¿Hasta cuándo el terror en Israel y Palestina?. C. Santillán


¿Hasta cuándo el terror en Israel y Palestina?

 




Probablemente el conflicto israelí-palestino sea uno de los más difíciles de resolver a corto plazo.

Las razones son múltiples y diversas ya que convergen causas históricas, religiosas, geoestratégicas, concatenamiento de agresiones o respuestas a éstas, que llevan a una conducta deleznable como es la del ojo por ojo y diente por diente”.

 

Los hechos que se han vivido en estas últimas semanas en oriente próximo, y más concretamente en Israel y Palestina han conmocionado a millones de personas en el mundo.

 

Defender a uno u otro bando en este enfrentamiento, desde un país lejano o simplemente desde el confort de una ciudad europea, puede indicar un sincero interés por los problemas del mundo o por los que sufren, pero seguramente, aún con buena información no llegaremos a un juicio que satisfaga a los que viven día a día las consecuencias de este desencuentro tan atroz. Digo buena información, ya que es posible que según los medios que consultemos, se nos hará llegar una realidad distinta por la manipulación informativa existente, que se convierte en estos momentos en otra arma de guerra.

 

Para quiénes sienten la amenaza constante de atentados, misiles, cohetes o guerras, en las que se declara como objetivo la desaparición del país en el que ellos viven, la cuestión es durísima. Y si además vienen cargados en su historia como pueblo, por haber sido víctimas de persecuciones, expulsiones y nada menos que el holocausto en la “culta” Europa, el sentimiento de defender y conservar su “hogar”, es de una fuerza descomunal. Los judíos tratan en la actualidad que no se repita lo que históricamente han pasado como colectividad sus antecesores.

 

Por otro lado, los palestinos que llevan siglos viviendo en aquella área geográfica en disputa, viven una realidad donde destaca la pérdida progresiva de su territorio desde que existe el estado de Israel. Además viven en pésimas condiciones de vida, en cierto modo como en un apartheid, rodeados de muros, de colonos invasivos y bajo la mirada constante y con ataques frecuentísimos por parte del ejército israelí, que mantiene, al igual que el terrorismo islamista, la concepción del ojo por ojo”.

 

 Lo vivido en días pasados producto de la acción de la organización terrorista Hamás en suelo israelí, es un acto vil, repudiable y condenable que ha estremecido a la sociedad mundial del siglo XXI.

 

También la respuesta israelí es desproporcionada ya que ha producido y produce también miles de víctimas palestinas civiles con los bombardeos llevando a la destrucción de ciudades además de cercarlas y suprimirles cualquier llegada de víveres, medicamentos y asistencia humanitaria. Tampoco se puede olvidar el éxodo interno masivo de la población que están infringiendo a millones de palestinos. Todas estas acciones conculcan los principios del derecho internacional humanitario. Hasta las malditas guerras tienen sus leyes y hay que cumplirlas. Es muy difícil combabir a una organización terrorista que se esconde y se camufla entre la sociedad civil. Pero ello no justifica un ataque despiadado a toda una población civil indefensa.

 

 Antes de considerar diferentes elementos que vertebran este conflicto quiero remarcar algo que los lectores de este texto saben muy bien.

 

Todos los humanos que actualmente habitamos el planeta venimos de África. En las últimas decenas de miles de años nos hemos extendido por todo el mundo y allí donde grupos tribales se asentaban durante más tiempo y por diferentes motivos, fueron construyéndose sociedades y culturas con matices diferentes. Estas diferencias se intensificaron aún más cuando surgieron los reinos y más tarde, los estados nación. Producto de los matices culturales de cada grupo se crearon también religiones que desgraciadamente por sus antagonismos, junto a otros elementos, fueron durante siglos causas de los enfrentamientos más violentos entre la especie humana.

Construir o determinar territorios en áreas del planeta, con los estimulantes y efecto argamasa de las religiones y de determinadas ideologías, han llevado a la humanidad a carnicerías repetidas a lo largo de los últimos cinco mil años.

 

Por encontrarse en el origen de las tres religiones monoteístas, la región en Oriente Próximo de la que ahora estamos hablando, ha sido el escenario de mitos y leyendas fascinantes, pero también de los conflictos más atroces: el territorio comprendido entre el río Jordán y el mar Mediterráneo -donde se encuentra Jerusalén- es, para los cristianos, la cuna del cristianismo, para los judíos, la tierra prometida, y para los musulmanes, el lugar desde el cual Mahoma ascendió a los cielos.

 

Algunas de las argumentaciones para reclamar el derecho a ese territorio están desgraciadamente apoyadas en cuestiones religiosas, es decir, mitos, creencias, fantasías, libros sagrados” etcétera, lo cuál ya supone una gran dificultad para el entendimiento entre las partes, puesto que esas creencias se alojan en un cerebro muy emocional y poco racional.

La inestabilidad de ese territorio, sin embargo, no solo está relacionada con lo determinado por los textos sagrados, sino también con una serie de decisiones políticas que en la actualidad  se han ido definiendo, en función de acontecimientos como los de la Primera y  Segunda Guerra Mundial.


Así, el 14 de mayo de 1948, David Ben-Gurión proclamó la independencia de Israel en ese territorio, si bien ya existía entonces una población, los palestinos, que había vivido en esta región durante siglos. Y aunque la creación de un Estado judío prometía resolver los problemas que enfrentaba la diáspora en una Europa antisemita, lo cierto es que condujo al inicio de unos crueles enfrentamientos que continúan vivos a día de hoy.

En los mapas esquemas adjuntos se puede ver cómo ha ido modificándose la distribución de los territorios israelíes y palestinos desde la creación del estado de Israel.




Estos cambios se han producido como consecuencias de guerras con pa
íses vecinos, incremento de la colonización israelí ilegal, asentamientos, muros, éxodos y separaciones en áreas concretas y cada vez con menores espacios para la población palestina.

 

Surgieron en décadas pasadas organizaciones palestinas que intentaban gobernar y organizar la vida en sus territorios. Paralelamente a eso, surgen también organizaciones terroristas que tiene como objetivo la destrucción de Israel. Una de ellas es Hamás que gobierna” la zona de Gaza. Pero también hay otras distribuidas en otras áreas de oriente próximo (Yihad islámica. Hezbolá, etc.)

 

 Es importante tener muy en cuenta que los palestinos no son terroristas sino que en su sociedad se han formado organizaciones terroristas como Hamás u otras similares. 

Israel es una democracia y casi la única en esa zona del mundo. Cuando su gobierno más extremo ordena bombardeos masivos e indiscriminados en Gaza o Cisjordania o protege el avance ilegal de los colonos ultras en territorio árabe, no lo están haciendo ni refrendando todos los israelíes, ya que en el seno de esa sociedad hay voces muy discrepantes con muchas de las acciones de su gobierno, sobre todo del actual, que está inclinándose a formas autoritarias impulsadas por su primer ministro Netanyahu. 

 

Sin embargo, la barbarie incalificable realizada por Hamás el siete de octubre ha conmocionado a esa sociedad que se sentía muy protegida y ahora se percibe vulnerable. Ello hará que por razones de supervivencia sientan miedo y probablemente tiendan a aglutinarse alrededor de su gobierno.

Cuando el único lenguaje de comunicación entre pueblos en disputa es la violencia terrorista y su respuesta simétrica, se inicia un espiral de odios, ira y sed de venganza que nunca acabará ya que un acto retroalimenta a su respuesta similar.

 

 Como decía antes, Israel es una democracia y los que se arrogan la representación de los palestinos, como es el caso de Hamás, defienden un estado teocrático y la implantación de la sharía, donde de entrada ya considera a la mitad de su propia población como inferior. Me refiero a las mujeres y a la forma de entender la justicia y la igualdad. Estas concepciones tan diferentes enfrentan a dos mundos antitéticos.

 

 El enfrentamiento entre israelíes y palestinos, que se puede remontar en la historia todo lo que a cada uno le convenga, estalla de nuevo y vuelve a dividir al mundo y ello obliga ha tomar partido en función de razones ideológicas o religiosas. Unos justifican los asesinatos, secuestros y todo tipo de violencia contra los hebreos a manos de Hamás, con el argumento de que los judíos llevan décadas ejerciendo una violencia sobre ese pueblo. Mientras otros, por el contrario, esgrimen su derecho a la defensa de Israel tras el ataque del siete de octubre y otras acciones terroristas precedentes, y aplauden el constante bombardeo de civiles en la franja de Gaza, cuyas morgues se llenan de cadáveres, la mayoría de ellos inocentes. 

 

Es fundamental en estos conflictos cumplir con el derecho internacional humanitario.

La justicia o injusticia del motivo de una guerra no modifica la obligación de enfrentarse o combatir según las reglas del derecho internacional humanitario.

 

Un principio muy importante del cual se deriva gran parte del derecho internacional, es que los civiles tienen derecho a la protección. Los ejércitos y otros grupos armados no pueden atacarlos de manera directa. Tampoco pueden afectarlos de manera desproporcionada durante la búsqueda de objetivos militares legítimos. Y esas obligaciones se deben seguir aplicando, aunque el otro bando las viole al atacar a civiles.

 

 Los orígenes de las leyes de la guerra se remontan a siglos atrás. Pero su versión moderna fue una reacción a las guerras mundiales del siglo XX. En 1928, el Pacto de París, un tratado internacional, prohibió casi todos los tipos de guerra. Fue seguido de la Carta de las Naciones Unidas de 1949 y 1977 y luego por el desarrollo ulterior del derecho penal internacional en la segunda mitad del siglo XX, que originó el establecimiento del Tribunal Penal Internacional en 2002.

La legislación que rige cuándo los estados pueden usar la fuerza militar se conoce como ius ad bellum, un término en latín referente a la ley que regula el uso de la fuerza en el marco internacional.

 

En la actualidad, esta ley es muy estricta y prohíbe, en suma, que los países empleen la fuerza uno contra otro si no es en defensa propia.

El principio fundamental en el derecho internacional es que los civiles no pueden ser el blanco de objetivos militares ni ser lesionados de manera desproporcionada como medio de alcanzar un objetivo militar. Eso es así independientemente de la legalidad del conflicto subyacente y de si el bando contrario ha violado el derecho humanitario. Por lo tanto tanto Hamás o similares y también el gobierno de Israel estarían conculcando el derecho internacional humanitario. Si nos saltamos el derecho internacional humanitario nos terminaremos convirtiendo en bestias irracionales vengativas. 

 

Es evidente que el conflicto palestino-israelí parece no tener solución. Al menos, no con las enfrentadas posturas actuales de ambos bandos, condenados a vivir en un constante estado de guerra en el que lo único que cambia es su intensidad. Porque ninguno tiene la fuerza suficiente como para aniquilar al enemigo, ni mucho menos la voluntad política para sentarse a negociar y salvar así miles de vidas.

 

En resumen, tenemos por un lado Israel, que es  un estado moderno y democrático que se desliza hacia el autoritarismo de derecha pero que ha sabido crear riqueza y prosperidad en un entorno muy difícil; del otro lado está una sociedad depauperada, guiada por un islamismo radical que antepone la guerra santa al bienestar de su población. Pero no debemos olvidar que el Estado judío existe a costa de territorios de los palestinos, y que este último -al que ni siquiera se le concede aún el estatus de Estado- no puede avanzar debido al  hostigamiento al que le tienen sometido los hebreos, que le ahogan y le quitan territorio sin cesar, basando en ocasiones estos actos en nombre del “libro sagrado”. 

«Los asentamientos israelíes posteriores a su creación no tienen validez legal y constituyen una violación flagrante de la legalidad internacional», sentenció el Consejo de Seguridad de la ONU en la resolución 2334 de 2016 con la abstención del principal aliado de Israel, Estados Unidos. Por lo tanto solo quedó en “papel mojado”. 

 

  Hoy, la división ideológica y religiosa en bloques dificulta un necesario debate sosegado: Irán apoyará a los palestinos independientemente de cuántos niños asesinen, y Estados Unidos hará lo propio con Israel sin importarle cuántas vidas siega con los misiles que ellos mismos le venden o proporcionan. Al final, cada uno mira por sus intereses exclusivamente, obviando los beneficios que ofrecería una paz global que parece alejarse cada día más.


 La esperanza está en el diálogo de sectores moderados y democráticos de ambos pueblos que definan una convivencia en dos estados donde imperen las leyes basadas en los derechos humanos y en un marco democrático. Para esto hay que erradicar el terrorismo en todas sus expresiones y buscar mediadores internacionales que rebajen la crispación y que intenten curar las profundas heridas dejadas por este enfrentamiento que lleva ya muchas décadas.


En lo inmediato, lo prioritario es el alto el fuego y permitir la ayuda humanitaria para millones de personas que en este conflicto están ya sin agua, comida, medicamentos y asistencia sanitaria. La visita reciente de Biden a la zona ha sido un fracaso y una claudicación al intento de conseguir de verdad una paz duradera. No consiguió siquiera reunirse con los gobiernos árabes de la región y la “gran acción” del país más poderoso del planeta ha sido que un pequeño puñado de camiones introduzcan algo de ayuda humanitaria en una zona cercada y asediada sin descanso. Podemos considerar su intervención como una giagantesca derrota que dejará muchas secuelas en las sociedades de oriente próximo. 

 

El problema es complejísimo y las soluciones no las veremos a corto plazo, pero urge comenzar a trabajar en ellas y para esto habrá que dejar atrás a los líderes belicistas y hacer un extremo esfuerzo para comprender a ambas partes involucradas en el conflicto.

Constanza Santillán


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