Editorial. ¿Mala suerte?. José Herrera Peral

 

Editorial


¿Mala suerte?


José Herrera Peral


Lo que llamamos azar es nuestra ignorancia de la compleja maquinaria de la causalidad. (Jorge Luis Borges)

                                                              La tempestad. René Magritte

Queridos amigos:


Espero que estéis todos bien, tratando de disfrutar de la vida y superando las adversidades personales que cada cual pueda tener en estos momentos.

Días pasados he sido testigo de circunstancias muy duras que estaban viviendo unas personas que aprecio y ello me ha llevado a considerar lo que podemos llamar coloquialmente hablando, como mala suerte. Hasta hace poco coincidía con el concepto de Borges que está en la frase de encabezamiento de este editorial. Ahora tengo ciertas dudas.


Pienso, aunque tal vez pueda estar equivocado sobre todo por ignorancia o falta de preparación, que los sentimientos y estados emocionales al igual que la situación de un individuo o de su familia en la sociedad, están determinados, mediados o expresados por la genética, el funcionamiento fisiológico de nuestro organismo y la interacción de éste con el entorno en su conjunto, ya sean personas, ambiente o circunstancias sociales, económicas, históricas o climáticas. No me refiero en esta reflexión a una clase social sino a personas o familias concretas de una sociedad determinada.

Me sitúo desde la mirada de un observador que en una fracción temporal contempla y constata que a determinadas personas les acompañan reiteradamente situaciones desfavorables, tristes o lesivas en su existencia sin que encontremos aparentemente unas explicaciones a estos hechos azarosos. Esto a su vez me llevan a considerar lo que es el azar, el azar ontológico, el determinismo o el concepto discutible del libre albedrío. La profundidad de cada una de estas temáticas me sobrepasa dada mis características personales y mi formación. La observación realizada a su vez me entristece y me solidariza con aquel que sufre repetidamente circunstancias muy desfavorables en su existencia y es allí cuando por mi profesión de médico, acostumbrado a entender los procesos y tomar decisiones para superar problemas, donde surge la impotencia al no poder explicar esos hechos azarosos y sobre todo para intentarlos solucionar.


Quizás por el desarrollo notable de nuestro cerebro que produce y se nutre también de cultura, nos ha permitido a nuestra especie intentar comprender no solo el funcionamiento de nuestro organismo sino también el origen y desarrollo del universo del que formamos parte.

Para mí ha sido de gran utilidad en la comprensión de lo que somos y dónde estamos, el calendario cósmico aportado pedagógicamente por Carl Sagan que nos sitúa en el tiempo (desde el origen del universo hasta ahora) según los conocimientos que hasta hoy disponemos del cosmos y de nosotros mismos como especie.


El Calendario Cósmico es una escala en la que el periodo de vida del Universo se extrapola a un calendario anual; esto es, el Big Bang tuvo lugar en el 1 de enero cósmico, exactamente a medianoche y el momento actual es la medianoche del 31 de diciembre. En este calendario, el Sistema Solar aparece recién el 9 de septiembre, la vida en la Tierra surge el 30 de ese mes, el primer dinosaurio aparece el 25 de diciembre y los primeros primates el 30. Los más primitivos Homo Sapiens aparecen diez minutos antes de medianoche del último día del año, y toda la historia de la humanidad ocupa solo los últimos 21 segundos.

Considerando lo anterior, vemos que toda la historia de la humanidad hasta el presente se ha desarrollado en los últimos segundos de ese calendario cósmico del universo conocido y estimado temporalmente. Como expresaba antes, el desarrollo del cerebro y de la inteligencia que produce y que se retroalimenta de cultura, ha permitido al homo sapiens entender su situación espacio-temporal, también su finitud y el insignificante “tiempo” que dura la vida de cada uno de los seres humanos.

Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Algunos no se reproducen, otros mueren precozmente, otros en la media estadística de la población y también algunos, tras una larga vida humana. El final viene a consecuencias ya sea de accidentes, conflictos bélicos, catástrofes naturales, hambrunas, enfermedades, procesos degenerativos o simplemente por envejecimiento extremo.


Somos material biológico que sufre con el tiempo deterioro progresivo, aunque a veces acelerado por algunas de las noxas antes mencionadas. En el contexto temporal, donde el tiempo de una vida humana es ultra minúsculo, pero para el individuo en concreto es “su tiempo de existencia” dentro del Tiempo con mayúsculas del universo. Aunque tengamos capacidad para comprender parcialmente estas magnitudes temporales tan enormes del cosmos, a nuestro tiempo humano podemos vivirlo en distintas situaciones. Algunas extremadamente duras y otras no tanto. 


Este desvarío mental me lleva otra vez al comienzo en la que trataba de dar una explicación sobre el porqué algunas personas sufren reiteradamente situaciones muy desfavorables, tristes, dolorosas, donde la impotencia pasa a ser el sentimiento cotidiano. El pensamiento religioso ni la explicación socio-biológica pura consiguen responder a mis preguntas del porqué. Esta mañana, mientras escribo esto me conformaré con la simpleza de que es la “mala suerte”. 

Pasados unos minutos, vuelvo otra vez a la temática del azar y no puedo cerrar el círculo. Ahora, mientras vuelvo a pensar en unas personas en concreto, solo me siento invadido por el afecto, la solidaridad, el cariño y la empatía hacia ellos. Quizás esos sentimientos mitiguen la angustia que me produce este tema aunque la realidad siga igual. Ya lo veremos…


Cambiaré de temática, aunque hoy estoy dándole vueltas a asuntos de difícil o imposible solución. 


Mi vida ahora está transcurriendo entre la séptima y octava década desde mi nacimiento y no sé si es por eso, pero no dejo de analizar hechos y conductas de mi pasado. Aunque suelo ser muy crítico y no impulsivo, me asombra la cantidad de estupideces y errores que he cometido. En este texto no me refiero al término que suelo emplear a menudo en las editoriales de “estupidez humana”. Allí lo uso con frecuencia para referirme a temas sociales o políticos como los nacionalismos, populismos, racismos o similares. Pero ahora en este escrito hago referencia más a la estupidez e imbecilidad individual o personal es decir más íntima.

Me he equivocado muchas veces, algunas por inmadurez, falta de reflexión probablemente asociada a la juventud, también por exceso de confianza o por interpretar la amistad donde no la había. En otras ocasiones me equivoqué por falta de preparación, soledad o por ser arrastrado por el enamoramiento o por la atracción sexual lo que me hace recordar que solo soy un simio algo evolucionado.


A pesar de todo, la escala de valores que han guiado y sustentado mis acciones, creo que me han hecho disminuir las posibilidades de equivocarme o actuar mal en relación con los demás. Esos valores los recibí de mis padres, de las ideas básicas pero fundamentales del cristianismo y de mi formación política autodidacta posterior. Los valores de la Revolución Francesa también han jugado en mi conducta de forma notable pero en esta reflexión destaco la influencia positiva de mis amigos. El azar o la suerte como queramos llamarlo, me hizo disfrutar de la amistad, aún perdurable, de personas a las que admiro mucho por su entrega, su nobleza, su solidaridad, su inteligencia, su compañerismo y también por el interés compartido del conocimiento tanto práctico como teórico.


Aún así y a pesar de lo antes dicho, cometí equivocaciones que ya no tienen forma de subsanarse, lo que me conduce a la cuestión del arrepentimiento. Lamentar haber hecho o más aún, dejar de haber hecho algo, es lo que definiría el arrepentimiento. Este sentimiento cuando es sincero pero incapaz de revertir la realidad vivida es muy penoso y recurrente y marca uno de los grandes sinsabores de la vida.

Seguimos nuestro camino no solo con las muescas del deterioro biológico que se producen a lo largo del tiempo, sino también con las secuelas o cicatrices que dejan los errores o equivocaciones cometidas en la vida.


Cuando había terminado de escribir este editorial, se produjeron hechos importantes en la sociedad y que se reflejaron en las noticias que mi amigo Ricardo Ponce, comenta en otro artículo de esta revista. Recomiendo también que le echéis un vistazo.


Bueno amigos, os dejo con los otros artículos que se publican en Sinapsis hoy y que considero que os van a entretener en estos días tórridos del hemisferio norte o en el frío, para los que están en el hemisferio sur.


Estimulado por un curso de verano de la universidad sobre la historia del jazz, que fue realmente de lo más placentero que viví últimamente, más abajo os pongo cuatro enlaces de obras muy conocidas de divas del jazz (Billie Holiday; Aretha Franklin, Ella Fitzgerald y Nina Simone).  Son casi para escucharlas cerrando los ojos y permitir divagar al cerebro. Espero que os gusten.

También, si en estas semanas disponéis de más tiempo libre, os recomiendo un libro cargadísimo de conocimientos, ciencia, historia y humanismo. Me refiero a "Biografía de la humanidad" de José Antonio Marina y Javier Rambaud. Es un relato y análisis de la evolución cultural de la especie humana.

Cerrando esta página, os invito a leer una breve columna de Manuel Vicent con sus sensaciones al comenzar las vacaciones de verano.

Os deseo a todos un buen verano. Cuidaos mucho.

Un abrazo y hasta pronto

Pepe


Divas del jazz


Billie Holiday

https://open.spotify.com/track/1LGqJ3nvxpVXDWpEzq4DJD?si=ce5e0f265c3c46a5


Aretha Franklin

https://open.spotify.com/track/2oZmMp5M6L0Rh7G84Um2tF?si=f6c13acb20c2403f


Ella Fitzgerald

https://open.spotify.com/track/5jkd3e1qgmsTWJm3NvQ7X4?si=0c4c3156a0074750


Nina Simone

https://open.spotify.com/track/6Rqn2GFlmvmV4w9Ala0I1e?si=f78c0ce4522f4199



Libro recomendado




En defensa propia

  • MANUEL VICENT


Está el ciprés, están las palmeras, están las adelfas, la mesa de pimpón, la hamaca bajo el algarrobo, la sombra de la parra, el olor a hierba segada, la buganvilla, el olivo, el limonero, los cuatro naranjos del huerto de atrás y el horizonte del mar que se ve desde los sillones blancos de la terraza. 


Esta es la barricada que he levantado en defensa propia este verano. En este momento sale por la bocana del puerto el barco que va a Formentera. Todo parece natural, sencillo, alegre y austero. La lagartija asoma la cabeza por una grieta, pasa un bando de torcaces, se oye la llamada insistente de la tórtola, las salamandras cazan mosquitos en la pared con una táctica que para sí hubiera querido el famoso estratega chino Sun Tzu. Parece que a mi alrededor las cosas son como deben ser, como eran antes; están donde siempre deben estar, como estaban antes, solo que ahí fuera parece que ahora el mundo se está rompiendo en pedazos y hay que defenderse. 


He llegado al mar cargando con la suciedad que he acumulado en la mente a lo largo del año. He traído en el equipaje con toda su miseria la guerra de Ucrania, el genocidio de Gaza, el aire envenenado de la política que amenaza con descalabrar las instituciones del Estado. Más allá de las palmeras está el decrépito emperador Joe Biden, que da la mano a sus fantasmas cerebrales frente a un búfalo desmesurado de color calabaza, Donald Trump, el nuevo Heliogábalo que amenaza con derribar todas las empalizadas de Occidente; está la extrema derecha a punto de convertir sus ladridos en decretos; están las mujeres asesinadas por ser libres, los náufragos que se cobra el Mediterráneo, cuyo horizonte lleno de veleros contemplo sentado en la terraza con los pies en la barandilla. En propia defensa usaré este verano la sombra de la parra, el olivo, el limonero, el croar de unas ranas de noche en una charca cercana y los ojos de inmensa bondad con que me miraba la perra mientras deshacía la maleta.


(Publicada en El País)

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