Cambio climático: "Al borde del precipicio" y "La culpa es de los ricos"


Cambio climático: al borde del precipicio

 

Saturio Ramos. Catedrático de Física. Universidad de Sevilla

 




Los humanos somos la única especie que ha desarrollado un conocimiento científico basado en su inteligencia, que utiliza tanto para bien como para mal. Una muestra de esa dicotomía es que, advertidos por la comunidad científica, sabiendo que somos la única especie de las cerca de dos millones identificadas en la Tierra capaz de autoextinguirse y extinguir a otro millón de especies, seguimos corriendo por el borde escarpado del precipicio que estamos construyendo desde hace tan solo algo más de un siglo con el comienzo de la Revolución Industrial. 

La necesidad de crecimiento económico continuo de esta nueva era del Antropoceno lleva a la sobreexplotación de los recursos limitados de la Tierra, acompañada de una enorme agresión y contaminación del medio ambiente por tierra, mar y aire. Y la naturaleza nos está diciendo que “hasta aquí hemos llegado”.


Los más ricos, los que más contaminan


La lógica de este sistema económico-político global requiere dominar y apropiarse de la naturaleza, pero eso, además de injusto para la gran mayoría de habitantes, es imposible por la sencilla razón de que somos una parte ruidosa pero insignificante de esa naturaleza. Estamos sometidos a sus leyes generales, que son las que permiten que nuestro planeta lleve funcionando 4 500 millones de años.

Por ejemplo, la segunda ley de la termodinámica o ley de la entropía nos dice que todo proceso de transformación de la energía degrada una parte importante de la misma generando desechos de baja calidad energética o alta entropía. Y eso, cuando además hablamos de una producción anual de 11 200 millones de toneladas de residuos sólidos y 50 000 millones de toneladas de residuos electrónicos, tiene un insoportablemente alto coste ambiental, económico y social.

 

Muchos límites planetarios seguros ya se han sobrepasado, pero las grandes corporaciones globales y sus aliados políticos llevan 50 años relativizando la situación y amparándose en la posibilidad de nuevas tecnologías que solucionen el problema. Ni siquiera cumplen con los acuerdos que se firman en las cumbres, reuniones o convenciones marco de la ONU sobre el cambio climático.

La razón de su desidia ante la evidencia científica y la realidad cotidiana de costes millonarios en vidas e infraestructuras (313 000 millones de dólares en 2022, según el Informe de Riesgos de Desastres Interconectados 2023 de la Universidad de las Naciones Unidas) que se están produciendo es sencilla: mantienen un sistema que les hace ser cada día más ricos. 

No obstante, los datos, en este caso del Informe sobre Riqueza Mundial del Banco Credit Suisse, cuestionan esa lógica desde el punto de vista social. De toda la población adulta mundial, un 1 % de millonarios controla cerca del 50 % de la riqueza del mundo mientras que más del 50 % de esa población, con menos de 10 000 dólares, solo tiene el 1 % de la riqueza mundial. 

Según la ONU, “el 1 % más rico de la población mundial emite más gases de efecto invernadero que el 50 % más pobre”. Pero los que más contaminan no están dispuestos a pagar la factura.

 

Hemos cruzado los límites seguros y justos

En un artículo publicado a principios de 2020 en la revista científica BioScience, 11 258 científicos de 153 países afirmaban que la crisis climática ha llegado, se está acelerando y es más grave de lo previsto, amenazando los ecosistemas naturales y el destino de la humanidad. 

Son especialmente preocupantes las retroalimentaciones de refuerzo (atmosféricas, marinas y terrestres) irreversibles de los puntos de inflexión climáticos y de la naturaleza que podrían provocar una catastrófica “Tierra invernadero” mucho más allá del control de los humanos. 

El informe sobre el estado del clima 2023 de los mismos autores, ahora con más de 15 000 científicos firmantes, revela nuevos récords históricos y patrones profundamente preocupantes y avances mínimos en las respuestas.

En mayo de 2023, un trabajo realizado por 51 científicos de todo el mundo y publicado en Nature cuantificaba los límites seguros y justos del sistema Tierra para el clima, la biosfera, el agua dulce, los nutrientes y la contaminación a escalas global y subglobal. Siete de los ocho límites seguros y justos a escala global cuantificados ya se han cruzado.

El citado Informe de Riesgos de Desastres Interconectados 2023 advierte de seis puntos de inflexión que pueden tener impactos irreversibles y catastróficos para las personas y el planeta: las extinciones aceleradas, el agotamiento del agua subterránea, el deshielo de glaciares de montaña, la contaminación atmosférica, el calor insoportable y un futuro no asegurable.

Un estudio dirigido por investigadores del Imperial College de Londres, publicado hace unos días en Nature Climate Change, concluye que la ventana para evitar un calentamiento de 1,5 °C se cerrará antes de 2030 si no se reducen las emisiones. 

Según el autor principal del estudio, el investigador Robin Lamboll, “cada fracción de grado de calentamiento hará la vida más difícil para las personas y los ecosistemas. Este estudio es una advertencia más de la comunidad científica. Ahora corresponde a los gobiernos actuar”.

 

Estamos a tiempo, pero hay poco margen

 

En marzo de 2023, los 195 Estados miembros del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) presentaron el informe de síntesis del Sexto Informe de Evaluación. En él afirman que existe suficiente capital en el mundo para disminuir rápidamente las emisiones de gases de efecto invernadero, que estas ya se deberían haber reducido y que será necesario recortarlas casi a la mitad de aquí a 2030. 

Son necesarios cambios en el sector alimentario, el eléctrico, el transporte, la industria, los edificios y el uso de la tierra, que al mismo tiempo pueden ayudar a las personas a llevar un estilo de vida con bajas emisiones de carbono. Esto también promoverá la mejora de la salud y el bienestar.

 

En el informe 2023 de los 15 000 científicos se señala, entre otras medidas, que debemos cambiar nuestra economía hacia un sistema que respalde la satisfacción de las necesidades básicas de todas las personas en lugar del consumo excesivo por parte de los más ricos.

El profesor de la London School of Economics y de la Universidad Autónoma de Barcelona Jason Hickel analiza en el libro Menos es más cómo el decrecimiento salvará el mundo: 

Necesitamos que los países de ingreso alto reduzcan el consumo excesivo de energía y materiales, una rápida transición a las energías renovables y pasar a una economía poscapitalista que ponga el foco en el bienestar humano y la estabilidad ecológica, en lugar del crecimiento perpetuo. 

Acaparando menos, podemos llegar a ser más.


https://theconversation.com/cambio-climatico-al-borde-del-precipicio-217830?utm_medium=email&utm_campaign=Novedades%20del%20da%2028%20noviembre%202023%20en%20The%20Conversation%20-%202808328432&utm_content=Novedades%20del%20da%2028%20noviembre%202023%20en%20The%20Conversation%20-%202808328432+CID_4be12e1e3c5b3308da56dade15bb9fb1&utm_source=campaign_monitor_es&utm_term=Cambio%20climtico%20al%20borde%20del%20precipicio


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La culpa del cambio climático es de los ricos

 

Zigor Aldama. Diario Sur (“El mundo explicado”)

 

http://click.comunicacion.diariosur.es/?qs=65ee02c95c9c58b3bfb96e760cea08dc45fcdb4f2b4a6491e9d37bde8f28b067ba1767adf9d54fbf4683c047f66c6a48fd9026d9d6390daa219af1d858f6d75b

Muchos han señalado la hipocresía de que una cumbre medioambiental como la COP 28 se celebre en los Emiratos Árabes Unidos, el séptimo mayor productor de petróleo del mundo y uno de los mayores paradigmas del derroche y la megalomanía urbanística. Sin duda, a primera vista parece, como poco, una contradicción. Más si se tiene en cuenta que, según diferentes informaciones, los dirigentes de Dubái están aprovechando la cita para mercadear con sus combustibles fósiles.

Pero pocos caen en la cuenta de que EAU produce mucho petróleo… para que lo consuman otros. Y el problema no está tanto en su extracción como en su uso. Algo parecido sucede cuando se señala a China con dedo acusador porque se ha convertido en el país que más CO2 emite a la atmósfera. Ya produce nada menos que una tercera parte del total. El problema, es que mucha de esa contaminación se genera en la fabricación de bienes que se venden fuera del país. Y quizá sea más justo atribuir esas emisiones a quienes adquieren esos productos.

Por eso, hoy en ‘El mundo, explicado’ analizamos la hipocresía y el cinismo que se apoderan de los países y los ciudadanos más adinerados en la lucha contra el cambio climático.

Los números de la contaminación


El impacto medioambiental depende de los ingresos

Es fácil reducir las emisiones de gases nocivos cuando no se produce nada. La desindustrialización de Occidente, sumada a la deslocalización de la industria más contaminante a países en vías de desarrollo, ha facilitado que Europa se ‘limpie’ y sea uno de los pocos lugares en los que las emisiones caen.

Es innegable que, en parte, eso se debe a la transición energética; pero, por otro lado, también es evidente que gran parte del CO2 que corresponde a lo que consumimos lo hemos exportado. Bilbao es un buen ejemplo de ello: si ahora la gente se puede bañar en la misma ría que durante el siglo XX fue un lugar infecto es, sobre todo, porque la industria de sus márgenes ha desaparecido. Se ha trabajado para recuperar el entorno, sí, pero después de que los astilleros cerraron. Ahora los barcos se construyen en Asia.


                                          Emisiones totales y por cada ciudadano. Global Carbon Project

Y lo mismo se puede decir de la basura que no reciclamos y que enviamos al mundo en desarrollo, o de las empresas que echan mano del manual de ‘greenwashing’ para comprar créditos de carbono y hacer creer que han logrado la neutralidad de emisiones en sus campañas de márquetin. La fórmula es la misma: pagar para mirar a otro lado y que el marrón se lo coman otros.

Por eso, quizá una métrica mejor para decidir quiénes somos los más culpables del cambio climático sea la de las emisiones por ciudadano. Y, ahí, el ranking da un vuelco. Los países del golfo pérsico continúan en cabeza, porque son ricos y, además, sus residentes tienen que sobrevivir en uno de los climas más extremos del planeta. Pero son pocos, saben que el chollo se les va a acabar pronto, y ya están diversificando para labrarse un futuro más allá del oro negro.

Muchos más son, por ejemplo, los estadounidenses. Y cada uno emite 14,9 toneladas de CO2 al año. Es una cifra similar a las de Canadá o Australia, supone más del doble de lo que contamina un chino (8 toneladas) teniendo en cuenta todo lo que su país exporta, y nada menos que siete veces el CO2 que genera un indio (2 toneladas), a pesar de que el país de Gandhi supone ya el 7,6% de las emisiones totales y es uno de los que más crece en emisiones.

Pero incluso esta variable es injusta para dictar sentencia. Mucho más precisa es la que calcula las emisiones según la renta de cada ciudadano. Por ejemplo, el viaje en jet privado del rey Carlos III de Inglaterra para decir en Dubái lo mal que va todo genera un volumen de CO2 similar al de un ciudadano británico durante todo el año. En la anterior cumbre del clima se realizaron nada menos que 315 viajes en aviones privados, el medio de transporte favorito de la elite económica.

Según un estudio de Oxfam, un milmillonario emite tantos gases de efecto invernadero como un millón de personas que pertenecen al 90% menos favorecido de la población. Los 125 ricos más ricos del planeta emiten lo mismo que toda Francia. Y su nacionalidad da igual. Lo mismo es un milmillonario chino, que uno ruso o uno estadounidense. Lo que importa es su consumo y las inversiones que hacen. Y eso es algo aplicable a todo: las emisiones varían en función de nuestro estilo de vida. Y si países como China o India cada vez producen más CO2 es en parte porque fabrican lo que nosotros consideramos demasiado sucio o duro y, en parte, porque también quieren vivir mejor. O sea, calentarse en invierno y refrescarse en verano, por ejemplo. O tener un coche. 

Se debe exigir responsabilidad a todos. Y los países en vías de desarrollo no pueden cometer los mismos errores de los países desarrollados porque el tiempo se acaba y el mundo es solo uno. Por eso, China es el país que más invierte en energías renovables. De hecho, es el principal productor de los paneles solares que están facilitando la transición energética en el mundo occidental. 

Pero es evidente que la falta de educación hace que muchos en los países en vías de desarrollo tengan muy poca conciencia medioambiental. Pero señalarles con dedo acusador es hipócrita. Y exigir que la clase media decrezca también. Quienes deben hacerlo son el 10% más acaudalado. Esos que cogen un jet privado para asistir a un partido de fútbol, a una junta de accionistas, o a una cumbre climática. Cada año se suman 600 aviones al parque móvil alado de la jet set, que representa el 0,0008% de la población. Ellos son el principal problema.

Eso no quiere decir que el resto no pueda hacer mejor las cosas. Un buen ejemplo de que la huella medioambiental no tiene por qué ser proporcional al nivel de vida es Suecia. El país nórdico cuenta con una de las sociedades más avanzadas y, sin embargo, sus ciudadanos solo emiten 3,4 toneladas de CO2 al año. A pesar del clima adverso y de que una parte más importante de la población reside en casas y no en pisos, son 1,6 toneladas menos que en España y un volumen similar al de Tailandia o México.

El impulso a las energías renovables y la apuesta por la eficiencia energética son clave, pero no la panacea. Aerogeneradores, paneles fotovoltaicos y baterías generan emisiones y contaminación en su producción, y lo harán de nuevo tras su vida útil. El problema es el consumo. Pero el sistema socioeconómico que hemos creado impide que funcionen alternativas como el decrecimiento, que suena muy bien pero dispararía la pobreza.

Quizá por eso, Emmanuel Macron no vaya tan desencaminado cuando afirma que la solución puede pasar por la energía nuclear. Contamina, sí, pero no emite CO2 -por lo que no impulsa el cambio climático- y existen fórmulas para evitar que los residuos nucleares resulten peligrosos. Por si fuese poco, las nuevas centrales son mucho más seguras. 

En cualquier caso, ya que el cambio climático tanto apremia y no estamos dispuestos a volver a las cavernas, quizá sea el momento de poner toda la carne en el asador para desarrollar la fusión nuclear, una fuente de energía limpia, segura e infinita. Si hay voluntad política, dinero y necesidad, se le podría dar el espaldarazo que le falta. Se consiguió desarrollar una vacuna contra el covid en un año, así que merece la pena intentarlo mientras el resto de alternativas ayudan a hacer la transición.

 

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