, durante las que se vive del impulso generado anteriormente y se van creando las tensiones que producirán el próximo chispazo. En estos periodos basales, de prosperidad económica, dominan los comportamientos hedonistas y pasivos.

 

   Los mundos occidental y “socialista” estaban desfasados. El nuestro en plena fase basal, consumista; el bloque del Este, agotando la inercia generada en la revolución de 1917. El “efecto escaparate” que ha producido el mundo occidental en las ya desencantadas sociedades del Este, ha acelerado enormemente la evolución natural hacia el cambio de fase, hacia el consumo, hacia nuestro mundo. Y ya estamos todos en el mismo barco.

 

  Desde el punto de vista político, debemos felicitarnos todos: caída de regímenes totalitarios, desaparición de la tensión Este-Oeste, fín de la guerra fría, reducción de armamentos...Pero la pérdida de los contenidos ideológicos y sociales que ellos representaban, no es buena para nadie. El capitalismo se ha desbordado y exacerbado al caer su oponente; ya no hay otro sistema con el que competir, no hay en el horizonte ninguna otra alternativa, Y esto se nota en la prepotencia del sistema.

Los ciudadanos de la Europa del Este, ahora libres, van comprobando -decepcionados- que la trastienda de nuestros vistosos escaparates puede esconder mucha basura.

Y nosotros acabaremos comprendiendo que una sociedad que solo se mueve por dinero y para el consumo, no es viable a largo plazo. Puede acabar asfixiada por sus propios desechos y, me temo, que no estamos lejos de ello.

 

 

 

 

 

 

                                         

 

 

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