Un espectáculo lamentable. Federico Soriguer

Un espectáculo lamentable

 

Federico Soriguer. Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias.

 


¿Se pueden llamar dos personas, mutuamente y de manera repetida, mentirosas, sin que alguna de ellas abandone, educadamente, la conversación? Pues así fue el debate entre los dos candidatos a la presidencia del gobierno el pasado día 10 de julio. Mentira fue, sin duda, la palabra más repetida. No esperé al final y pasada la primera media hora apagué el televisor. Un espectáculo lamentable al servicio del show de una televisión privada que, supongo haría su agosto y que supongo, también, no pagó nada por recibir en régimen de monopolio el privilegio de retrasmitir el “mayor espectáculo” del año. Porque de eso se trataba. ¿Cómo es posible que se imponga este formato de debate a quienes aspiran representar y gobernar el país en los próximos años, o, cómo es posible que acepten discutir como perros enrabiados en turnos de unos pocos minutos sobre todos los grandes asuntos de estado? ¿Cómo es posible que entre personas civilizadas no hubiera un solo momento de cortesía y de encuentro? 

Mientras los dos candidatos se descuartizaban sin contribuir ni un ápice, con su saña y su vehemencia, a aclarar sus posiciones, los dos presentadores (Ana Pastor y Vicente Vallés) se relamían de placer, mientras con sonrisa felina y condescendiente felicitaban a los candidatos por estar haciéndolo “tan bien”. ¿Es que no hay otras formas de contribuir al debate político y público que no sea con estos formatos que más parecen una  continuación de los programas  entretenimiento-basura de todas las televisiones, donde los participantes se quitan la palabra, gesticulan, se echan la miseria de cada uno a la cara del otro, con aires ofendidos e impostados, en una representación bufa de la vida cotidiana pues tal es la pretensión antropológica de la que se revisten, y que más que entretener embrutecen a los espectadores? Pues a mí se me ocurren mil maneras que no pasarían seguramente por la censura del “show business” en la que estamos instalados.  Pero, eso es lo que hay, así que, resignados. diremos como aquel ayudante de campo a su general, cuando desde lo alto de la colina asistían a la derrota de sus ejércitos: “mi general, ya que no podemos ganar la batalla cambiemos al menos de conversación”. Y eso hacemos en este momento.

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Aunque haya quienes se comportan como si nadie hubiera existido antes que ellos, los humanos ya tenemos historia (hasta hace muy poco solo prehistoria) lo que debiera permitir sacar algunas conclusiones y obrar en consecuencia. Y la primera es que parece imposible que con esta historia que tenemos los humanos hayamos llegado hasta aquí y sobrevivido. Periódicamente nos asomamos al precipicio y, hasta ahora, espantados, hemos retrocedido. Es un verdadero milagro que solo ha sido posible mediante el arte de la política, la más compleja de las actividades humanas, que como la gravedad nos puede matar y salvar al mismo tiempo.  La política es la forma que tienen los humanos de organizar la sociedad, aunque nadie lo diría con la historia de guerras, de violencia, de abusos de poder, de injusticias. Pero, ¡si, más bien, parece lo contrario ¡ Es como si nada hubiéramos aprendido. Como si el tiempo y la historia hubieran pasado en balde.  Y sin embargo:

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Y sin embargo, aun así, la humanidad, al menos una parte de la humanidad, ha conseguido progresos sensibles en la manera de organizarse políticamente. O eso parece.  El concepto moderno de individuo, el reconocimiento de unos derechos humanos universales, y el modelo de democracia basado en el voto universal y la separación de poderes, son, probablemente, los más importantes progresos pues son una condición imprescindible para que todo lo demás tenga lugar por añadidura. La democracia a la manera actual es un invento reciente basado en el deseo (en realidad en la utopía) de que todos los hombres y mujeres son capaces de autodeterminarse. No es así, todos los sabemos, pero nos comportamos “como si” así fuera. 

A lo largo de la mayor parte de la historia las personas fueron heterónomas, es decir sus deseos, sus opiniones y buena parte de su vida, dependía de otros con más poder que ellos, ya fueran los padres, los sacerdotes, los tiranos,  los nobles o los reyes.  La autonomía como derecho, incluso como exigencia para poder ser ciudadano de una sociedad democrática es tan reciente que   muchas personas tienen verdaderas dificultades para serlo y prefieren seguir siendo heterónomas. No es fácil de un día para otro borrar el pelo de la dehesa. 

En realidad, la autonomía de todos y para todo es también parte de la utopía moderna, pues somos autónomos para algunas cosas, pero no para otras muchas.  Así, por ejemplo, seguramente pocos de nosotros sobreviviríamos en una selva porque en la sociedad tecnológica dependemos absolutamente de los otros, mientras que tres niños indígenas colombianos han sido capaces de hacerlo durante un mes. Fueron autónomos para sobrevivir en la selva, aunque estos niños, seguramente, tendrán dificultades para comprender de qué hablamos cuando le preguntamos por su afiliación política o religiosa. Así que autonomía, ¡sí claro¡, pero no es ocioso seguir haciéndose la pregunta de autonomía para qué. 

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Somos una especie gregaria con una cabeza llena de pájaros. Cajal, cuando sacó la cátedra de Valencia en el año 1883, tonteó con el espiritismo, la hipnosis o la parapsicología, que entonces no estaban tan desacreditadas.   Se convirtió en un gran hipnotizador y tenía su casa siempre llena de una legión de gente que venía en busca de remedios milagrosos. Un día dejó todo para dedicarse a la investigación microscópica del cerebro que terminaría siendo su gran contribución al conocimiento universal. En sus memorias deja constancia de su dolorosa decepción al comprobar que muchas personas siguen atrapadas en un pensamiento mágico, pues el cerebro, esa “obra maestra de la creación, adolece del enorme defecto de la sugestibilidad”

Estas personas podemos ser cualquiera. Y sin embargo la democracia moderna se basa, precisamente en adjudicar a cada persona un valor por sí misma, presumiendo que siempre hay un grado de autonomía suficiente para poder tomar decisiones razonables. Todos sabemos que en muchas ocasiones no es así, pero nos comportamos “como si”, pues sabemos que no hay alternativas mejores. Pero cuando se acepta el mal menor hay que saber sus riesgos y sus límites.  Y uno de ellos es, precisamente, el del gregarismo. 

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En política la forma más evidente de gregarismo es la ideológica. Es imposible no tener alguna ideología, pero hay una cierta competencia entre la cantidad de ideología y la calidad de las ideas que se tienen. Aunque tengan la misma raíz hay una gran distancia entre tener ideas y tener una ideología. Con las creencias (con las ideologías), dice Ortega, propiamente no hacemos nada, sino que simplemente estamos en ellas. Las creencias constituyen la base de nuestra vida, el terreno sobre el que la vida acontece. Cuando creemos de verdad en una cosa no tenemos la "idea" de esa cosa, sino que simplemente "contamos con ella". Las ideas, por el contrario, las producimos, las sostenemos, las discutimos, las propagamos, las combatimos, las criticamos. Ortega lo resume en pocas palabras. “En las creencias se está, mientras que las ideas se tienen”. 

Cuando las decisiones electorales son solo ideológicas, se termina justificando cualquier cosa y aquí hay que citar obligadamente el ascenso de Hitler al poder con el apoyo de una parte importante de los alemanes. Pero de todas las ideologías la más perversa es la del “propio interés” y aquí conviene el caso de las reelecciones de Gil y la intervención de la decisión de la mayoría de marbellíes (¡intervención de la democracia ¡) por la justicia. En ambos casos, los alemanes y los marbellíes, miraron “para otro lado” a la hora de votar. Hay quien cree que la democracia es solo una cuestión de votos y de mayorías. Nada más lejos, y los dos ejemplos de Hitler y de Marbella, lo demuestran claramente.  

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Estamos ahora a las puertas de unas elecciones generales, que algunos califican con exageración de históricas. Hombre, prehistóricas no son, aunque algunos de los candidatos quisieran devolvernos a aquella época.  En nuestro país, al denostado bipartidismo le ha sucedido un nuevo bipartidismo de dos bloques antagónicos, cuyos extremos han radicalizado a los dos partidos históricos, polarizando irresponsablemente la discusión pública y avivando las pasiones gregarias que anidan en el interior de todos los grupos humanos, esperando su oportunidad. Es imposible estar de acuerdo con todas las propuestas programáticas de un solo partido, salvo que se vote solo ideológicamente (es decir, gregariamente) por eso, (y ahora permítanme que hable en primera persona) he elegido unas pocas cuestiones que a mí me parecen prioritarias y reflexionado. ¡racionalmente¡, sobre cuál de los dos bloques darían una solución más acorde con mis expectativas.   Ahí van mis prioridades resumidas:  

1. El problema territorial (quizás la cuestión más importante pues contamina el resto de la vida política).  Hay quien cree tener una varita mágica para solucionarlo a pesar que apenas, siquiera, tienen representación parlamentaria en las comunidades donde hay partidos independentistas. Son personas a las que el exceso de ideología no les deja tener buenas ideas.  Racionalmente parece sensato apoyar a aquellos partidos que creen que el problema territorial de este país solo puede ser resuelto, (aunque sea parcial o temporalmente), mediante el juego de la inteligencia política.

 2. El problema de las desigualdades evitables (que son de una dimensión inaceptable en España). Un asunto que solo puede ser resuelto parcialmente mediante una adecuada política redistributiva y no solo a través del mercado. No basta con decir que se va a solucionar la desigualad de origen y dejar el resto al ejercicio utópico de una autonomía ilimitada de cada cual, ignorando el poder de las fuerzas sociales en el control de la vida de las personas, que no son entidades abstractas, sino encarnadas en el mundo real. Es por esto que es necesario también garantizar la igualdad de llegada y esto exige algún tipo de intervención democrática sobre la igualdad.

 3. La gran cuestión del cambio climático. Ante este envite (planetario) lo primero que hay que hacer es no negarlo. Un partido que incluya negacionistas en su seno, difícilmente se enfrentará al reto del cambio climático. La ausencia de esta cuestión en el debate clama al cielo (¡) y es un olvido culpable de los candidatos, pero sobre todo de los dos periodistas.  

 4. No hay democracia sin separación de poderes e independencia del poder judicial y para garantizarla es necesario un pacto de estado entre los grandes partidos. Un partido favorable a un pacto político que garantice la separación de poderes, será un partido que merezca la pena votarlo. 

5. La UE es uno de los proyectos más importantes de la humanidad. En este momento su construcción debe ser parte del proyecto político de cualquier estado europeo, lo que excluiría de mi lista de candidatos a ser votados a los hiper-nacionalistas de cualquier signo, ya sean centralistas o periféricos. 

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Hay muchos asuntos pendientes que para otros serían los prioritarios. Pero para votar el próximo día me conformo con aclararme con estos.

 ¿Han adivinado ya a quien voy a votar (aún sin entusiasmo)? Algunas pistas he dado, pero voten lo que voten seguro que si lo hacen con las ideas (pensadas) y no solo con las creencias (sentidas), habrán tomado la mejor decisión para este país.  

He dicho que iré a votar aun sin entusiasmo (eso que algunos con menos delicadeza llaman con “la mano en la nariz”). ¿Pero es que acaso es conveniente hacerlo de otra manera? El entusiasmo es una virtud muy necesaria para el amor, la ciencia o el arte, pero no para la política.   El entusiasmo en la política es el fundamento del gregarismo, nubla la vista, hace innecesarias las ideas, despierta las peores pasiones y en ocasiones lleva a la violencia y a la justificación de las mayores atrocidades.  La política es el arte de lo efímero y todo político (democrático) debe saber que desde el momento mismo de la victoria tiene los días contados, 

¿Qué está usted desencantado?, ¿Qué no le entusiasma ninguna de las opciones? Entonces, si me permite el diagnóstico, es que es un buen demócrata y, como tal estaría en las mejores condiciones para elegir razonablemente Si es este su caso, si cree que su falta de entusiasmo por la política de hoy justifica su abstención, si ha leído usted esta columna, si esta columna le ha dado motivos para acudir a las urnas, entonces este articulo tal vez haya merecido la pena que Sinapsis lo publique.   

 

 

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