"La salud tiene ya un precio". F. Soriguer

La salud tiene ya un precio

 

Federico Soriguer. Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias 

 




Ni el empeño de Juanma Moreno por desmarcarse de la señora Ayuso ni el acuerdo que el pasado lunes firmaron el presidente de la JA con UGT, CC OO y la Confederación de Empresarios Andaluces, que incluye un pacto por la atención primaria, están siendo suficientes para neutralizar la inquietud que ha generado el anterior decreto del gobierno andaluz mediante el que la sanidad privada entraba en los ambulatorios del SAS. La política sanitaria de Madrid, del que el partido en el gobierno de la comunidad hace gala en el resto de España, es muy coherente con sus presupuestos ideológicos. Ayuso no engaña. Salvo cuando dice defender la sanidad pública, privatizándola. El PP andaluz tendrá que hacer encajes de bolillos para hacerse creer y el decreto ahora solo en parte rectificado, no ayuda a ello. 

El PSOE también hizo convenios con la medicina privada, pero como un mal menor y ahora el PP lo hace, sí, pero como un bien mayor. No es privatización, dicen unos y otros, sino eficiencia gestora. ¡Divinas palabras! En Madrid, la presidenta, frente a unos médicos que, dice ella, añoran el ¡vivan las cadenas ¡saca en procesión a la diosa Eleuteria, patrona de la libertad.  Ayuso (y ahora también Moreno) no temen a las movilizaciones frente a sus impopulares medidas. Tienen el viento de cola y, representan a las clases medias-altas, ahora desclasadas, con sus seguros privados. Unas nuevas viejas clases para las que la salud ya no está entre sus   prioridades vitales y electorales.  Nunca el negocio privado sanitario ha gozado de tan buena salud. Un buen ejemplo de profecía auto cumplida.  Y mientras tanto, cierta izquierda, ensimismada con sus dimes y diretes, cuando no directamente negando o intentando cambiar la naturaleza humana, empeñada en cambiar el sexo de los ángeles mientras que avanzan victoria tras victoria hacia la derrota final (gracias Marx).  

En Andalucía la jugada ha sido genial. Para descubrirse. Primero llegan a un acuerdo con un sindicato de médicos para reducir a 35 el número máximo de pacientes por consulta de atención primaria sin comprometerse a aumentar las plantillas. Era obvio que, si se reducía el número de pacientes por médico, las listas de espera iban a aumentar. La solución no ha sido contratar a más médicos dentro del SSP sino introducir la medicina privada en los centros de AP.  Genial. Ahora el sindicato que firmó el acuerdo dice que les han engañado. Pues no había que ser muy listo.  Pero al ponerle precio a la consulta de AP el gobierno dejó las cosas mucho más claras. Se acabó el confundir el valor (la vocación de los médicos) con el precio (el trabajo de los médicos). (Gracias por el préstamo Don Antonio (Machado).   En la propuesta de la Consejería un médico privado en un ambulatorio recibirá 65 euros por cada paciente que vea por primera vez (si utiliza las instalaciones públicas le descuentan un 35 %).  

Ahora, aparentemente, han rectificado. Es solo para casos de emergencia, dicen, o algo así. Pero, ¿quién define la emergencia?  ¿Que un traumatólogo tarde seis meses en darte cita es ya una autentica emergencia?     ¿Este precio es caro o es barato? Pues debe ser muy caro si lo comparamos con los 43,7 euros/hora (¡ojo¡, por hora no por paciente) que le pagan al mismo médico en la sanidad pública mientras hace una jornada vespertina continuada. Si este médico viera a un paciente cada 10 minutos (que es mucho suponer), cada paciente le saldría al SAS por 7 u 8 euros.  Unas 10 veces menos que al médico privado en sus mismas instalaciones y por el mismo trabajo. Otros supuestos sobre otras propuestas salariales del decreto son posibles y todas con un resultado similar. Supongo que a los sindicatos   no les costará nada ganar este pleito en cualquier magistratura. Está muy bien eso de poner precio a lo intangible y de meter a la medicina privada en los Centros de Salud, pagando por acto médico, aunque salga ¡más caro! Pero la sociedad debe saber que estas medidas suponen el adiós definitivo a una manera determinada de entender la medicina. 

Adiós a la  atención primaria como espacio de gestión de la complejidad biopsicosocial, adiós a los centros de salud  como lugares de inteligencia cooperativa entre profesionales (médicos, enfermeras, auxiliares, farmacéuticos,  educadores, asistentes sociales, etc.), capaces de desarrollar programas de protección primaria y, también de prevención secundaria y adiós a la desmedicalización, junto  a otros  muchos objetivos imprescindibles para una medicina de rostro humano incompatible con el modelo medicalizador, tecnodependiente  y competitivo, de la medicina privada. No me queda espacio para seguir con un asunto sobre el que habría que hablar largo y tendido. Solo insistir en una cuestión de principios que afecta al modelo mismo de la medicina que queremos.  La evaluación de costes es importante, pero en absoluto es una evaluación ajena a los valores de quien ejerce el poder, ni por sí misma es suficiente para dar satisfacción a las necesidades sociales.  Permítanme que lo explique con un ejemplo aparentemente ajeno a la medicina. 

 Durante la guerra fría (la anterior a esta) un grupo de asesores del presidente USA evaluaron los costes de un teórico bombardeo nuclear de la URSS. En términos de coste-beneficio (coste en dólares) el bombardeo de la URS era muy barato. En términos coste-efectividad (número de rusos muertos), era altamente rentable y, también coste-eficiente. ¿Entonces por qué no hacerlo? A un joven becario se le ocurrió preguntar cuál era la utilidad de todo aquello. Nadie se había preguntado el coste-utilidad. Porque aquellos expertos habían ignorado, en nombre de una valoración cuantitativa, que la guerra nuclear no tiene utilidad alguna para nadie. 

Así ahora, con este intento, ya nada discreto, de privatización del SSP. ¿A quién beneficia la creciente privatización del SSP? Yo espero que la sociedad, vote a quien vote, deje de ver solo el dedo que señala la luna. Ante el reto de una sanidad pública, la izquierda y la derecha, cuando gobiernan, están unidas por un mismo destino: el horror a la complejidad. Y en última instancia el miedo a una sociedad a la que necesitan tanto como ignoran o desprecian, según el arte de cada uno y de cada momento.  La sanidad pública es una demanda social transversal. A ver si se enteran de una vez. Y si no, habrá que recordárselo. 

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