¿Violencia médica-violencia obstétrica?. F. Soriguer

Dias pasados se publicó esta Tribuna en Diario Sur. Me parece muy atinada y disecciona un aspecto de la política actual. Aconsejo su lectura.


Diario SUR 20211120 p23.pdf





Sobre la 'violencia médica'

 

LA TRIBUNA

 

Cuando llegó, hace unos meses, la hora de la verdad con la pandemia, todos, también los obstetras, ginecólogos y ginecólogas, estuvieron donde tenían que estar

 

FEDERICO SORIGUER 


MÉDICO / MIEMBRO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS 

 

Desde el Ministerio de Igualdad la señora Montero ha lanzado una campaña institucional sobre la violencia obstétrica. Solo unos breves comentarios, como corresponden a la naturaleza de una columna. En la Baja Edad Media, únicamente la teología, el derecho y la medicina eran consideradas verdaderas profesiones. Las tres tenían un carácter 'sacerdotal y paternalista', soportado por su 'auctoritas', es decir, su prestigio y autoridad moral. A partir del siglo XVI la autoridad moral se va transformando en autoridad legal y las viejas profesiones se convierten en monopolios. No es casualidad que este intento fuese contestado en los comienzos del siglo XVIII, el siglo liberal por excelencia, por personas como Adam Smith, para quien el monopolio corporativo de los médicos resultaba injustificable ya que debería ser el mercado el que decidiera la competencia del médico sobre la base de su reputación y no de su licencia (D. Gracia). 

 

No fue así y la práctica de la medicina fue concedida a los médicos en régimen de monopolio. Había razones y no fue la menor la necesidad de garantizar por los poderes públicos la calidad del trabajo de los médicos, dada la naturaleza de su profesión. Como contrapartida, adquirían una enorme responsabilidad a la que intentaron responder creando códigos internos de autorregulación y una recuperación de los mitos fundacionales como el de la ética hipocrática. 

 

Es la medicina que nos ha traído hasta aquí y a la que, no sin desdén, se ha llamado paternalista. Pero desde la mitad del siglo anterior la medicina ha cambiado más que en toda su historia, entre otras cosas porque se ha convertido en una ciencia, lo que le ha proporcionado una enorme capacidad de resolución. Al mismo tiempo y sin que apenas nadie lo percibiera el viejo paternalismo médico ha sido sustituido por el burocrático de los sistemas propios de los estados de bienestar, ya sean públicos o privados. Y en este nuevo mundo el encuentro entre el médico y el paciente (que era donde se dirimía el paternalismo) ha sido sustituido por la relación de las empresas sanitarias (públicas y privadas) con sus 'clientes'. Todo paternalismo no es más que la expresión de una asimetría entre el que ordena y el que obedece. La diferencia frente al viejo paternalismo es que ahora el poder de los nuevos 'amos' frente a los viejos pacientes, ahora clientes, es mucho mayor. Y además invisible.

 

En este nuevo contexto los médicos nos hemos convertido en marionetas del nuevo poder, los policías a los que se escupe en las manifestaciones por las causas más nobles. 

 

Por supuesto que todo es criticable y manifiestamente mejorable. La atención médica y la obstétrica, también. Incluida la mortalidad materno-fetal perinatal -en España es una de las más bajas del mundo-, cuestión de la que no se habla. Como, también, parece olvidarse que la atención ginecológica, es proporcionada mayoritariamente por mujeres (en 1970, el 7% de los ginecólogos eran mujeres, hoy el 60% son ginecólogas y, entre las matronas, el 91%). 

 

La incorporación a la relación médico enfermo del principio de autonomía (de los pacientes) fue recibido como un regalo del cielo pues la nueva medicina, de base probabilística, necesitaba compartir la cuantificación de la incertidumbre con los pacientes. Liberarlos de la pesada carga paternalista fue una bendición para muchos médicos. Pero el principio de autonomía está siendo sustituido a marchas forzadas y desde arriba, por el de autodeterminación y autolegislación de los pacientes. 

 

Y esto es ya otra cosa, pues la autodeterminación no es tanto el resultado de una negociación sino el de una lucha por el poder, tal como en el siglo XVIII, aunque ahora con menos arsenal teórico y más demagogia, pues no otra cosa es incluir la iatrogenia médica (obstétrica en este caso) como parte de la violencia machista de mujeres contra mujeres. 

Desde luego que hay motivos para preocuparse. La medicina es una vieja profesión que ha ido cambiando con el tiempo hasta convertirse hoy en un modelo de la teoría de sistemas (Bunge). Y es desde ese reto ante la complejidad del mundo moderno, desde donde la medicina está dando señales de alarma que no deberíamos ignorar. Es el caso, por ejemplo, del abandono por las nuevas generaciones médicas de la vieja tradición hipocrática de servicio, más atentos en dar repuestas a las insaciables demandas de políticos irresponsables como la señora Montero que, desde su privilegiada posición, utilizan a la sociedad y en este caso a las pacientes, como arietes para satisfacer sus aprietos ideológicos. Unos jóvenes médicos que, habiendo olvidado a Hipócrates, no lo han sustituido por nada, si acaso por una cultura de gestión que lejos de reforzar la naturaleza de la medicina como una profesión dialéctica (potencialmente capaz de cuestionar periódicamente todos sus conocimientos) la está convirtiendo en una técnica cuyos resultados se miden como los de cualquier otra, por sus productos (altas, bajas, analíticas hechas, hígados operados y así). 

 

Seguramente exagero pues hace solo meses, cuando llegó la hora de la verdad con la pandemia, todos, también los obstetras, ginecólogos y ginecólogas, estuvieron, como siempre, donde tenían que estar. Lo inquietante es que si el señor Adam Smith estuviera hoy entre nosotros aplaudiría a la señora ministra enfervorecido al escucharle sus propuestas sobre autodeterminación.

 

 

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