Editorial. "El valor de la palabra". José Herrera Peral

 Editorial: El valor de la palabra

                                                                                Puesta de sol. Fotografía de Alejandro Ruesga. Publicada en El País


En el hemisferio norte tras la pausa vacacional y ya en los meses de septiembre u octubre se despliegan nuevos planes, retos y objetivos a cumplir para intentar mejorar nuestras vidas individuales y colectivas.  Los problemas pospuestos para después del verano claman por su atención. Los sentimientos que surgen en esos momentos se han expresado en la literatura y también en otras formas del arte. Un ejemplo podría ser la película “Septiembre” de Woody Allen. Si no la habéis visto os la recomiendo. El ver viejas películas de Allen después me lleva casi siempre a escuchar jazz. Por ello me sumergí en un excelente programa que hay en Radio Nacional Clásica y que os adjunto enlace: https://search.app/irbzuFkH2BLSmFgC7

Mientras escribo estas líneas escucho unas voces y me asomo por la ventana de casa. Observo como una niña de apenas cuatro o cinco años maltrata, acosa y humilla a otra niña con la que está jugando.  Este hecho me lleva a pensar en la maldad humana. Ni Hobbes ni Rousseau ni otros, me resuelven las dudas que se me plantean sobre la maldad.

La maldad ha sido, sin duda, una de las constantes filosóficas que, a lo largo de la historia del pensamiento, han encontrado un lugar preeminente en la reflexión de los más importantes pensadores. Ya sea desde una vertiente social, evolutiva, antropológica, filosófica, política e incluso científica, diversos y muy distintos eruditos se han preguntado por qué existe el mal en el mundo, ofreciendo tan numerosas como diferentes respuestas a un problema que parece inabarcable e inacabable.

 Dadas mis limitaciones intelectuales y formativas renuncio a intentar dar una respuesta a esta cuestión. Me quedo (y solo para mí) con algunas conclusiones que extraigo después de reflexionar y observar nuestro entorno, nuestra historia y nuestro comportamiento como humanos. Leo en un texto una simplificada idea sobre el mal que dice que es una condición negativa atribuida al ser humano que indica la ausencia de principios morales, bondad, caridad, solidaridad o afecto natural por el entorno y los entes que figuran en él. 


Esta definición no me satisface y nos podría llevar a su vez a desentrañar cada una de las palabras allí citadas.   Desde mi visión de septuagenario muy poco culto diría que hay unos tipos de maldades quizás determinadas genéticamente o por alteraciones cerebrales que podrían corresponder con los que padecen o tienen una personalidad psicopática o similar. También creo que un entorno con valores éticos y morales malos, engendran en los individuos de una sociedad, comportamientos asociales, extremadamente competitivos e individualistas donde se ve al prójimo como un enemigo o como un adversario a dejar atrás.

Los valores e ideologías predominantes en una sociedad condicionan de hecho los comportamientos de gran parte de esa ciudadanía y allí resalta la importancia del tipo de educación recibido tanto a nivel familiar como social. Ejemplos claros y recientes los tuvimos con el nazismo, con el estalinismo o con dictaduras que han proliferado y proliferan por distintas partes de nuestro mundo. Ante acontecimientos históricos de este tipo es muy importante mantener la memoria ya que nuestra especie tiene una tendencia al olvido y a repetir ciclos de destrucción y sufrimiento. En fin, pareciera que el mundo sigue adelante por el esfuerzo de muchos humanos “buenos”en constante pugna con otros sapiens “malos”. En el medio e influenciables por la realidad y por la propaganda ideológica, está también gran parte de una sociedad que en ocasiones se deja arrastrar o no hacia las tinieblas. Además de estos tipos de "maldad social" o de repercusiones sociales, está también la maldad individual, íntima, próxima, que seguramente será mejor estudiada en el campo de la psicología.

La maldad sigue presente en la actualidad y con gran intensidad. Hoy no os recordaré el listado largo comenzando por el sufrimiento que se vive en Gaza o por otras situaciones producidas por los fanatismos de distinto pelaje. Solo me ha parecido inevitable resaltar la extrema vileza y crueldad que sufren las mujeres afganas a las que además de apartarlas como seres inferiores en esa terrible sociedad, ahora se les ordena silencio en sitios públicos. Deben existir sin existir… También quedé anonadado con la expresión de maldad de ese individuo francés que drogaba y hacía violar a su mujer durante años. Parece increíble pero ahí está esa realidad.

Me lleva todo ello a pensar que si algo podemos hacer en lo colectivo para mejorar la sociedad y disminuir las manifestaciones del mal, es construir una convivencia más solidaria, y justa donde la educación en valores sea uno de los objetivos principales. A todo esto se debe sumar la apuesta por una educación de calidad, por un estímulo del conocimiento científico, por una lucha para disminuir las enormes desigualdades sociales. Y es allí donde surge la necesidad de una forma diferente de hacer política.

Estos conceptos me conducen a valorar más aún la política de verdad, aquella que puede conducir a cambios liberadores de las personas y a conseguir mejores situaciones de vida luchando intensamente para disminuir las desigualdades de nuestro mundo. Digo “de verdad” ya que la política, que debería ser una de las actividades más importantes en una sociedad y que debería tener por objetivo mejorar la vida de sus habitantes, se ha transformado a la vista de gran parte de la ciudadanía en una actividad rechazable y puesta siempre en tela de juicio.

Uno de los problemas principales entre otros, para que hayamos llegado a esa situación es la pérdida del valor de la palabra. Probablemente este mal en la política haya existido siempre, pero creo que hay periodos donde se hace más destacada la ausencia de credibilidad en la palabra y ello lleva  al alejamiento de las personas respecto a esa actividad tan trascendental y digna en democracia. 

Y he aquí la raíz del gran problema de la política: el valor de la palabra. De los hechos de los políticos se puede discutir su conveniencia y oportunidad, ejecución y coste. Pero la palabra es a la vez lo más valioso y frágil de la política. Lo más sagrado y lo más execrable. La palabra es la principal fuente de confianza, pero también la auténtica causa de la desconfianza. La cuestión es si el político es una persona de palabra; si tiene palabra. Si la suya es una palabra de honor, si no engaña o rectifica solo para colmar sus anhelos personales o de grupo.

En campaña electoral algunos dicen sin sonrojarse que no se aceptará gobernar gracias al adversario, y después hacerlo. Puede decirse que dejarás que gobierne quien gane –y decir que son las reglas del juego–, y hacer lo contrario. Puede prometerse confrontación y acabar pactando sin contrapartida. Se puede decir que algo es ilegal o inconstitucional  y más tarde lo contrario. Puedes prometer reconciliación y amenazar con represión. Hoy puedes dar una palabra de compromiso, y mañana decir que no la tienes sobre la mesa. En fin, todos conocéis en los diferentes partidos políticos acciones como éstas. Lo que si se debe tener en claro que no todos los políticos son iguales.

Leía el otro día un artículo en las redes que decía: recobrar la palabra, sin embargo, no es fácil cuando se ha roto. Porque, como también suele decirse, “palabra y piedra suelta, no tienen vuelta”. Y las hemerotecas –y ahora todo lo que se ha escrito en las redes sociales– están llenas de palabras escritas que ya no se pueden borrar. La mentira de un político o su falta de principios éticos o morales, debería ser razón suficiente para retirarle el voto, y pedir su dimisión. Así es nuestra realidad y coincido con el autor de esas observaciones.

El valor de la palabra debe estar sustentada por una trayectoria con principios éticos y morales y con una política coherente con los objetivos centrales de esa ideología. En democracia reconocer errores, aciertos del adversario y buscar consensos en una sociedad dividida, debería ser un mandato ético en los militantes y dirigentes políticos.

También el saber cambiar de posturas con el tiempo siempre que se hagan desde unas bases firmes éticas, morales e ideológicas, puede ser saludable en muchas ocasiones. También se debe saber cuando uno se tiene que marchar de la dirigencia a un puesto menos relevante. A veces el exigir una actividad sin autocrítica o sin rectificaciones puede en determinados casos ser también de un dogmatismo contraproducente. Me refiero a cosas menores pero si son importantes los cambios no se debe eludir la consulta popular sobre esas decisiones.

Las dudas o rectificaciones de posturas previas en algunas ocasiones puede ser saludable para el político, para el pensador y por ende para la sociedad. Días pasados leí unos pensamientos del controvertido pero valiente Fernando Savater que hablaba sobre el “Cambio de ideas”: 

“Las ideas de algunos son como un repertorio fijo de imágenes, algo así como un álbum de fotos que no varían, aunque con el tiempo se arrugan un poco y amarillean hasta hacerse más o menos irreconocibles. Otros quisiéramos que nuestras ideas fuesen más bien como las figuras que se forman en un caleidoscopio cuando lo agitamos, que pueden combinar las mismas piezas de colores en mil figuras diferentes que sólo de tanto en cuanto aciertan a repetirse. Cuando vuelve a aparecer alguna de las que más nos gustaron, ese reencuentro nos propicia una grata sorpresa, una especie de íntimo saludo. A lo largo de mi vida, una vida ya indiscutiblemente larga, mi caleidoscopio intelectual ha tomado muchas configuraciones, pero no ha variado en lo esencial, los colores y formas que combina. Quizá visto desde fuera, dé la impresión de cambios radicales, pero a mi juicio mantiene un perfil muy similar: respeto la opinión del que vea dispersión e inconsistencia, pero a mí me parece más cerca de la monotonía. Claro que no todos los campos ideológicos son iguales: en política me veo arrastrado con más frecuencia a posiciones opuestas, mientras que, en mi experiencia vital más honda, las oscilaciones son mínimas”.  

Así es. En política las oscilaciones tienen que ser mínimas y explicadas o lo mejor es dar una paso atrás y dejar el puesto a otra persona que pueda mantener la sinceridad del mensaje.

En fin amigos, el valor de la palabra es de suma importancia. La falsedad, la mentira o las rectificaciones interesadas por un coyuntura concreta, ensucian la política y producen un enorme distanciamiento de la ciudadanía o lleva a esta a “probar” con toda clase de populistas, retrógrados y casi siempre totalitarios.

Me despido de vosotros deseando que hayáis tenido un buen verano o los del hemisferio sur que tengáis en unos días un buen comienzo de la primavera.

También os invito a leer otros artículos que están hoy en Sinapsis, como el del narcisismo entre otros y algunas recomendaciones sobre libros, películas y demás cuestiones.

Al final comparto con vosotros una pintura que refleja el fin del verano y la llegada del otoño, una selección de música de las películas más conocidas de Woody Allen, sobre todo jazz y swing y finalmente una parte de un poema de un sevillano sobre el fin de esta estación. Como nota adjunta al final comparto la información de una actividad muy interesante en el campo del arte y de la historia que se celebrará en el edificio del Rectorado de Málaga.

Espero que estéis bien. Cuidaos. Un abrazo a todos

Pepe Herrera

** Pintura reflejando la llegada del otoño de Connie Tom



** Exquisita música de películas de Woody Allen (la mayoría jazz o swing). Enlace siguiente.

https://youtu.be/D2cL_51jyto?si=p2s1ys4kbVRDFSNN

** Poema sobre el fin del verano

FIN DEL VERANO (Juan Lamillar)

Suele ser en las tardes de septiembre: 
declina el sol, cambia el color del cielo, 
la brisa se hace incómoda de pronto, 
la claridad que agosto regalaba 
resbala ya hacia la playa oscura. 
Se marcharon los rostros sonrientes 
dejando en sombras las terrazas, gestos 
de ocio, de placer, de indolencia: 
lo fugaz y lo incierto del verano, 
las telas blancas, la luz, la ligereza, 
los cuerpos transcurriendo en el descuido 
lento y hermoso de la juventud. 


A traición, una tarde de septiembre, 
el tiempo se hace gris y se dan prisa 
las horas que en agosto eran eternas. 
La arena ya no siente el pie descalzo. 
El mar, que fue la vida, ahora es silencio 

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