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Dos relatos en tiempos tórridos: El secreto y No vayan a decir

El secreto




 

Jorge nunca pensó que la historia que os voy a relatar le pudiera haber ocurrido a él. La verdad que tampoco los amigos que lo conocíamos desde hace muchos años hubiésemos creído estos hechos si no lo hubiéramos vivido en cierto modo también con él.

Cuando me refiero a los amigos estoy hablando de un pequeño grupo de personas, en realidad cuatro inseparables cuarentones que compartimos desde la niñez un sin fin de vicisitudes, aventuras y la propia evolución vital dada por los años.

Como suele ocurrir, cada uno de nosotros tenía una personalidad diferente con valores también distintos en algunas cuestiones pero que a pesar de ello estábamos unidos por ese sentimiento fuerte y perdurable que es la amistad.

Jorge era el más conservador de todos nosotros. Formal, serio y a menudo nos criticaba algunos de los comportamientos de los miembros de este pequeño grupo humano. Sus críticas sobre todo estaban en el terreno de la moral, del sexo y de los cortejos indiscriminados de algunos de nosotros en relación a las mujeres.

 

Él al comienzo de esta historia tenía cuarenta y dos años y había formado una familia ejemplar al menos así la veíamos sus amigos desde fuera.

Estaba casado con Nuria y tenía dos hijas gemelas de diez años que eran su orgullo y de las que nos contaba vivencias triviales pero que a él le daban la felicidad. Con Nuria estaba siempre feliz y sonriente y la verdad que para nosotros ellos habían constituido un matrimonio admirable lo que ninguno de los demás de este pequeño grupo habíamos conseguido formar.

Desde las primeras semanas en las que Jorge se vio arrastrado a ese estado casi confusional que vivió lo compartió con nosotros y no porque estuviese acostumbrado a abrirse de ese modo su intimidad o sus sentimientos si no simplemente porque estaba desbordado.

Sus valores, su familia, sus hijas y en suma su vida cayeron como un castillo de naipes cuando conoció a Laura.

 

Una noche ya un poco tarde nos llamó a los amigos y  quedamos en reunirnos en un bar en el que a menudo nos veíamos para tomar unas cervezas y charlar.

Antes de contaros lo ocurrido os advierto que Jorge es una persona físicamente normal más bien soso y que aparentemente no tiene ningún atractivo particular.  Sin embargo los hechos que desestructuraron su vida podrían tener relación quizás  con un atractivo de Jorge que sus amigos nunca habíamos apreciado.

Aquella noche alrededor de una mesa y tomándonos unas copas, Jorge nos fue relatando el comienzo de su historia aunque varias veces más nos reuniríamos allí para abordar junto a él la situación por la que estaba atravesando.

 

Nos contó, al comienzo con algo de vergüenza aunque más tarde se desinhibió y no paró de hablar, que semanas atrás había conocido a Laura de forma fortuita.

Jorge es arquitecto y trabajaba en una empresa muy conocida. Surgió un proyecto común a compartir con otra entidad algo más pequeña y representando a esta llegó Laura a su estudio para elaborar de forma conjunta un proyecto de trabajo. Era una tarde de verano y dada la hora los demás trabajadores ya se habían marchado.

 

Tal como él lo cuenta, en el instante que le dio la mano a Laura en una presentación formal de cortesía sintió que su cuerpo sufría un cambio nunca antes percibido.

 

Sintió como su corazón se aceleraba, le invadió un extraordinario placer solo por el momentáneo contacto de sus pieles al estrecharse las manos y se sintió atravesado por la mirada de Laura quedando subyugado por el color miel de sus ojos y la temperatura y suavidad de su piel.

Bastó unos segundos para saber que había encontrado a un ser nunca imaginado por él.

Nos insistía Jorge que no fue la belleza de Laura la que le ocasionó ese movimiento sísmico a nivel sensorial y psíquico. Ella, nos contó, es delgada de mediana estatura, atractiva, con pelo castaño claro y con unos pechos no voluminosos pero para él los mejores del mundo. En este primer encuentro, observó Jorge como los muslos y caderas de Laura se marcaban a través de su vestido ajustado y de tela ligera y bastó solo eso, más la proximidad a ella para quedar confundido y alterado. Esa figura magnética y ese cuerpo  desde los  primeros minutos que la conoció actuaron como un detonante de la irracionalidad que comenzaba a percibir y se sintió invadido por unas sensaciones que parecían consecuencia de alguna droga psicotropa de placer y lascivia.

 

Estaba tan turbado que no podía razonar sobre el trabajo que tenía que realizar con esta colega recién conocida.

Tras media hora de titubeos laborales, ambos se dieron cuenta que no podían continuar así. Ella se acercó a Jorge y poniendo su mano sobre su antebrazo le dijo: Mejor lo dejamos por ahora.

Bastó ese nuevo contacto entre sus pieles para que el tímido y apocado Jorge se aproximara a ella y ambos se fusionaron en un beso húmedo, caliente, prolongado que quedaron sin respiración mientras sus lenguas se exploraban descubriéndose en cada una de sus papilas. Jorge acariciaba al mismo tiempo con sus manos los pechos, los pezones, el abdomen, hasta insinuarse hacia la ingle de Laura. Sus cuerpos parecían querer fusionarse el uno al otro.

Ella se recostó sobre la mesa y se subió la falda. Jorge bajó las bragas de Laura como iniciando un camino sin retorno al placer y a la lujuria. Y así fue.

 

Minutos después de ese primer encuentro los dos estaban exhaustos pero no se separaron y permanecieron abrazados un largo rato en aquella incómoda mesa de oficina. 

Más tarde se arreglaron la ropa, y ya de pie se fundieron en un largo abrazo preguntándose en una voz muy baja uno al otro cómo y por qué había ocurrido este encuentro tan animal y placentero a la vez.

Se sinceraron ambos reconociendo que era la primera ocasión en la que les había pasado algo así.

Cerraron la oficina y se fueron a cenar juntos como si fuesen una pareja de largo tiempo.

Nos contó Jorge que hablaron varias horas de ellos y de la vida sin dejar de estar asombrados por esa atracción inevitable que los dos tuvieron aquella tarde. 

Esos instantes vividos que luego se repetirían muchas otras veces constituyeron para Jorge un estado de máximo frenesí mezclado de gran pasión y de extraordinaria ternura que le llevaron a nuestro amigo a vivir un estado casi irreal fuera del presente y de su vida cotidiana.

 

A partir de ese momento se vieron todos los días. Algunas veces en casa de Laura y otras en hoteles de pueblos cercanos a los que acudían para no ser descubiertos por amigos o personas que los conociesen a alguno de los dos. Así se inició también el calvario de Jorge ya que comenzó a construir un mundo de mentiras a su mujer, a su familia y también en su trabajo. El tranquilo Jorge pasó a vivir un estado de zozobra constante donde se establecía la lucha moral en su interior entre la honestidad, la fidelidad y el engaño y la mentira. Sufría por esto pero le bastaba recordar el aroma de la piel de Laura o cuando con su boca ella recorría su cuerpo y sentía que sus principios y dudas se evaporaban y nuevamente ya estaba dispuesto a continuar con el engaño a su pareja y a sus hijas, a las que ya no miraba limpiamente a los ojos.

 

Laura nunca le pidió que rompiera con su mujer, simplemente le decía que era feliz con él a pesar de las circunstancias anormales en las que vivían.

Con el paso de las semanas necesitaban estar más tiempo juntos por lo que Jorge inventaba supuestos viajes para disponer sin más explicaciones horas y días y poder compartirlos con Laura.

Fue por entonces cuando nos llamó a los amigos para contarnos lo que le estaba ocurriendo. Todos quedamos conmocionados por el relato de Jorge y no atinábamos a darle algún consejo que él ya no lo hubiese contemplado.

Al comienzo todos pensábamos que el apasionamiento que vivía nuestro amigo era transitorio y comenzaría a decaer como suele pasar en estas situaciones.

Pero no fue así y cada vez que nos encontrábamos con Jorge lo veíamos más enamorado o diría mejor más dependiente física y psíquicamente de Laura.

Sin duda las experiencias sexuales, eróticas y también personales que ellos compartían parecían sacadas de una novela de ficción a los que nosotros sus amigos nos sentíamos arrastrados. Una vez seguimos a Jorge sin que él lo supiera y conocimos a Laura para darle cuerpo a las historias que ahora compartíamos.

 

Toda esta situación se prolongó unos meses hasta que Jorge, casi desequilibrado,  decidió romper con su mujer y abandonar su familia para constituir una nueva pareja con Laura.

Cuando se lo expuso a ella, ésta ni le contestó. Se dirigió hacia él y comenzó a besarlo y acariciarlo al comienzo con suavidad y después con pasión hasta culminar fundidos en un solo cuerpo impregnados de un erotismo y placer que les conducía a un distanciamiento gigantesco de la realidad de sus vidas.

Se durmieron abrazados juntos pero cuando Jorge se despertó ya no estaba allí Laura.

Nunca más la vio. La buscó por todos los medios pero fue infructuoso. Laura desapareció para siempre o al menos eso es lo que algunos creen a día de hoy.

Nuestro querido Jorge ya no es el de antes. Cuando quedamos para charlar con los amigos él está ausente. Ha perdido su empleo por bajo rendimiento, en su hogar ya no brilla la felicidad y además se siente una persona incoherente y débil.

 

Lo que jamás podré decirle es que ahora yo estoy saliendo con Laura. La encontré meses después de toda la historia que antes os conté. El encuentro  fue casual en una conferencia sobre  la teoría de las cuerdas.  Me acerqué a ella e hice lo imposible por estar cerca y charlar un rato hasta que lo conseguí, aunque guardé el secreto de  que yo era amigo de Jorge.

 Desde entonces no me he podido separar de Laura. Estoy viviendo una realidad casi onírica y no se cuanto durará pero ahora solo me importa el presente.

 

C.B


                                                                      ***

 

 

El cuento que a continuación transcribo es uno de los que ha llegado a finalista en el concurso de cuentos breves de hoyesarte.com.  Espero que os guste. 

https://www.hoyesarte.com/literatura/premio-de-cuentos-breves/no-vayan-a-decir_292858/


No vayan a decir


Silvestre Paradox





Nunca había tenido tantas ganas de estar sola contigo. Lo pienso ahora que por fin se han ido todos, o mejor, se han dejado acompañar hasta la puerta. Dime tú a mí qué necesidad tiene tu hermano de aparecer ahora, con esos aspavientos, como si esto le pillara por sorpresa. De don Javier ya no te digo nada, que bien sabe él lo que he sufrido yo, y va y me viene con que si los santos óleos y el perdón. Como si no te anduviera perdonando yo toda la vida, que hasta el pecado original te lo he borrado de tanto fregarte los pecados. Y, por si fuera poco, los del seguro, casi tres horas que me han tenido en vilo para poder poner en regla los papeles ¿Y no me dicen, además, que se llevan la ropa y que ya te visten ellos? Pues he tenido que decirles que ni hablar, que aquí la única que piensa amortajarte es tu mujer, que para algo es tu mujer. Se pasa una media vida lavando calzoncillos y vienen un par de forasteros y quieren arreglarte así, de oficio, con esa frialdad. Pues de eso nada. 

No recuerdo cuándo fue la última vez que tuve yo el deseo de ti, de verte así, tú y yo y ya está. Y no será por las horas que hemos pasado los dos en este piso. Cincuenta y tantos años van desde que entramos aquí pensando que esto era el paraíso. Cincuenta y tantos metros que han visto ya de todo, ¿y qué no han visto? ¡Qué engañados nos teníamos! Virgen al matrimonio y deseosa de un nidito de amor llegaba yo. Entonces sí tenía yo ganas de verte así, desnudo. O quizás no, quizás no era deseo sino miedo, que la desnudez de un hombre, antes, guardaba un misterio doloroso. El miedo de después ya fue otra cosa. Quisiera yo saber entonces dónde estaban tu hermano, y don Jesús, y los demás. En la soledad de allí sí que hubieran podido ahorrarme buenos palos, y no en esta.   

Te retiro la sábana. Alguien te la ha dejado caer encima. Seguramente habrá sido la doctora, con esa manía que tienen de tapar todo lo impuro, como si la muerte pudiera tramitarse así de fácil, bajándole el telón. Te quito el pijama, que es un pijama viejo, descolorido del uso y la lejía. Lo corto con tijeras de cocina, las mangas, las perneras, para sacarlo sin moverte demasiado. También te quito el pañal y me conmueve esa desnudez inofensiva tuya, que es una desnudez del alma que ya no tapan ni todas las sábanas del mundo. 

Te enjabono todo el cuerpo. El agua bien templada, que a ti te gusta así. Con la esponja voy limpiándotelo todo: la espalda, las nalgas, las axilas. ¡Si tú vieras la primera vez que tuve que limpiarte el culo! Más que el asco era la rabia, pero una rabia como toda hecha de pena. Me dijeron que de aquella te morías, y han pasado cinco años. Y yo no sé si he sido más esclava en estos cinco o en los cuarenta que vinieron antes. Que antes aun podía una darse un respiro cuando estabas en el bar o en el trabajo, o donde fuera. Pero después, a ver en qué momento. Y habrá quien piense que un hombre enfermo como tú no da trabajo. No sé yo si hubiera sido mejor que te me murieras entonces y no a plazos.

Te doy crema. Hidratante, de la buena. Mira qué piel. Me lo dice la enfermera, lo bien cuidado que te tengo, ni una llaga. Cada mañana me siento a contemplarte en la butaca. Es siempre una sensación como de paz, después de haberte lavado y perfumado y puesto el desayuno por la sonda y dado todas las pastillas. Y tú mirándome con esa mirada que sé que tú me entiendes y que me lo agradeces, hasta que me perdonas por los días que quiero cerrar la puerta y no volver. Me siento a mirarte y me enciendo un cigarro, uno cada mañana, bien dosificaditos. Y no sé si me saben hasta un poco a venganza, dios mío, con lo poco que te gustaba a ti verme fumar.

Te visto. No te lo creerás cuando te diga que ya tenía el traje preparado. Pero desde hace años, fíjate. Lo tenía bien guardado en el armario. Me cuesta colocártelo, que ya te va viniendo una rigidez como de cera fría, pero te queda bien. Te imaginaba así, elegante. Desde las bodas de plata que yo no te veía en traje, y mira si ha llovido. La de veces que soñaba yo de niña con vestir a mi marido para ir a trabajar, y ya ves tú, a los setenta y para el último viaje. Que nunca es tarde, dicen.   

Te peino. Te peino ahora casi con más delicadeza que cuando estabas vivo. Privado como estabas de todo lo demás, la cabeza era tu último rincón de resistencia, el único reducto de tu cuerpo que no pude someter a este amor mío que me he ido cobrando de vieja y a poquitos. Cómo te resistías a que te peinara. Te peino y hasta te pongo laca, no vayan a decir. 

Te intento colocar las manos sobre el pecho, las uñas bien cortas y bien limpias. Parece que pesan más que nunca, me cuesta sostenerlas. Y mira que conozco bien su peso, que lo he probado sobre todos los palmos de mi cuerpo. Se aguantan, al final, las dos cruzadas. Te arreglo bien los puños.

Te anudo la corbata. Y quiero hacerte un nudo de los gruesos, que cubra bien esa marca morada de tu cuello. No vayan a pensar, Dios me perdone. No vayan a pensar que he sido yo.


 

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