La ciencia ya no es lo que era. F. Soriguer

La ciencia ya no es lo que era

Federico Soriguer Escofet. Médico. Academia Malagueña de Ciencias



https://academiamalaguenaciencias.wordpress.com/2022/10/29/la-ciencia-ya-no-es-lo-que-era/

La mayor parte de los científicos viven su condición de científicos con bastante complacencia.  Se sienten herederos de aquellos que, en el siglo de las Luces y la Ilustración, cambiaron para siempre el mundo. Pero la ciencia ha cambiado tanto, que es imposible en los límites de esta columna hacer un resumen de estos cambios. Hasta la mitad del siglo XX unos cuantos grandes científicos generalmente con pocos medios, consiguieron grandes logros. Pocos empeños humanos han sido más rentables.

Hoy, en cambio, la ciencia y los científicos, reciben grandes sumas de dinero (en algunos países) que, por otro lado, como es natural, nunca son suficientes. Por poner un ejemplo, el llamado programa Horizonte Europa  supone una inversión de 95.000 millones de euros y eso  es un montón de dinero, que tendrán que gastarlo entre decenas de miles de investigadores, muchos de los cuales, aunque presuman de la vitola de científicos, no lo son propiamente, pues les costaría justificar y contextualizar el trabajo que desempeñan en unos laboratorios  gigantescos, trabajando en proyectos, probablemente multinacionales, en los que la responsabilidad queda fragmentada o diluida hasta perderse en una anónima multiautoría.

Investigadores que trabajan para los estados o para empresas privadas más grandes que algunos estados, que son los que marcan las prioridades de la investigación a través del control de los presupuestos o de otros mecanismos de gestión de los recursos, humanos o no humanos. Unas investigaciones dirigidas en demasiadas ocasiones a la generación de tecnología con el noble objetivo de mejorar el confort de los ciudadanos y en última instancia destinada al mercado. Y es aquí donde reside otra de las grandes diferencias. Porque no es lo mismo confort que bienestar. Ambos tienen que ver con la satisfacción de una necesidad o de un deseo, pero el confort tiene que ver con lo físico, con la comodidad (el aire acondicionado, por ejemplo) y el bienestar con la satisfacción, la tranquilidad, la vida toda (“la calidad de vida”). 

Hasta ahora el progreso científico a través, entre otras cosas, de la tecnología, ha mejorado el confort y el bienestar. Pero para ambos hay unos límites a partir de los cuales la inversión no aumenta el bienestar, sino solo el confort y este por sí solo es insuficiente (si solo necesitas una nevera dos neveras no aumentan el confort). Es lo que, de alguna manera está hoy ocurriendo con la ciencia. Se invierten grandes cantidades de dinero en investigación científica que termina generando nuevos productos tecnológicos que permiten a los científicos publicar en prestigiosas revistas científicas, aumentando el currículo con el que consiguen nuevos proyectos con los que vuelven a participar en la carrera científico-tecnológica, cerrando un circulo no siempre virtuoso.  Productos tecnológicos que industrialmente transformados, una vez en el mercado alcanzan una rápida obsolescencia, generando nuevas demandas de confort, que contribuyen a engrasar el actual círculo ciencia-tecnología-sociedad que, lejos de contribuir al bienestar de la sociedad, consigue si acaso, ya, el efecto contrario, pues es imposible satisfacer plena y definidamente los insaciables deseos de los humanos.

Es por esto que, bajo la lógica del crecimiento perpetuo basado en la sociedad del conocimiento, la ciencia se ve obligada a una creatividad y a una aceleración permanente. Pero, descubrir no es tan fácil. De hecho, cada vez es más difícil, pues los grandes descubrimientos se hicieron al principio de la era científica moderna, en la que “todo estaba por descubrir”. De hecho, si comparamos los descubrimientos científicos realizados a partir de la segunda mitad del siglo XX con los anteriores y los analizamos desde una perspectiva coste-beneficio, la ciencia moderna no saldría muy bien parada.

No se debería confundir descubrimientos científicos con aplicación de estos conocimientos, que es lo que se ha hecho sobre todo en las últimas décadas. Por poner un ejemplo, el proyecto “genoma humano” cuyo impacto ha sido enorme, es la aplicación (sobre todo tecnológica) de los descubrimientos científicos sobre los genes hechos más de medio siglo antes.  Una aceleración tecnológica del conocimiento que ha terminado en lo que algunos han llamado el delirio ontológico de la ciencia moderna. Esa fantasía que ha llevado a la ciencia y a la tecnología a vivir de espaldas a la (gran) Naturaleza. Porque si algo hemos aprendido hoy es que la ciencia no puede lavarse las manos ante las aplicaciones del conocimiento científico. Es por esto que la vieja dicotomía entre ciencias básicas o fundamentales y ciencias aplicadas carece de sentido. Todas las ciencias hoy son ciencias aplicadas.  Todas las ciencias y todos los científicos tienen que pensar desde las fronteras del conocimiento, pero también sobre los límites de ese conocimiento que son también “los límites del crecimiento”. 

La ciencia de hoy, de alguna manera, se parece más a la lógica del diseño industrial que a la vieja ciencia sustentada en la leyenda de un método científico universal. “Poco queda de aquel genio despistado que se despierta un día cualquiera con una visión que cambiará la historia. El modelo ahora es del científico pop star, manager y recaudador de fondos, e incluso coach, con gran visibilidad en los medios y un laboratorio tan grande como sea posible”. Los jóvenes investigadores corren el peligro, de dejar de pensar para convertirse en mano de obra ultraespecializada.

España es un país que ha llegado tarde a este nuevo mundo científico y aún está necesitado de mayores inversiones en ciencia. Pero estoy seguro que alguno de vosotros, lectores que habéis llegado al final de este artículo, reconoceréis, también ya en España, prototipos como los que, citando a Juan Arnau, he recogido entrecomillado en el último párrafo.

 

 

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