Temas de actualidad que a veces no queremos leer. Caparrós/Rizzi/ Borrell
Comparto tres artículos que tratan temas que desgraciadamente muchas personas no quieren leer o no quieren enterarse. Es una propuesta para lectura y debate.
I)
El ‘Hunger plan’ ataca de nuevo
MARTÍN CAPARRÓS ROSENBERG
(Martín Caparrós Rosenberg es escritor, periodista y premio Ortega y Gasset, Moors Cabot, Roger Caillois, Terzani y Herralde. Su última obra es el libro de memorias Antes que nada (Penguin)
https://lectura.kioskoymas.com/article/281642491229384
Hubo un momento en que una de las palabras más terribles de cualquier idioma ya no fue suficiente. Decir hambre es decir la privación más cruel que puede sufrir una persona y, sin embargo, hay algo peor: la hambruna, cuando alguna causa generalizada —guerras, epidemias, catástrofes diversas— hace que muchas personas pasen hambre al mismo tiempo, en el mismo lugar: que no sólo sufran su hambre sino también la de todos los suyos.
En estos días, por desgracia, por vergüenza, la palabra hambruna suena sin parar. La hambruna supo ser, durante siglos, un arma de guerra: aquellos ejércitos rodeaban esas ciudades cuyas murallas no sabían derribar e impedían la entrada de comida hasta que el hambre las rendía o las devoraba. En la Europa “moderna”, con la aparición de los ejércitos profesionales —primero— y ciudadanos —después—, los generales dejaron de atacar a los civiles y se pelearon entre ellos. Hasta que el gran inspirador de tantos políticos actuales, un tal Adolfo, que fue de cabo a rabo, decidió recuperar el viejo truco de la hambruna y elaboró, para quedarse con el este de Europa y acabar con poblaciones que juzgaba superfluas, su Hungerplan.
Der Hungerplan tenía una excusa simple: no malgastar en las poblaciones de los países ocupados la comida que precisaban los ejércitos alemanes. Tan germa“Los no, el plan era meticuloso y sus cuatro categorías estaban perfectamente definidas según el nivel de alimentación que les correspondía. Se guiaban por una consigna del ministro de Trabajo nazi: “Una raza inferior necesita menos espacio, menos ropa y menos alimentos que la raza alemana”. Los “bien alimentados” eran los grupos locales que los nazis querían preservar para que colaboraran con ellos; los “insuficientemente alimentados”, que recibían un máximo de 1.000 calorías diarias, eran esos dominados cuyas vidas les daban igual; los “hambreados” eran las poblaciones que habían decidido reducir todo lo posible: judíos, gais, gitanos; los “exterminados por hambre” casi no recibían alimento; eran, entre otros, los soldados rusos prisioneros.
(Sus captores los encerraban a la intemperie sin mantas, sin comida, con apenas unas gotas de agua; pese a que, en algunos casos, los agonizantes se comían a los muertos, ninguno sobrevivía más de tres semanas. En uno de esos campos varios miles de presos firmaron uno de los petitorios más brutales de la historia: que por favor los fusilaran. No lo consiguieron).
El gueto judío de Varsovia fue un gran centro de aplicación del Hungerplan. Sus habitantes estaban, según la burocracia alemana, en la tercera categoría: mientras los soldados del Reich recibían 2.613 calorías por día y los polacos cristianos, 699, los polacos judíos del gueto tenían derecho a 184: un trozo de pan y un plato de
primeros síntomas del hambre eran la boca seca, acompañada por el aumento de las ganas de orinar; no era raro tener pacientes que orinaban más de cuatro litros diarios. Después venía una pérdida rápida de grasas y un constante deseo de masticar, aun objetos no masticables. Estos síntomas disminuían según avanzaba el hambre; incluso la pérdida de peso se hacía más lenta. El siguiente grupo de síntomas era psicosomático: los pacientes se quejaban de debilidad general, de no poder cumplir las tareas más simples; se volvían perezosos, se acostaban con frecuencia, dormían con interrupciones y querían taparse para combatir una anormal sensación de frío. Se acostaban en su característica postura fetal, las piernas encogidas y la espalda arqueada, así que tenían contracturas de los músculos flexores. Se volvían apáticos y deprimidos. Hasta perdían la sensación de hambre; y aun así, cuando veían algún tipo de comida, muchos la agarraban y la tragaban sin masticar. Su peso era entre 20 y 50 por ciento menor que antes de la guerra; variaba entre 30 y 40 kilos. El menor peso se observó en una mujer de 30 años: 24 kilos.”
Las descripciones clínicas, los datos estadísticos, las autopsias seguían páginas y páginas, implacables. Y los intentos, desesperados, de tratar a los pacientes: “Agregó hígado picado y sangre de vaca a la pequeña porción de comida del paciente. Le dio inyecciones de hierro, combinó una terapia de hígado y hierro. Le dio vitamina A. Le hizo transfusiones de sangre. Nada funcionaba. Al final, anotó que los mejores resultados fueron obtenidos al proveer alimentación adecuada con un valor calórico apropiado. Estos resultados eran previsibles, porque la única terapia racional para el hambre es la comida”, decía aquel librito heroico.
Las autoridades israelíes actuales deberían buscarlo: seguro que lo tienen en alguna biblioteca, incluso en un museo. Al fin y al cabo, somos el pueblo del libro —y la Shoah—. Allí encontrarán ese tratamiento definitivo para que las personas no se mueran de hambre, que podrían aplicar a sus víctimas en Gaza. Allí encontrarán, sobre todo, una idea del hombre y de la humanidad que tantos judíos tuvieron y tenemos y unos pocos, ahora, están pisoteando con una saña que nos avergüenza. Del Holocausto se vuelve; del Genocidio, no.
Las autoridades israelíes deberían recordar los efectos de la hambruna provocada en el gueto de Varsovia
sopa cada día. Con esas dosis la muerte no debía tardar; un sistema de solidaridad y contrabando consiguió que, en el primer año, solo un quinto de la población muriera de hambre y sus enfermedades: unas 100.000 personas.
Las historias de heroísmo y de infamia, de solidaridad y de egoísmo de esos días son extraordinarias: contrabandistas, colaboracionistas, mendigos, ladrones, resistentes, miles y miles hacían lo que fuera para conseguir unos bocados. “Las personas caían muertas de hambre. Morían cuando iban a trabajar, en la puerta de las tiendas. Morían en sus casas y los tiraban en un callejón sin ropa ni identificación, así su familia podía seguir usando sus cartillas de racionamiento. Los olores de muerte, podredumbre y mierda llenaban las calles”, describe Sherman Apt Russell en su Hunger.
En esas condiciones un grupo de médicos del hospital del gueto —que incluía a Bernardo Rosenberg, el hermano mayor de mi abuelo Vicente— empezó uno de esos proyectos que me producen, con perdón, cierto orgullo judío. No tenían remedios ni instrumental ni comida para curar a sus pacientes —ni la menor esperanza de sobrevivir—, pero podían estudiar intensamente la desnutrición y sus efectos, y lo harían para intentar aportar algo a la ciencia: ayudar a que, alguna vez, en otras condiciones, otros hambrientos tuvieran más opciones.
“Hombres sin futuro, en un esfuerzo de voluntad final, decidieron hacer una modesta contribución al futuro. Mientras la muerte los golpeaba, los que quedaban esperaron su propia muerte sin dejar de lado su tarea”, escribió el prologuista anónimo de ese trabajo que, contrabandeado fuera del gueto, se publicó en 1946. Su título en castellano sería Enfermedades de hambruna. Investigaciones clínicas sobre la hambruna en el gueto de Varsovia.
II)
Perdiendo cuatro guerras a la vez
- ANDREA RIZZI
https://lectura.kioskoymas.com/article/281612426462609
La Unión Europa afronta cuatro graves conflictos. Está perdiendo en todos ellos. El primero es militar: la agresión de Rusia contra Ucrania. El segundo es comercial: la ofensiva arancelaria de Trump. El tercero es industrial: la maniobra de China para dopar con respaldo público su capacidad manufacturera, echándonos de facto de su mercado e inundando el nuestro. El cuarto es moral. No es un asalto dirigido contra nosotros, pero, igualmente, en él perdemos algo tan grande como nuestra honorabilidad. Es la devastación israelí en Gaza, a la cual, como bloque, asistimos inertes.
En el frente de batalla de Ucrania, no sufrimos una derrota redonda y definitiva. Pero cabe observar que la intensidad de los bombardeos rusos está en alza. Las tropas del Kremlin ganan, poco a poco, terreno. Las sanciones no han impedido a la industria de defensa rusa reconfigurarse alcanzando niveles de producción formidables; las ayudas a Kiev son insuficientes. La sumisión ante Trump —sea en la OTAN, sea en relaciones comerciales— es la prueba de nuestra ineptitud para sostener ese frente solos. Necesitamos a EE UU, y el temor a que nos abandone explica las genuflexiones. El pacto comercial es otra derrota.
Evita tal vez daños mayores, mantiene algunos sectores exentos de aranceles, en el de los coches mejora la situación preexistente, retiene la capacidad reguladora sobre gigantes digitales. Pero no hay que confundirse: es una derrota, en la sustancia, y también en la forma, con esa pleitesía al emperador en su cancha de golf.
También perdemos inequívocamente en el enfrentamiento económico con China. Como ha señalado el economista Brad W. Setser, lo de Pekín también es una guerra comercial contra Europa, y la está ganando. Lleva adelante desde hace tiempo una gigantesca operación de apoyo público a sectores manufactureros cruciales. Ahora, progresivamente echa de su mercado a competidores europeos y va inundando el nuestro por la vía de ese dopaje público. Sectores clave de nuestra industria sienten la presión estrecha en la yugular.
Perdemos además de forma indignante en cuanto a la masacre israelí en Gaza. Algunos Estados, con España a la cabeza, han actuado de forma digna. Pero en conjunto permanecemos inertes ante hechos que encajan de forma cada vez más cristalina con la definición de genocidio según el derecho internacional. El veto de algunos impide que la UE haga incluso lo mínimo, es decir, suspender su acuerdo de asociación con Israel por manifiesta violación de derechos humanos. Pero seamos claros: Alemania no solo bloquea eso, es que directamente ha seguido entregando armamento a Israel.
En conjunto, es una ignominiosa renuncia a sostener nuestros principios fundacionales—de lo cual toma buena nota el resto del mundo—. Un desastre.
La debacle no es definitiva. Pero para levantarnos debemos entender la dureza de la derrota que estamos sufriendo, en todos los frentes. Las soluciones son claras, y tienen un común denominador: más integración. Culminar el mercado común para ser más resilientes y productivos; impulsar inversiones comunes para proveer bienes públicos europeos y favorecer innovación de manera equilibrada; más coordinación en el sector de la defensa. Si no lo hacemos, las consecuencias también son claras. No es que las grandes fieras nos comerán en el futuro. Ya están mordiendo nuestras extremidades, y lo que ocurrirá es que seguirán hasta las entrañas de la débil presa.
***
III)
¡Dejemos de ser cómplices del genocidio en Gaza!
- JOSEP BORRELL
https://lectura.kioskoymas.com/article/281672556004753
Si sobreviven a los ataques de Donald Trump, los tribunales internacionales no dictarán su veredicto definitivo hasta dentro de varios años. Pero para todos aquellos que tienen oídos para oír y ojos para ver, ya no hay lugar a dudas: lo que está cometiendo actualmente el Gobierno israelí en Gaza es un genocidio, al masacrar y matar de hambre a la población civil tras haber destruido sistemáticamente todas sus infraestructuras. Y son graves, masivas y repetidas violaciones del derecho internacional y del derecho internacional humanitario las que cometen cada día los colonos y el ejército israelí en Cisjordania y en Jerusalén Este.
Quienes no actúan para poner fin a este genocidio y a estas violaciones del derecho internacional, a pesar de tener la posibilidad de hacerlo, se convierten en cómplices. Este es, lamentablemente, el caso de los actuales dirigentes de la Unión Europea y de aquellos de sus Estados miembros que se niegan a sancionar a Israel a pesar de que la UE tiene la obligación jurídica de hacerlo.
Si la UE y sus Estados miembros decidieran cumplirla, dispondrían de numerosos instrumentos para influir de manera significativa en la actitud del Gobierno israelí. La UE y sus Estados miembros son el principal socio comercial, inversor y de intercambio de personas de Israel. También son uno de sus principales proveedores de armas. Por último, el acuerdo de asociación entre la UE e Israel, establecido en 2000 a raíz de los Acuerdos de Oslo, es el más favorable de todos los celebrados por la UE con terceros países. Además de la exención de derechos de aduana sobre sus exportaciones de bienes y servicios y de visados para sus ciudadanos, da acceso a Israel a varios programas europeos importantes, como Horizonte o Erasmus.
Sin embargo, este acuerdo está condicionado en su artículo segundo al respeto por parte de Israel del derecho internacional y de los derechos humanos fundamentales. Por lo tanto, suspenderlo o mantenerlo no es una decisión que la UE pueda tomar de forma discrecional. Después de que el Consejo de Asuntos Exteriores haya constatado que Israel no respeta estos derechos, los dirigentes de la Unión tienen ahora la obligación jurídica de suspender este acuerdo. De lo contrario, también violarán el Acuerdo de Asociación con este país.
Sin embargo, a pesar de todos mis esfuerzos en este sentido cuando era alto representante de la Unión y a pesar del dramático agravamiento de la situación humana en Gaza y de la multiplicación de las violaciones del derecho internacional en Cisjordania en los últimos meses, la UE y la mayoría de sus Estados miembros no han utilizado hasta ahora ninguno de los medios de presión sobre el Gobierno israelí que tienen a su disposición.
Por ello, ante la intransigencia del Gobierno de Benjamín Netanyahu, la UE no ha logrado, desde hace más de año y medio, hacer valer ni su compromiso con los derechos humanos fundamentales, ni su defensa del derecho internacional y del multilateralismo, ni su posición tradicional a favor de la solución de los dos Estados. Esta inacción ya ha perjudicado gravemente la posición geopolítica de la UE y de sus Estados miembros, no solo en el mundo musulmán, sino en todo el mundo. La diferencia manifiesta entre la firme reacción de las instancias europeas ante la agresión rusa contra Ucrania y su pasividad ante la en Gaza ha sido ampliamente utilizada por la propaganda de Vladímir Putin contra la UE. Y con éxito, como se ha visto especialmente en el Sahel. Este doble rasero europeo también ha debilitado considerablemente el apoyo a Ucrania en muchos países en desarrollo.
Al persistir en no suspender el acuerdo de asociación, a pesar de que Israel lo ha violado claramente; en no bloquear las entregas de armas a este país, a pesar de los crímenes de guerra y contra la humanidad cometidos en Gaza; en no prohibir las importaciones procedentes de los asentamientos ilegales, a pesar de las decisiones en este sentido del Tribunal Internacional de Justicia; al no sancionar a los ministros y dirigentes políticos israelíes que profieren declaraciones genocidas; al no prohibir a Netanyahu utilizar el espacio aéreo europeo, a pesar de la orden de detención dictada por el Tribunal Penal Internacional; al no apoyar a los jueces de dicho tribunal y a los responsables de las Naciones Unidas sancionados por Estados Unidos, la UE y sus Estados miembros se desacreditan ante los ojos del mundo y desacreditan el derecho internacional y el orden multilateral que se supone que deben defender. Mientras es atacada en el Este por Putin y en el Oeste por Trump, la UE agrava así su aislamiento al aislarse del resto del mundo.
Probablemente, los dirigentes de la UE y de sus Estados miembros tendrán que rendir cuentas en el futuro por su complicidad en los crímenes contra la humanidad cometidos por el Gobierno de Netanyahu. Y, con la perspectiva del tiempo, los europeos juzgarán sin duda con severidad su ceguera ante el genocidio que se está produciendo. Sin embargo, es urgente limitar los daños desde ahora mismo. La UE y sus Estados miembros deben decidirse por fin a sancionar sin más demora a Israel. Es el único lenguaje que puede llevar a los dirigentes israelíes a poner fin a sus crímenes contra la humanidad.
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