O conmigo o contra mí. I. Alonso Tinoco

 

https://www.diariosur.es/opinion/conmigo-20221025000353-ntvo.html

O conmigo o contra mí

 


Cada simpatizante vive en una pecera: solo ve, oye, lee o atiende lo que le confirma su punto de vista

 

Ildefonso Alonso Tinoco. Médico. Tribuna. Diario Sur

 

Cuando una sociedad, o un colectivo heterogéneo cualquiera, se enfrenta a un determinado problema o a una situación conflictiva, surgen distintas opciones de afrontamiento.

En el plano individual, dependiendo de la experiencia previa, de la educación recibida (o de su carencia), de la impregnación afectiva familiar e incluso de la propia personalidad, se genera un esquema de valores que está en la base del posicionamiento personal ante cualquier conflicto. Además, la necesidad psicológica de sentirse integrado en un grupo de iguales condiciona –a veces de un modo decisivo– ese posicionamiento.

 

Ese conjunto de ideas y valores son las ideologías, a las que se adhieren los individuos en distintos grados: simpatizantes, militantes, dirigentes... para convertirse en grupos de presión política, compartiendo intereses y objetivos.

El individuo que se acoge a una ideología, se instala en un nicho de confort psíquico. Se siente respaldado cuantitativamente en sus opiniones (son muchos los que piensan como él) y cualitativamente: un colectivo amplio, con líderes destacados, coincide con él. Además, las interpretaciones, valoraciones y opciones ante cualquier circunstancia le vienen dadas: se va consolidando un camino mental en el que el individuo delega, paulatinamente, su independencia de criterio. Se solidariza sistemáticamente con todo aquello que sea propio de su partido y abandona completamente cualquier otra perspectiva. Cuanto más recorrido haya hecho en sintonía con su partido, más se profundiza la vinculación: una eventual discrepancia será más grave (tanto orgánica como afectivamente) cuanto más tardía.

 Ya solo se atiende lo propio. Lo referido a otras opciones se rechaza totalmente, hasta el punto de servir de referencia inversa (el discurso del 'otro' no le interesa: no porque esté equivocado, ni siquiera lo escucha, sino porque es del 'otro'). El partido en el gobierno –no importa cuál– elabora un proyecto de ley y la oposición presenta doscientas o trescientas enmiendas, ninguna de las cuales –ni una sola– es aceptada. ¿Es razonable? Para posicionarse solo basta llevar la contraria. Puro sectarismo.

 

Esta dinámica lleva inexorablemente a la radicalización. Cada simpatizante vive en una pecera: solo ve, oye, lee o atiende lo que le confirma su punto de vista. Los más impulsivos o los más viscerales derivan en fanatismo, antesala de la violencia.

 

Pero otra actitud es posible: mantener la atención en el discurso y los hechos de las distintas opciones. Porque, probablemente, se descubrirá que hay elementos asumibles y razonables en varios partidos e incluso en todos. Esto, a diferencia de lo anterior, es incómodo. No tienes un colectivo en qué apoyarte. En las votaciones no hay ninguna papeleta que te satisfaga y posiblemente acabes eligiendo la opción con la que menos discrepes. O votas en blanco. No te sentirás satisfecho porque tienes la sensación de que tu voto se perderá en el torbellino electoral sin efecto alguno. En cierto modo te conviertes en una especie de huérfano social.

 

Esa actitud, estar abierto a todas las opciones sin enquistarse íntegramente en ninguna, es la imprescindible para cualquier negociación. Una negociación no es una imposición, es un comercio de intereses, de tal manera que solo es posible si las distintas partes se benefician en algo, lo que implica perder en algo. Y eso es inaceptable para cualquier integrista sectario (contradicción interesante).

 

La persona que no se siente alineada (a veces, alienada) por ningún partido se puede sentir en la 'obligación moral' de contribuir al entendimiento, exponiendo a cada parte lo que de asumible encuentra en la contraria y/o también, destacando lo que de rechazable encuentra en cada una. Esa actitud, constructiva y, a la postre, la única que puede resolver un conflicto, se convierte en molesta para los 'contendientes', que suelen responder con descalificaciones personales o considerándola 'enemiga'.

 

Mostrarle a tus amigos izquierdosos algunas incoherencias de la izquierda te convierte inmediatamente en derechoso o en 'facha', según el grado de ebullición del sujeto. Pero si a los amigos derechosos les muestras evidentes desaciertos de la derecha, milagrosamente te has convertido en un 'rojo' irredento.

Por ejemplo, considerar que Putin (cuya responsabilidad no se discute), antes de la invasión de Ucrania, aducía algunos argumentos negociables que podrían haber evitado la situación actual y, tal vez, un holocausto nuclear, no debería convertirse en la acusación de ser un defensor de Putin o de justificar la guerra.

Cualquier intento de resolución de un conflicto debería comenzar por la autocrítica y la contemplación de algo asumible en el oponente. Y esto es válido en una disputa infantil por golosinas y en un conflicto internacional.

Desgraciadamente, las personas cuya actitud es conciliadora y resolutiva acaban siendo perseguidas y consideradas enemigas por todas las facciones.

Así nos ha ido y así nos va.

 

 

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