"No es de noche aún, pero está oscureciendo". W. Gallardo
Opinión
No es de noche aún, pero está oscureciendo
Walter Gallardo
Publicado en La Gaceta. Tucumán.Argentina
Se preguntaba Stefan Zweig en el exilio: “¿Cómo vivir con entusiasmo en un mundo como el de ahora?”. Era 1940 y la guerra apenas había comenzado.
Por delante habría más de 50 millones de muertos y una apocalíptica crisis moral, con el ser humano convertido en una bestia sanguinaria, enemigo de la razón y de sí mismo. El escritor austríaco nunca llegaría a ver el desarrollo completo de esta tragedia sino sólo un anticipo: se suicidaría en Petrópolis, Brasil, dos años más tarde, desgarrado por la pérdida de su patria, extraviado en el laberinto del destierro y con sus libros prohibidos en varios países, en especial donde se hablaba la lengua en la que habían sido escritos. Su última obra se tituló “El mundo de ayer” y en sus páginas se encuentra la descripción luminosa y detallada de un pasado moribundo e irrecuperable, ya casi del todo perdido.
La pregunta hoy podría ser la misma con el antecedente de que ya sabemos lo que fracasó entonces: la idea desesperada e irreflexiva de que los liderazgos autoritarios son los adecuados para resolver los problemas con la rapidez y la contundencia que la democracia, en su búsqueda de consenso y equilibrio, no es capaz de prometer ni cumplir. Coinciden aquellos años con este tiempo en un hartazgo general con sabor a injusticia, en el miedo a un mundo inestable y plagado de conflictos, en el desaliento de los olvidados y en la extendida convicción de que el futuro ha dejado de ser una promesa para convertirse en una amenaza de despojo y desamparo.
En ese contexto, surge engañosamente el mensaje de que nada reivindicará al individuo o le devolverá el orgullo de ciudadano excepto un brusco golpe de timón hacia el rumbo señalado por el mesías de turno. A cambio, la sociedad deberá ceder derechos, perder históricas conquistas y someterse a una innumerable cantidad de padecimientos como requisito para llegar al paraíso prometido, ese paraíso del que se ha oído hablar tanto y tantas veces que ya está en condiciones de vestir comillas. Entretanto, se verá algo curioso: quien suele imponer esta flagelación a los demás, y no a sí mismo ni a su corte del “sí, señor”, acaba presumiendo de valentía política en base al sufrimiento ajeno. ¿Será que causar dolor es una nueva virtud?
La “guerra cultural”
Como en esos días aciagos de Zweig, los movimientos autocráticos hoy crecen y se desarrollan con las características con las que han naufragado repetidamente, esto es, generando desafección por los valores cívicos y el bien común, caricaturizando la solidaridad o la justicia social, y creando a la vez enemigos ficticios a los que supuestamente ellos se enfrentarán o eliminarán para salvarnos del abismo. En cada país donde este fenómeno “triunfa”, llámese Estados Unidos, Argentina, El Salvador con sus monumentales cárceles en alquiler o Hungría con un descarado racismo, estas corrientes comparten repertorio en la que consideran una “guerra cultural”: el ataque a las instituciones establecidas, todo aquello que pueda actuar de contrapeso democrático, como los medios de comunicación, partidos políticos, sindicatos y con más saña a las universidades, allí donde se forma el pensamiento crítico; el menosprecio por la cultura y quienes la representan, etiquetándola como una actividad superflua y onerosa a la que se dedica gente parasitaria que nada aporta a la riqueza de un país; el desdén hacia la ciencia, poniendo en duda la efectividad de sus grandes logros (¿qué sería este planeta sin penicilina o la vacuna contra la tuberculosis?), pauperizando sus recursos o intentando, desde una insolente ignorancia, desprestigiar a quienes se dedican a la investigación y mofarse de su campo de trabajo; y, por último, algo que va en el ADN de quienes se enorgullecen de haber contraído esa enfermedad política llamada “nacionalismo”: el odio al extranjero, deshumanizándolo, como si alguien les hubiera concedido un rango moral por encima del resto.
En general, sus líderes parecen una sátira de sí mismos, tanto en su apariencia personal como en sus gestos exagerados y grandilocuentes, propios de los farsantes; se muestran despiadados con los débiles y condescendientes con los poderosos, hasta el punto de convertirse en rastreros aduladores a los que les sirve de igual manera el cariño o el desprecio. La mayoría suele simpatizar con personajes nefastos de la historia cuyos nombres por sí mismos son una hipérbole de la crueldad, aunque también con otros salidos de las urnas, pero antidemocráticos en el ejercicio del poder, y con líderes políticos cuyos experimentos fallidos de transformación dejaron dolorosas secuelas (ahí están los que aún veneran a Ronald Reagan o Margaret Thatcher).
“Las tres pes”
El periodista y escritor Moisés Naím, en su libro “La revancha de los poderosos”, los relaciona con la práctica de una suerte de necrofilia política, la perversidad de haberse enamorado de ideas muertas, ideas que nunca
han funcionado y que conducen a la corrupción, la miseria y la desigualdad.
Habla de las “Tres Pes” para pintarlos de cuerpo entero: en primer lugar, el populismo, un conjunto de tácticas (no debe asociarse a ideología alguna) con el afán de dividir para vencer; luego la polarización, exigiendo lealtades extorsivas, el “estás conmigo o en contra, eres mi amigo o mi enemigo”, usando servicios de inteligencia, jueces venales o agencias de impuestos para arrinconar o comprar a sus adversarios y, finalmente, la propaganda, creando noticias falsas o una “realidad alternativa” para manipular a la
opinión pública, algo barato y efectivo frente al trabajo profesional de los periodistas en el tratamiento de la información con fuentes fidedignas y comprobación de los hechos.
Para bochorno de Adam Smith se definen como liberales en general y, sobre todo, en lo económico. Quien no haya estado atento a la historia, podrá comprobar que es algo que vienen repitiendo desde el siglo XVII y, con más énfasis, desde el siglo XVIII, cuando Thomas Jefferson escribió la Declaración de la Independencia al tiempo que era propietario de un ejército de 600 esclavos en su famosa plantación de Monticello.Involuntariamente irónico, denominó al lugar “el territorio de los esclavos felices”. Los actuales adoradores del mercado vuelven a reivindicar sus políticas de siempre, en particular ahora las de los años 80 del siglo pasado, una moda fulminante en aquella época, dicho esto de manera literal. La famosa “Década de la avaricia”. Resultado: Estados Unidos pasó por una recesión, llegó a un récord de personas sin trabajo y creció visiblemente la desigualdad; Gran Bretaña, siguiendo políticas igualmente radicales, aumentó en 140% el desempleo, duplicó la tasa de pobreza, con el 30% de los niños incluidos en ella. ¿Ejemplos por imitar?
En cualquier caso, no es infrecuente repetir los errores y allí estamos. El filósofo y profesor de Harvard Michael Sandel dijo en una entrevista reciente, a propósito del panorama actual: “Si los mercados definen lo que es valioso, se crea un vacío moral que llena la religión y el nacionalismo”, es decir, el fanatismo y la intolerancia, dos rasgos que ahora mismo dominan a nuestras sociedades. La consecuencia más visible es la desigualdad, en la que, según Sandel, habría que distinguir entre “la económica, de ingresos y riqueza, y la de respeto, de reconocimiento social y estima”. Es la segunda a que “ha contribuido más a alimentar la ira y el resentimiento que figuras como Trump explotan”. Y a esto se le suma que las grandes corporaciones, en especial las tecnológicas, han pasado de influir a dictar directamente las reglas de juego, de ser mínimamente controladas a controlar los gobiernos o a formar parte de ellos. En esta relación sin árbitros, cabría preguntarse qué margen le queda al ciudadano para enfrentar al poder.
En definitiva, sigue siendo difícil responder a la duda de Stefan Zweig. Estos tiempos tampoco generan demasiado entusiasmo. Sin embargo, como en la letra de “Not dark yet”, la bellísima y en ciertos pasajes sombría canción de Bob Dylan, podría decirse, sin afán de renuncia y en medio del desánimo general, que “no es de noche aún, pero está oscureciendo”.
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Para terminar os invito a escuchar "Not dark yet" de Bob Dylan
https://open.spotify.com/intl-es/track/1qbn6QrHG8XfnqVFKgNzKP?
si=e1f8506622b04bc1https://youtu.be/3t2su8xEDEU?si=Ptdsvet3kbF5xI7e
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