Lazos amarillos y posverdad
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La posverdad es un término que desde hace un tiempo
lo encontramos en periódicos, libros o en medios de comunicación.
Aunque es un término que define acciones practicadas
por diferentes corrientes políticas-ideológicas es más frecuente en los
populismos y los nacionalismos excluyentes tan en boga hoy en nuestra sociedad.
Posverdad o mentira emotiva es un
neologismo que describe la distorsión deliberada de una realidad, con el
fin de crear y modelar la opinión pública e influir en las actitudes sociales,
en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a
las emociones y a las creencias personales. (Wikipedia)

En cultura política se denomina política de la posverdad
(o política
posfactual) a aquella en la que el debate se enmarca en
apelaciones a emociones
desconectándose de los detalles de la política pública y por la reiterada
afirmación de puntos de discusión en los cuales las réplicas fácticas ―los hechos― son ignoradas.
La posverdad difiere de la tradicional disputa
y falsificación de la verdad dándole
una importancia "secundaria" a ésta. Se resume como la idea en "el que algo
aparente ser verdad es más importante que la propia verdad".
Para algunos autores
la posverdad es sencillamente mentira (falsedad) o estafa encubiertas con el
término políticamente correcto de «posverdad», que ocultaría la tradicional propaganda
política y el eufemismo de las
relaciones públicas y la comunicación estratégica como instrumentos de manipulación y propaganda.
El segundo aspecto a
considerar es que debido al “conocimiento” cada más intenso que tienen los
medios de nuestros perfiles políticos-ideológicos o simplemente inclinaciones
de tendencias políticas, se elabora un mensaje a la carta para esos
destinatarios que si dudaban dejen de hacerlo o si ya estaban convencidos se
hagan muchos más beligerantes y sirvan de multiplicador de los mensajes
recibidos.
Ejemplos demostrados
han sido las elecciones de Donald Trump, el Brexit y en nuestro entorno la
propaganda independentista catalana de “somos mejores y más productivos y
trabajadores, somos “perseguidos” por un nuevo “franquismo”, se nos roba, se
nos agrede y maltrata e históricamente se nos ha oprimido”.
A pesar de que todas
estas mentiras se podrían desmontar en un coloquio sereno y racional, la
mayoría de los destinatarios elegidos para el
mensaje que previamente y durante décadas han recibido una educación
sesgada, parcial y por lo tanto falsa, se regodean en la posverdad ya que les
retroalimenta sus creencias y emociones que sustituyen a la lógica, la
inteligencia y a la razón.
Cuando ya estamos
imbuidos de una ideología cimentada en las emociones nos da igual la
verdad, lo que queremos en reafirmarnos en los conceptos que nos elevan los neurotransmisores
del placer, de la sensación aunque sea falsa, de justicia, de libertad, de
superioridad y de victimismo.

Crean un símbolo,
los lazos amarillos que defienden esa mentira y desde un gobierno de todos los
catalanes protegen a menos de la mitad de los ciudadanos que creen en esa
falsedad. No solo dan los medios para esa propaganda “amarilla” sino que son
protegidos por la policía (Mozos de Escuadra)
. A los que los que ponen los lazos amarillos los aplauden y a los que los
quitan son amedrentados mediante identificación por esa policía ideológica.
Cuando la fiscalía
intenta controlar este disparate manifiestan una queja por “la invasión de sus competencias”. Suena a una locura
fascista pero esa es la realidad.
Torras, declarado xenófobo, racista, nacionalista
excluyente y títere de un fugado de la justicia del estado de derecho, dice que
la “retirada” de lazos amarillos por otros ciudadanos es una “ofensiva
fascista”.
Bastará accionar las redes sociales, e
incrementar esa propaganda para que muchos de sus simpatizantes terminen
creyendo que esa es la verdad…
Los ciudadanos del
siglo XXI, que han coexistido en el tiempo con dictaduras y con guerras en el
mundo, que desean la paz, el progreso y la unión progresiva de los países para
mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, están muy preocupados por esta
deriva de clara connotación fascista antidemocrática.
¿Qué hacer? Todos
debemos desmontar estas mentiras e ideologías del retraso y de la violencia.
Debemos protestar, presionar a los políticos de todos los partidos, exigir el
cumplimiento de las leyes del estado de derecho, dialogar pero con una línea
roja que no tolere el aventurerismo victimista fratricida. También debemos
dirigirnos por todos los medios a la totalidad de los catalanes para
transmitirles el deseo de concordia y democracia desmontando la posverdad.
A pesar de todo lo
que hagamos seguirán algunos mostrando sus veleidades fascistas. Al fascismo
solo se lo vence con la ley, la firmeza y la cultura. No es una lucha corta ni fácil
pero al parecer nos vamos abocando hacia ese camino. En este periodo ningún
partido democrático debería buscar réditos particulares de este objetivo ya que
si lo hiciesen solo favorecería a los
antidemócratas.
Nos estamos jugando
el presente y el futuro de las próximas generaciones.
Adjunto comentario sobre este artículo enviado por I.A.T
ResponderEliminarEsta muy bien el artículo.
Lo que enquista la situación (tanto en este caso como en otras situaciones parecidas) es la inmersión y profundización progresiva en el contexto de los "míos", separándose irreversiblemente de otras fuentes de información o de visiones ajenas y alejadas emocionalmente del desencuentro que se trate.
Desde mi punto de vista, esa dinámica parece tener vida propia y evoluciona indefectiblemente hacia el enfrentamiento, lo que - a su vez - refuerza las motivaciones emocionales en una espiral que no conoce límite alguno. Todos los grados de violencia son posibles en esa trayectoria.
Es deprimente y desalentador comprobar cómo se puede caer una y otra vez en la misma dinámica, independientemente del nivel sociocultural de la población y de numerosas experiencias propias y ajenas que aún colean y están a la vista de todos.
Para desactivar este proceso, sería necesario estar abierto a otras visiones del conflicto, primero ajenas y, después, la de los mismos oponentes, evitando ser absorbido por el torbellino sectario. Tener asumido que la realidad es poliédrica, que -en la visión o interpretación propia, la de los "míos"- puede haber un margen de ajuste, discutible o negociable en alguna medida y reclamar una actitud simétrica en los "otros". Pero eso ya implica una actitud en la que la racionalidad se impone a la emotividad y ese es el núcleo del problema.
Las discrepancias se convierten en enfrentamientos porque nuestro cerebro emocional arrasa al córtex racional y todavía no somos capaces de controlar nuestra biología aunque creemos lo contrario y eso también forma parte del problema.
Soy pesimista. Los enfrentamientos solo acaban cuando resulta evidente que están produciendo un perjuicio mucho mayor que el estatus previo. Derrotados y resentidos masticando la revancha. Vencedores exultantes pasando factura.
Y hasta la próxima.
I.A.T