¿Escritor de tristezas?. José Herrera Peral

¿Escritor de tristezas?


José Herrera Peral




 

Una amiga a quién quiero y respeto me dijo un día que los relatos y otros artículos que yo suelo escribir, son tristes. También me preguntó si yo era una persona triste o si con mis vivencias y observaciones pensaba que en el mundo predominaba la infelicidad y los comportamientos negativos u hostiles entre las personas. 

Esto me llevó a pensar y reflexionar sobre lo triste y lo alegre lo que me condujo también a analizar lo que consideramos felicidad.

Dada mi nula formación en filosofía y psicología que creo que son las disciplinas que más se acercan al entendimiento de lo que son estas temáticas, solo pude, sentado en casa, pensar y tratar de comprender el sentido de estos vocablos y por tanto analizar si ella llevaba razón en su opinión al decirme que mis escritos son tristes. Miré algunos libros que tenía en mi biblioteca sobre estos conceptos y busqué en la red también alrededor de este asunto. Por ello el análisis que hice del tema y que os cuento a continuación es de un profano y a un nivel superficial.


Algunos psicólogos han tratado de definir el concepto de felicidad mediante diversas teorías y estudios y han llegado a definirla como una medida de bienestar subjetivo (auto percibido) que influye en las actitudes y el comportamiento de los individuos. Sobre lo que se entiende por felicidad ni siquiera hay cierto acuerdo entre los filósofos más conocidos.


Podríamos decir que hay consenso en aceptar que la felicidad es un estado de ánimo que se complace en la posesión de un bien. El significado de felicidad variará considerablemente al depender de que se entienda por sumo bien. Para Platón en relación a la felicidad hay diferentes clases de bienes. Aristóteles rechaza la diversidad de bienes, insistiendo en que felicidad, placer y bien son la misma cosa. Para él la felicidad está en la “actividad perfecta”. Contemporáneamente, Ortega y Gasset ha puesto de manifiesto que la felicidad se produce cuando coinciden lo que él llama “nuestra vida proyectada”, o lo que queremos ser, y “nuestra vida efectiva”, o lo que somos en realidad.


Simplificando por un momento podríamos considerar la definición de un diccionario sobre la felicidad. Según la Real Academia Española de la Lengua la felicidad es un “estado de grata satisfacción espiritual y física”. Pero obviamente para los filósofos esa definición no aclara demasiado las dudas sobre el tema.

Séneca pensaba que todos los hombres, desean vivir felizmente. Aspiran a ser felices y para ello intentan descubrir qué es. Sin embargo, cada persona posee una respuesta, una definición de felicidad diferente, y es precisamente esa disparidad de opiniones ante una cuestión tan trascendental en la existencia del ser humano, lo que aún mantiene sin cerrar el tema.


“No hay un camino a la felicidad: la felicidad es el camino” dice Buda Gautama.

 Según el budismo ésta reside en las experiencias enriquecedoras que se viven para lograr un objetivo, ya que una vez que se consigue lo que deseábamos la satisfacción es muy breve. 

“El secreto de la felicidad no se encuentra en la búsqueda de más, sino en el desarrollo de la capacidad para disfrutar de menos” defendía Sócrates (470 a. C. - 399 a. C) 

Para el filósofo griego la felicidad no viene de recompensas externas o reconocimientos, sino del éxito interno. Al reducir nuestras necesidades, podemos aprender a apreciar los placeres más simples. 

“El hombre que hace que todo lo que lleve a la felicidad dependa de él mismo, ya no de los demás, ha adoptado el mejor plan para vivir feliz” según opinión de Platón  (427 a.C. - 347 a. C.). Para este filósofo griego, la felicidad radica en el crecimiento personal y es fruto de la satisfacción conseguida a través de pequeños logros. Aristóteles, uno de los pensadores más influyentes, expresa que la felicidad es un fin universal del ser humano. Es decir, más allá de las diferencias y circunstancias de cada persona, esta motivación está presente en la mente de todos.

La satisfacción que da la felicidad parte del ejercicio de la virtud como base para la práctica del bien, puesto que una vida plena también es la consecuencia de acciones virtuosas y éticas.


“Si estás deprimido, estás viviendo en el pasado. Si estás ansioso, estás viviendo en el futuro. Si estás en paz, estas viviendo el presente”. Lao Tze (601 a. C - 531 a. C.)  Este filósofo chino sostenía que la razón de la felicidad era vivir el presente. Quienes siempre piensan en el mañana o recuerdan con nostalgia el ayer solo generan ansiedad, displacer y dejan de disfrutar el momento y la verdadera existencia. 

“La felicidad; más que un deseo, alegría o elección, es un deber” defendía Inmanuel Kant (1724-1804) 

Para él la felicidad es uno de tantos deberes del ser humano, un deber último y supremo que nos obliga a ser dignos de merecerla. La felicidad en el mundo kantiano no depende del destino ni de los demás, sino de uno mismo, de la persona, es decir, de su propio comportamiento y carácter. 

 Nietzsche postula que cuando comprobamos que hemos superado aquello que nos oprimía, es cuando somos felices.

Según el filósofo nihilista la felicidad es una especie de control que uno tiene sobre su entorno. Este autor cree que existe la llamada voluntad de poder, una fuerza que nos da la vida y que nos ata a ella y que al mismo tiempo la convierte en atractiva, ya que es la que nos hace enfrentarnos a todas las adversidades. 

Para John Stuart Mill la felicidad se consigue limitando los deseos en vez de satisfacerlos.  Este filósofo mantenía que el deseo de ser feliz está por encima de todos los demás deseos y se presenta en todo ser humano. Mill consideraba la felicidad como la búsqueda del placer y la huida del dolor.

 

Para Bertrand Russell, el autor de 'La conquista de la felicidad', ganador del Premio Nobel de Literatura y conocido por su influencia en la filosofía analítica, concibe el amor como un instrumento para conseguir la felicidad. Para el filósofo británico el amor ayuda a romper el ego y a superar la barrera de la vanidad que impiden ser felices. 

 

Pero otros filósofos ven este tema con miradas muy contrapuestas.

 Acudo a George Steiner para indagar sobre la felicidad. Pero en este caso no recojo su idea, si no la que él describe del filósofo Schelling.  Steiner dice: “Schelling, entre otros, atribuye a la existencia humana una tristeza fundamental, ineludible. Más concretamente, esta tristeza proporciona el oscuro fundamento en el que se apoyan la conciencia y el conocimiento. Es más, este fundamento sombrío debe ser la base de toda percepción, de todo proceso mental. El pensamiento es estrictamente inseparable de una “profunda e indestructible melancolía”. En todo pensamiento, según Schelling, está presente un ruido de fondo, una radiación o “materia oscura” primigenia que contiene una tristeza, una pesadumbre (Schwermut) que es asimismo creativa. La existencia humana, la vida del intelecto, significa una experiencia de esta melancolía y la capacidad vital de sobreponerse a ella. Hemos evolucionado hacia un ser entristecido. Un velo de tristeza (tristitia) se extiende sobre el paso, por positivo que sea, del homo al homo sapiens”.

 

Como vemos las opiniones entre los filósofos sobre este tema no es muy homogéneo, pero enlazando con el tema inicial de este texto tenemos que matizar que felicidad no es sinónimo de alegría, si no algo más completo y quizás inalcanzable en un periodo temporal estable o muy duradero. Sin embargo, la alegría podemos entenderla como un sentimiento de placer puntual, producido normalmente por un suceso favorable que suele manifestarse con un buen estado de ánimo, de satisfacción y con tendencia a manifestaciones somáticas o corporales como la risa o la sonrisa.

Por el contrario, la tristeza es una de las emociones básicas del ser humano según Paul Ekman. Es una clase de “dolor” emocional o estado afectivo donde existe un decaimiento espiritual expresado a menudo también por manifestaciones somáticas como el llanto, el rostro abatido, etc. A menudo nos sentimos tristes cuando nuestras expectativas no se ven cumplidas o cuando las circunstancias de la existencia son más dolorosas que alegres. Ekman sostiene que, aunque todos sentimos tristeza o alegría la manifestación somática exterior puede ser muy distinta entre diferentes individuos.


La felicidad es una emoción o un sentimiento que se produce en un ser consciente cuando llega a un momento de desarrollo, bienestar o ha conseguido ciertos objetivos que le realizan como individuo, aunque cada persona suele tener su propio concepto sobre qué significa la felicidad para ella. Esta dependerá de la personalidad del sujeto, de sus valores, de su entorno social o económico y de las circunstancias por la que se atraviese en cada momento de la vida. La sensación de felicidad no necesariamente se manifiesta con las expresiones somáticas o externas de la alegría y puede en cada individuo o circunstancia, tener como final objetivos a conseguir muy diferentes entre una persona y otra. Para algunos pueden ser los éxitos personales materiales, para otros los logros de los hijos, la paz tras una guerra, la desaparición del miedo instaurado en una sociedad, fases del enamoramiento humano o simplemente una buena noticia ante una enfermedad grave. Quizás para mí el concepto aportado por Ortega y Gasset sobre este asunto al comienzo del texto, sea el más adecuado a lo que observo en mi entorno.


Pero sin duda no se puede dejar de lado en este tema la opinión de José Antonio Marina, filósofo y ensayista español. Marina distingue dos tipos de felicidad que podríamos matizar diciendo que son de dos niveles diferentes  como de mayúsculas y de minúsculas. Nos dice Marina “que desde el siglo XVIII somos conscientes de otra forma hasta entonces apenas considerada, la felicidad social, pública, la única en que podemos coincidir, que nos lleva a preguntarnos: ¿en qué modelo queremos vivir? “Y una vez que tengo ese marco de derechos y de compasión me dedico a buscar mi felicidad privada. La idea de felicidad enlaza con la de justicia, que es la felicidad social. Tengo que compaginar las dos cosas y darme cuenta de que, aislado, tengo pocos recursos, voy a estar a merced del más poderoso, por lo que tengo que colaborar hacia un marco de felicidad social que me proteja. Y esa es la dialéctica que olvidamos con demasiada facilidad”.


 “Que se haya puesto de moda la felicidad como algo estrictamente individual es catastrófico, porque se está diciendo a cada uno que piense en su felicidad psicológica y se rompe la relación de la felicidad con la justicia, con la ética y con la felicidad pública. Es una vuelta al narcisismo. Se está encerrando a la persona en su felicidad y rompiendo el lazo con la felicidad social. Las propuestas de la psicología positiva son ferozmente reaccionarias y antiéticas. Estamos en una pobreza intelectual y un absoluto colapso del pensamiento crítico”. (José Antonio Marina)

 

El reflexionar sobre la felicidad y la alegría me llevaron otra vez al comentario inicial que hizo mi amiga sobre mis escritos y ello también me condujo a analizar a los verdaderos y grandes escritores de la historia.

 Observé que gran parte de ellos (antes no lo había pensado) escribieron sobre sentimientos tristes, de pérdida, de dolor o de sufrimientos humanos. Hay también buenos narradores que han podido conjugar diferentes vertientes y en sus obras hay tanto drama como comedia, tal es el caso entre otros de Shakespeare.

Ya en nuestro presente y en nuestro medio “occidental” observo que entre los escritores más destacados están aquellos que en sus excelentes obras transmiten sentimientos que podríamos considerar de tristeza. Pienso en Muñoz Molina, Manuel Vilas, Aramburu, Strout, Cormac McCarthy, Ford y Franzen, entre otros.


¿Será que estos autores escriben así por su estructura psíquica, valores o experiencias personales? ¿O porque por esas características sienten la necesidad, de transmitir o comunicar esas historias como una forma de fortalecer valores éticos que intentan evitar el mal que podría expresarse con la ocultación u olvido de los sufrimientos humanos?. ¿Será posible que el escritor intente aunque sea inconscientemente, explicitar las diferentes caras de la felicidad o su opuesto como sugería José Antonio Marina?.


Probablemente cada autor o autora tendrá o no, la respuesta a esta pregunta. El escribir muchas veces no es un hecho planificado si no a veces simplemente la expresión del inconsciente donde si están reflejadas las batallas cotidianas de la existencia humana. También debo decir que otros buenos escritores como García Márquez, Vargas Llosa, Elvira Lindo, Javier Marías o Vila-Matas entre otros, nos aportan excelentes obras, pero en ellas no subyacen de forma predominante los mensajes de tristeza. 


En fin, sé que mis escritos no tienen la más mínima calidad literaria para compararlos con la de los escritores antes mencionados, pero sí comparto con ellos el deseo de escribir y de comunicarme y en ese caso sí pueden ser similares ciertas tonalidades tristes ya que desde la literatura se expresan las adversidades y vivencias negativas que transcurren durante la vida de las personas, que en general son mucho mayores que los momentos de felicidad.


Quizá la calidad y sabiduría de un buen escritor se manifieste cuando éste tiene la virtud de saber contar a través de su obra los sentimientos y vicisitudes de los humanos durante su existencia. El éxito de un individuo que escribe se produce cuando a través de sus palabras ha conseguido comunicarse con los demás llegando a provocar en sus lectores reflexiones, contrastes de valores, identificación solidaria con historias cercanas o lejanas, entretenimiento y enriquecimiento personal. Un efecto saludable de la literatura es romper con el individualismo extremo y hacer sentir al lector su parte gregaria respecto de la comunidad.

Según el filósofo Gomá Lanzón muchas personas tienen vocación literaria entendiendo ésta como casi la compulsión que arrastra al escritor a expresar su “verdad” o sus emociones por escrito.  El que escribe desea conseguir un producto final para que sus “verdades” u observaciones queden en el tiempo disponible no solo para sí mismo si no sobre todo para los demás. Como defendía Wittgenstein, no existen lenguajes privados, tampoco es pensable una obra literaria privada. 

Crear es siempre una obra de comunicación desde el intelecto y desde los sentimientos. 


También insiste Gomá Lanzón, que vocación literaria no significa talento ni genio. Hay vidas extenuadas por una gran vocación, pero artísticamente estériles o mediocres. Como ejemplo se me ocurre el caso de la música. Con mucha probabilidad la devoción de Salieri por la composición musical no sería diferente que la de Mozart. Sin embargo, los resultados no son los mismos.

En fin, escribir es comunicarse y en ese intento pueden sobreexpresarse en algunos periodos más los sentimientos de tristeza que los de alegría. La esperanza está en que todo es cambiante, oscilante y reversible hasta en el tono de la escritura.


Releo algunas cosas que he escrito y pienso que probablemente mi amiga lleve razón con su observación.

Comentarios

  1. ¡¡ Uufff !! que reflexiones mas profundas sobre la alegria y la tristeza, personal y social o colectiva. Con tantas descripciones de Personalidades (si, con mayusculas) tan diferentes y cronologicamente tan distantes, en épocasmuy diferented de la historia, aunque con el denominador común de la sabiduría, el conocimiento, la sensatez y la facilidad para expresar un sentimiento, confieso mi ignorancia en expresar con palabras cuando puede uno sentirse triste o alegre, lo que si me parece mucho mas simple y comunicador es el lenguaje corporal del sentir en un momento o una etapa determinada de la vida. Este expresa un sentimiento que ante los demas pueda interpretarse incluso como controvertido o no comprendido al considerar que no se corresponda con lo que supuestamente se debería sentir en unas circunstancias concretas. ¡ Lo ves querido amigo ! como intentaba explicar me resulta dificil ponerle palabras / letras a un sentimiento. Muchas gracias y enhorabuena por tu esfuerzo en aportar tanta informacion sobre una temática tan dificil como esta. Un abrazo, José Luis

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