Neoliberales y postmodernos. F. Soriguer

Neoliberales y postmodernos. El caso de Málaga 

Federico Soriguer. Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias

                                                         Proyecto de la torre en el puerto de Málaga

Pedro Marin Cost, director del OMAU hasta su reciente jubilación, expuso durante una de las últimas sesiones de debate de la AMC, sus conocidas criticas al actual modelo de desarrollo de Málaga, al que calificó como “desarrollista”, en alusión a tiempos pasados. Un modelo en el que el “relato” (del éxito de la ciudad) disculparía la justificación de los grandes problemas que aquejan a Málaga, entre los que no sería el menor la desamortización a los malagueños de su uso y disfrute tras dejar el desarrollo urbanístico en manos de fondos de inversión, muchos extranjeros, cuyos únicos intereses son especulativos y financieros. 

El caso de la famosa torre del puerto no sería el único sino solo el más icónico. Una tesis ratificada por otros urbanistas presentes en la sesión, y contestada por alguno que cuestionó la tesis del ponente sobre el retroceso en la participación democrática que se habría producido en Málaga en las dos últimas décadas. Porque para Marín Cost, los hechos, abundantemente expuestos en su intervención, habrían sido sustituidos por un “relato”. El gran relato del éxito de Málaga motivo de portada hasta en el NYT. Carece, el abajo firmante, de la información y preparación suficiente para tener una opinión clara sobre los modelos de desarrollo que se han ido implantando en Málaga, de los que Marín Cost y algunos de los presentes ofrecieron de manera brillante una cantidad de ejemplos apabullantes. 

Lo que me interesa en este artículo es resaltar la tesis de como “el relato” estaría sustituyendo a la participación democrática, hasta el extremo de permitir al ponente hablar de una regresión democrática de la mano de un neoliberalismo que se estaría apropiando de la ciudad sin encontrar barrera alguna por parte de las instituciones públicas. Porque más allá del ejemplo de Málaga lo que está ocurriendo, poco a poco, en todo el mundo occidental y desde luego en España, es que aquel viejo liberalismo, heredero de la Ilustración, en sus dos formas, la conservadora demócrata cristiana y la progresista, socialdemócrata, está siendo sustituido a marchas formadas por este neoliberalismo que antepone los intereses de un mercado (ahora globalizado) a los intereses ciudadanos.


Un modelo con su enorme poder económico, capaz de doblegar a la representación ciudadana, bien con la disculpa de las grandes inversiones, bien con otras formas menos presentables. Un neoliberalismo que no tiene barreras y que ha aprendido bien pronto que lo que importa no son los hechos ni la opinión de los ciudadanos, sino quien tiene más poder para imponer una historia capaz de convencer, seducir o engañar a la ciudadanía y a sus representantes. Una lucha por el relato en la que el dinero y el poder tienen todas las de ganar. Un relato que, para Marín Cost, sería en nuestra ciudad el de la historia del éxito de la marca Málaga, victoriosa en ese mercado global donde compiten las marcas, aunque en este caso no sea de unas zapatillas o una bebida, sino de una ciudad habitada puesta a la venta con todos sus ciudadanos dentro a los que nadie habría preguntado si quieren ser ofrecidos al mejor postor.

 Este éxito del relato sobre la realidad no es, curiosamente un invento neoliberal sino un hallazgo relativamente reciente de la izquierda radical. Nace de la crisis del modernismo, ese movimiento heredero de la ilustración, de la razón y de la ciencia, y adquiere carta de naturaleza sociológica con el pensamiento de cierta izquierda postmarxista francesa que pronto se llamó postmoderna, que no tuvo demasiado éxito en Europa, pero que fermentada en los campus universitarios americanos ha terminado convirtiéndose en un tsunami que ha atravesado el Atlántico y arribado de nuevo a las playas europeas. 

Un discurso postmoderno que cree que el lenguaje posee un gran poder para cambiar la realidad y que la verdad y el conocimiento no se alcanzan a través de los hechos sino mediante la construcción de los discursos y juegos de lenguaje. Reconstruir, reinventar el lenguaje según los nuevos intereses, seria para la izquierda posmoderna la columna vertebral de la praxis política (un modelo que en España, ha estado magistralmente representado por la exministra de igualdad Irene Montero, quien convirtió al Ministerio de Igualdad en una fábrica de neologismos, así como por su mayor éxito político, la Ley Trans, expresión del triunfo del movimiento queer, una de las caras del postmodernismo aplicado a la política).

 No le extrañará ahora al lector que la batalla por el relato, cualquiera que sea la realidad, se haya convertido en uno de los arietes de la acción política de la izquierda postmoderna, para quien su principal enemigo es el liberalismo, conservador o progresista, que sigue apostado por la razón, la objetividad, y la ciencia. Una izquierda que se ha olvidado de las diferencias de clase asociadas a los privilegios económicos y del papel de las clases sociales, obsesionada como está por otros privilegios identitarios, como el sexo, la raza, la discapacidad, la gordura o cualquier minoría marginada a la que se le pueda asignar una identidad como grupo, al tiempo que priva a los componentes de estos grupos marginados y excluidos, de su individualidad. 

Lo sorprendente es que el neoliberalismo, expresión ideológica del capitalismo de casino y en las antípodas ideológicas del postmodernismo, haya incorporado algunas de sus estrategias, especialmente esta del relato (en nuestro caso de hoy, del éxito de Málaga), con el que se ocultaría una realidad no demasiado satisfactoria para muchos de sus habitantes, especialmente aquellos que no han sido llamados al festín ofrecido por los grandes grupos financieros de cuyas inversiones los ciudadanos solo se beneficiarían de las migajas. Algunos, como el que esto escribe, hemos conocido bien, desde mi condición de médico, los excesos a los que puede llevar el postmodernismo aplicado a la medicina.

 A lo largo de muchos años nos costaba entender como grupos tan minoritarios, armados con un argumentaría teórico tan débil, pudieron llegar a tener tal poder, hasta el punto de modificar la realidad (en este caso de la atención a las personas transexuales) sin que hasta el momento nadie haya podido -ni se ha permitido- evaluar los daños generados. Algunas personas lúcidas vieron pronto como los principales beneficiarios de aquella orgía postmoderna era el nuevo Gran Leviatán representado no por el estado como fue en la descripción original de Hobbes, sino por el neoliberalismo financiero y especulativo y el gran capital transnacional que se mueve por el mundo como una nube tóxica. 

                                                                                          Imagen de Indyma Argentina. Neoliberalismo

Si miramos hacia atrás con honestidad tenemos que admitir que fue el viejo liberalismo, ya conservador ya progresista, el único que en la historia moderna ha sido capaz de hacer frente a los grandes leviatanes que van surgiendo a lo largo de la historia, incluidos durante un largo periodo tras las dos guerras mundiales, al propio neoliberalismo, al menos hasta la revolución neoconservadora en el mundo anglosajón, de los años ochenta del pasado siglo. Porque lo sorprendente es que ya en el siglo XXI ambos, el capital financiero y especulativo, brazo armado del neoliberalismo y la izquierda queer y fluida, brazo armado del postmodernismo y de los movimientos anti-ilustrados, están unidos por una suerte de cinismo acerca de la historia y el progreso humano que les proporciona la energía suficiente para negar sin despeinarse, la realidad, la ciencia y la razón.

 La obsesión de la izquierda por denunciar privilegios identitarios, muchos de ellos en cierto modo superados o en vías de superación ya en las últimas décadas, el abandono del conflicto de clases (económicas), la ausencia en sus relatos de alternativas ante los viejos y los nuevos privilegios más allá de la denuncia, ha dejado el campo expedito al capitalismo financiero y depredador que ahora campa a sus anchas por un mundo lleno de barreras, excepto para el dinero. 

Posmodernistas y neoliberales son enemigos íntimos, unidos por una relación comensal de la que ambos se han beneficiado a costa de hacer un enorme daño a la sociedad. El activismo postmodernista se ha beneficiado de la vista gorda que el gran capital ha hecho de su activismo, absolutamente irrelevante para la consecución de los objetivos del gran capital transnacional, mientras el neoliberalismo se beneficiaba del trabajo de minería que los postmodernistas han ido haciendo a lo largo de los años contra el liberalismo histórico. 

Una de las características de este comensalismo es su invisibilidad ante los ojos de la sociedad. La sociedad ha ido asumiendo implícitamente las reivindicaciones de los activistas postmodernos como las ultimas conquistas por los derechos humanos, desde las reivindicaciones de género al racismo, desde la críticas al modelo científico y a los excesos de la ciencia hasta la despatologización y desmedicalización, desde el olvido de la lucha de clases hasta el abrazo de todo tipo de injusticias, excepto las económicas, o el abrazo de todo tipo de discriminaciones sociales, como la gordofobia o la discapacidad.

 Reivindicaciones que han sido consideradas como las propias de una sociedad avanzada a la que había que dar una vuelta más en la conquista de la autonomía y libertad de las personas. ¿Cómo oponerse a estas denuncias hechas en nombre de los derechos humanos? ¡Cómo no estar de acuerdo con esta sed de Justicia, con esta santa indignación con la que los activistas queer, de género, de raza, prodespatologizacion, antiminusvalía, contra la gordofobia.., y contra toda nueva injusticia que vaya apareciendo en este perro mundo! Cuanta más libertad mejor, decían los políticos ignorantes, los ingenuos intelectuales, los creadores de opinión pública, seducidos por el canto de sirenas de estos activistas ahora convertidos en los nuevos savaranolas de nuestro tiempo. 

Pero el tiempo no pasa en balde. Aparecen cada vez más voces desmontando el “encanto” del postmodernismo, con su discurso “débil”, “fluido”, “ambiguo”, “antirrealista”. Voces que comienzan a rebelarse ante las consecuencias del actual tsunami del que ahora, cuando en algunos lugares la ola retrocede, comenzamos a conocer los cadáveres que este comensalismo (entre el neoliberalismo y el postmodernismo) han ido dejando varados en la playa. Comenzamos a conocer el daño social y político que genera allí donde se implanta, del que no es el menor la inesperada ocupación del espacio político dejado por el viejo liberalismo por corrientes iliberales y líderes carismáticos altamente peligrosos. 

Unas consecuencias entre las que habría que incluir este retroceso democrático con el que Marín Cost, comenzaba la conferencia impartida en la AMC. Lo que hemos querido decir, en fin, es que más allá de las lúcidas aportaciones de urbanistas, economistas, técnicos que con tanta competencia como precisión fueron expuestas a lo largo de las últimas sesiones y debates de la AMC, será difícil reconducir el futuro de la ciudad sin neutralizar esta santa alianza. Un retroceso democrático del que hemos intentado una explicación y cuyo análisis ha sido el motivo central de este artículo. Que lo hayamos conseguido es otra cosa. 

Comentarios

  1. De nuevo un artículo esclarecedor, que invita a la reflexión y autocrítica: necesario.
    Gracias

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