Ley Trans. Dos artículos para el debate.

Primer artículo:

TRIBUNA. Diario de Sevilla

FEDERICO SORIGUER

Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias

 

La identidad como disculpa

 

 


 

La identidad como disculpa / ROSELL

 

Todo lo que le ocurre al ser humano tiene lugar en el cuerpo. Por eso a lo largo de la historia el control del cuerpo ha formado parte de los objetivos del poder, pues el cuerpo es el principal capital que todo el mundo tiene y para muchos el único. Pero, hasta que comienza la era científica moderna, del cuerpo solo conocíamos su representación, lo que aún se sigue llamando con propiedad, el esquema corporal. No es sorprendente que, en todas las épocas, el cuerpo humano, ha sido sujeto de manipulación y de interpretación. Esta dificultad para conocernos es la razón por la cual la conquista del cuerpo ha sido, sobre todo, la conquista de la historia del cuerpo, del relato sobre el cuerpo, como se diría ahora. 


A lo largo de la historia las personas han vivido en un cuerpo enajenado. La autonomía, es una conquista moderna que podría ser definida como la apropiación por el sujeto de su propio cuerpo. La esclavitud era el mayor ejemplo de la expropiación del cuerpo por el poder. También las religiones mantuvieron el control sobre el cuerpo (la carne - el cuerpo-, junto al mundo y el demonio, los tres enemigos del alma). La Ilustración y el mejor conocimiento del cuerpo, abrieron las puertas a la heteronomía, a la liberación del cuerpo. 


Pero bien pronto el control del cuerpo reaparece de la mano de los nuevos humanismos, ese sistema de creencias que consideraba (y aún considera) que el hombre es capaz de dar respuesta a todos los grandes problemas que le han aquejado a lo largo de la historia. Un humanismo, ya sea cristiano, ya sea socialista, ya sea nacionalsocialista, ya sea transhumanista, que tienen en común la utopía de crear un hombre nuevo tras un periodo, más o menos largo, durante el que tendrán que arrostrar numerosos sacrificios. Y en este empeño unos (los biogénicos) han creído que podrían utilizar la biología para conseguirlo (el nacionalsocialismo con la eugenesia o el transhumanismo con el biopoder, por ejemplo) y otros (los sociogénicos) mediante la revolución social, capaz de moldear la naturaleza humana mediante la ingeniería social. 


Hoy, huérfanos de sujeto histórico, los nuevos revolucionarios libran la batalla en el interior del cuerpo humano Y aquí estamos ahora, con este nuevo intento de redefinir la naturaleza humana haciendo desaparecer del BOE una de sus certezas más básicas, la existencia de los sexos, como corresponde a una especie que se reproduce sexualmente y que le ha permitido llegar hasta aquí. Porque digámoslo con claridad. A los ideólogos de la llamada ley trans les importa muy poco la dignificación de la atención a las personas transexuales, que realmente necesitan la ayuda y el reconocimiento social y que estaba bien encauzada (en Andalucía, ya al menos desde 1999). En realidad, la dignificación y el reconocimiento de las personas transexuales fue el señuelo con el que se engañó al movimiento feminista, su gran y solidario valedor durante décadas. Porque lo que anida detrás de la ley presentada es una carga de profundidad por parte de los elementos más radicales de Podemos, convertidos en el brazo político de un movimiento más amplio, el movimiento queer, antisistema, anticientífico y negacionista de la realidad. La negación del sexo biológico y su sustitución por la polisémica idea de género no es la consecuencia de un proceso avalado por la investigación científica, sino subordinado a la especulación ideológica (ideología de género). 


Un movimiento que se incardina dentro de lo que podíamos llamar "internacional identitaria" que agrupa a un heterogéneo conjunto de movimientos, relacionados con la raza, la religión, la etnia o el nacionalismo, todos ellos de base identitaria, sustentados en un presunto derecho que hace prevalecer la subjetividad y que convierten en realidad, sin más pruebas que la de las emociones y percepciones personales, es inmune a cualquier contraste de opinión e innegociable. 


Desde esta consideración es bastante ingenuo seguir considerando la ley trans y a quienes hay detrás de ella, como personas liberales, capaces de negociar y de dialogar. Es difícil hacerlo con la subjetividad y con las emociones. Muchas personas bien intencionadas creen que la desaparición del concepto de sexo su sustitución por el de género es algo irrelevante. Que la llamada ley trans es un paso más en la conquista de derechos y de libertades civiles y que beneficiará a las personas transexuales y a toda la comunidad. No es así. La atención a las personas transexuales no va a mejorar. El radicalismo trans/queer, como la mayoría de los movimientos identitarios actuales, son profundamente reaccionarios. Son una disculpa, el comienzo de un plano inclinado por donde se deslizan hoy los revolucionarios que ha habido en todas las épocas, y que carentes de sujeto histórico parecen haberlo encontrado en la negación de la biología. Un nuevo empeño, ¡desde la izquierda! que no solo no molesta a su enemigo histórico, sino que ha encontrado en él su principal valedor. De esta manera los dos viejos enemigos, se unen en una nueva cruzada en la que los nuevos revolucionarios justifican su afán justiciero, al tiempo que se lleva por delante una parte de los logros del feminismo, mientras que el viejo capitalismo se frota las manos.



                                                             ***



   Segundo artículo relacionado con este tema.



http://lectura.kioskoymas.com/article/281694028760973

 

‘Ley trans’: 47 millones de afectados

 

La normalización, el apoyo y los derechos de las personas del colectivo LGTBIQ+ pueden ser defendidos sin dimitir de la realidad ni comulgar con ideologías extravagantes e irresponsables

 

  • Amelia Valcárcel es filósofa. Firman también este artículo Mari Cruz Almaraz, María Asencio, Silvia Carrasco, José Errasti, Isabel Esteva, Laura Freixas, Alicia Miyares, Marino Pérez Álvarez y Lluís Rabell. AMELIA VALCÁRCEL

 

La ley trans, concebida para amparar los derechos de una minoría, afecta a toda la sociedad. Sustituyendo la realidad biológica e inmutable del sexo por los mandatos culturales asignados a varones y mujeres, convierte estos estereotipos en “identidades” elegibles. Si ser mujer deviene un sentimiento indefinible, las políticas que corrigen esas desigualdades quedan socavadas. “Mujer” y “varón” se vacían de significado. Validando una incongruencia metafísica entre lo que alguien “es” y su cuerpo, algunos menores son inducidos a someterse a arriesgados tratamientos farmacológicos y quirúrgicos. Educadores, psicólogos, médicos… deben abdicar de sus conocimientos y deontología. Un régimen sancionador les amenaza, así como a las familias críticas con ese proceder.

Al redefinir legalmente realidades básicas sobre las que se construye la sociedad, estamos ante una ley que afecta a 47 millones de personas de diversas formas:

 

1. Jurídicamente, la redefinición del sexo como una elección personal implica la inaplicación de otras leyes. Una persona podrá rectificar su sexo en el Registro Civil solo con manifestar tal deseo. Si alguien nacido varón decide ser mujer no podrá ser condenado por un delito de violencia de género cometido tras la rectificación registral; accederá a vestuarios femeninos; ingresará en prisiones de mujeres, aunque sus delitos sean sexuales; participará en competiciones deportivas femeninas. La

ley trans limita la libertad de expresión de quienes se opongan a ella o a sus presupuestos científicos o filosóficos, incluyendo sanciones que no impondrán jueces. Será el Ministerio de Igualdad el que decidirá lo que constituye una infracción. La carga de la prueba se invierte, y deberá ser el acusado el que demuestre su inocencia.

 

2. Es un ataque al feminismo y su agenda, al alterar el significado de la palabra “mujer”. En la práctica, el objeto de esta ley son las mujeres y no el colectivo LGTBIQ+. Lo que se quiere eliminar de raíz es la consideración del “sexo” como realidad y anular su validez jurídica. La ley trans se fundamenta en la ideación extravagante de que el sexo se determina a voluntad. En el siglo XXI, creencias místicas relativas al “ser” pretenden sustituir datos verificables por autopercepciones subjetivas: si yo afirmo que soy mujer, soy mujer. Ya existía el terraplanismo, ahora aparece el sexoplanismo.

 

3. En el ámbito educativo, la ley trans confirma los protocolos autonómicos que introducen el ideario transgenerista en los centros. Se imponen ideas acientíficas; se pervierte la atención a la diversidad con conceptos ajenos a ella; se tergiversa el significado de la coeducación, y se legaliza la entrada en los centros de entidades privadas para propagar una ideología sin ningún fundamento. Aumentan los casos de estudiantes que se declaran trans después de haber oído en las aulas que el sexo se puede cambiar, que existen más de dos sexos y que ser mujer o varón es una identidad sentimental autodeterminada.

 

4. Se impone en la práctica médica y psicológica el modelo afirmativo como la única posibilidad de tratamiento, obligando a los profesionales a aceptar la autovaloración de la persona. El principio de autonomía prevalece sobre el de no maleficencia, ignorando que este malestar encubre a menudo otros malestares. Esto, preocupante en todos los casos, se vuelve gravísimo si hablamos de menores de edad. Tergiversando el término, se considera “terapia de conversión” todo procedimiento —incluso solicitado por la persona— que busque la evaluación integral. La valoración de todas las posibilidades, la prudencia y la espera atenta son prácticas sanitarias habituales.

 

Primum non nocere. Sin embargo, la exploración, evaluación y diagnóstico que los clínicos realizan ante otros malestares quedan prohibidos ante los malestares con el sexo y el género, olvidando que los menores tienen derecho a recibir los mejores estándares de atención, que pasan por estudiar el problema y ofrecer la mejor ayuda, incluida la transición fármaco quirúrgica si fuera el caso.

El proyecto de ley contó con el informe negativo del Consejo General del Poder Judicial, no pasó por el pleno del Consejo de Estado, no ha sido tramitado como la ley orgánica que es, se intenta aprobar mediante un procedimiento de urgencia que prescinde de las opiniones de expertos y no se discutirá en el pleno del Parlamento. Muchos juristas adelantan que caerá en el Tribunal Constitucional. Múltiples asociaciones profesionales y científicas —incluida la Organización Médica Colegial— se han pronunciado en contra. Países de nuestro entorno, que adoptaron leyes similares, empiezan a retroceder. Un proyecto que subvierte leyes, erosiona libertades y hace saltar alarmas educativas y sanitarias, no puede ser aprobado por la puerta de atrás. Pedimos sensatez, tiempo y transparencia. La normalización, el apoyo y los derechos de las personas del colectivo LGTBIQ+ pueden ser defendidos sin dimitir de la realidad ni decretar que 47 millones de españoles estén obligados a comulgar con ideologías extravagantes e irresponsables.

  

 

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