Relato ¿realismo fantástico?
Carlos Bustamante nos hace llegar este relato para compartirlo en la revista.
Sabía que ese día lo tenía lleno de actividades pero aún así quiso destinar unas horas a ese relato que le daba vueltas en su cabeza. Se sentó en su vistoso escritorio y escribió…
La segunda
luna
Sabía que ese día lo tenía lleno de actividades pero aún así quiso destinar unas horas a ese relato que le daba vueltas en su cabeza. Se sentó en su vistoso escritorio y escribió…
Tras doce horas de trabajo intenso, Lola
descansaba en aquella vieja mecedora mientras leía las noticias atrasadas en un
periódico amarillento.
Era un anochecer caluroso y húmedo en esa tórrida
región de Centroamérica. En su cerebro confluían los recuerdos inmediatos de
las personas enfermas y desfavorecidas
que había atendido esa tarde en el dispensario, las reflexiones íntimas sobre
el sentido de su vida y las sensaciones que le producían las desalentadoras
informaciones que repasaba en la prensa.
Recordaba que en este mes de diciembre haría
treinta y dos años que había dejado su Ávila natal. En este pequeño y casi
desconocido poblado de América había transcurrido su juventud y se había hecho
una mujer madura. El cambio tan radical que había sufrido su personalidad y sus
creencias durante ese tiempo habría sido inimaginable cuando junto a su
congregación cristiana decidió la partida hacia el nuevo continente.
Llegó monja, después se hizo enfermera, se enamoró,
y tuvo hijos a los que perdió en una de las ya olvidadas guerras del país de
adopción.
Cada día de
su vida, Lola se sentía más sensible con el dolor de sus semejantes lo cual la
llevaba a fortalecerse e impregnarse de los principios cristianos que guiaban
su existencia. Su semblante siempre transmitía fuerza, esperanza y solidaridad
con los que sufrían. Nunca se dejaba abatir por las adversidades ni la tristeza
pero ella interiormente notaba que algo estaba cambiando en su interior.
También a medida que había pasado el tiempo y casi
sin darse cuenta se había ido alejando y oponiéndose a la jerarquía de la
iglesia, a sus ritos, a sus dogmas y a su hipocresía y doble moral.
En esos primeros días de diciembre cuando ella
mentalmente repasó la situación de los seres humanos en el mundo actual pensó que una vez más se repetirían las
mismas navidades que venía observando año tras año en muchas regiones del
planeta.
En este mes de fiestas en las que se hablaba de
deseos de paz y felicidad, la realidad era diametralmente opuesta ya que gran
parte de las personas vivían sus relaciones con crueldad, egoísmo e
insolidaridad. No se veía al prójimo como a un hermano sino como un competidor
a abatir; no se toleraban los defectos de los demás, las diferencias, ni las
ideas distintas. La gente vivía crispada y parecía necesitar la crispación
viendo a su prójimo como a un enemigo.
Ella observaba como los pensamientos
instrumentalizados a través de la mayoría de las religiones que decían hablar
en nombre de Dios, solo servían para oscurecer la mente de las personas,
enfrentarlas a otras y más aún, culpabilizarlas si no se seguían los valores
que se instauraban como normas.
Contempló la realidad actual y se quedó con una
sensación triste y afligida. Recordó nacionalismos excluyentes violentos, y
abominó de los que empleaban a Dios como bandera para la aniquilación de los
débiles e indefensos y constató en el hombre, el olvido del amor al prójimo, la
tolerancia, la sencillez de vida y la justicia.
La falta de justicia era lo que la tenía más
consternada. Sabía que millones de seres humanos, muchos de ellos niños, morían
por hambre y enfermedades evitables producto del desigual reparto de las
riquezas.
Sufría por la impunidad del mal, y la
entronización de la mentira como arma de los poderosos para engañar a las
personas y llevarlas a guerras que solo provocaban más sufrimientos y odios. Lo
que la indignaba aún más, era saber que muchos de estos genocidios se
realizaban en nombre de Dios o de alguna
religión.
Se lamentaba por los comportamientos tribales,
xenófobos y racistas, y casi más doloroso le resultaba, cuando estas conductas
las veía en personas que decían seguir
su mismo credo.
Sufría por las riquezas e intolerancia de la
iglesia a la que ella pertenecía. Se avergonzaba del papel de ésta en las
guerras, en la Inquisición, en el rechazo del progreso y en el apoyo a tiranos
fratricidas. También repudiaba la marginación de la mujer dentro de la sociedad
y por la propia jerarquía eclesiástica. Pero lo que le producía más dolor y
rabia era observar como a menudo, su iglesia, miraba hacia otro lado ante el
verdadero sufrimiento de los hombres y sin embargo buscaba confrontaciones con los poderes
civiles para defender prebendas y privilegios mundanos, tan alejados de los
valores que cimentaron los comienzos del mensaje cristiano.
Llevaba tiempo
escuchando plegarias que los hombres dirigían a Dios para que hiciese
justicia. Hasta ahora ella se había limitado a esperar que las personas
reaccionasen y se diesen cuenta que habían sido dotadas para que ellas mismas
resolviesen sus problemas empleando el amor, la solidaridad, la inteligencia y
el conocimiento.
Pero Lola, ya no pudo más.
Pareciera que algunas gotas colmaron el vaso de su
paciencia y de su esperanza.
Meses atrás se enteró a través de las noticias que
una joven mujer llamada Rachel Corrie moría aplastada por una excavadora del
ejército israelí. Esta mujer que era
nativa de los Estados Unidos se encontraba en Israel tratando de evitar que
centenares de pobres palestinos se quedaran sin sus casas ante el acoso de un
moderno ejército que seguía con la terrible y tanática conducta del ojo por
ojo.
Que poco sirvieron a algunos las enseñanzas
cristianas, pensó.
Días más tarde sintió en su propio cuerpo el dolor
de aquel niño iraquí al que con bombas de alto poder destructivo lo habían
dejado huérfano de toda su familia y sin sus brazos. Un dolor parecido había
sentido hacía pocos años cuando conoció a supervivientes del holocausto judío.
Lo mismo sintió con los muertos de Hiroshima, con los genocidios de Camboya, de
Ruanda, o de Darfur entre otros tantos que atenazaban su corazón.
Hoy sentía un pesar angustioso por el día a día
que se vive en el infierno de Siria,
donde fundamentalistas de distinto signo que se proclaman guiados por Dios,
matan y siembran el terror y la desesperanza en esas tierras en las que el ser
humano inició la civilización.
No pudo más y decidió cambiar una vez más su vida.
Solicitó permiso al grupo cristiano al que pertenecía y se marchó al lugar que
ella pensaba que más la necesitaban.
Comenzó a trabajar en Gaza en un campo de refugiados palestinos.
Sin que ella supiera como y por que se produjo un cambio abismal en su persona,
en sus sentimientos y en su carisma. De forma también mágica e
inexplicable todas las personas de buen
corazón que rodeaban a Lola fueron contagiadas e imbuidas de una fuerza
solidaria y fraternal imparable.
Más tarde esto se expandió a todos los rincones
del planeta.
Lola se
reunió con hombres, mujeres, niños, sabios e ignorantes, pobres y también con
algunos ricos.
Se abrazó con misioneros y médicos que trabajaban en los sitios más
pobres y olvidados del planeta.
Nadie sabía por qué ni cómo, pero desde que ella
inició esta actividad disminuyeron las guerras, las injusticias y las
desigualdades en la Tierra.
Las fuerzas del mal también se dieron cuenta de
esto e intentaron detenerla pero no podían dar con ella. Desaparecía y
reaparecía en otro continente expandiendo su mensaje de paz, justicia y solidaridad similar al mensaje de Jesús hace
dos mil años.
Los apóstoles que a ella la acompañaban eran muy
diversos; había de todas las razas, de todas las creencias; las mujeres eran
las más activas. Había también militares que habían desertado de sus ejércitos,
científicos, poetas y muchos, muchos
pobres.
La iglesia a la que ella hasta ahora había
pertenecido la censuró y la tildó de loca radical.
Entonces el mundo comenzaba a cambiar. Se sentía
en el estado de ánimo de las personas de buen corazón, en los que sufrían y en
los que vivían con la solidaridad como motor de sus vidas.
Cuando hablaba con sus seguidores lo hacía con
sencillez y transparencia. Hablaba de esta realidad y no del más allá.
Censuraba a las diferentes iglesias que daban sus verdades como absolutas.
Insistía que los verdaderos protagonistas de los cambios son los propios
hombres y mujeres dado que tienen las capacidades necesarias para ser felices.
Su presencia en este planeta fortaleció el bien frente al mal; inclinó a los
indecisos hacia el buen hacer. No realizó milagros pero sin saberse cómo
ni por qué, cesaron las confrontaciones,
las torturas, las persecuciones; los enfermos mejoraron y los pobres sintieron
la llegada de la justicia. Una alegría real y sincera impregnó los espíritus de
las personas que olvidaron fronteras y las diferencias de razas y de lenguas.
Pero el mal no se rendía y decidieron tenderle una
trampa para deshacerse de ella.
La invitaron a una reunión y asistieron al encuentro todos los poderosos
de la Tierra.
Sus seguidores le advirtieron del peligro que le
acechaba. Ella asintió dando a entender que lo sabía y quiso asistir sola a esa
cita perversa.
El encuentro se celebró en una fortaleza y la
reunión se prolongó durante siete días pero
de los que allí entraron nadie volvió a salir.
Millones de sus seguidores estuvieron concentrados alrededor de esa
ciudadela del mal, para protegerla, acompañarla y conocer el resultado de ese
encuentro de interlocutores tan antagónicos.
De repente,
al anochecer del veinticuatro de diciembre sintieron en sus mentes y en sus
corazones la despedida de Lola.
En el momento en que el sol desaparecía por el
horizonte ocurrió un fenómeno que conmocionaría al mundo dividiendo a la
historia de los humanos en un antes y un después.
En ese
anochecer se produjo un estruendo de tremendas dimensiones acompañado de un
temblor que sacudió las entrañas de todos los seres vivos a miles y miles de
kilómetros de este epicentro. Dio la
sensación de que la Tierra modificaba su giro deteniéndose unos segundos. La
fortaleza donde se celebraba la reunión
se elevó hacia el cielo rodeada de un halo de fuego y a medida que se alejaba
en el espacio se le iban agregando trozos de otras geografías donde imperaba el
mal. Este conjunto que transmitía una imagen aterradora, se fue alejando y
alejando cada vez más, hasta quedar
finalmente girando alrededor de nuestro planeta como una segunda luna. La luna
oscura. La luna del odio. La luna del mal.
Desde aquel momento y tras un silencio sepulcral,
que nadie supo precisar cuanto duró, todos los hombres y mujeres se sintieron
aliviados de la maldad.
A partir de aquella navidad las personas
reiniciamos nuestras vidas con más optimismo y humildad. Al mirar por las
noches, a esa segunda luna que está en el firmamento como símbolo de lo más
negativo de los seres humanos,
reflexionamos sobre nuestros defectos y limitaciones. Su visión nos hace
pensar en el egoísmo, la envidia, la soberbia, la avaricia y la insolidaridad.
Pero sobre todo ayuda al parecer, a que las personas aprendamos a no mentirnos
a nosotros mismos.
Lola desapareció de las calles, de los campos y de
las ciudades de la Tierra, pero se sabe
que su mensaje ha calado muy hondo por que se ha restablecido el valor de la
bondad y la solidaridad. Nos ha enseñado a los hombres a mirarnos en nuestro
interior con sinceridad, identificando y descubriendo los rasgos de la maldad
que a veces anida, sin que queramos ser conscientes de ello, en nuestras mentes
y en nuestros corazones.
Después de aquel diciembre el mundo ha mejorado y
ha resurgido la esperanza. Solo nos
falta acostumbrarnos a ver la segunda luna en el cielo nocturno, aunque también
se dice que solo la pueden ver los buenos de corazón. ¿Tú la ves?
****
Tras
terminar el último párrafo lo releyó dos veces. En su cara se reflejó la
insatisfacción, quizás no solo por la forma sino sobre todo por el contenido.
Le
recordó el idealismo y la utopía que él perseguía de joven cuando decidió
ingresar en el seminario.
Evidentemente
por su situación actual, este tipo de relato fantástico para las navidades no
era lo adecuado. Aún así se preguntó por que lo escribía.
Cuando
sus pensamientos comenzaban a perderse en unas reflexiones angustiosas se
escuchó el claxon del coche oficial que venía a recogerlo para la reunión con
los demás obispos.
Hoy le
esperaba un día duro; debían diseñar la estrategia contra la política del
gobierno actual que intentaba recortarles el poder en la enseñanza y el dinero
para las instituciones eclesiásticas.
También
debía dedicarse con ahínco a pensar en medidas que obstaculizasen las
intenciones del estado de igualar en derechos a un colectivo perseguido desde
siempre como era el de los homosexuales o a seguir condenando a las mujeres a
los abortos clandestinos.
Arrancó
el relato escrito de su cuaderno de notas, lo estrujó en sus manos y lo lanzó a
la papelera. Seguidamente se ajustó el alzacuello, cogió su maletín y dejando
tras de sí su confortable y cálido despacho se dirigió a la calle.
Lloviznaba
en aquella fría noche de diciembre, y antes de subir al coche, monseñor miró
hacia el cielo y comprobó que había solo una luna. Con un rostro disgustado,
dio un portazo y mandó arrancar al chofer.
CB
CB
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