Dos artículos recomendados: La escritura en la historia y No son como nosotros


1)

Comparto con vosotros este interesante artículo de la historia e influencia de la escritura y su posición actual. Está publicado en la Revista Telos de la Fundación Telefónica.


 https://telos.fundaciontelefonica.com/?pdf=19995

 

Cómo la escritura transforma la cultura 


CLARA I. MARTÍNEZ CANTÓN **




 

La escritura, como tecnología relativamente reciente, ha sabido ir adaptándose
a distintas épocas y medios transformándose con ellos. Los distintos canales en los que se ha ido plasmando (piedra, papiro, pergamino, papel, pantalla) han marcado grandes cambios culturales para el ser humano. Desde la fijación del pensamiento desligado de la memoria o la posterior idea de autor original, hasta la actual pérdida de identidad del autor, mezcla, préstamo en los productos escritos de los medios digitales y su carácter efímero. La palabra escrita juega un papel tan relevante en nuestras vidas que sus características en cada época han ido modificando nuestra sociedad. 

 

De la oralidad a la escritura 

 

El ser humano se ha podido manejar sin escribir durante la mayor parte de su historia. Hasta tiempos relativamente recientes, hemos vivido en la que Walter Ong denominaba cultura de la oralidad primaria y que
definía del siguiente modo: “Llamo «oralidad primaria» a la oralidad de una cultura que carece de todo conocimiento de la escritura o de la impresión. [...] Hoy en día la cultura oral primaria casi no existe en sentido estricto puesto que toda cultura conoce la escritura y tiene alguna experiencia de sus efectos” (Ong, 

1996, p. 20). 

Si bien algún tipo de protoescritura pudo estar presente desde el paleolítico, la escritura más antigua conocida
se inventó en Sumeria hacia el 3400 a.C., como tecnología de almacenamiento de información y, en un principio, con fines principalmente administrativos o contables (registros mercantiles, códigos legislativos, apuntes mnemotécnicos, etc.). Sin embargo, una vez inventada, la escritura impactó en todos los ámbitos y para siempre, hasta el punto de dinamitar esa cultura de la oralidad primaria en todas las sociedades en las que se fue implantada. 

Un ejemplo claro de esto es el de la Grecia antigua. La creación del alfabeto en Grecia debió ocurrir en el siglo VIII a.C. Antes de ese siglo existía en Grecia la civilización micénica, que toma este nombre por tener su centro en la ciudad de Micenas, en el Peloponeso. La cultura micénica se desarrolló entre 1700 y 1200 a.C. y, tras su caída, los griegos entraron en la denominada Edad Oscura, que concluyó con la aparición de Homero y Hesíodo. La mayoría de los expertos concuerdan en que entre los pueblos de habla griega que conformaban la cultura micénica existía una escritura silábica, la llamada Lineal B, pero esta desapareció con la caída de esta civilización (Ventris y Chadwick, 1973, p. 60). Por ello, puede proponerse con toda seguridad que en la época prehomérica –la Edad Oscura- la cultura griega era completamente oral, tanto en la producción como en la transmisión de saberes. Durante aproximadamente cinco siglos, los griegos parecieron olvidar el arte de la escritura, aunque hay que admitir que lo recuperaron con resultados francamente espectaculares. La Ilíada, la Odisea, la Teogonía y Los trabajos y los días son obras inmortales que siguen fascinando a los lectores hoy en día y fueron, además, las primeras composiciones literarias objeto de fijación escrita de la civilización griega, hecho que puede situarse entre el 700 y el 650 a.C. 


Los cambios en la sociedad griega que supuso la implantación de la escritura fueron muy profundos. Escribir permitió la creación de grandes obras, pero la misma existencia de la palabra escrita conllevaba tantas novedades en la forma de entender el mundo que también despertó notables desconfianzas. En un famoso pasaje del Fedro, Platón denuncia los potenciales efectos negativos que tiene la escritura aludiendo a una leyenda según la cual una deidad regaló al rey de Egipto distintos descubrimientos: el cálculo, la geometría, la astronomía, los juegos de damas y de dados y, por último, la escritura. El rey se muestra agradecido por todos ellos pero, al llegar a la escritura, el dios le advierte de que su utilidad es de doble filo ya que: “es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos a ellas, no desde dentro, desde ellos mismos y
por sí mismos”. Mientras que lo oral refleja la mente de aquel que habla, lo escrito se vuelve independiente del pensamiento al estar fijado en un soporte que existe de forma autónoma. La palabra escrita es claramente inferior a la palabra hablada, pues un texto no dialoga, no defiende sus argumentos y, ante una pregunta, calla. 


Sin embargo, la postura de Platón fluctúa entre el rechazo abierto a la escritura y su aceptación resignada. Por una parte, la siente como una amenaza para el viejo método educativo de la dialéctica practicada por su maestro Sócrates; por otra, sabe que no se puede dar la espalda totalmente a la escritura, la cual representa el progreso. La escritura estaba ya imponiéndose en tiempos de Platón como un gran logro. El mismo filósofo reconoció en las Leyes la importancia de la escritura en el momento de fijar una ley: una vez escrita ya no se altera y se presta a un cuidadoso estudio para que un juez pueda comprenderla bien. El carácter estable de la palabra escrita ofrece también ventajas prácticas. 


De hecho, la escritura siguió funcionando principalmente como una herramienta auxiliar, comprensible además por muy pocos, subordinada al uso de la palabra hablada. Un texto era principalmente una forma de depositar información de forma fiable y duradera para que luego esta información pudiera ser consultada, verbalizada o recitada por aquellos que lo necesitasen, ya sean mercaderes, legisladores, aedos o sacerdotes. 

No es hasta mucho tiempo despues que la escritura adquiere un papel central de nuestra cultura (Freidemberg, 1981, p. 4). 

 

La fijación de la palabra impresa 

 

Muchos estudiosos señalan que la imprenta es la que marca realmente el cambio del modelo de transmisión oral de la cultura a la lectura. Sin embargo, habrían de pasar muchos años desde su invención hasta que la lectura pudo ser realmente algo socialmente generalizado. De hecho, la alfabetización masiva de la población es un hecho reciente. 

Sabemos, por ejemplo, que la lectura de textos poéticos en voz alta fue muy común hasta prácticamente el siglo XIX. Y es que, si hablamos de literatura, el gran cambio se produce en el siglo XIX cuando el Romanticismo intensifica el valor de la originalidad, muchas veces incompatible con las fórmulas repetitivas, usadas para ayudar a la memoria, de la cultura oral. La letra impresa fue la protagonista de la transición de la cultura oral a la cultura escrita. 

Pero no sería justo decir que la imprenta y la escritura hayan expulsado totalmente a la palabra hablada de nuestra cultura. De hecho, el siglo XX trae nuevos avances tecnológicos que permiten la recuperación de la oralidad, si bien se trata de una oralidad particular, mediada por la escritura. Es este sentido en el que define 

Ong, en contraposición con la oralidad primaria, la que denomina era de la oralidad secundaria: 

«Al mismo tiempo, con el teléfono, la radio, la televisión y varias clases de cintas sonoras, la tecnología electrónica nos ha conducido a la era de laoralidad secundaria. Esta nueva oralidad posee asombrosas similitudes con la antigua en cuanto a su mística de la participación, su insistencia en un sentido comunitario, su concentración en el momento presente, e incluso su empleo de fórmulas» (Ong, 1996, p. 134). 


Frente a la oralidad tradicional (primaria), uno de los cambios fundamentales de la nueva oralidad es que existe una distancia temporal y/o espacial entre la producción y el consumo de la palabra. Así, desaparece la presencia física del locutor y queda sólo la voz y, dependiendo del medio, también la imagen. El oyente, al igual que sucedía con el lector, es sólo un ente abstracto en el momento de grabar. No se habla para un público presente sino para una audiencia potencial, y la palabra oral ya no desaparece tras su su escucha, sino que, al igual que ocurre con el texto escrito, la palabra oral grabada puede ser reproducible. Y como también le pasa al lector de letra impresa, el oyente de voz grabada no puede dialogar, intervenir o replicar esa palabra. Las reservas de Platón hacia la escritura también se aplicarían a las grabaciones. La técnica permite que la voz permanezca, por lo que uno puede oírla o interrumpirla cuando y cuantas veces quiera; pero siempre sonará igual, sin variantes de letra ni de tonada, a diferencia de la oralidad primaria, que se caracteriza por “su no permanencia y su inexactitud” (Zumthor, 1990). 

 

La escritura en la era digital 

 

Si la escritura supuso un cambio cultural que se acrecentó con la invención de la imprenta, es inevitable plantearse cómo la era digital ha afectado a su vez a la escritura. De este punto de partida nace la idea del paréntesis de Gutenberg, formulada primeramente por el profesor Lars Ole Sauerberg (2009: 79-80). Sauerberg, junto a otros teóricos como Thomas Pettitt, desarrollaron el proyecto The Gutenberg parenthesis – print, book and cognition. Funcionaba como un foro abierto de discusión, que organizaba eventos más o menos formales partiendo de la siguiente pregunta: “¿Es nuestra emergente cultura digital, en parte, un retorno a las prácticas y modos de pensar que eran centrales para las sociedades humanas antes del advenimiento de la imprenta?”. 


En líneas generales, la tesis delparéntesis de Gutenberg sostiene que la era de la textualidad sería, esencialmente, una interrupción (un breve paréntesis) en la forma de comunicación, creación y transmisión de la cultura. Sauerberg sostiene que la era digital no es simplemente una fase distinta en una progresión lineal de las formas de comunicación, sino más bien una vuelta a las prácticas y los modos de pensar anteriores a la imprenta. De una forma análoga a cómo la Edad Oscura supuso un periodo excepcional caracterizado por el abandono temporal de un elemento cultural clave (la escritura), el periodo que va de la invención de la imprenta hasta la actual era digital puede interpretarse como un paréntesis histórico. La era digital supone, de algún modo, un regreso a los medios de producción y transmisión cultural anteriores a la invención de la imprenta. Sauerberg y sus colaboradores distinguen tres épocas con distintas características. 

La primera de ellas sería la era «pre-Gutenberg» se caracterizaba por su fluidez. La cultura no se transmitía de manera escrita, por lo que era efímera, difícil de almacenar en un soporte físico, pero fácilmente compartible y flexible, es decir, podía ser cambiada. Es la imprenta la que introduce una idea de fijación, de permanencia, de estabilidad y autoridad. La actual era digital hace que nos movamos a un nuevo paradigma, a uno que, paradójicamente, comparte muchas características con el paradigma anterior a la invención de la imprenta. 

La imprenta es la que marca realmente el cambio del modelo de transmisión oral de la cultura a la lectura 

La era «post-Gutenberg» recupera la fluidez de la forma de producir y difundir los productos culturales de la
era «pre-Gutenberg». En el medio digital se pierden la idea de autoridad, individualidad y fijación de la imprenta. En este nuevo paradigma la conexión fluida que permite la palabra digital hace que los objetos digitales sean considerados más colectivos, más propicios para poder ser apropiados por cualquiera y modificados, más aptos para usarse en otros contextos. En una entrevista a Pettitt y Sauerberg, el primero explica cómo la sensación de lo efímero contamina el medio digital: “En mi experiencia, Internet y la tecnología digital son tan efímeros como la palabra, en el sentido de que ahora no puedo acceder fácilmente a documentos que escribí en 2003” (Pettitt y Sauerberg, 2013). 


El cambio fundamental al que apuntan los autores es la concepción de la realidad más ligada a la idea de una red de conexiones que a una estructura de pertenencias. En este sentido, la cultura pre-imprenta, predominantemente oral, se transmitía de persona a persona, llegaba a alguien, cambiaba, se difundía. Con el libro impreso pasa a estar contenida en un objeto reproducible, pero no modificable. En la era de la imprenta la palabra escrita se vuelve estable e inmutable, al tiempo que se generaliza su difusión a una escala nunca vista antes. La tesis delparéntesis de Gutenberg defiende que Internet ha supuesto el cambio a una nueva forma de escribir, pues al funcionar más como una red de conexiones que como un contenedor, la cultura digital se caracteriza por una forma de escritura más colectiva, cambiante y efímera. Un buen ejemplo de esto
es, precisamente, el propio foro del proyecto del paréntesis de Gutenberg. El sitio web estuvo disponible en el MIT, después en la University of Southern Denmark (hasta 2018 aproximadamente) y, actualmente, el proyecto ya no está accesible, lo que de alguna manera apoya sus principales tesis. 

 

Como vemos, la escritura ha sido la protagonista de grandes cambios culturales y ha sabido ir adaptándose a distintas épocas y medios, transformándose con ellos. Desde el punto de vista de la comunicación, la escritura pone en el centro del proceso al lector. Es él, tanto en el papel como en la pantalla, el que lleva la iniciativa en
el proceso comunicativo: elige qué leer, qué repetir, qué abandonar. Esto explica la trascendencia que el lector ha adquirido, por ejemplo, en la teoría literaria contemporánea (teorías de la recepción, pragmáticas), pero también la importancia actual de la publicidad para cualquier producto cultural. La tecnología ha permitido cifrar no únicamente el lenguaje, sino también la voz y la imagen. Estamos ante la era del poder del receptor. 

 

Cole, T. (1991): The origins of rhetoric in ancient Greece. Baltimore, JHU Press.
Freidemberg, D. (1981): Estudio preliminar. En VV. AA., Poesía oral (pp. 3-7). Buenos Aires, Centro editor de 

América latina.
Havelock, E. A.(1996).La musa aprende a escribir: Reflexiones sobre oralidad y escritura desde la 

Antigüedad hasta el present.e Barcelona, Paidos. 

Ong, W. J. (1996): Oralidad y escritura: Tecnologías de la palabra. Ciudad de México, Fondo de Cultura Económica. 

Pettitt, T., y Sauerberg, L. O. (2013, junio 7). The future is medieval. A discussion with the scholars behind the «Gutenberg Parenthesis,» a sweeping theory of digital—And journalism—Transformation(.Starkman, Dean) [Columbia Journalism Review]. Recuperado de: http://www.cjr.org/the_audit/the_future_is_medieval.php 

Quasthoff, U. M. (Ed.). (1995): Aspects of oral communication (Vol. 21). Berlin, Walter de Gruyter.
Ventris, M., y Chadwick, J. (1973): Documents in Mycenaean Greek (2nd ed). Cambridge, University Press. Zumthor, P. (1990): Oral Poetry: An Introduction (First edition edition). Minneapolis, Univ Of Minnesota Press. 

 

**Clara martínez Cantón. PROFESORA TITULAR EN LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE EDUCACIÓN A DISTANCIA (UNED). ES DOCTORA EN LITERATURA ESPAÑOLA POR LA UNED. OBTUVO EL "XVI PREMIO MARIANO RODRÍGUEZ PARA JÓVENES INVESTIGADORES" (2012). CUENTA CON MÁS DE 12 AÑOS DE EXPERIENCIA EN DOCENCIA UNIVERSITARIA DE GRADO Y POSGRADO. SUS LÍNEAS DE INVESTIGACIÓN ESTÁN RELACIONADAS CON LA POESÍA Y LAS HUMANIDADES DIGITALES, ESPECIALMENTE EN LO QUE SE REFIERE AL TRATAMIENTO COMPUTACIONAL DE CONCEPTOS MÉTRICOS Y ESTILÍSTICOS.


                                                                  ***


2)


Transcribo artículo de Muñoz Molina publicado en El País que está relacionado con noticias de nuestro presente.


No son como nosotros

 

 

ANTONIO MUÑOZ MOLINA — LAS OTRAS VIDAS. El País

 




Los ricos no son como nosotros. Parece que estas palabras nunca se las dijo Scott Fitzgerald a su desleal amigo Ernest Hemingway, y que por lo tanto éste no le dio la respuesta terminante de la que después se envanecía: “Desde luego. Tienen más dinero”. Cuando se conocieron en París, en los primeros años veinte, Scott Fitzgerald estaba en la cumbre de una celebridad más mundana que literaria, y Hemingway era un aprendiz que supo aprovecharse de su apoyo generoso. Cuando se cambiaron las tornas, y Fitzgerald sucumbió a la desgracia y fue hundiéndose poco a poco en el descrédito y la ruina, el antiguo discípulo, ahora triunfante, lo trató con arrogancia y desdén, y lo ridiculizó por escrito. Es en una novela corta de 1936, Las nieves del Kilimanjaro, donde Hemingway pone en boca de “el pobre Scott Fitzgerald” esa afirmación sobre los ricos, acusándole de un “deslumbramiento romántico” hacia ellos. Fitzgerald se sintió humillado al leer el relato, y le mandó a Hemingway una carta digna y dolorida. “Ernest escribe con la autoridad del éxito”, dijo después; “yo escribo con la autoridad del fracaso”. De cualquier modo, los dos conocieron de cerca a los ricos, y ellos mismos llegaron hasta cierto punto a serlo, o a vivir como tales: de una manera atropellada y provisional, en el caso de Scott Fitzgerald; o casándose con una heredera muy rica, como hizo Hemingway, y disfrutando además de un prestigio y un éxito comercial sostenido que Scott Fitzgerald nunca tuvo en vida.

 

Los dos sabían de qué hablaban, y, las dijeran o no, las dos frases de ese diálogo tienen todo el aire de ser ciertas. Los ricos no son como nosotros. Los ricos tienen más, mucho más, muchísimo más dinero, dinero en cantidades que no hay más remedio que calificar de astronómicas, porque quedan más allá de nuestra capacidad de comprensión. Ahora, más que en ninguna otra época, los ricos son “inmensamente ricos”, y el volumen cósmico de sus fortunas acentúa las diferencias que los separan de nosotros, convirtiéndolos casi en otra especie mutante, tan difícil de observar de cerca para los anticuados homo sapiens como esos tigres o leopardos fabulosos que viven en lo más inaccesible de las selvas del trópico, o en las laderas del Himalaya. Bien es verdad que, a diferencia de los ricos, los soberbios felinos cazadores están en peligro de extinción, con sus selvas taladas y sus glaciares derritiéndose poco a poco por el cambio climático. Los ricos se protegen de observadores indiscretos en sus aviones privados, en la intimidad definitiva de los superyates en alta mar, en islas privadas, en paraísos terrenales que tienen la virtud añadida de ser paraísos fiscales.

 

Cuando uno los observa de cerca, los ricos tienen un aire ausente, distraído, un poco atónito. Ese aire lo captan fotógrafos muy despiertos, dotados del talento instantáneo de los fotógrafos de naturaleza. Lo observo en las fotos que se publican de nuestro rico español más célebre de esta temporada, el presidente de Ferrovial, Rafael del Pino, al parecer la tercera mayor fortuna del país. ¿Cómo será poseer más de 3.800 millones de euros? ¿En qué estado mental lo sume a uno la conciencia de semejante magnitud? En las fotos, a Rafael del Pino se le ve ensimismado, con un principio de sonrisa en la cara, con una serenidad solo matizada por una sospecha de displicencia, que es probablemente la que le despierta, en su lejanía, la masa compacta de nuestra vulgar humanidad, ahora encrespada contra él y su empresa por el cambio de sede a los Países Bajos, a esa Ámsterdam añorada de los canales y de los cafés, de los oros de Rembrandt y los soles de Van Gogh, de las riadas joviales de bicicletas, de las trampas de ingeniería financiera y fiscal calculadas para que los más ricos de los ricos no sufran el desagradable contratiempo de pagar muchos impuestos.

 

Vi una vez a este hombre, en la presentación de un libro, un encargo de Ferrovial al fotógrafo José Manuel Ballester, en el que yo colaboraba con un texto breve. Recuerdo un salón muy grande, de luz atenuada, un panorama de trajes masculinos grises y azules oscuros en el que sobresalía la melena canosa y revuelta del fotógrafo Ballester. Rafael del Pino se mimetizaba en aquella uniformidad corporativa y al mismo tiempo ocupaba su centro, sin necesidad de énfasis, sin provocar oleadas visibles de sumisión o reverencia, con una impasibilidad de ceremonia vaticana, de figura de sí mismo en un museo de cera. Parecía asentir a algo con toda atención y al mismo tiempo estar muy lejos. Tendía para saludar una mano eclesiástica. Cómo será tener en la cabeza proyectos de construcción de aeropuertos en Extremo Oriente y de redes de autopistas entre Dallas y Atlanta, imaginar flujos financieros que abarcan el planeta entero como corrientes atmosféricas, no descuidar los pormenores decorativos en una mansión con helipuerto en una orilla del Caribe, verse de pronto una mañana en todos los periódicos y todos los noticiarios, a la luz cruda del presente, acusado de deslealtad, de prepotencia, de codicia.

 

He leído un informe según el cual la opinión común entre los ricos es que la gente en general tiene bastante dinero, y por lo tanto no hace falta que ellos paguen demasiados impuestos. También piensan, incluso cuando han heredado fortunas de generaciones, que ellos se han ganado lo que tienen por sus propios esfuerzos, y que con iniciativa y empuje personal se puede conseguir cualquier cosa en la vida.

 

La primera vez que yo vi a un rico de cerca fue en Jaén, hacia finales de los años ochenta, en el jurado de un premio, Jienenses del Año, que daba el periódico de la ciudad. Aquel hombre grande y brusco, de pelo gris muy corto y cara aguileña, poseía una cadena de supermercados y era la mayor fortuna de la provincia. Sin ayuda de nadie había puesto en pie un campeonato mundial de ajedrez que atraía a nuestra provincia a los mayores talentos internacionales, a cada uno de los cuales mencionaba por su nombre de pila: Gary, Bobby. Nos dieron a cada uno unos folios en blanco y un bolígrafo Bic de capuchón azul. Mientras los demás —políticos y periodistas locales— deliberaban, aquel hombre me hacía en voz baja observaciones terribles, algunas de ellas sobre nuestros compañeros de jurado. 

Él conocía bien el mundo, me dijo, con la autoridad del adulto cargado de experiencia hacia el joven que yo era. La vida era una lucha a muerte, sin tregua, sin respiro. El que se quedaba atrás era aplastado. Los fuertes machacaban a los débiles. Era mejor dar miedo que lástima, y engañar que ser engañado. Trazaba rayas o signos en el folio en blanco, como esquemas o ecuaciones que explicaran el horror del mundo, y mordía encarnizadamente el capuchón del bolígrafo. 

Yo anotaba lo que me iba diciendo. No había visto ni oído nunca a alguien así. Señalaba sin disimulo a los otros miembros del jurado y decía que él tenía dinero de sobra para enterrarlos a todos, y para enterrar al periódico, y para comprarlo y luego cerrarlo si le daba la gana. El capuchón del bolígrafo ya era una pulpa de plástico azul. Dijo que tenía prisa y se marchó a grandes zancadas, más de terrateniente que de ejecutivo, antes de que se terminara la reunión. Sobre la mesa había dejado los folios cruzados de rayas y signos. Sin que yo me diera cuenta, se había llevado mi bolígrafo, con su capuchón intacto, dejándome el suyo mordido y desfigurado, quizás una última lección práctica para mi inexperiencia.

Comentarios

  1. Excelente Muñoz Molina 👏.
    Por cierto, solo consigo escribir como anónimo (no me funciona con la cuenta de Google).
    J. C. Escudero

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares