Dos artículos: "El odio está de moda" y "Tecnoadicciones"

El odio está de moda


Por Walter Gallardo / Madrid.


                                                                               Ilustración tomada de ethic

Ya lo sabía Shakespeare. Y en ello radica el carácter universal de su obra: hay dos fuerzas que mueven el mundo a través de su lucha despiadada por una supremacía siempre e inevitablemente temporal. Se trata del amor y del odio, sin duda, y viven dentro de cada uno de nosotros con sus matices, formas y contradicciones. Fuerzas extrañas e imprevisibles que hacen que el ser humano sea por momentos un virtuoso o un miserable o que, de espaldas al tiempo, quizás sintiéndose su amo, intente diseñar con todo detalle su futuro cuando la única e invariable certeza es que algún día morirá, y ese día puede ser hoy. Sin exageraciones y sin el temor a caer en la simpleza o la cursilería, y como un acto de sensatez, se las debe identificar

en la razón de todas nuestras acciones, más allá del sigilo o las estridencias de sus contenidos.


Afortunadamente, el amor no es ahora mismo un problema público, aunque su exceso o su carencia puedan desembocar en hechos y emociones indeseables o peligrosas que reclaman una responsabilidad colectiva. Sí, en cambio, lo es el odio. Sobre él se ha trabajado con ahínco en los últimos tiempos, ante su innegable proliferación. Se define en psicología como un sentimiento “profundo y duradero, intensa expresión de animosidad, ira y hostilidad hacia una persona, grupo u objeto”. Todos creemos reconocerlo, incluso de haber sido su prisionero alguna vez, pero sus manifestaciones son tan versátiles y sus vestimentas tan diversas que acaba resultando indescifrable o fácil de confundir con la cólera, la rabia, la frustración o el

simple rencor. El filósofo José Antonio Marina, en una aproximación al tema, escribía: “El odio ha sido un poderoso motor de la historia. Es un sentimiento movilizador que desea la desaparición del otro (…) Es fácil de provocar, es fácil también de alimentar, pero es muy difícil de frenar. (…)

Conviene detectarlo a tiempo porque adopta eficaces modos de auto legitimación. Al ser una emoción muy primitiva, todos somos vulnerables”.En un intento clasificatorio, se habla de discurso de odio y de delitos de odio. Sentir odio no es un delito, claro está; incluso las palabras que salen de él pueden disfrazarse de libertad de expresión. Lo que resulta imposible es llamar de otro modo al ataque a una persona por su pertenencia a un

 grupo social, a una religión, a una raza o por su género u orientación sexual.


Y es aquí donde se ve en cifras lo que viene sucediendo como espejo de un comportamiento incendiario de una parte de la sociedad. En el último año, sólo en España se contabilizaron 1.606 casos, un 33,1 por ciento más que hace 12 meses. La mayoría de ellos fueron incidentes por racismo o xenofobia; le siguen los relacionados con orientación sexual o identidad de género y, para sorpresa de muchos, también con la discapacidad. En este último caso, se registró un aumento de más del 200 por ciento respecto a las estadísticas más inmediatas. Pero no todo ataque se denuncia. Según un trabajo de investigación realizado por la agencia 40 dB, ocho de cada diez víctimas eligen el silencio por desconfianza al sistema que, paradójicamente, debería protegerlas.


Sin embargo, hay que entender que al hablar de cifras estamos concentrando la atención en las consecuencias y no en las causas. Quien odia y canaliza ese sentimiento enfermo en agresiones al objeto de sus fobias tiene hoy grandes reservas de combustible político, apoyo financiero para desplegar sus paranoias en las calles o medios de comunicación y coartadas canallas para lastimar y luego desmentirlo. Sólo hace falta fijarse en lo que ocurre tanto en Europa como en Estados Unidos y en algunos países de Latinoamérica, con nombres y apellidos, para advertir la corriente de intolerancia que viene envenenando la convivencia.


Este fenómeno, sin dudas, está estrechamente ligado al resurgimiento de la ultraderecha y de movimientos neonazis o neofascistas que arrastran a la derecha tradicional y conservadora a posiciones extremas para terminar ubicando el debate público en el plano de los insultos, de los hechos alternativos y de la deshumanización del contrincante. Todo ello, usando con habilidad la hoguera de las redes sociales como medio favorito para que el fuego se propague sin control o, más recientemente, la Inteligencia Artificial para generar situaciones falsas, con detalles verosímiles, como poner en boca de algunos líderes discursos o frases que nunca pronunciaron, usando voces e imágenes verdaderas. En este ambiente tóxico, las ideas, o la verdad en todo caso, no juegan un papel protagónico; por el contrario, se descartan porque entorpecen un relato hecho a la medida de los prejuicios o de los miedos. Y como nadie escucha al otro (faltaría más), las palabras van despojándose de significado y de sentido, de manera que, una vez comprobada su inutilidad, se pasa al escenario de la violencia. Así, los ataques a políticos se han vuelto frecuentes a manos de ciudadanos aturdidos por el ruido del fanatismo.

Ocurrió con el primer ministro de Eslovaquia, Robert Fico, acribillado a balazos por un hombre sin antecedentes penales; con la primera ministra de Dinamarca, en pleno centro de Copenhague; acuchillamientos entre rivales en Alemania; golpizas a candidatos o sus seguidores en Francia y España y el ataque callejero, físico o verbal, ante la indiferencia de los

gobiernos, a inmigrantes en Italia, Países Bajos o Hungría.


¿Qué hay en común en todos estos incidentes? El ánimo encendido por una campaña de odio que ya no surge desde las sombras o la periferia política sino desde los partidos con cargos de responsabilidad en algunas administraciones o con representación en los parlamentos. En algunos casos, tiene como altavoces a presidentes o primeros ministros. Sus estrategias, huérfanas de propuestas, consisten en una retorcida asignación de papeles a cada sector, mientras se reservan para sí el de la defensa de una patria de fantasía en la que pocos querrían vivir; una patria donde las particularidades y las minorías no existen y donde triunfaría la insoportable distorsión de la historia con un relato que intenta convertir a los infames en héroes, a conocidos asesinos en mesías y a los corruptos en gente honrada.


La amenaza de estas fuerzas políticas abarca a todas las actividades que un ciudadano libre desarrolla en una democracia decente. En Europa, las alarmas han provocado incluso un acontecimiento inusual: 30 grandes empresas alemanas, entre ellas Siemens, BMW o Deutsche Bank decidieron difundir un comunicado advirtiendo a sus 2 millones de empleados del

peligro de votar a la ultraderecha, rechazando el abrazo de oso que le ofrecen desde ese rincón político. Sin rodeos, afirman que “los extremistas y racistas están dividiendo nuestra sociedad, dividiendo nuestro país, poniendo en peligro nuestra prosperidad”. Y agregan: “las ideas de los

populistas son puro veneno para la economía”. Después de oír este mensaje, ¿alguien será capaz de negarles experiencia totalitaria a los alemanes?


Shakespeare tal vez volvería hoy a recrear Macbeth. En definitiva, sus tramas nunca han estado lejos de la realidad. Recordemos que para matar al rey Duncan utilizó el recurso de manchar de sangre a los súbditos del monarca para inculparlos. De este modo, logró que la desbocada ambición unida a la mentira triunfara durante algún tiempo. A este género, en

literatura se lo llama tragedia; a esta forma de hacer política en el siglo XXI, ¿qué nombre habría que darle?


Publicado en La Gaceta. Tucumán. Argentina


                                                                 ***


Tecnoadicciones: juventud tecnoadicta o dependiente digital

Escrito por Óscar Lorenzo . 


https://www.jotdown.es/2024/05/tecnoadicciones-juventud-tecnoadicta-o-dependiente-digital/?mc_cid=7db6e850b8&mc_eid=40e6878fb9



                                                                                        Ilustración: Isabel Albertos


La era digital ha revolucionado nuestro mundo. Desde los años 90 del siglo pasado hasta la fecha las herramientas tecnológicas se han vuelto imprescindibles en la sociedad. Los ámbitos personales, familiares, laborales y académicos se han visto afectados por sus indudables ventajas. La finalidad de las herramientas de la era digital se dirige a la satisfacción de las necesidades de la sociedad; sin embargo, paradójicamente, las tecnologías han generado a su vez nuevas necesidades y su uso puede convertirse en patológico al realizarse de forma excesiva y/o compulsiva, lo cual implica consecuencias negativas sobre aquellos ámbitos de la vida personal y social afectando de manera clínicamente significativa. Ejemplos de ello son el creciente aislamiento social, pese a la constante conectividad digital, o el bajo rendimiento académico frente al ingente fluir de conocimiento e información.

La tecnología ha cambiado nuestro mundo físico y social. En el ámbito laboral se acuñó el concepto de tecnoestrés, relacionado directamente con los efectos psicosociales negativos del uso de las TIC. Se considera una enfermedad de adaptación, causada por la falta de habilidad para tratar con las nuevas tecnologías del ordenador de manera saludable (Brod C., 1984). Por estas y otras tantas razones han ido apareciendo partidarios y detractores de las tecnologías, hasta llegar a los actuales debates de prohibición de instrumentos, como el móvil en entornos escolares. Lejos de controversias no se puede afirmar que la tecnología sea nociva para la persona; lo nocivo radica en el uso problemático, más allá de la comodidad y necesidad de usarla. 

La tecnoadicción es un tipo de conducta adictiva que convierte en patológico el uso de una herramienta que, diseñada para satisfacer necesidades humanas, se convierte en necesaria y limitadora de la libertad y la voluntad de la persona que la utiliza. El uso problemático de las tecnologías de la información y la comunicación es considerado una adicción comportamental (Echeburúa et al., 2009). La constante exposición a las tecnologías promueve en muchos casos conductas de ocio digital perjudiciales para la salud mental. El uso problemático de Internet es un fenómeno creciente de nuestro tiempo que se da, sobre todo, en los grupos más jóvenes.

En los últimos años, el uso problemático de Internet ha trascendido la consideración de trastorno del control de impulsos para encuadrarse en las adicciones comportamentales, aceptando que tiene una base común con el resto de las conductas adictivas. Las consecuencias a nivel psicológico y conductual que el uso problemático de Internet provoca en las personas —y sobre todo en las más jóvenes—, demandan una respuesta eficaz. Con el fin de analizar la realidad del uso problemático de Internet y el trastorno por videojuegos y ofrecer respuestas eficaces, Fundación Adsis realiza un estudio sobre Usos de las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC) y tecnoadicciones en población adolescente y joven, impulsado por el Programa de Prevención de Tecnoadicciones y otras conductas adictivas del Centro Aluesa.

El estudio ha sido realizado por tercera edición en el curso 2022/2023 y se detecta un significativo descenso en la percepción de riesgo adictivo entre la población adolescente y joven, pasando del 20 al 14 por ciento las personas que reconocen estar «enredadas» o «enganchadas» a la tecnología. Los indicadores adictivos medidos han sido nerviosismo, irritabilidad, violencia o inquietud; grado de afectación en su vida; pasar el día pensando en jugar a videojuegos o en usar el móvil y conectarse a Internet.

En cuanto al uso problemático de Internet, los resultados nos dan una perspectiva en la que el 4,9 por ciento presenta indicadores de nerviosismo, irritabilidad, violencia o inquietud cuando no puede usar el móvil o conectarse a Internet (un incremento de dos décimas respecto al curso anterior). El 13 por ciento ha dejado de hacer actividades importantes por usar móvil/Internet, es decir, sufre marcada afectación en su vida (un leve descenso de 1,65 puntos respecto al curso anterior). Y el 12,3 por ciento se pasa el día pensando en usar el móvil o Internet (un descenso del 1,2 por ciento respecto al curso anterior).

Tecnoadicciones

Los datos obtenidos de los indicadores relacionados con el trastorno por uso de videojuegos marcan la tendencia al incremento en la población adolescente y joven escolarizada. Los incrementos son de +0,6 por ciento en nerviosismo y violencia; +0,4 por ciento la afectación en su vida, y +0,3 por ciento en presencia de pensamientos recurrentes e intrusivos. El 3,7 por ciento reconoce sufrir nerviosismo, irritabilidad, violencia e inquietud si no puede jugar a videojuegos (frente al 3,1 por ciento del año anterior). Un 8,2 por ciento ha dejado actividades importantes por jugar a videojuegos, tales como dejar de estudiar o hacer los deberes, salir menos con amistades, reducir actividades deportivas o lúdicas, pasar menos tiempo en familia, dormir pocas horas, etc. (frente al 7,8 por ciento del año anterior). Y el 5,9 por ciento reconoce que se pasa el día pensando en los videojuegos (frente al 5,6 por ciento del año anterior).

Asistimos a una disminución en la exposición a riesgos TIC en población adolescente y joven, tal y como refleja el descenso en los indicadores adictivos del uso problemático. Menores y jóvenes muestran incrementos en los riesgos adictivos por uso de videojuegos; se obtienen altas tasas de conductas adictivas y se vuelve al uso de consolas y PC para videojuegos. El trabajo en la prevención de los riesgos TIC y las tecnoadicciones comienza a incidir en el aumento de la concienciación y en la reducción de conductas de riesgo frente a los efectos perjudiciales de la tecnología. Se precisa de programas de prevención selectiva para regular y combatir los peligros TIC de un modo integral y eficaz, que incluyan la tecnología y permitan acompañar la formación de las identidades digitales de menores y jóvenes.

Las conclusiones de la investigación apuntan en la misma dirección de las publicadas recientemente por el Ministerio de Sanidad del Gobierno de España en tanto en cuanto este afirma que el 14,5 por ciento presenta un posible uso problemático de Internet en estudiantes de 1º y 2º de la ESO en los últimos 12 meses. Al contrario de lo que ocurre con el resto de los comportamientos adictivos en relación con el mundo en línea (videojuegos, espectador de eSports, juego con dinero online…), la prevalencia de uso problemático de Internet es mayor entre las chicas (18,0 por ciento) que entre los chicos (11,0 por ciento). A medida que avanza la edad en el alumnado entre 14 y 18 años, la presencia de estudiantes que muestran un problema relacionado con el uso problemático de Internet aumenta hasta el 20,5 por ciento. Este aumento en la prevalencia se registra entre chicos y chicas, pero se hace más evidente en el caso de las chicas, donde la cifra es del 25,9 por ciento.

El acceso indiscriminado a las TIC que propicia el modelo consumista, de alta disponibilidad y abaratamiento, favorece e intensifica los procesos adictivos. Los dispositivos, herramientas y entornos digitales ofrecen un poder de fascinación que en un sector de la población adolescente y joven se vincula con la necesidad de mantenerse actualizado y con conductas de consumo más elevadas. Estos son factores determinantes para afirmar que la dependencia digital es un sustrato para la aparición de tecnoadicciones, es decir, de conductas adictivas en las que media la tecnología.

En la era digital no puede impedirse el uso de la tecnología; el reto es modificar conductas y hábitos asociados al consumo y ocio digital. La dependencia digital acerca a la juventud al círculo vicioso de las adicciones. Para aquellas personas que ya presentan conductas adictivas, la meta está en modificar la conducta problemática relacionada con la tecnología. La recuperación de la salud mental de la persona afectada por trastorno por uso de videojuegos o uso compulsivo de Internet se basa en la superación de la conducta adictiva , lo que supone un proceso integral de cambio de pensamientos, actitudes y valores relacionados con la búsqueda de soluciones a situaciones emocionales y relacionales. Se trata de crear un nuevo estilo de vida digital que incorpore el uso de la tecnología sin depender de ella.

Bibliografía

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