"Una espiritualidad de este mundo". F. Soriguer

Una espiritualidad de este mundo

 

Federico Soriguer

 

Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias

 


https://www.diariosur.es/opinion/espiritualidad-mundo-20240331001458-nt.html




 

Solo muy recientemente, cuando aparecen los humanos, Dios es nombrado. A lo largo de los 13.700 millones de años que tiene el Universo, Dios no tuvo nombre. Para los creyentes Dios creó al homo sapiens, al que insufló un alma inmortal. Para los no creyentes Dios es una creación del homo sapiens. ¿Existía Dios antes de que su nombre fuese invocado? Para los creyentes sí, desde luego. Desde entonces los humanos se han dividido entre los monistas que solo creen en la existencia de un cuerpo material y los dualistas que creen en la existencia de un alma que, con muy diversas variantes según épocas y escuelas filosóficas, 'anima' provisionalmente el cuerpo material y mortal y le sobrevive.


Para que una persona fuese considerada 'espiritual', era necesario ser dualista. Etimológicamente tiene sentido. No hay espíritu sin alma. No hay espiritualismo sin espíritu inmortal. Los otros, los monistas, serían materialistas al no creer ni en el espíritu ni en el alma. Serían, hablando con propiedad, 'desalmados', 'personas sin alma', que es una de las peores descalificaciones que se puede hacer a alguien. El dualismo tiene una variante más terrenal en la dicotomía mente-cuerpo, considerando a la mente como una superestructura del cuerpo que lo 'animaría' a la manera del alma de un creyente. Pero de la mente solo existe una teoría: 'la teoría de la mente', lo que no acaba de solucionar el viejo conflicto entre espiritualistas y materialistas. Los dualistas, especialmente los creyentes en el alma inmortal, tienen una buena opinión de sí mismos y, en el mejor de los casos, 'suspenden' su opinión sobre aquellos a los que identifican como materialistas.

 

Al fin y al cabo, en nombre de la razón materialista se han cometido los mayores crímenes (fue el caso del nazismo y el comunismo). Suelen olvidar, quienes así señalan a los materialismos históricos, los crímenes cometidos en nombre del 'Espíritu', tanto en el pasado, como en el presente, por gentes con un alma tan grande que no les dejaría espacio para nada más. Es el problema de vincular la espiritualidad con la existencia de un alma inmortal y en última instancia con Dios mismo.



 

Pero hay otra manera de ver la espiritualidad. Desde una óptica no religiosa, la espiritualidad no tiene por qué estar relacionada con las creencias sino con otros aspectos más profundos vinculados a una (la) naturaleza humana, resultado del diálogo entre la biología y la cultura a lo largo de millones de años. Porque la espiritualidad no tiene por qué ser una potencia del alma sino una potencia del cuerpo que se expresa o no, en función de los valores que han presidido el lecho cultural donde cada cuerpo se ha desarrollado. La espiritualidad sería, pues, el resultado de la filogenia, como cualquier otro atributo humano. En todo caso, la espiritualidad es más fácil reconocerla en las personas que definirla. La definición de la RAE no ayuda mucho pues la vincula excesivamente con la religiosidad. Pero no son lo mismo espiritualidad que religiosidad.

 

Sin pretender ser original, aquí la entenderíamos como aquella propiedad de los humanos que les permite percibir la realidad con especial sensibilidad y cierto sentido trascedente. Esa 'especial sensibilidad', en fin, que hace que los hombres tengan sentimientos más o menos sublimes. Por alguna razón los 'verdaderos creyentes' se han apropiado de la religiosidad, de la espiritualidad y de lo sacro. Pero ni siquiera lo sagrado es propiedad de los creyentes a pesar de que sociológicamente se ha considerado a lo profano y a lo sagrado, como conceptos antagónicos. Pero por extensión también se denomina «sagrado» a cualquier cosa digna de veneración y respeto.

Así, si pudiéramos colocar en un eje de coordenadas lo sagrado, la religiosidad y la espiritualidad y en un cuarto eje la Fe en Dios o su ausencia, el número de combinaciones que se podrían establecer serian innumerables, y no todas podrían ser agrupadas en función de la Fe.

 

Para una persona que no cree en Dios el destino no tiene que ser ni el escepticismo estéril, ni el hedonismo insolidario, ni el cientificismo excluyente ni un racionalismo desprovisto de espiritualidad. Este mundo, la vida en este mundo, proporciona a cualquier humano los argumentos suficientes como para no tener que calmar la angustia de la falta de respuestas con sueños imaginarios, por muy hermosos que sean. A lo que quizás habría que añadir, 'con un poco de suerte'. Hoy sabemos que los humanos, tienen sentimientos religiosos, necesitan creer en algo y propenden a la espiritualidad. La Fe, la religiosidad, la espiritualidad y la lógica (científica), tienen unas bases biológicas comunes y son el resultado de la larga historia que por caminos a veces escabrosos, nos han traído hasta aquí y nos han hecho humanos. Pero todos estos caminos son, por decirlo de alguna manera, artefactos biológicos y culturales. De ahí, su velocidad de cambio y su diversidad.

 

Hoy sabemos que es imposible no tener ninguna Fe, ninguna religiosidad o ninguna espiritualidad. Al fin y al cabo, una persona con desconfianza absoluta es un paranoico. Una persona totalmente arreligiosa es un asocial y una persona sin espiritualidad es, ya lo hemos dicho, un 'desalmado'. Y todo esto se puede dar tanto si se es creyente como si no. Un asunto que no me ha parecido ocioso recordar en estas fechas de Semana Santa andaluza, cuando los frágiles límites entre lo profano y lo sagrado se desdibujan.

 

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