Charla postmorten con Harold Bloom

En un número reciente de la Revista Jot Down el escritor y matemático Carlo Fabretti publica un ficticio e imaginario diálogo con Harold Bloom creador del polémico Canon literario occidental.

Abajo está transcripto dicho diálogo y antes unas pinceladas de ambos autores.

Os invito a su entretenida lectura.


https://www.jotdown.es/2020/11/tragarse-al-padre-saltarse-el-canon-o-viceversa-dialogo-plutonico-con-harold-bloom/?mc_cid=1b3583b7bb&mc_eid=40e6878fb9

Harold Bloom (Nueva York, 11 de julio de 1930-New Haven, 14 de octubre 2019)  fue un crítico y teórico literario estadounidense y profesor de humanidades en la Universidad de Yale. Desde la publicación de su primer libro en 1959, escribió más de cuarenta libros, incluyendo veinte libros de crítica literaria, varios libros sobre religión y una novela. Editó cientos de antologías para numerosas figuras literarias y filosóficas.  Sus libros han sido traducidos a más de 40 idiomas. En los años 90 se destacó especialmente al publicar el Canon literario occidental que ocasionó muchas controversias. Bloom falleció hace apenas más de un año.

Carlo Frabetti (n. Bolonia, 1945) es un matemático, escritor, guionista de televisión y crítico de cómics italiano residente en España y que escribe habitualmente en castellano. Como matemático, cultiva asiduamente la divulgación científica y la literatura infantil y juvenil. Sus obras más importantes son El mundo flotante y sus continuaciones.


Tragarse al padre, saltarse el canon (o viceversa: diálogo plutónico con Harold Bloom)

Publicado por Carlo Frabetti. Jot Down 


                                           Harold Bloom (1930-2019). Foto: Cordon.


A las puertas de la muerte me he recitado poemas, pero no he buscado un interlocutor para entablar una conversación dialéctica. (Harold Bloom)

En 2002 coincidí con Harold Bloom en la Universidad de Valencia, y este breve diálogo, ahora que se cumple un año de su muerte, intenta ser, en la medida de lo imposible, una recreación/extrapolación de aquel lejano encuentro, más instructivo que cordial. Plutónico, puesto que es un diálogo con un muerto al que interpelo desde mi propio inframundo.

Diálogo

Fabretti—Tu declarada admiración por Freud te llevó a trasladar sus especulaciones sobre la supuesta necesidad de «matar al padre» al ámbito de la creación literaria.

Bloom—¿Es una pregunta o una afirmación?

F—Ambas cosas: una afirmación que espera ser confirmada o refutada.

B—La confirmo y la refuto. Hay un innegable paralelismo entre el conflicto edípico del niño que necesita afirmar su identidad superando la dependencia filial y la angustia de las influencias del escritor que busca su propia voz, y así lo he manifestado repetidas veces. Pero conviene advertir que este paralelismo podría resultar más engañoso que esclarecedor. Las relaciones familiares y las relaciones literarias, aunque se complementen y enriquezcan mutuamente, son muy distintas, e incluso antagónicas en algunos aspectos. Para empezar, el padre biológico nos viene impuesto, mientras que los escritores eligen a sus padres literarios entre muchos candidatos.

F—Hablas en masculino. ¿Es un masculino inclusivo o te refieres muy concretamente a los escritores varones?

B—Al igual que el conflicto edípico, creo que la angustia de las influencias es más fuerte en los varones, pero afecta a cualquier persona que escriba. Por otra parte, hasta hace bien poco la inmensa mayoría de los escritores eran hombres, por lo que, de facto, cualquier análisis con perspectiva histórica se refiere más a ellos.

F—¿Explica eso que en la lista de veintiséis nombres de tu Canon occidental solo haya cuatro mujeres?

B—Lo explica y lo justifica. No es culpa mía que solo en las últimas décadas las mujeres hayan tenido pleno acceso a la cultura y a la posibilidad de participar en ella de forma activa.

F—¿Y qué me dices del hecho de que la mitad de tus canónicos sean angloparlantes? Y entre los que no lo son está Freud, lo cual, tratándose de un canon literario, parece responder a una devoción personal más que a un criterio objetivo, si tal cosa existe. ¿No incurres, al canonizar a Freud, en el mismo error o abuso que achacas a lo que despectivamente denominas «Escuela del resentimiento»?

B—Freud escribió el más grande e influyente relato de nuestro tiempo, una auténtica Odisea de la psique, una Divina Comedia en la que el infierno, el purgatorio y el paraíso son sustituidos por el ello, el yo y el superyó.

F—¿Y en la que Freud es Dante?

B—Y a la vez Virgilio.

F—Hay al menos otros dos «grandes relatos» de la misma época tan influyentes o más que la teoría del psicoanálisis: el darwinismo y el marxismo. Y, además, tanto Darwin como Marx eran, al igual que Freud, excelentes escritores. ¿Por qué no están en tu canon?

B—La obra de Freud tiene una dimensión literaria y una profundidad de las que Marx y Darwin carecen, así como un poder de evocación único y un estilo propio que creó escuela.

F—¿No hay una buena dosis de judaísmo y anticomunismo en esas opiniones?

B—Una dosis buena, en todo caso. Y no creo que afecte a mi criterio literario.

F—¿Y qué me dices del anglocentrismo?

B—Te digo lo mismo.

F—Volvamos a tu Escuela del Resentimiento, en la que metes a feministas, marxistas, lacanianos, deconstructivistas, historicistas, semióticos… ¿Caben todas y todos en el mismo saco?

B—Depende de la etiqueta que le pongamos al saco.

F—Ya se la has puesto: «Escuela del Resentimiento».

B—Es una escuela con varias aulas y materias muy diversas, algunas incompatibles entre sí; pero todas comparten el resentimiento.

F—El feminismo, por no mencionar a tus otros «resentidos», se rebela contra la opresión patriarcal y es la gran fuerza transformadora de nuestro tiempo. Llamar resentidas a las feministas es como llamárselo a los judíos o a los negros.

B—Si algunos judíos o algunos negros atacaran a Shakespeare por incluir en sus obras a un Shylock y a un Otelo, los llamaría resentidos.

F—Entre tus canonizados hay al menos dos escritores, Borges y Pessoa, que prefirieron la literatura a la vida y lo proclamaron abiertamente, y tú mismo has hecho algunas afirmaciones en ese sentido, ¿no es así?

B—Contestaré citándome a mí mismo: «Santificar una mentira y engañar con buena conciencia es la labor necesaria de la literatura y del arte en general, porque una concepción errónea de la vida es necesaria para la vida, mientras que la idea acertada de la vida simplemente acelera la muerte». La literatura es más vital que la vida.

Una breve pausa para contar hasta diez y cambiar de tema.

F—Cuando, a principios del siglo XX, la teoría de la relatividad revolucionó nuestra visión del mundo físico, los consabidos titulares sensacionalistas proclamaron que Einstein había acabado con Newton. James Blish, un destacado autor de ciencia ficción (género al que, dicho sea de paso, creo que deberías haber prestado mayor atención), replicó diciendo que Einstein se había tragado vivo a Newton. 

¿Crees que los escritores pueden y deben hacer lo propio con sus padres literarios, tragárselos vivos en vez de matarlos?

B—Sí, creo que es una metáfora muy acertada. «Devoramos» los grandes libros y nos enriquecemos asimilándolos; al leerlos atentamente y mantenerlos vivos en nuestro interior nos formamos como lectores y, eventualmente, como escritores. Pero esa asimilación vivificante no está al alcance de cualquiera, o no del todo. Por eso la angustia de las influencias estimula a los buenos escritores y expulsa a los mediocres.

F—Y hablando de expulsiones, ¿no crees que el interés de tu canon está más en lo que excluye que en lo que incluye, en las preguntas que esas exclusiones nos llevan a formular?

B—¿Como la que acabas de hacerme?

F—Y muchas más. Tantas que habría que dividirlas en varios apartados, como, por ejemplo, el de los agravios comparativos: ¿por qué, de los dramaturgos del siglo XX, Beckett y no Brecht, ni Ionesco, ni Pirandello? ¿Por qué Neruda y no César Vallejo? ¿Por qué Borges y no Calvino, ni Buzzati, ni Chesterton? ¿Por qué Joyce y no su padre literario, el imprescindible Lewis Carroll? ¿Por qué Tolstói y no Dostoievski? ¿Por qué Dickens y no Balzac, ni Flaubert, ni Hugo? ¿Por qué, junto al indiscutible Cervantes, no están ni Lope ni Góngora? ¿Por qué Chaucer y no Boccaccio? O el apartado de las exclusiones de sectores enteros y verdaderos: ¿dónde están los grandes poetas románticos, los simbolistas, los modernistas? ¿Y los grandes escritores de ciencia ficción, la narrativa más vigorosa y específica del siglo XX? ¿Por qué…?

B—Demasiadas preguntas.

F—Tienes toda la eternidad para contestarlas.

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Nota

Según Bloom, el canon occidental lo constituyen los veintidós escritores y las cuatro escritoras siguientes:

1. William Shakespeare

2. Dante Alighieri

3. Geoffrey Chaucer

4. Miguel de Cervantes

5. Michel de Montaigne

6. Molière

7. John Milton

8. Samuel Johnson

9. Johann Wolfgang Goethe

10. William Wordsworth

11. Jane Austen

12. Walt Whitman

13. Emily Dickinson

14. Charles Dickens

15. George Eliot

16. Lev Tolstói

17. Henrik Ibsen

18. Sigmund Freud

19. Marcel Proust

20. James Joyce

21. Virginia Woolf

22. Franz Kafka

23. Jorge Luis Borges

24. Pablo Neruda

25. Fernando Pessoa

26. Samuel Beckett


Obsérvese que los nombres parecen estar en orden cronológico, pero Bloom se lo salta escandalosamente —un salto de tres siglos— para poner a Shakespeare en primer lugar, como si no pudiera soportar que la lista la encabezara un italiano.


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