Actualidad: ¿Qué hacer?
Hace ya unas semanas que Ramón Lobo publicó esta columna en El País. Os la transcribo para meditar y reflexionar sobre la situación actual y sobre ¿qué hacer?...
Guerra,
cambio o revolución
RAMÓN LOBO. El País
Sería exagerado proclamar que estamos en los
estertores del capitalismo como sistema, pero no de este capitalismo, el que
provocó la crisis de 2008, que ya venía libre de marras desde la
contrarrevolución conservadora de Thatcher y Reagan. Es un capitalismo que
rechaza los controles del Estado porque “el mercado se regula solo”. Se trata
del mismo mercado que devora derechos fundamentales (pensiones, sanidad y
vivienda) y esconde sus ganancias en los mismos paraísos fiscales que usan los
narcos y los traficantes de armas, como explica Roberto Saviano en el
documental Push. En ellos se esconde más de un tercio del PIB mundial.
Desde la caída de Lehman Brothers en 2008, la
pobreza se ha disparado un 35%. En España el salario real descendió un 30%,
hubo reforma laboral y la precariedad se sumó al paro estructural. Los muy
ricos son cada vez más ricos y los pobres, cada vez más pobres. Un trabajo
medio no permite alquilar una vivienda digna, que pasó de derecho
constitucional (artículo 47) a mercancía para la especulación. El modelo del
Estado del bienestar que rigió en una parte de Occidente desde 1945 está
dejando de funcionar. También hay una involución democrática. Abundan los
incendios y los pirómanos en un mundo en el que crecen los partidos de extrema
derecha con soluciones simples basadas en el odio al otro. Es un escenario que
provoca guerras.
Es falso que el sistema más justo esté basado en
la libre competencia porque las cartas están marcadas. La riqueza y sus
privilegios se heredan; también pobreza y sus limitaciones. Según un informe de
Oxfam, una familia que pertenece al 10% más pobre necesitará 120 años para
alcanzar unos ingresos medios.
Anu Partanen y Trevor Corson firmaron un artículo
en The New York Times ,en el que ponían al descubierto la paradoja de
Finlandia, un país con altos impuestos, elevada protección social y empresas
que ganan dinero. Es un ejemplo que contradice el discurso dominante: derechos
o seguridad y progreso. ¿Qué une las protestas en Chile, Irak, Líbano, Haití,
Irán, Francia, Colombia y Hong Kong? Hay motores comunes, pese a que las causas
varían: hartura de un sistema que no funciona debido a la corrupción y unas
élites incapaces de ofrecer soluciones. Según el FMI, la diferencia entre un
país corrupto y otro que lo es menos es de cuatro puntos del PIB.
Dos movimientos han cobrado fuerza global, el de
las mujeres que luchan contra una sociedad patriarcal que no garantiza su
seguridad, como en México, que acumula diez feminicidios al día. Y otro que
nace motivado por una emergencia climática en la que las empresas contaminantes
tienen una gran responsabilidad. De poco sirven las cumbres si los impostores
copan el relato y lo llenan de publicidad engañosa. Ningún poder está a salvo
protegido por la fuerza y el dinero, necesita de la auctóritas, del prestigio,
para sobrevivir.
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