¿Hay más "cainismo" político en la izquierda que en la derecha?. R. Ponce

 

¿Hay más “cainismo” político en la izquierda que en la derecha?


Seguramente la respuesta a este interrogante la darán con más acierto historiadores, sociólogos o politólogos. Si embargo el que escribe, un ciudadano medio, tratará de acercarse a una respuesta a esa pregunta inicial.

Podemos definir el cainismo como la actitud de odio o fuerte animadversión contra allegados o afines.


                                 Duelo a garrotazos. Pintura de Francisco de Goya

Antes de entrar de lleno en el tema, trataré de bosquejar que se entiende por izquierda y por derecha.


El concepto de izquierda hace referencia a una clasificación sobre las posiciones políticas que agrupan a corrientes de pensamiento que tienen como punto central la defensa de la igualdad social. Frente a esta posición está el de la derecha política que considera las diferencias sociales casi como algo inevitable, normal o natural. La derecha da menos importancia a la estructura socio-política como causa determinante de la desigualdad social, precisamente lo contrario que sostiene la izquierda. Para la derecha todo depende más de la voluntad y del individuo que de la sociedad en su conjunto. 


Obviamente esta es una reducción de los conceptos pero que puede valer para comprender las diferencias. La izquierda política se divide actualmente en una multitud de ramas ideológicas que se pueden agrupar en la izquierda democrática-reformista, la izquierda “revolucionaria”, la “nueva izquierda” y corrientes del anarquismo. La derecha también tiene muchos matices, extrema derecha, derecha radical, ramas más conservadoras y democráticas y otras autoritarias, racistas y xenófobas. La izquierda de siempre, al menos en lo teórico, ha defendido la igualdad de hombre-mujer y la derecha lo ha mantenido más en duda a este principio y cuando se ha sumado a ese discurso, lo ha hecho por “arrastre” de la propia evolución de la sociedad.


 La izquierda en general defiende la laicidad del estado y la derecha lo vincula con fuerza a la religión e iglesia dominante. En los últimos años las diferencias también se han establecido según cuál sea el posicionamiento respecto a temas ambientales, actitud respecto al maltrato animal y por supuesto acciones para mitigar el calentamiento global y el cambio climático. En relación a este último tema, la izquierda ha tenido una actitud más decidida y clara para desarrollar políticas que posibiliten un freno del calentamiento global y sin embargo, la derecha ha sido más reacia o dubitativa al respecto.


También debemos repasar de donde vienen históricamente los conceptos izquierda-derecha.

El término izquierda política, como el de derecha política, tiene su origen histórico en la votación que tuvo lugar en julio de 1789 en la Asamblea Nacional Constituyente surgida de la Revolución Francesa en la que se discutía la propuesta de un artículo de la nueva Constitución en la que se establecía el veto absoluto del rey a las leyes aprobadas por la Asamblea Legislativa.  Los diputados que estaban a favor de la propuesta, que suponía el mantenimiento de hecho del poder absoluto del monarca, se situaron a la derecha del presidente de la Asamblea. Los que estaban en contra, y defendían que el rey sólo tuviera derecho a un veto suspensivo y limitado en el tiempo poniendo por tanto la soberanía nacional por encima de la autoridad real, se situaron a la izquierda del presidente.

Esta manera de sentarse se trasladó a la Asamblea Legislativa que se reunió por primera vez el 1 de octubre de 1791. Los diputados sentados a la derecha pertenecían a las clases altas y defendían esos intereses. En el centro figuraban diputados independientes, carentes de programa político definido. A la izquierda diputados inscritos en el club de los jacobinos y otros grupos que representaban al pueblo llano parisino.


Así el término “izquierda” quedó asociado a las opciones políticas que propugnaban el cambio político y social, mientras que el término "derecha" quedó asociado a las que se oponían a dichos cambios.

Ambas corrientes históricamente se han enfrentado. La izquierda en general ha defendido el progreso de la sociedad en lo que llevaba implícito la disminución de la desigualdad, la defensa de las libertades y los derechos de los más desfavorecidos y la derecha ha actuado casi siempre como una oposición al progreso y ha primado la defensa de los intereses de los más pudientes de la sociedad y también ha sido un obstáculo respecto a los cambios en las relaciones o derechos de los ciudadanos como la igualdad de género, el divorcio, la despenalización del aborto, matrimonios del mismo sexo, entre otras cuestiones.


El equilibrio de ambas tendencias quizás ha sido necesario para el progreso de las sociedades. 

Tanto la izquierda como la derecha han dejado también sus tristes y dolorosas páginas en la historia cuando de forma totalitaria impusieron al resto de la sociedad sus principios (estalinismo, nazismo, fascismo y dictaduras recientes contemporáneas). 

Cada periodo histórico y dependiendo del lugar, los conceptos de izquierda o derecha se han manifestado y se manifestarán a través de diferentes formas de expresión de esas tendencias. 

Ambas, en los últimos años, han sido “contagiadas” por otras ideologías políticas o corrientes sociales como los populismos, caudillismos personalistas o los nacionalismos, que para mi humilde opinión son, cuando surgen en la izquierda, una negación de esta corriente ideológica.

Los grupos conservadores o de derechas, en general están más cerca de defender a los que más tienen y casi siempre, aunque con retraso, terminan sumándose a muchos logros conseguidos por los progresistas en el terreno de los derechos y libertades. Estos comportamientos se producen sobre todo en países que tienen un marco democrático y está instaurado un estado de derecho. 


El “cainismo” político dentro de los grupos de derecha o conservadores, creo que es menos frecuente e intenso que dentro de la izquierda. Puede que haya un fuerte “cainismo personal” pero menos grupal. La tendencia a conservar lo establecido o ya obtenido es una cualidad de esta tendencia ideológica y sus diferencias a largo y corto plazo son menores.  Pronto se ponen de acuerdo y priorizan objetivos fáciles de pactar en consonancia con sus valores políticos. Quizás, en estos días en España, lo veamos en los pactos del Partido Popular con la extrema derecha de Vox.


En cambio, en la izquierda eso es más infrecuente. Cada grupo izquierdista se siente que ha descubierto el “verdadero” camino para la revolución y para el avance de la sociedad. Considera que los demás, aunque sean de izquierda, están equivocados y por lo tanto pudieran ejercer un efecto contrarrevolucionario. De ahí, la pasión con que combaten a sus adversarios dentro de la corriente general de la propia izquierda. Lo hemos visto a lo largo de la historia, y solo señalo algunos ejemplos, como las luchas entre los jacobinos y sus opositores, o los vividos en la guerra civil española en el bando de la República o aún más reciente, los observados dentro del gobierno de coalición en España.


Mínimos detalles políticos, que para la mayoría de los ciudadanos pueden ser sin importancia, para algunos de estos grupos “iluminados”, pueden ser trascendentales. En ocasiones, esas actitudes llegan a ser ridículas.

En esa actitud influyen los sectarismos, mesianismos, personalismos y en ocasiones el aislamiento grupal respecto a la sociedad sobre todo en organizaciones poco heterogéneas en su composición humana (clase social, edades, áreas geográficas, etc.)


Recuerdo en este momento una anécdota no aislada, que viví hace ya más de cincuenta años. Estábamos en una plataforma política-gremial elaborando un folleto para invitar a la población a manifestarse contra una subida de las tarifas eléctricas. Al final del texto de esa convocatoria cada organización que participaba en este llamado quería imponer su consigna política revolucionaria. La discusión estaba si poner por la “liberación social y nacional” o “liberación nacional y social” o “liberación social” sin más. No hubo acuerdo y la disputa evolucionó hacia si la revolución debería venir tras una insurrección o por una guerra popular y prolongada. Para broche final, se extendió la discusión a si ésta se iniciaría en la ciudad o en el campo. En fin, el folleto nunca llegó a hacerse y la manifestación fue menos importante de lo que podría haber sido desde una posición de unidad. Hoy quizás tendríamos disputas similares, alrededor de posicionamientos de populismos izquierdistas, por diferencias de vocablos en las cuestiones de género o incluso por un puesto en una lista electoral.


Este ambiente “cainista” en la izquierda, con frecuencia hace menos eficaz sus luchas y desilusiona al ciudadano que está esperando mensajes claros de un programa, con unidad y vinculado a los problemas reales.


Estas actitudes no solo se dan a nivel de organizaciones, sino también a nivel individual entre los militantes o simpatizantes de izquierda. Cuando sienten que no se han cumplido todas sus expectativas con el partido al que habían votado, lo castigan no votando a ninguno y quedándose en su casa o virando su elección hacia otra alternativa que se enfrente a su anterior organización preferida. Se comportan así porque suelen actuar valorando la coherencia, cuestiones morales o éticas o simplemente porque no se hayan conseguido determinados objetivos y buscan algo mejor que exprese sus deseos a largo plazo. En cambio, el votante de un partido o bloque de derechas suele ser más fiel. Siempre acude a votar a los suyos, independiente de lo contento que esté con sus representantes ya que valora como hechos más importantes el mantenerse o recuperar el poder para asegurar políticas conservadoras que detengan a la “irresponsabilidad” izquierdista innovadora. Se agrupa alrededor de conceptos como familia, religión, nación y stato quo, y eso solo lo ve garantizado por los suyos de “siempre” aunque éstos sean malos, criticables o decepcionantes.


La historia zigzaguea, no siempre avanza en línea recta. Es más importante quizás, explicar contenidos, que abanderarlos en términos de “derecha-izquierda”, que sin estar en absoluto obsoletos estos términos, enturbian y falsean a menudo un análisis objetivo de la política nacional y mundial ya que suelen dirigirse a cuestiones emocionales.

No sé si mi opinión será correcta sobre el “cainismo”, pero en estos días, tras ver los manejos de un partido resistiéndose al papel que le asignaron en una lista electoral, me hace pensar que no estoy muy equivocado.


En estas semanas en España se ha impulsado desde la izquierda una plataforma-partido para las próximas elecciones. Dicha plataforma está constituida por dieciséis formaciones de izquierda lo que me hace preguntarme sobre cuáles son las “enormes” diferencias ideológicas o programáticas que las separan. Probablemente las diferencias sean mínimas. También me pregunto, si no saben limar esas diferencias de cara a un proyecto ilusionante para la ciudadanía, ¿cómo sería un gobierno de esta organización a la hora de acordar acciones con la mirada diferente de dieciséis partidos distintos?.


Quizás, deba la izquierda, recapacitar y definir unos objetivos mínimos y prioritarios para el momento en que se vive y unificar los esfuerzos en base a ellos para presentarse ante la sociedad como una propuesta creíble, confiable y unida.

La unidad programática de la izquierda y el freno a los personalismos, tiene también que tender a la desaparición de la multiplicidad de partidos o siglas que a nivel nacional dicen defender los intereses de la ciudadanía.


Tanto la izquierda como la derecha han cometido a lo largo del tiempo errores notables en los países democráticos, pero está claro que históricamente la derecha ha sido una rémora que se opuso a la mayoría de los avances sociales que hoy nos parecen normales en nuestro presente. Me refiero los derechos de la mujer, a la pluralidad política, a la libertad de sindicarse, al laicismo, al divorcio, a los derechos laborales, a la lucha contra la desigualdad y a otras tantas cuestiones que no sería en este texto apropiado exponer ahora.


Ricardo Ponce



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