Bloque de cultura, arte, cine y literatura. JHP

En esta página cultural os invito a leer tres apartados: 1)Artículo sobre mitología greco-latina; 2) Cine, Una estrella que nos deja y 3) Libros recomendados

1)

LAS PASIONES MITOLÓGICAS


Dalia Alonso

@mmelumiere


https://ethic.es/2024/06/las-pasiones-mitologicas/


Dioses y mortales han protagonizado historias tórridas llenas de pasión, sexo y filias que diversos autores grecorromanos recogieron en sus textos



                                    

                                     ‘Dánae recibiendo la lluvia de oro’, Tiziano (Museo del Prado, Madrid)


La mitología grecorromana es la historia fragmentada de la pasión. Desde los amores más corrientes hasta los más prohibidos, como las infidelidades o el incesto, pasando por numerosos episodios de violencia sexual, los griegos y los romanos (que copiaron casi toda su mitología) dejaron ver sus filias y pasiones más oscuras en las historias que los han hecho famosos.


Quizá, si pensamos en la pasión aplicada al mito, uno de los primeros que se nos viene a la cabeza es el de Fedra, un auténtico culebrón que incluye incesto, deseo sexual incontrolable y hasta una denuncia falsa. Fedra es una princesa cretense a la que han casado con Teseo, rey de Atenas, quien, por cierto, ya tenía un historial bastante amplio: había tenido romances con Ariadna, hermana de Fedra, y con Antíope, reina de las Amazonas. De este último idilio había nacido Hipólito, un hijo virginal y entregado a la naturaleza que rechaza todo contacto con las mujeres.



Fedra se enamora con una pasión enfermiza de Hipólito, es decir, de su hijastro, una unión prohibida contra la que ella misma lucha con todas sus fuerzas. Sin embargo, el deseo la vence, y acaba confesándose ante Hipólito quien, asqueado, la rechaza. Resentida y loca de deseo, Fedra se suicida, no sin antes haber acusado falsamente a su hijastro de haberla violado como venganza. Lo narraron, entre otros, Eurípides en su tragedia Hipólito y Séneca en su Fedra.


La historia de las turbias pasiones le viene a Fedra de familia: su madre, Pasífae, es protagonista de un romance que llevó al nacimiento del Minotauro. En su Biblioteca mitológica, Apolodoro de Atenas cuenta cómo el rey de Creta, Minos, no quiso sacrificar un toro blanco para Poseidón. El dios del mar se enfadó y decidió castigar a Minos haciendo que su esposa, Pasífae, se enamorase, en una pasión zoofílica, de ese mismo toro blanco. La reina consiguió saciar su deseo gracias a la ayuda del inventor Dédalo, quien creó una estructura hueca de madera con forma de vaca en la que Pasífae se podía meter para que el toro la montara. De esta cópula nacería más tarde el Minotauro, mitad toro, mitad hombre.


Desde los amores corrientes hasta los más prohibidos, los griegos y los romanos dejaron ver sus filias en sus historias mitológicas


Los animales y el sexo también son parte fundamental del mito de Atalanta, una joven que, consagrada a la diosa Ártemis, decidió permanecer virgen y dedicarse enteramente a la caza. Lo cuenta Ovidio en las Metamorfosis: en cierta ocasión, Atalanta afirmó que se casaría con aquel hombre que consiguiera vencerla en una carrera, con la contrapartida de que, si perdía, Atalanta lo mataría. Varios jóvenes murieron en el intento, hasta que apareció Hipómenes, quien consiguió vencer a la cazadora gracias a un ardid: durante la carrera, dejó caer algunas manzanas del jardín de las Hespérides sobre la pista, tan bellas que Atalanta se detuvo a observarlas, perdiendo así la competición. La joven se rindió ante el vencedor y vivieron durante un tiempo un amor apasionado, quizá demasiado. Era tanto el deseo que sentían el uno por el otro que, sin poder aguantar las ganas, un día acabaron yaciendo en medio del santuario de la diosa Cibeles, un sacrilegio que fue castigado cuando tanto Atalanta como Hipómenes fueron convertidos en leones para tirar del carro de la diosa, como se puede ver, por ejemplo, en la famosa fuente de Cibeles en Madrid.


                                 

                                              ‘El rapto de Europa’, Tiziano (Museo Isabella Stewart Gardner, Boston)


No solo la pasión acaba convirtiéndose en un castigo del cielo para Atalanta: en casi todas las pasiones descontroladas tenía algo que ver un dios. Afrodita se quería vengar de Hipólito por haberla rechazado; Poseidón, a su vez, de Minos, por no haberle hecho una ofrenda. Y es que, si nos vamos a terreno divino, en temas de sexo y deseo los dioses también tienen lo suyo. Por ejemplo, cuando la diosa Afrodita, insatisfecha por su matrimonio con el cojo Hefesto, le fue infiel repetidamente con el dios Ares. El marido agraviado colocó sobre la cama una red casi invisible que los atrapó cuando los amantes iban a hacer el amor y, a continuación, llamó al resto de dioses para que se burlaran de los infieles y les hizo prometer que no volvería a pasar.


Pero la infidelidad en el Olimpo estará asociada eternamente al nombre de Zeus. El rey de los dioses y dios del rayo protagonizó innumerables historias de infidelidad a su esposa Hera, quien, en vez de enfadarse con él, castigaba a las diversas amantes transformándolas en animales o matándolas. Algo tanto más cruel como que la mayoría de las amantes lo eran sin consentimiento: Zeus era especialista en yacer con mujeres en contra de su voluntad, raptándolas o convirtiéndose en cosas tan variopintas como un cisne o una lluvia de oro.


Estas son solo algunas de las historias tórridas que recogieron los mitos de la Antigüedad, pero hay muchas más, según narraron autores como Homero, Esquilo, Sófocles o Virgilio. Si por algo se caracteriza la mitología grecorromana es por otorgar una visión completa y terrenal de las bajas pasiones, ya sea de dioses o de mortales.


                                                           ***

2)

Cine: Adiós a uno de los grandes de la pantalla

Donald Sutherland muere tras una carrera de 60 años

María Porcel. EL País

El actor canadiense interpretó a personajes de todo tipo a lo largo de más de seis décadas de carrera, de ‘Doce del patíbulo’ y ‘M*A*S*H*’ a ‘Los juegos del hambre’

                                                                    Donald Shuterland                   Chris Pizzello


El actor Donald Sutherland, uno de los más versátiles y prolíficos de Hollywood, murió ayer a los 88 años. El intérprete canadiense, con una trayectoria de más de 60 años en la que se puso en la piel de todo tipo de personajes, protagonistas y secundarios, héroes, antihéroes, villanos y hombres de a pie, trabajó en películas como Doce del patíbulo, M*A*S*H*, Klute, Casanova, Novecento, JFK y, más recientemente, en la saga de Los juegos del hambre, donde volvió a destacar, como tantas veces, como inquietante antagonista. Robert Altman, Federico Fellini, Nicolas Roeg, John Schlesinger, Bernardo Bertolucci, Oliver Stone o Clint Eastwood son solo algunos de los grandes del cine que exprimieron su enorme talento. La noticia del fallecimiento la comunicó su hijo, el también actor Kiefer Sutherland, en redes sociales: “Con el corazón encogido, os comunico que mi padre, Donald Sutherland, ha fallecido. Personalmente creo que es uno de los actores más importantes de la historia del cine. Nunca se amilanó ante un papel, fuera bueno, malo o feo. Amaba lo que hacía y hacía lo que amaba, y uno no puede pedir más. Una vida bien vivida”.


A lo largo de su larga carrera, con alrededor de 200 títulos, Sutherland recibió numerosos galardones, entre ellos un Oscar honorífico en 2018, aunque nunca fue candidato al premio. En 2019, recogió el Premio Donostia en el festival de San Sebastián. Y se alzó con el Globo de Oro en dos de las nueve ocasiones en las que fue candidato: en 1996 gracias a su papel en el telefilme Ciudadano X, con el que también ganó un

Emmy, y en 2003 por la serie Camino a la guerra. Estuvo nominado al Bafta y a los premios de la Crítica Cinematográfica.


En los inicios de su carrera, cuando era adolescente, Sutherland trabajó para una radio local y, tras estudiar en las universidades de Victoria y de Toronto (iba para ingeniero), recaló en la prestigiosa escuela de Música y Arte Dramático de Londres. Dio sus primeros pasos como intérprete en el teatro, por el que siempre se sintió muy atraído. “En un teatro los brazos te abrazan, te consuelan, te empujan, te aplauden. Eso alumbra a la gente que hace teatro. Los nutre. Los guía”, declaró sobre esta pasión. En los sesenta, empezó a aparecer en series británicas como El Santo, y su rostro comenzó a ser cada vez más conocido en el Reino Unido. Aquello le permitió dar el salto y convertirse en un rostro clásico: el de Vernon Pinkley en Doce del patíbulo, el clásico del cine bélico dirigido por Robert Aldrich en 1967, en el que se dedicó a robar escenas a figuras consagradas como John Cassavetes, Charles Bronson y Lee Marvin. Era el primero de los muchos tipos raros que jalonaron su carrera. Tres años después, M*A*S*H*, la ácida sátira antibélica que supuso el primer aldabonazo de Altman, le consagró ya como cabeza de cartel. Luego llegarían el detective de Klute (1971), los escalofríos de Amenaza en la sombra (1973) y La invasión de los ultracuerpos (1978), el perturbado de Como plaga de langosta (1975), el fascista de Novecento (1976), el Casanova (1976) de Fellini o el conmovedor padre de familia de Gente corriente (1980), la gran ganadora del año en unos Oscar que, como siempre, lo ignoraron. Prefirieron premiar a su hijo en pantalla, Timothy Hutton.


Sutherland nunca pensó en la retirada. De hecho, sus últimos papeles le dotaron de una popularidad global ante un público muy distinto, gracias al taimado presidente Snow de Los juegos del hambre. “No puedo jubilarme, tengo todavía bocas que alimentar”, contaba en una entrevista con este periódico en 2019, cuando acudió al festival de San Sebastián para recoger su Premio Donostia. El año pasado estrenó una película, una miniserie y el doblaje de un largo de animación.

También fue un comprometido activista; tanto que llegó a estar vigilado por el espionaje estadounidense en los setenta, como se conoció en 2017 gracias a unos documentos desclasificados. En esa entrevista de 2019 en San Sebastián habló no solo de cine, sino también de medio ambiente y de sus preocupaciones por el futuro del planeta. “Tengo hijos y nietos y les vamos a dejar un mundo en el que no van a poder vivir. Han desaparecido 2,5 millones de especies de pájaros y los chinos se han visto obligados a polinizar las plantas con individuos ante la escasez de insectos. ¿Es este el mundo que queremos? Lo que está haciendo la ONU con el cambio climático es una mierda”.


Su vida privada fue tan agitada como las de las estrellas del viejo Hollywood. Vivió un romance con Jane Fonda y se casó tres veces. Con su segunda esposa, Shirley Douglas, tuvo mellizos, Rachel y Kiefer. Sutherland encontró la estabilidad con la tercera, la actriz francocanadiense Francine Racette, con quien se casó en 1972 y tuvo otros tres hijos. En una entrevista en 2005 en The Guardian, el actor reconocía que en su vida había cometido algunos traspiés, personales y profesionales: “Fui muy tonto. Pero si no hubiera cometido esos errores, no habría conocido a la maravillosa mujer con la que me casé hace más de 30 años, así que supongo que los errores son aceptables”.



                                                                                                  ***

3)

Libros recomendados

 I)

"Wanderlust: Una historia del caminar" de Rebecca Solnit

El libro de Rebecca Solnit analiza la importancia y modos de andar, de caminar y de la relación con el urbanismo. El andar o marchar individual o colectivamente puede realizarse por motivos físicos, psicológicos, artísticos, reivindicativos y como forma llana de protesta revolucionaria. En mi caso he relacionado este tema con una obra de Muñoz Molina titulada "Un andar solitario entre la gente".

Más abajo comparto un enlace de un podcast de "Punzadas" sobre este tema y también sobre el libro mencionado de Solnit.



Un libro de culto y un clásico sobre la historia y la filosofía del caminar, donde además se abordan 

temas tan variados como el urbanismo y el arte.

Un fascinante retrato de la infinita gama de posibilidades que se presentan a pie. Analizando temas que van desde la evolución anatómica hasta el diseño de las ciudades, pasando por las cintas de correr, los clubes de senderismo y las costumbres sexuales, Solnit sostiene que las diferentes variantes del desplazamiento pedestre —incluido caminar por placer— suponen una acción política, estética y de gran significado social. Para ello se centra en los caminantes más significativos de la historia y de la narrativa, cuyos actos extremos y cotidianos han dado forma a nuestra cultura.

Podcast

https://open.spotify.com/episode/5J4bDbwAcl0CIpwVVDD067?si=bg6LHimhR7Gyc_VkzJ0mNw 


II)

Sé Mía. Nueva obra de Richard Ford



Sinopsis

Regresa un viejo conocido, con aires de despedida definitiva: Frank Bascombe protagoniza su quinto libro de la mano de Richard Ford.

Conocimos a Frank Bascombe en el ya lejano 1986 con El periodista deportivo y sus andanzas nos han ido mostrando las transformaciones de Estados Unidos en las últimas décadas. Reaparece ahora con 74 años y arranca su relato con esta frase: «Últimamente, me ha dado por pensar en la felicidad más que antes.» A continuación, hace un repaso sucinto de su vida: perdió a un hijo, a sus padres y a algún otro ser querido; ha pasado por dos divorcios; ha sobrevivido a un cáncer; recibió un disparo en el pecho y ha superado huracanes y una depresión.

Ahora, al final de su vida, se ve convertido en cuidador de su hijo Paul, que padece ELA y está recibiendo tratamiento en la Clínica Mayo de Rochester, Minnesota. Cuando le dan el alta, padre e hijo deciden emprender un viaje hasta el emblemático monte Rushmore, evocando otro que Frank hizo de
niño, con sus progenitores.

Norteamérica −con Trump en el horizonte− desfila por la ventanilla del coche y se suceden los encuentros con personajes variopintos, mientras padre e hijo aprenden a conocerse. Frank pasa revista a su vida llena de altibajos y cambios, y trata de encontrar en ella algo de sentido y esperanza, atisbos de felicidad.

Richard Ford retorna −con toda probabilidad por última vez− a su personaje más emblemático para construir otra monumental «gran novela americana».


III) 

"Una salida honrosa" de Éric Vuillard


Uno de los conflictos modernos más prolongados del siglo xx fue la guerra de Indochina, y sin embargo apenas se le ha prestado atención. Una salida honrosa narra cómo, por un revés sin precedentes de la historia, dos grandes potencias mundiales, Francia y Estados Unidos, fueron derrotadas por un pueblo pequeño, el vietnamita, y nos introduce en la cadena de intereses que conducirá al desastre. En escenas memorables, Éric Vuillard nos acerca tanto a los explotados recolectores del caucho como a los generales que guiaron la contienda, mientras describe una inquietante comedia humana. ¿Cómo reaccionaron los políticos? ¿Qué secretario de Estado estadounidense propuso utilizar la bomba atómica para solucionar el conflicto? ¿De qué habló un alto mando del ejército francés, apóstol del napalm, en la televisión norteamericana? Y, bien pensado, ¿preferimos el confort de la ficción al vértigo que nos provoca la realidad? Lo cierto es que la guerra de Indochina nos permite entender cómo hoy, en Afganistán, en Mali, en cualquier lugar, seguimos buscando en vano una «salida honrosa».

                                                          **

Se trata de un libro interesante escrito como una crónica de un hecho histórico conocido e interesante. En el texto y poco a poco se van mostrando el papel de personajes ligado a la oligarquía donde queda explícito el papel de los que siempre ganan en las guerras, es decir las clases poderosas. El análisis y exposición de los hechos puede ser válido para cualquier conflicto bélico destacado. La lectura del texto, a su vez te lleva a interesarte por las raíces históricas de esa guerra y del colonialismo, centrando también la cuestión de los millones de muertos y mutilados que dejan tras de sí la avidez imperialista. JHP

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