El pudor. Federico Soriguer

Recomiendo leer este artículo que aborda un tema muy presente en la sociedad actual. 

https://www.diariosur.es/opinion/pudor-20230511210020-nt.html

 

El pudor

 

Una parte de la sociedad ha encontrado en las nuevas tecnologías una manera de publicitar desvergonzadamente su intimidad e incluso de lucrarse

 

Federico Soriguer 

Médico. Academia Malagueña de Ciencias


                                                                           Ilustración. José Ibarrola


Una de las víctimas de los grandes cambios sociales del siglo XX ha sido el pudor. Primero fue el relacionado con la exhibición del cuerpo, más recientemente, la exhibición impúdica de la intimidad. Pero el pudor tiene una larga historia y una función social. En la tradición judeocristiana se le reconoce por primera vez cuando al ser expulsados del paraíso, Adán y Eva se avergüenzan de su animalidad. Es el momento en el que los primeros padres dejan de ser entes preternaturales para pasar a ser simplemente naturales, es decir humanos. Para los griegos un ser humano era aquel que, a diferencia de los animales, era capaz de representar un personaje o, como se dirá más tarde, un carácter. De caracterizarse de algo o por algo. De tomar conciencia de su permanente exposición ante los otros. Por eso la única manera de preservar su intimidad, era, precisamente la de su ocultación circunstancial. 


El pudor, como máscara no sería, pues, sino una forma de representación (social), un mecanismo desarrollado por los humanos con el objetivo de garantizar su mismidad, esa parte inmanente de la intimidad, «que va de la semilla al árbol». Una propiedad de la que es posible encontrar su filogenia en la persistencia del rubor, una propiedad exclusiva de los humanos, caracterizada por el enrojecimiento facial ante ciertas emociones, entre ellas, la vergüenza. Un síntoma físico seleccionado a lo largo de la evolución, que podría ser una expresión genuinamente humana, pues no parece que haya algo semejante en otros primates. Para primatólogos como Fran de Wall el rubor formaría parte del mismo sistema evolutivo que muestra las bases biológicas sobre las que ha sido posible una cultura capaz de construir el gran edificio de la moralidad. El rubor como signo biológico del pudor ha sobrevivido hasta nuestros días porque seguimos prefiriendo a la gente cuyas emociones pueden leerse en su cara en vez de a quienes no muestran ni el más mínimo asomo de vergüenza o de culpa. En castellano el pudor tiene numerosos sinónimos: decoro, recato, miramiento, vergüenza, honestidad... la mayoría relacionados con el cuerpo y la sexualidad. Es el caso en español de la palabra 'vergüenzas' generalmente en plural que se aplica a los órganos sexuales (se tapó las vergüenzas, etc.). Desde luego el pudor cambia entre culturas y a lo largo de la historia dentro de cada cultura. Así con el pudor relacionado con el sexo y la genitalidad. 


Pero donde se ha producido el cambio más radical es en la pérdida de pudor para la exhibición de la intimidad, celosamente protegida a lo largo de la mayor parte de la historia humana. La gente no iba por ahí contando 'sus vergüenzas'en la plaza mayor. De alguna manera la intimidad era el último refugio de la dignidad. La irrupción de la tecnología informática y de internet a partir de los años ochenta supuso un cambio revolucionario, una ruptura entre lo que los juristas y sociólogos llaman la intimidad de los antiguos, frente a la intimidad de los modernos. Mientras que antes de la revolución informática, la intimidad era ese espacio reservado del individuo que había que proteger (por los poderes públicos) frente a las intromisiones ajenas, a partir de internet, los límites de la intimidad, del derecho a la misma, han cambiado radicalmente pues si bien sigue siendo un bien a proteger, el problema es, sobre todo, para quienes ven asaltada su intimidad por la 'extimidad' de los otros. La masificación de las redes sociales ha generalizado ese concepto entre los sociólogos, algo así como hacer externa, pública, la intimidad. La intimidad, como el pudor es, también, un producto social en el que hemos sido educados. Así que nada añadiría sobre estos cambios si no fuera porque una parte de la sociedad ha encontrado en las nuevas tecnologías una manera de publicitar desvergonzadamente su intimidad e incluso de lucrarse con ella a costa de unos espectadores no siempre voluntarios. 


Lo vemos diariamente en programas de televisión que podrían ser considerados como 'centros de lenocinio' en los que la trata no sería del cuerpo (o del sexo) sino de la intimidad, exhibida sin pudor alguno a cambio de dinero. Y lo vemos en las redes sociales donde hemos sido espectadores de un gran negocio multimillonario entre una cantante y un futbolista, que han inundado los medios (todos los medios) con sus asuntos privados o, más recientemente, con el caso de la comercialización de una gestación subrogada por alguien que pertenece a esa nueva clase social llamada del 'famoseo' y de la que ha sido imposible librarse salvo que se estuviese sordo y ciego. 


En este artículo nos reservamos la opinión sobre quienes viven de su extimidad, tan solo quisiéramos reclamar un nuevo derecho, el derecho al pudor, que no sería sino el de la protección de los ciudadanos (de los niños por ejemplo, pero también de muchos adultos) ante la exhibición de la intimidad de quienes utilizando sin pudor alguno la plaza pública invaden y conculcan el 'derecho a no saber' de los otros, que siendo un derecho bien conocido por la bioética (por ejemplo el derecho a no saber el resultado de una prueba diagnóstica de una enfermedad incurable), ni siquiera se plantea ante la invasión de la intimidad de muchos por la 'extimidad' de algunos. 

 

 

 

 

 

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