"Película con efectos secundarios". Carlos Bustamante

 Película con efectos secundarios


                                                         Fotograma de la película Exil.


La otra tarde estando con mi mujer en casa decidimos ver una película en televisión a través de una plataforma. Dentro del listado de películas que se ofrecían nos llamó la atención una que se titulaba, “Exil”. Se trata de una producción mixta kosovar, alemana y belga del año 2020, dirigida por Visar Morina.

El filme es muy bueno, atrapa desde el primer fotograma y tanto el colorido como la música acompañan sinérgicamente el desarrollo de la trama. Está bien interpretada y puede tener también lecturas diversas. Una podría ser solo el análisis de la conducta psicológica del personaje principal, pero sin duda es también una historia de acoso y desarraigo que sufre un ciudadano kosovar que vive en Alemania. Os la recomiendo.


Decía en el título de este escrito que era una película con efectos secundarios. Quizás ese título refleje la terminología que se usa en medicina para los fármacos y lo haya elegido por no poderme despegar de la profesión que ejercí durante años.

Pues sí, decía efectos secundarios ya que después de finalizar la película sentí dos cosas. La primera, la necesidad de enterarme de aspectos históricos de Kosovo, de su compleja y dura historia a través de siglos y que aún no ha finalizado. Como casi siempre, produciendo enorme dolor a las personas, están presentes las religiones, los intereses económicos y los nacionalismos que perpetúan los odios, luchas y segregaciones étnicas y culturales. Y esto se cumple también en los Balcanes.


El segundo efecto colateral vino por el hecho que despertó en mí recuerdos que tenía olvidados y que probablemente los había alojado en el subconsciente como mecanismo defensivo.

Tras ver el filme, afloraron en mí, situaciones y sentimientos que tenía en mi memoria y que al igual que al personaje de la película, me produjeron ya hace tiempo, un enorme dolor al rememorar momentos relacionados con el acoso, desprecio o invisibilización social al que fui sometido por la condición de extranjero. Saltaron de mi mente, donde habían estado ocultos tanto tiempo, al presente, al consciente y esos recuerdos  dispararon en cascada sentimientos de sufrimiento e impotencia.  No pude dormir esa noche. Solo mi mujer supo que algo me pasaba.


Creo que en todas partes del mundo hay xenofobia. Solo que la intensidad y manifestación de la misma se expresará según diferentes factores del entorno como son la educación o los valores al respecto.

Hay también contextos históricos o situaciones en la que la xenofobia se puede incrementar, tal es el caso de las crisis económicas, la migración o el desplome de valores fundamentales vinculados a la tolerancia y a la convivencia o también, en algunos casos, por la ignorancia o incomprensión del origen y evolución de nuestra especie a lo largo de la historia. Es posible que la persistencia a nivel mundial de esta conducta se deba a la permanencia de atavismos tribales primitivos como son los sentimientos derivados de la pertenencia a un grupo, ignorando lo que hoy sabemos sobre la evolución del homo sapiens. Probablemente en tiempos pasados estos comportamientos tuvieran importancia para los intereses de la horda, aunque hoy podrían ser perfectamente reemplazados por valores como la solidaridad y la empatía.


Toda persona víctima de conductas xenófobas tiene un sufrimiento intenso que genera impotencia, dolor, aislamiento y desarraigo.


En mi caso había, creo yo, algunas características particulares. Desde pequeño escuché en mi familia algunas anécdotas que habían sufrido mis abuelos españoles cuando emigraron a Argentina a comienzos del siglo XX. Esta anécdotas fueron escasas pero dolorosas y se expresaron como conductas xenófobas de nativos argentinos hacia ellos.

Años más tarde y siendo yo joven, a través de mi militancia estudiantil de orientación progresista tuve que posicionarme contra tendencias xenófobas que había en la universidad hacia estudiantes de otros países como Bolivia o Perú. Pienso que entonces en ese ambiente universitario conseguimos erradicar esa mala hierba que es la xenofobia. Para mí este tema fue algo muy importante siempre y lo tenía analizado y comprendido ideológicamente desde muy joven.


Unos años después tuve que exiliarme al país de mis abuelos, España.

En general, debo decir que la mayoría de las personas que conocí en este país o que tuve cercana me acogieron con cariño, afecto y solidaridad, incluso algunos de ellos, de pensamientos políticos donde no se suele expresar el acogimiento al extranjero.

Gracias a esas personas, llegué a sentir a este país como mío propio y me integré absolutamente a todos los niveles.

Sería enorme el listado que tendría que nombrar aquí para expresarles mi agradecimiento, pero dado el tipo de escrito que es solo mencionaré a algunos que tuvieron una acción determinante. Entre ellos están Gonzalo, Del Sol, Fernando, Loli, Maite, Alfonso, Javier, Manucho, Enrique, Luis, Manolo, Paqui, Sergio, Antonio, Manoli, Laureano Vallejo, Petra y algunos más.


Pero como decía antes, a pesar de que en general fui muy bien acogido en esta sociedad, también debo decir que sufrí innumerables conductas de acoso y desprecio solo por ser extranjero y sudamericano ya que en algunos ambientes pensaban que los de este origen eran de categoría inferior en esta sociedad.


Los primeros años que viví en España lo hice en Madrid. Encontré en esta ciudad personas amables y solidarias que me ayudaron mucho, sin embargo, no pude evitar el señalamiento xenófobo de la policía, del portero del edificio donde yo vivía, de taxistas o con algunas otras personas en circunstancias coyunturales vividas entonces.

Años después y por motivos de trabajo me desplacé a vivir a Cádiz. Los primeros tiempos fueron duros por diferentes cuestiones, pero entre las que estaba también la xenofobia, por lo tanto sufrí intentos de acoso, desprestigio, invisibilización socio-laboral y desconfianza. El día que me di de alta como colegiado en el Colegio de Arquitectos de la provincia en aquel año 1981, el secretario de esta entidad me dijo que los de “fuera” deberíamos irnos ya que quitábamos el trabajo a los locales. Yo ya tenía nacionalidad española, sentía a este como mi país y había ganado mi puesto de trabajo mediante un concurso y oposición pública abierta a todo el estado.


Así como me encontré en mi nuevo trabajo, con excelentes personas que pasaron a ser después mis amigos, en la labor diaria sentí ese aguijón ponzoñoso de la xenofobia en distintos niveles y no solo de parte de algunos arquitectos sino también de otros estamentos con los que me relacionaba. Muchas veces, además del lugar de trabajo, lo viví en ocasiones en la calle o haciendo algún trámite necesario en la administración pública o instituciones, al alquilar una vivienda o con algunos vecinos. Yo que siempre había denostado y luchado contra la xenofobia la vivía entonces en carne propia. Me ayudó a superarla el hecho que consideraba esta situación como una confrontación ideológica más que había que emprender.


Con el tiempo, el actuar acertadamente, la dedicación y sobre todo la amistad de buenos amigos, aquel sentimiento doloroso se fue superando y hoy tras casi cincuenta años solo quedan efectos residuales  en la memoria. Al menos eso es lo que deseo. 

Sin embargo, anoche no pude dormir tras la evocación despertada por esta película con efectos secundarios. Ahora solo intento borrar esos recuerdos de la memoria. No sé si lo conseguiré.


Carlos Bustamante

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