"El mundo de ayer". ¿Otra vez?. R. Ponce

“El mundo de ayer”. ¿Otra vez?


Ricardo Ponce




Hace más de diez años leí la obra de Stefan Zweig “El mundo de ayer”. En ella este gran escritor y humanista describía de forma autobiográfica las memorias de un europeo. Fue escrita poco antes de su suicidio, en sus últimos años de exilio, y publicada póstumamente en Estocolmo en 1942.  Está considerado como uno de los libros más importantes de la época que abarca desde finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX. Comenzó a escribirlo en 1934 cuando, anticipándose a la persecución nacionalsocialista, se marchó de Austria para ir a Inglaterra y más tarde a Brasil.

La sensación que transmite Zweig en su obra es que él, con excepción de la Gran Guerra, había vivido una etapa de libertad, progreso, humanismo y gran desarrollo del arte, pero que ahora tenía conciencia que ese periodo llegaba a su ocaso y desaparición.


A Stefan Zweig le costaba entender por su posición social y entorno, como el mundo privilegiado en el que había vivido se derrumbaba estrepitosamente y era reemplazado por la irracionalidad, los prejuicios, la violencia, la persecución étnica y la aparición de individuos zafios, inmorales y agresivos que guiaban a las masas en la sociedad. Las causas de aquel profundo cambio estaban en las crisis económicas, los errores de los acuerdos del fin de la guerra de 1914-1918, la exaltación de los nacionalismos excluyentes y sin lugar a dudas, de la inmensa estupidez humana que con su amnesia cíclica repite periodos que solo traen sufrimiento a la humanidad.


 En estos días yo me pregunto si no estamos repitiendo un ciclo parecido, ya que gran parte de los ciudadanos perciben en su entorno sentimientos similares a los que tuvo en su momento este famoso literato austríaco.


Pasada la Segunda Guerra Mundial, y posteriormente superada la llamada guerra fría y la desaparición de la Unión Soviética, se produjo un avance en el mundo occidental respecto a la economía, derechos y libertades por lo que algunos tuvimos la ilusión que el mundo se encaminaba a una etapa mejor donde los valores democráticos y de justicia e igualdad serían una realidad creciente en el siglo XXI, ya no solo para los occidentales sino para todos los habitantes del planeta.


Pero no fue así o no está siendo así hasta ahora. Las sociedades, incluso algunas de las más pujantes, evolucionan hacia sistemas iliberales, autocráticos, regresivos en derechos y otra vez, racistas y xenófobos. En muchos lugares la mentira, la polarización y la demagogia populista alcanzan las mayores cotas.

Los sectores poderosos, corporaciones tecnológicas, multinacionales, y sus “empleados”,  algunos políticos que representan esos intereses, comenzaron a cambiar otra vez el mundo.

El manejo tóxico de las redes sociales, la utilización para sus fines de la inteligencia  artificial, el alejamiento de la política de grandes sectores de la población, sobre todo de la juventud, creó un ambiente propicio para la involución democrática y para el beneficio cada vez más evidente de los poderosos de la sociedad. La desigualdad social extrema, las enormes dificultades de los más jóvenes para acceder a un trabajo y a una vivienda digna, son incluso usados por los mega-ricos para que estos mismos sectores tan desfavorecidos, apoyen a us propios explotadores.


La derecha y la ultraderecha que precisamente en sus principios no están por la lucha contra la desigualdad, crean una constelación cultural-ideológica potenciada extraordinariamente por las redes sociales para conseguir que los pobres y marginados terminen apoyando a los ricos y poderosos.

Esto es solo una parte de lo que se ha evidenciado con el triunfo de Trump, Orbán, Milei, Meloni y de políticos como Bolsonaro, Bukele, Salvini y sin duda también con el fortalecimiento de los autócratas Putin y  Xi jinping entre otros.


En Estados Unidos (USA), el partido demócrata no valoró suficientemente la importancia para sus ciudadanos de la inflación, de las dificultades para llegar a fin de mes, de haber bajado levemente en los últimos años la calidad de vida de la clase media y media baja, etcétera. Para el ciudadano no eran visibles las notables mejoras de la macroeconomía. 

Aparece alguien que culpa de esa situación a la globalización, a la oposición a los que denomina “enemigos internos”, a los inmigrantes, y consigue arrastrar a la masa, apoyado por sectores reaccionarios, mega-ricos como Musk. Se suma a esto el poder de las religiones evangélicas y los principios conservadores de los latinos, acrecentado por la misoginia y prejuicios raciales, consiguiendo como es el caso de Trump,  un poder sin límites.


 El líder del país más poderoso del mundo es un ignorante, racista, xenófobo, misógino, negacionista de la ciencia, delincuente condenado e inspirador de insurrecciones antidemocráticas. Pareciera que la sociedad ha olvidado los valores de la ilustración, del progreso y de los principios democráticos de un estado de derecho.

Es como si muchos de los ciudadanos estadounidenses estos días hubieran dicho: “Acepto y elijo a cualquiera que me prometa mejorar la inflación, mi acceso a bienes materiales mínimos, y que además insufle sentimientos patrioteros en mi corazón aunque para ello renuncie a luchar contra la mentira institucionalizada, la desigualdad, la xenofobia, el racismo y la misoginia”. 


La victoria de Trump traslada el mensaje de que la antipolítica es un camino plausible para las democracias. Durante al menos 60 años, Occidente ha actuado como si la democracia liberal no tuviera marcha atrás, como si las instituciones solo pudieran fortalecerse y los derechos de las personas ampliarse de manera inevitable. Estados Unidos, el país que en ocasiones hacía gala de democracia, nos acaba de decir que puede no ser así.

Con Milei en Argentina pasó algo similar. Ante la corrupción institucionalizada de gobiernos anteriores, políticas no creíbles y una inflación estratosférica que día a día creaba pobreza, la ciudadanía de ese país hizo una apuesta suicida, entregando el gobierno a una persona de las características vergonzantes como es Javier Milei y su vice presidenta.


En Europa, la falta de respuesta adecuada al fenómeno de la inmigración, las dificultades económicas temporales de diferentes países, a lo que hay que sumar claramente los mensajes de polarización, odio y mentiras predominantes en las redes sociales, han llevado a un avance preocupante de la ultraderecha y del populismo.


En España, que estos días está sufriendo los efectos humanos y económicos de una Dana que ha destruido viviendas, carreteras, industrias y comercios y además ha producido la pérdida de vidas humanas que superan varios centenares, la respuesta de los políticos fue y es muy negativa.


El abordaje de esta catástrofe natural se ha hecho mal, con lentitud, sin coordinación entre la máxima responsable que es la Generalitat valenciana y el gobierno central. Una vez más, ha predominado la polarización, los mensajes agresivos y el interés político, además de la más pura ineptitud. Todo ello muy bien explotado por la ultraderecha.


Si nuestros representantes no son capaces de actuar con sinceridad, eficacia, y pensando en el bienestar de la comunidad, nos preguntamos muchos ciudadanos, ¿hasta donde va a llegar la polarización y las mentiras en el ejercicio de la política?.


Al igual que en el “Mundo de ayer” de Zweig, estamos siendo conscientes que la sociedad en estos últimos años está cambiando y nos puede conducir una vez más a la violencia, a dictaduras y enfrentamientos que solo significan un retroceso gigantesco en el progreso humano.


¿Qué hacer para frenar o minimizar esa corriente tan peligrosa para la humanidad entera?


Seguramente no hay una respuesta única y el ciudadano corriente siente y lo hacen sentir, que esa respuesta  no está en sus manos.


Yo sin embargo creo que sí, al menos en parte. Que está en manos de la ciudadanía, no de una persona, pero sí de la ciudadanía en su conjunto. Pero el proceso de resistencia será lento, llevará tiempo y sacrificios. La lucha contra los poderosos es muy difícil pero no tenemos otro camino.


Pienso que es la hora de pensar, reflexionar, estudiar, leer y ejecutar individualmente y en grupo una extraordinaria resistencia, que será sacrificada pero que al final dará resultado.


Resistir es también crear o apoyar grupos políticos en los que estén claros los principios y valores democráticos y progresistas. Se debe rechazar todo tipo de populismo, identitarismos excluyentes; hay defender a ultranza la democracia y el estado de derecho. Tratar de unificar criterios y objetivos como país con otros estados que compartan estas prioridades.


Huir, y rechazar de forma militante el mal uso de las redes sociales, la polarización y la mentira como arma política. Identificar a los poderosos y sus manejos. Confiar y fortalecer a las Naciones Unidas.  Ser conscientes de nuestra tendencia humana a formar clanes u hordas sectarias y ser muy críticos con uno mismo y no defender lo indefendible.

Marginar a los políticos mentirosos o beligerantes que engañan a sus  votantes solo para llegar o mantenerse en el poder. La solidaridad es una de las mejores manifestaciones de los humanos y en estos días tras la catástrofe en Valencia, ha demostrado que los ciudadanos mayoritariamente tienen esta destacable cualidad que se manifiesta en situaciones como las vividas en estos días.

La maldad existe y está entre los humanos. Pero gran parte de la sociedad no tiene esos comportamientos y se debe proteger de ello con valores y acciones  que trasciendan a coyunturas temporales políticas.


El otro día leía este párrafo que transcribo: “Todo esto pasará, pero ¿qué podemos hacer nosotros mientras? No queda otra que cumplir con nuestra tarea lo mejor posible, no dejar de defender nuestras convicciones aunque el ambiente rezume violencia, no encogernos de hombros, hacer uso de la libertad para no estrecharla, señalar al mentiroso a fin de que no nos confunda, no dejarnos seducir por lo masivo, por lo falsamente popular, por aquello que nos roba el criterio, no dejarnos manipular por el fantasma del algoritmo. Es un tiempo de incertidumbre, de hacer frente a la incoherencia y criticar por ejemplo las prácticas ilícitas de Elon Musk haciendo de una campaña electoral un sorteo aberrante para luego engordar su capacidad de influencia. Si no lo hacemos, terminaremos siendo prisioneros en ese terreno iliberal que nos ha prestado para que desahoguemos nuestros más viles instintos,  su red X”.


Parecerá una idea paranoica pero no lo es. Los poderosos quieren serlo aún más y más ricos. Para ello se hacen con el poder y para conseguir este poder, corrompen, destruyen valores democráticos y lo hacen con una eficacia altísima gracias al manejo que hoy tienen de las redes sociales y del uso interesado de la IA. La mentira, los bulos, los mensajes de odio son el mayor caudal en los contenidos de las redes. Forman “conciencia” y posicionamientos políticos que más tarde se manifiestan en votos o en conductas agresivas en la sociedad. 


Ver y difundir muchos de los mensajes o videos de las redes sociales nos hacen cómplices de los poderosos y oligarcas. Nos “atrapan” con sus algoritmos y le hacemos de vehículos conductores de su política venenosa y destructora de la convivencia. La “fuente de información” mayoritaria, sobre todo entre los jóvenes está en las redes sociales. El periodismo que exige contrastar información y tener pruebas de los hechos está pasando a la historia en estos momentos. Incluso en los periódicos tradicionales y en la televisión corriente, observamos unos  mecanismos  que los están convirtiendo en panfletos políticos parciales en una realidad compleja y difícil como la actual. 

Una primera manifestación de resistencia tiene que ser el rechazo de las redes sociales actuales y/o de los contenidos que crean odio, polarización o mentiras en ellas. Un paso ejemplar sería abandonar X.


La democracia en el mundo vuelve a estar en peligro. Este sistema político es el único y el mejor que hasta ahora hemos inventado para controlar y regular a través de las leyes y las instituciones la impulsividad emocional del ser humano, la violencia y la maldad.

 Nos queda una largo camino y debemos elegir y confiar en nuevos políticos que articulen una forma honesta de actuar  y que se basen en principios democráticos, en los derechos humanos, y dentro de una cosmovisión humanística y científica.  Si no comenzamos ya la resistencia, nuestro presente y el de nuestros hijos y nietos será muy oscuro.

¡¡Adelante!! no reescribamos el libro de Stefan Zweig. 

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