¿Destrucción de estatuas?. F. Soriguer

La lucha por el capital simbólico

 

 

Lo que nos viene a recordar el movimiento BLM es que si queremos cambiar el mundo tenemos primero que cambiar a sus símbolos

 

FEDERICO SORIGUER / MÉDICO. MIEMBRO DE NÚMERO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS. Publicado en La Tribuna. Diario Sur

 

En los últimos días el movimiento Black Lives Matter (BLM) está consiguiendo desbancar el interés informativo por el Covid-19. BLM nos ha recordado que aunque las razas humanas no existen el racismo sí. ¿Sorprendente? Pues no demasiado. Durante la mayor parte de la historia los hombres se mataron, se esclavizaron, se ultrajaron, pero no por la raza, sino por intereses de horda, de clan o de tribu. Más adelante, a medida que la humanidad se hizo más sofisticada, surgieron las justificaciones religiosas o científicas.

 

En nuestra cultura la lectura literal de la Biblia advierte ya de la existencia de tres razas humanas provenientes de Sem, Cam y Jafet, los tres hijos de Noé. De Sem descenderían los judíos y árabes; de Cam, los negros, y de Jafet, los blancos. Según esta versión, Noé maldijo a Can, «maldito sea Canaán, siervo de siervos será a sus hermanos», condenándolos a la esclavitud por sus hermanos. Más recientemente las justificaciones fueron sobre todo científicas. Pero ni el Viejo Testamento es hoy fuente alguna de autoridad ni tampoco la ciencia que ha demostrado suficientemente que solo hay una raza humana, la especie homo sapiens que con aspectos (fenotipos) diferentes tienen el mismo genotipo, de manera que hay más variación genética entre dos individuos dentro del mismo grupo fenotípico que entre dos individuos de distintos grupos, tomados al azar. 

Entonces ¿por qué sobrevive el racismo?

 

Todos los estudios recientes muestran que detrás de los movimientos racistas hay siempre interés de dominación y de clase. Son las mismas razones que llevan a recibir con los brazos abiertos a los jeques millonarios mientras se criminaliza a los inmigrantes del mismo origen. La lucha antirracista es muy antigua, pero lo que caracteriza ahora a este BLM es que se han planteado como objetivo la destrucción de los símbolos de lo que ellos consideran el origen del racismo. Y es esta una batalla que está haciendo mella en una parte de la sociedad blanca y bien pensante (por cierto, y para que no quede duda, sociedad desde la que escribo).

 

Pierre Bordieu ya llamó la atención sobre la existencia de un capital simbólico (que incluía el social y el cultural) ignorado por un marxismo que solo se interesó por el capital económico. Para Bourdieu todas las formas de capital son estructuras de poder, pues su escasez y su desigual distribución obligan a competir por su posesión, por lo que concede a quien las disfruta de alguna forma de poder. El empeño de muchas de las minorías étnicas por destruir estatuas de héroes del pasado colonial no es solo un intento de reescribir la historia, intento, por cierto, menospreciado como de ignorante por las mayorías. Es sobre todo una carga de profundidad contra el capital simbólico de las sociedades bienpensantes y bien-estantes desde donde las estatuas lanzan su simbólico mensaje.

 

Todos creemos tener una imagen del mundo como resultado de un proceso racional de interpretación de la realidad. Pero no estaría mal que, al menos como ejercicio mental, nos preguntáramos cómo hemos llegado a tener esta imagen.

Desde luego la imagen del mundo no se construye como si de una fotografía en un momento dado se tratara. Nuestra imagen del mundo es el resultado del 'imprinting' de mensajes simbólicos recibidos a lo largo de nuestra vida. Unos mensajes que no hemos elaborado nosotros, sino el discurso dominante.

 

Racionalmente se pueden repudiar, pero el peso del 'imprinting' sobre nuestra racionalidad es demasiado poderoso en la mayoría de las personas. La consecuencia es que, incluso aunque cambiemos nuestra imagen del mundo, el peso de nuestra subjetividad inevitablemente impregnada del discurso dominante termina neutralizando o ralentizando el paso de las ideas a la acción.

El capital simbólico es una pesada carga que explica en muchas ocasiones la pasividad de grandes masas de población, propietarias del mismo capital, ante injusticias evidentes, incluso racionalmente reconocidas. No es nada nuevo.


Intentar explicar críticamente el mundo sin hacer nada para cambiarlo es lo que han hecho los intelectuales orgánicos toda la vida.


La lucha por la propiedad y el control del capital simbólico es probablemente la mayor fuente de poder de unos hombres sobre otros. Más allá de la incomodidad personal (¡¡subjetiva!!) de la caída de los símbolos que nos han sido legados, la cuestión es de más envergadura de lo que parece, pues anuncia un cambio en las relaciones de poder y eso siempre es un peligro. Lo dijo mejor Ferlosio («Mientras no cambien los dioses, nada habrá cambiado»). En fin. Lo que nos viene a recordar el movimiento BLM es que si queremos cambiar el mundo tenemos primero que cambiar a sus símbolos. Y en eso están, mal que nos pese a tantos.

 

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