Divulgación. Ciencia. Artículos de interés
Tres artículos diferentes pero de indudable interés.
I)
Nace en Ohio un bebé cuyo embrión fue congelado en 1994
EL BEBÉ “MÁS VIEJO DEL MUNDO”
La madre gestante y su pareja adoptaron al embrión, uno de los tres fecundados que la madre biológica cedió al programa de fecundación 'in vitro’
Thaddeus Pierce, en una foto difundida por el MIT. MIT Technology Review
La Vanguardia
Se llama Thaddeus Daniel Pierce y tiene apenas unos días de vida, pero existe desde hace más de 30 años. Su madre biológica tiene 62 años, tiene una hermana de 30 y una sobrina de 10. Y su madre gestante era ella misma un bebé cuando fue concebido. Esta extraordinaria biografía es la historia del llamado “bebé más viejo del mundo”, que fue adpotado como embrión por una pareja de Ohio (EE.UU.), Lindsey y Tim Pierce —Lindsey fue la madre gestante—, que llevaban siete años tratando, sin éxito, de ser padres.
El hito no es nuevo, según MIT Technology Review, pero sí se trata del nacimiento del bebé que más tiempo pasó congelado como embrión. Thaddeus fue concebido en 1994 dentro de un programa de fecundación in vitro al que acudieron sus padres biológicos. De los cuatro embriones fecundados nació una niña, y los otros tres fueron congelados para la pareja, que tenía dificultades para concebir un niño.
Con el tiempo, Linda Archerd —la madre biológica del bebé— y su pareja se divorciaron. Las “tres pequelas esperanzas” de Archerd (así las llamaba) quedaron almacenadas en la clínica de fecundación, bajo su custodia, como otros millones de embriones congelados en la actualidad.
Imagen de microscopio de los embriones implantados a Lindsey Pierce, madre gestante de Thaddeus. MIT Technology Review
Años después, la madre biológica de Thaddeus conoció el sistema de adopción de embriones de EE.UU., que se hace responsable de embriones donados y asiste a familias que tienen dificultades para concebir un bebé. Fue allí donde acudieron los padres del bebé, Lindsey y Tim Pierce, de 35 y 34 años: se inscribieron en ese mismo programa. A Lindsey le implantaron dos embriones. Solo el de Thaddeus fue viable.
Aunque ambos explican a MIT Technology Review que “el parto fue complicado”, el bebé está bien. Médicamente existían ciertos riesgos precisamente por el largo tiempo de congelación del embrión de Thaddeus.
En declaraciones para la revista del MIT, John Gordon, director de la clínica de fertilidad a la que acudieron los Pierce para ser padres, señaló: “Todo embrión merece una oportunidad de vida, y el único embrión que no puede dar lugar a un bebé sano es aquel al que no se le da la oportunidad de ser transferido a una paciente”. Gordon es presbiteriano renacido. Por lo general, la gestión de la adopción de embriones en EE.UU. está gestionada por entidades cristianas.
II)
Plásticos y riesgos para la salud
Voz de alarma ante el daño que causan los plásticos en la salud
‘The Lancet’ advierte del peligro “grave y creciente” de estos materiales
JESSICA MOUZO
https://lectura.kioskoymas.com/article/281779930190408
GETTY IMAGES
Un hombre recoge materiales en un vertedero de Kenia.
hay un material que define nuestra época, ese es el plástico: está en todo y en todas partes. Han sido los protagonistas de grandes avances médicos y tecnológicos, pero también están dejando una huella perpetua —y peligrosa— en la salud de la humanidad. Una revisión científica internacional, publicada anoche en la revista The Lancet, recopila todos los daños —conocidos— que provoca la exposición a los plásticos y lanza una advertencia importante: ya hay pruebas suficientes de que vivir rodeados de estos polímeros representa riesgos “graves, crecientes y subestimados” para los humanos en todas las etapas de la vida.
Los científicos mandan esta alerta a la vez que avisan de que esta crisis de contaminación plástica en la que está inmersa el mundo “no es inevitable”. Por eso, acompaña a su análisis el anuncio de la puesta en marcha de un sistema de vigilancia para monitorizar el progreso hacia la reducción de la exposición al plástico y la mitigación de sus daños para la salud humana y del planeta.
Ahora bien, la empresa no será fácil, presumen. Hay tres factores que de entrada juegan en contra: la producción mundial de plástico se está acelerando, el reciclaje es inadecuado (solo se procesa el 10%; el 90% se quema, se desecha en vertederos o se acumula en el medioambiente) y, a diferencia de otros materiales, el plástico no se biodegrada fácilmente (se fragmenta en partículas y persiste durante décadas).
La advertencia científica llega en vísperas de la ronda final de negociaciones de los Estados miembros de la ONU —se reunirán en Ginebra (Suiza) desde mañana al 14 de agosto— para concluir un tratado mundial sobre los plásticos que ponga fin a la contaminación. Los científicos llaman a no demorar más la toma de decisiones.
No se sabe todo acerca del impacto de los plásticos en la salud. Pero lo que se sabe no son buenas noticias. “Ahora sabemos que causan enfermedades, discapacidades y muerte prematura en todas las etapas de su ciclo de vida: desde la extracción del gas y el petróleo, principales materias primas de los plásticos, hasta su producción, su uso y su posterior eliminación en el medio ambiente como residuos plásticos”, sintetiza Philip Landrigan, director del Observatorio Global sobre la Salud Planetaria y autor del artículo. El escenario futuro tampoco es muy halagüeño: “Estos daños se agravan a medida que la producción mundial de plástico continúa aumentando: se ha multiplicado por 250 desde 1950 y se prevé que se duplique de nuevo para 2040 y se triplique para 2060 si no se controlan las tendencias actuales”.
Los daños se dan a varios niveles y en diferentes contextos. El caso más claro y directo es el de las personas que trabajan en la producción de plástico, pues están expuestas a numerosas sustancias tóxicas que pueden provocar graves enfermedades, como cáncer y dolencias neurológicas, apunta Landrigan. La Comisión de Minderoo-Mónaco, que examinó el impacto en la salud de los plásticos, calculó que en 2015 se produjeron alrededor de 32.000 muertes prematuras a nivel mundial entre este colectivo. La pronatales ducción de plástico también contamina el aire, el agua y el suelo. Y se dispersan diminutas partículas fuera de las fábricas. Ya se ha descrito un aumento de las enfermedades y muertes prematuras en comunidades cercanas a pozos de petróleo y gas.
Sustancias químicas
El origen de los peligros para la salud no está solo en el polímero mismo, sino también en las sustancias químicas que lo acompañan, más de 16.000 distintas, muchas con un efecto dañino para la salud de dimensiones todavía desconocidas. Un metaanálisis que revisó estudios y datos de cerca de 1,5 millones de personas encontró “evidencia consistente de múltiples efectos en la salud en todas las etapas de la vida humana para muchas sustancias químicas plásticas”, cuentan los científicos en The Lancet. Un riesgo, por cierto, especialmente elevado para los bebés en el útero materno y los niños más pequeños. Las afecciones reportadas van desde un deterioro del potencial reproductivo (síndrome de ovario poliquístico y endometriosis), hasta efectos periSi (aborto espontáneo y bajo peso al nacer), disminución de la función cognitiva, resistencia a la insulina, hipertensión y obesidad infantil. Y en adultos, también se asocia a la diabetes, enfermedades cardiovasculares, ictus, obesidad y cáncer.
Una forma de entrar en contacto directo con estas sustancias químicas vinculadas a los plásticos es a través de los alimentos. Otra revisión con cerca de un millar de estudios sobre materiales plásticos en contacto con comida reveló que el 40% de unas 3.700 sustancias químicas analizadas se liberan en los alimentos en determinadas circunstancias. Influye, por ejemplo, la exposición a temperaturas altas (al calentar comida en un táper de plástico en el microondas) o el contenido de grasa y acidez de los alimentos.
Pero alrededor de estas sustancias químicas hay un inmenso vacío de conocimiento: no se sabe nada sobre los riesgos de más de dos tercios de las sustancias químicas plásticas conocidas. Y de las que hay datos, aproximadamente el 75% —esto es, unas 4.200— se han considerado “altamente peligrosas por sus efectos tóxicos, su persistencia, su bioacumulación y su movilidad”, alertan los científicos en el artículo. Los investigadores también denuncian que, a pesar de su expansión en el ambiente y en la vida cotidiana, estos materiales están sujetos a un escrutinio y vigilancia mucho menor que los empleados en otros ámbitos, como el sector farmacéutico.
El otro gran quebradero de cabeza para la comunidad científica son los microplásticos. Esto es, diminutas partículas de estos polímeros que al degradarse infestan el globo y que, al respirar o comer, alcanzan nuestro torrente sanguíneo y se cuelan hasta las entrañas. Ya se han identificado incluso dentro del hígado, el riñón, el intestino o el cerebro humano. Y se presumen nocivos, aunque la comunidad científica todavía desconoce el impacto real en la salud. Por lo pronto, los expertos tienen indicios de que provocan daños en el ADN de las células y sospechan que pueden espolear numerosas dolencias, desde inflamatorias hasta cardiovasculares.
“Los Estados deben tomar en serio el problema del plástico y ser ambiciosos en sus esfuerzos”, expone Landrigan.
III)
El sufrimiento mudo e invisible de los peces
- Rubén Bermejo Poza Profesor Ayudante Doctor en el Departamento de Producción Animal UCM, Universidad Complutense de Madrid
- Roberto González Garoz Docente e investigador en producción y bienestar animal, Universidad Complutense de Madrid
https://theconversation.com/el-sufrimiento-mudo-e-invisible-de-los-peces-261244?utm_medium=email&utm_campaign=Novedades%20del%20da%2028%20julio%202025%20en%
The Conversation
Cada año, más de mil millones de peces son capturados o criados en Europa para el consumo humano. Son parte esencial de la alimentación, de las mesas, supermercados y recetas tradicionales. Sin embargo, a diferencia de otros animales de granja como las vacas, cerdos o gallinas, su bienestar sigue siendo una asignatura pendiente. Y no por falta de consumo, sino por una larga historia de ignorancia y desinterés.
Lo que la ciencia dice sobre la conciencia en peces
Durante mucho tiempo, se pensó que sentir dolor requería tener una corteza cerebral, como la que tienen los mamíferos. Y como los peces no la tienen, se asumió que no podían sufrir. Pero esta visión ha empezado a cambiar gracias a nuevas investigaciones en neurociencia y comportamiento animal. Hoy sabemos que los peces tienen cerebros distintos, pero no menos complejos. Muchas especies poseen estructuras que, aunque diferentes en forma, cumplen funciones similares a las de los vertebrados superiores. Pero más allá de lo que tienen dentro del cráneo, lo realmente revelador es cómo se comportan.
Por ejemplo, los estudios de la investigadora británica Lynne Sneddon y su equipo han mostrado que truchas arcoíris a las que se les inyecta ácido acético en los labios desarrollan respuestas conductuales duraderas, como frotarse contra superficies duras, pérdida de apetito, inmovilidad y cambios en su comportamiento exploratorio. Sin embargo, lo más revelador es que dichas reacciones disminuyen o desaparecen si se administra un analgésico, lo que sugiere una experiencia modulada de dolor, y no una mera respuesta refleja. Es decir, no solo sentían, sino que esa molestia podía aliviarse.
Además, estudios en peces cebra, tilapias, doradas o cíclidos han demostrado capacidades cognitivas avanzadas. Se ha documentado en ellos aprendizaje por observación, memoria espacial, reconocimiento individual y toma de decisiones estratégicas. Observaciones que apuntan a una vida mental más rica y sensible de lo que tradicionalmente se ha asumido.
En 2011, un equipo de investigadores brasileños expuso peces cebra a distintos tipos de estímulos estresantes para ellos. ¿Qué ocurrió? Los peces comenzaron a evitar zonas abiertas, permanecían inmóviles más tiempo y reducían su actividad. Son cambios de comportamiento similares a los observados en mamíferos con síntomas de ansiedad. Y lo más interesante: esos cambios se mantenían en el tiempo y variaban según la historia individual de cada individuo.
Incluso se ha observado que algunos peces muestran lo que se llama “fiebre emocional”, también conocida como fiebre psicógena o hipertermia, donde aumenta la temperatura corporal debido al estrés emocional y no por una infección o enfermedad. Investigadores de la Universitat Autònoma de Barcelona observaron que peces cebra sometidos a un estrés previo preferían situarse en aguas más cálidas que aquellos sin ese estímulo estresante.
Puede haber conciencia sin corteza
La idea de que la conciencia depende exclusivamente de la corteza cerebral ha sido cuestionada por muchos neurocientíficos en la última década. Se ha demostrado que la conciencia no depende de una estructura específica, sino de redes funcionales que pueden estar presentes en cerebros muy distintos al nuestro. La Declaración de Cambridge sobre la Conciencia, firmada en 2012 por un grupo internacional de neurocientíficos, afirma que muchos animales no humanos, incluidos los peces, probablemente poseen los sustratos neurológicos necesarios para tener experiencias conscientes.
Esto no significa que los peces piensen como nosotros, o que su dolor sea idéntico al dolor humano. Pero sí implica que pueden experimentar sufrimiento de forma significativa para ellos, y por tanto, merecen consideración moral. La conciencia no es un fenómeno exclusivo de primates ni de mamíferos; es una propiedad evolutiva que puede surgir de múltiples formas en la naturaleza.
Si aceptamos esta posibilidad, o si no la descartamos, la pregunta que sigue es inevitable: ¿no deberíamos actuar con cautela y proteger a estos animales como lo hacemos con otros vertebrados?
Un gran vacío legal en Europa
Pese a esta creciente evidencia científica, la legislación europea sigue siendo ambigua y limitada en cuanto al bienestar de los peces. El artículo 13 del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea reconoce a los animales como “seres sensibles” y establece que las políticas comunitarias deben tener en cuenta su bienestar. Sin embargo, este reconocimiento se aplica de forma desigual: existen directivas específicas y obligatorias para animales terrestres, pero no para peces.
En el caso de la acuicultura, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés) ha emitido recomendaciones técnicas sobre buenas prácticas durante el transporte y el sacrificio de peces en los años 2009 o 2020, pero estas directrices no tienen carácter vinculante. En otras palabras, los Estados miembros no están obligados legalmente a seguirlas.
Muchos países de la Unión Europea permiten todavía métodos de sacrificio que la comunidad científica considera crueles. Por ejemplo, se sigue utilizando el desangrado sin aturdimiento, la asfixia fuera del agua y métodos mecánicos como el golpe en la cabeza (percussive stunning) que no siempre se aplican correctamente. En algunos casos, los peces pueden tardar minutos o incluso horas en morir, lo cual sería inaceptable en cualquier otro animal de granja.
Esta falta de regulación contrasta con los avances logrados en otros sectores ganaderos. Para cerdos, aves o vacas, existen normas claras y exigibles que prohíben causar sufrimiento innecesario y establecen estándares de manejo. ¿Por qué los peces siguen siendo una excepción?
Un sufrimiento invisible pero real
Parte del problema radica en cómo percibimos a los peces. No emiten sonidos que podamos reconocer como gritos, no expresan emociones en su rostro y habitan un medio físico que nos resulta ajeno. Esta “distancia empática” ha facilitado que su sufrimiento permanezca invisible, tanto para los legisladores como para los consumidores.
Bajo el agua reina lo que podríamos llamar El sonido del silencio, parafraseando la icónica canción de Simon & Garfunkel: una ausencia de voces que defiendan su causa, una indiferencia social y política ante su posible sufrimiento. Pero el hecho de que no escuchemos su dolor no significa que no exista.
Desde un punto de vista biológico, muchas especies de peces poseen sistemas nerviosos complejos, con nociceptores (receptores del dolor), redes neuronales organizadas y capacidades cognitivas que van mucho más allá de la simple supervivencia. Algunos estudios incluso han documentado el uso de herramientas, el reconocimiento de sí mismos en espejos (en algunas especies como el lábrido limpiador) y vínculos sociales duraderos.
La forma en que se sacrifican actualmente muchos peces no resiste un análisis ético. La asfixia fuera del agua, por ejemplo, es uno de los métodos más utilizados, y puede implicar una lenta agonía. Otras prácticas, como el enfriamiento en hielo vivo o la exposición al CO₂, tampoco garantizan una pérdida de consciencia inmediata. Si aplicáramos estos métodos a otros animales de granja serían considerados inaceptables.
Una llamada a la acción
La buena noticia es que no estamos obligados a seguir ignorando este problema. Hay soluciones técnicas disponibles para reducir el sufrimiento, como sistemas de aturdimiento eléctrico o mecánico adecuados, mejores prácticas en transporte y estándares de manejo más humanos. Solo falta voluntad política y presión social.
Ante esta situación, muchos expertos en ética animal, neurociencia y bienestar están reclamando un cambio legislativo urgente. Instituciones como el FishEthoGroup, el Eurogroup for Animals o Compassion in World Farming han lanzado campañas públicas para exigir a la Unión Europea que legisle sobre el bienestar de los peces.
Implementar estas medidas no solo es una cuestión de ética, sino también de sostenibilidad y salud pública. El sufrimiento previo al sacrificio influye en la calidad del producto final: un pez estresado libera más cortisol, lo que afecta la textura y el sabor de su carne. Además, los consumidores están cada vez más informados y preocupados por el origen ético de los alimentos.
La ciencia ya ha hecho su parte: ha demostrado que muchos peces son seres sintientes, con capacidades cognitivas y emocionales que no pueden ser ignoradas. Ahora le toca a la política responder. Mientras tanto, cada uno de nosotros, como ciudadanos y consumidores, también puede tomar decisiones más informadas: exigir transparencia, apoyar la investigación y elegir prácticas alimentarias más responsables. La pregunta fundamental no es si pueden sufrir sino por qué seguimos actuando como si no lo hicieran.
Es hora de que las leyes reflejen lo que la ciencia ya ha demostrado. Y también es hora de que, como ciudadanos y consumidores, empecemos a escuchar ese silencio bajo el agua.
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