¿Porqué se tatúan los jóvenes?. Lectura y debate

Desde hace años observo y me llama mucho la atención la moda sobre todo entre los jóvenes de tatuarse en la piel.  Aunque es una práctica que ha existido siempre, es en estos últimos años donde se ha incrementado de forma significativa.

Como le daba vueltas a este tema tenía guardado un recorte de periódico desde hacía más de seis años en mi mesa de trabajo. Se trataba de un artículo de Vicente Verdú publicado en 2014 en El País. Este artículo y una monografía de Villanueva Rabanal me aclararon mucho mis dudas sobre esta moda de gran incidencia en los jóvenes actuales. Invito a la lectura de ambos artículos que transcribo más abajo ya que pienso que os van a interesar.




 

Tatuarse, tunearse

 

VICENTE VERDÚ

 

La explosiva moda del tatuaje entre la juventud del siglo XXI ha permitido la oportunidad de montar una exposición sobre los tatuajes de todos los tiempos y todas las clases en el Museo Quai Branly de París (hasta octubre de 2015). Una muestra espectacular como correlato al espectacular crecimiento de los individuos marcados, decorados y escritos.

Pero ¿por qué tatuarse tanto ahora? En el pasado primitivo el tatuaje daba señal de las pertenencias tribales o religiosas, evocaba a los demonios o los dioses, otorgaba poder para luchar o para librarse de la muerte. En su ininterrumpida historia, el tatuaje fue tanto civil como religioso, tanto una aviso de prestigio como de estigma. Servía para distinguir a los jefes o para señalar a los proscritos. Jugaba el papel de un jeribeque importante en la vida expresa del sujeto.

 

Significaba en fin de tratar con cosas serias. El que ahora parezca triviliazado es especialmente coherente con la confusa y descreída condición de la época. Ni el cuerpo es tan sagrado ni el tatuaje tan ceremonial como antes. Uno y otro se reúnen hoy en una festividad que incluso en sus más siniestros bucles no conduce nunca a los acantilados del más allá. Sin embargo, ninguna otra pintura actual es tan fuerte, ambigua y multívoca como ésta.

 

El pigmento actúa no solo tematizando un deseo, mostrando un nombre de amor o exaltando el mal sino que interviene una clase de fe que recobra las anillas de la pertenencia, el martirio o el conjuro del miedo.

 

Efectivamente unos eligen el nombre de la amante, otros del infierno, otros del cómic y no se trata siempre de algo contrario al sentido de los viejos ancestros. Efectivamente el cuerpo es prácticamente todo lo que es orgánicamente común entre los vivos y el nuevo tatuaje pretende extraer las distintas fisonomías o melodías de cada alma. Puede que no sea tan trascendente y profundo como entre los primitivos pero también es cierto que lo profundo no se lleva y la superficialidad nos impulsa al deslizamiento, lo sagrado a la estética y la estética al patinaje.

 

A primeros de este siglo, en Bilbao había un local de tatuadores que se anunciaba diciendo: “Personaliza tu cuerpo”. El cuerpo sin tatuajes se consideraba ordinario, hecho en serie; y los signos de distinción provendrían de la customización con que se implementaba.

Del mismo modo que las motos, los móviles o los coches, el cuerpo es un medio propio pero casi inmediatamente todo un yo, como reitera la publicidad de perfumes o relojes. 

 

El yo es un subjeto (mezcla de sujeto y objeto) a quien damos nuestro amor como a las mascotas y nos coronamos como talismanes.

Tunear nuestro aspecto constituye la histórica misión la cosmética y sobre la cirugía profunda que nos reforma las carnes o las vísceras se añade la cirugía ocasional que nos barniza. Nacer rubios o morenos, de ojos azules o castaños, altos o bajos, no está en nuestras manos pero con esa materia prima legada cabe introducir un proceso superior de elaboración propia. Una manufacturación que en su desarrollo muestra la expresa apropiación de nuestro yo.

 

La aguja y la tinta inciden sobre el ser en cueros, le redimen del desnudo obvio y anulan la vulgar donación de la herencia. Y no solo para parecer más atractivos como pretende la cosmética sino para llegar a ser teatralmente y hondamente, seriamente otros, puesto que como decía Valéry “nada hay más profundo que la piel”.

 

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Tatuaje y Corporeidad postmoderna

 

(Extracto de Monografía Tatuajes en la postmodernidad. Autor Jorge Armando Villanueva Rabanal. Universidad de Lima)




 

La noción de cuerpo en nuestros días, constituye otra ruptura con las generaciones pasadas y con su forma de vivir. Ahora ya no se hace la diferenciación clásica entre cuerpo y mente, pues el cuerpo es inseparable del sujeto y en esa medida, es el sujeto en sí. Esto tiene que ver con el hecho de que el pensamiento postmoderno no busca sentido en la existencia, por lo cual, la separación que antaño se hacía entre cuerpo como máquina y sujeto como espíritu o algo superior ya no funciona en nuestros días. Es decir, el binarismo como forma de pensamiento, desaparece. Por el contrario, la preocupación por el cuerpo actualmente ha adquirido dimensiones nunca antes vistas, pues se ha desarrollado un culto en torno a él, que atraviesa en mayor o menor medida a toda la sociedad.

La nueva visión del cuerpo y el culto hacia él, tal como señala Lipovetsky, reclama juventud y un no envejecimiento, debido a lo cual los cuidados hacia él crecen. En este contexto, es quizás esta búsqueda de no cambio físico –pues la no vejez implica no cambiar físicamente- así como una estética diferente, lo que puede explicar que sean más los jóvenes los que se hagan tatuajes. Lo que se buscaría en último término sería contar con algo –un tatuaje- que les recuerde su juventud y que les de la idea de no envejecimiento cuando los años ya hayan pasado.

Además, hay que tener en cuenta que esta nueva visión del cuerpo responde directamente al proceso de personalización, o quizás es en gran medida, creadora de este proceso. En este sentido, el cuerpo es el nuevo fin, en un contexto en que ya nada tiene ni una finalidad ni un sentido.

Quizás, como lo señala Germán Muñoz, "hoy el sujeto y la subjetividad tienden más a ser concebidos como enraizados y situados en el cuerpo; incluso este último ha empezado a entenderse como producto de una construcción cultural, social, política, humana." Sin embargo a esto habría que añadir, que ni siquiera el cuerpo como construcción cultural, tendría una finalidad determinada ni mucho menos un uso determinado.

Viendo las cosas desde una perspectiva un poco distinta –pero no opuesta- debemos tener en cuenta la realidad de las sociedades de control actuales, que reemplazan a las sociedades disciplinarias de antaño en un contexto en el que aún conviven ambas. Antes, las sociedades de disciplina hacían que el sujeto empiece de cero varias veces en su vida, dependiendo de las etapas que le tocasen vivir, es decir, todo estaba ya diseñado. Así lo dijo Deleuze, cuando refiriéndose a estas sociedades menciona que se pasaba de la escuela al cuartel y luego del cuartel a la fábrica, lo cual hoy es muy distinto, pues al vivir en una sociedad de control, nunca se termina nada pues los límites son siempre móviles. En este contexto, puede que el cuerpo sea percibido como algo que tampoco debe cambiar ni terminar, es decir, evitar su deterioro.

Si bien es cierto que Deleuze explica cómo el hombre pasaba antes de un "espacio cerrado a otro" y cómo es que "las sociedades de control son las que están reemplazando a las disciplinarias", no explica muy bien qué pasa con la convivencia entre las mentalidades y prácticas disciplinarias, que a nuestro parecer, es sumamente importante. Lo interesante del asunto radica en que, al coexistir dos mentalidades y prácticas tan distintas, se generan reacciones que intentan sacarle la vuelta a la estructura que se va (la disciplinaria) y adaptarse y aprender a sacarle el mayor provecho a la que se viene (control), seductora por excelencia, que de lejos supera en eficacia a la visión disciplinaria.

Pero, ¿cómo aprovechar y sacarle el máximo de provecho a una sociedad de control, si esta misma iría en contra de lo que el sujeto contemporáneo piensa o quiere? El hecho es que la sociedad de control se caracteriza precisamente por la sobremultiplicación de opciones y por estrategias sumamente suaves –pero muy efectivas- de controlar, como por ejemplo las tarjetas de crédito, los documentos de identidad, etc. Así, la sociedad de control se adaptaría perfectamente al narciso y pasaría casi completamente desapercibida.

Regresando a la coexistencia de las sociedades disciplinarias y de control, el tatuaje sería una elección más (característico de una sociedad de control que permite elegir) pero a la vez, una forma de sacarle la vuelta a una estructura que aún existe en muchos aspectos, es decir, la disciplinaria. No es que el hacerse un tatuaje saque en realidad la vuelta a esa vieja estructura, sino que da la sensación de hacerlo, lo cual, al fin y al cabo, es lo único que interesa, pues el contexto actual prioriza más la sensación, debido a la carencia de una finalidad última o un sentido trascendental.

El Tatuaje para ser mostrado: "solo a unos cuantos"

Hemos visto que el proceso de personalización se caracteriza por la ausencia del sentido y por una existencia puramente actual. Además hemos mencionado que el aislamiento del sujeto es importante en este proceso de personalización. Sin embargo, ahora debemos mencionar, que ese aislamiento es parcial y responde a la necesidad del sujeto o del narciso de realizarse.

Aparentemente, la idea esbozada líneas arriba es redundante, sin embargo no es así. Aquí lo importante es que el sujeto se aísla para poder realizarse y para poder reintegrarse a lo que Lipovetsky llama "círculos cálidos de convivencia", que son los pequeños grupos sociales a los que el narciso pertenece y para los cuales se muestra y comporta de determinadas maneras.

Lo que subyace a la idea de estos círculos de convivencia, es que tanto la lucha por el reconocimiento como la exposición a las miradas se privatizan, adquiriendo mayor importancia en el círculo íntimo. Si a esto le añadimos que el deseo de reconocimiento se vuelve cada vez menos competitivo y cada vez más estético, erótico y afectivo, entonces el tatuaje como herramienta estética y de adorno para ser mostrado al grupo más íntimo, cobra mayor vigencia en estos días y responde a una noción del buen gusto propia del grupo al que pertenece el sujeto tatuado.

Hay que añadir que si "hoy día no cuenta tanto la devoción por el otro como la realización y la transformación de uno mismo" entonces el tatuaje se erigiría como transformación pura del cuerpo (un cuerpo reciclado).

Juventud y tatuajes

Un hecho evidente es que los tatuajes –desde la perspectiva de las que hablamos aquí -es acaparada casi en su mayoría por los jóvenes, quienes en muchos casos identifican al tatuaje como cambio corporal y como una "nueva forma de arte", es decir, "llevar el arte en la piel".

Además, "desde una perspectiva generacional, lo juvenil construye una identidad a partir de una coordenada fundamentalmente estética que puede ser rastreada a través de tres elementos: cuerpo, experimentación y música." Sin embargo, aclaremos algo, dicha identidad es sólo una de las que el sujeto contemporáneo posee y para nuestro análisis, sólo responde a la que el sujeto desea mostrar en un determinado círculo social.

Así, el joven tatuado, se tatuaría para un determinado grupo –un grupo íntimo que ve bien y que ve cool el tatuaje- y mostraría su tatuaje en ese grupo, mas no en los otros círculos sociales a los que también pertenece, en los que no ven con tan buenos ojos los tatuajes. Esto quiere decir, que el tatuaje puede constituir reconocimiento y estatus en el círculo más íntimo y ser indiferente en otros círculos o, en casos bastante comunes, ser mal visto. En todo caso, lo más importante para el sujeto contemporáneo aparte de sí mismo, es lo que Lipovetsky denomina –y que ya hemos mencionado- su círculo cálido de convivencia.

Finalmente, nos parece necesario mencionar, que el tatuaje también es una moda en sí, y en ese sentido, "es una lógica social independiente de los contenidos." Siguiendo esta misma línea y tal como lo consideraba Gabriel Tarde, la moda se caracteriza por dos principios correlativos principales, que son: a)relación de persona a persona regida por la imitación de los modelos contemporáneos y b)una nueva temporalidad basada en el presente social, caracterizado por lo nuevo.

 

 

 

 

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