Torre Pacheco y la cría de monstruos. A. Rizzi
Torre Pacheco y la cría de monstruos
- ANDREA RIZZI
https://lectura.kioskoymas.com/article/281625311329628
Hace dos décadas, el terrible atentado yihadista de Madrid no desató ninguna represalia generalizada contra la comunidad musulmana afincada en territorio español, una demostración de notable madurez social. Era otra España. Era otro mundo. Hoy, el tejido sociopolítico de gran parte de Occidente es un inmenso terreno altamente inflamable. Uno en el cual basta un episodio real hábilmente manipulado (o incluso, simplemente, una mentira bien difundida y en conexión con retóricas políticas irresponsables de fondo) para armar grandes incendios. El episodio de Torre Pacheco es parte de un diseño más grande propio de este nuevo mundo, de esta nueva España. Conectemos algunos puntos para verlo en su dimensión.
El pasado mes de junio se produjeron graves incidentes de corte racista en Irlanda del Norte a raíz de una agresión sexual cometida presuntamente contra una chica por parte de dos menores cuyo juicio necesitó de traductores al rumano. Al otro lado de la frontera, en la República de Irlanda, desde 2023 se han registrado considerables disturbios xenófobos por varios motivos, entre ellos la conversión de una antigua planta industrial en centro de acogida.
También en junio, Hichem Miraoui, de origen tunecino, fue asesinado a tiros en el sur de Francia. La Fiscalía Antiterrorista gala ha asumido la investigación del asesinato como un crimen de carácter racista vinculado a la extrema derecha; es la primera vez que lo hace desde su creación en 2019. El hombre detenido como presunto asesino había dejado un inequívoco rastro racista e islamófobo en las redes.
En Italia, hace una semana, la policía informó de investigaciones acerca de una banda que organiza expediciones punitivas contra migrantes. Se llama Artículo 52, en referencia al segmento de la Constitución que dice: “La defensa de la patria es sacro deber del ciudadano”. En mayo, la policía alemana detuvo a cinco ultraderechistas que planeaban ataques contra migrantes. En el Reino Unido, el verano pasado, se produjeron disturbios xenófobos a gran escala.
La lista podría seguir, pero no hace falta. La sintomatología es evidente. ¿Cuál es la causa? Se trata de las llamaradas más brutales de un fenómeno reaccionario incubado en un caldo de cultivo compuesto por malestares de carácter material y cultural. Estos han sido hábilmente auscultados, comprendidos e irresponsablemente espoleados por fuerzas ultraderechistas.
Es importante analizar la conexión entre el factor material y el cultural. El descontento por situaciones de retroceso o precarización económica abonan el terreno para la cruzada cultural.
Los excesos del capitalismo que desembocaron en la crisis de 2008, las consecuencias negativas de la globalización, en términos de deslocalización de empleos, o de las revoluciones tecnológicas, la dificultad de acceso a la vivienda en un mundo globalizado… todo ello ha contribuido a generar un malestar en las clases populares que, como ya alertó Christes procedentes de culturas distantes y que sí, a veces, plantean problemas de convivencia. En Italia, con un fracaso del sistema político que ha causado una generalizada sensación de retroceso y pesimismo: un sálvese quien pueda. En España, con la cuestión territorial. El nacionalismo separatista catalán sin escrúpulos propició el ascenso de un brutal nacionalismo español, agarrado de entrada a la bandera de la integridad territorial y que ahora avanza en una retórica racista. No obstante, los denominadores comunes son fuertes. Las ultraderechas son nacionalistas; y los nacionalismos siempre esconden, detrás de un manto cultural, un interés material.
En las dos décadas transcurridas desde los atentados de Atocha, el mundo se ha ido tensionando. No era aquel un tiempo fácil: se encaraba un despiadado terrorismo yihadista, y una abusiva guerra contra el terror de EE UU y sus socios. Pero vinieron luego la crisis de 2008, la oleada de refugiados sirios de 2015, y sobre esa mezcla de malestares materiales y culturales empezaron a prosperar proyectos nacionalpopulistas. Iniciativas que espolean y se aprovechan de resentimientos de distinta índole. A menudo, con un mecanismo diabólico por el cual ciertas élites que son, con sus abusos, las causantes de ciertas dificultades materiales de clases populares, logran dirigir la frustración de estas en contra de ciertos extranjeros. En vez de exigir cuentas a los tories o los republicanos responsables de las políticas que los hundieron, las clases populares del Reino Unido y de EE UU han votado el Brexit o a Donald Trump. Un habilísimo uso de vieja propaganda nacionalista y nuevas tecnologías han producido este mecanismo de hipnosis colectiva. Muchos caen en ese estado de adormecimiento, inmune a argumentos racionales. Por supuesto, hay un abismo entre quienes solo abrazan ideas racistas y quienes pasan a los hechos. Pero cuanto más sean los primeros, más fácil será que haya quienes se envalentonen para lo segundo.
Ahora estos proyectos nacionalpopulistas están desatados. Alimentan incendios por doquier. Y tienen un rasgo monstruoso. Los individuos que cometen delitos son criminales. Pero las ideologías con potencial de quemar la convivencia pacífica son monstruos. Todo apunta a que seguirán propagándose, porque el único antídoto eficaz contra esos venenos es la disposición de los demócratas a aparcar al menos en algunos asuntos clave la pugna partidista para confluir en un frente de defensa de los valores básicos. Desgraciadamente, esa actitud escasea. Y aquí merece especial mención la grave responsabilidad de algunas derechas presuntamente moderadas que, en vez de intentar degollar la medusa, bailan con ella, indiferentes a la petrificación del mundo que aquella produce.
Por supuesto, hay gente rica que vota a la ultraderecha. Pero es especialmente sobre esa indignación popular que se ha ido edificando la catedral de la guerra cultural e identitaria. La reacción que se abate sobre los inmigrantes de forma indiscriminada y violenta nace sobre todo de ahí. Otra variante de la reacción es la que observa con recelo —llegando hasta la violencia— el necesario avance de las mujeres hacia la igualdad. La añoranza de otro mundo, uno blanco y machista donde el paterfamilias tenía un empleo estable, tal vez en una fábrica, que permitía adquirir una vivienda y mantener mal que bien a la familia mientras los niños tenían perspectivas de un futuro mejor, es parte clave de la cuestión.
Las ultraderechas —con su retórica cada vez más incendiaria, bien acusando a inmigrantes de comer mascotas, bien abogando por expulsiones indiscriminadas— tienen una responsabilidad política primaria y gravísima en el estallido de estos incendios. La jurídica les corresponde a los jueces dirimirla, pero la política es cristalina.
Ello no significa que las fuerzas progresistas —políticas, culturales, mediáticas— estén exentas de culpa. En algunos casos, sustancialmente desentendiéndose de los problemas reales que generan los procesos migratorios intensos. El correcto deseo de evitar estigmatizaciones induce a veces a un equivocado instinto de eludir la mirada sobre ciertas cosas, una suerte de negacionismo implícito. Y ello ha abierto terreno a los ultraderechistas. En otros casos, más recientemente, la culpa es la contraria: una hipercorrección que ha conducido a políticas que se parecen a las de la derecha extrema y, de alguna manera, parecen consolidar un estado de ánimo xenófobo.
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