Savater contra Savater. F. Soriguer

Savater contra Savater

Federico Soriguer 

Médico. Miembro de número de la Academia Malagueña de Ciencias



 Fernando Savater


Para muchos la salida de Savater de “El País” no ha sido una sorpresa. Fernando Savater es uno de los escritores más leídos y apreciados y para muchos, entre los que me encuentro, como de la familia. No obstante, en los últimos años más parece que, después de medio siglo subido a su semanal columna, ha hecho lo imposible por salir por la misma puerta que lleva al paraíso donde habitan las víctimas indignadas de la postmodernidad. Quién lo iba a decir. Supongo que antes de seguir adelante con este artículo, debería proclamar mi gratitud intelectual y ética hacia Savater, si no quiero ser incluido entre “los bastardos” que ahora, dicen sus nuevos admiradores, le abandonan.


Seguiremos leyéndolo allí donde publique sin pedirle nada a cambio, pues nada nos debe, aunque en los últimos tiempos sufriéramos en silencio su tono profético, monotemático y algo escatológico. Porque, mal que le pese, ha acabado por convertirse en víctima propiciatoria de un sistema que hasta ayer mismo lo había mimado sin reservas. Y no es fácil llegar a ser una víctima en una sociedad donde hay una inflación de victimismo. Porque el de víctima es un estatus privilegiado en la sociedad actual, que otorga un salvoconducto de buenaventura e inocencia, convirtiendo a quien lo alcanza en intocable, como escribe y escribe muy bien, Daniele Giglioli en su “Crítica de la víctima”. 


Para quienes no vivimos en la Corte ni pertenecemos al cogollito de intelectuales madrileños, la salida de Savater de (su) periódico, la percibimos más bien, al menos simbólicamente, como la pérdida de una pieza clave en esta partida de ajedrez que se está jugando entre una vieja guardia, que no está siendo capaz de contrarrestar el tsunami político, ideológico y social de esta nueva hornada que ha invadido el país en las dos últimas décadas. 

Una nueva generación que tiene en el 15 M, en el éxito del movimiento feminista, en la supervivencia política de los herederos de ETA, en el procés, en la ley “trans”, o en la publicación de libro de Ignacio Sánchez Cuenca (“La desfachatez intelectual” ), algunas de las señales de hasta dónde han llegado las aguas de esta marea que está desplazando a los Felix de Azúa, José Luis Pardo, Juan Luis Cebrián, Trapiello, Jon Juaristi, Arcadi Espada, Felix Ovejero, Francesc de Carrera, entre otros muchos, tan leídos, tan influyentes y tan distintos entre sí y que ahora hacen causa común con la despedida a la francesa de Savater. 


Lo curioso es que todos estos intelectuales de la Corte son ex colaboradores de “El País” y hombres (varones) que, poco a poco, (y de manera más rápida desde que una mujer está al frente del “El País”), están siendo sustituidos por mujeres, que es algo que quizás no ha sido reseñado suficientemente. La lista es larga Milagros Pérez Oliva, Marián Martínez-Bascuñan, Ana Iris Simón, Najat el Hachmi, Marta Peiro, Leila Guerriero, Luz Mellado, Paula Bonet, Eva Borreguero, Soledad Gallego Díaz, Nuria Labari, Elvira Lindo, Rosa Montero, Marta Peirano Marta Sanz, Clara Serra, Rodríguez Magda, Amelia Valcárcel, Adela Cortina, Lola Pons, Azahara Palomeque y otras muchas, escritoras, ensayistas, filósofas de muy diferente origen cultural e ideológico, a las que por lo general no se las suele identificar como intelectuales, que es término acuñado por y para hombres.


Mujeres colaboradoras de “El País” que han sido tratadas por algunos de los intelectuales arriba citados con cierto desdén como es el caso del reciente artículo de Trapiello en “El Mundo” (“Escaramuzas en la batalla cultural”), desde donde arremete contra el subdirector de “El País” Jordi Gracia, quien en su artículo “No es la edad es el poder” criticaba a los arriba citados y elogiaba a escritoras como Victoria Camps, Maruja Torres, Rosa Montero y a Rosa Regas. Trapiello le contesta con suficiencia cortesana y “le agradece que no encuentre parecido (a los intelectuales varones) con tan ilustres damas”, dando la razón con su avejentada retórica paternalista a las críticas vertidas por Gracia contra una generación prisionera de unos fantasmas del pasado que no han sabido exorcizar. Así que no parece que el asunto vaya solo de Pedro Sánchez, cuya política desconcertante ha sido convertida en el chivo expiatorio de una generación

de intelectuales que, llevando toda la razón en las denuncias sobre la deriva democrática, están siendo incapaces de encontrar el estilo, cuya importancia como última razón de cualquier escritor, no ignoran, lastrados por un lenguaje agotado ya de tanto usarlo.


 Porque hay motivos para estar preocupados, claro que los hay, tantos como para estarlo por la incapacidad de las clases dirigentes de este país, -entre las que se incluyen estos intelectuales que han presidido y monopolizado el debate cultural desde la Transición-, para actualizar un discurso que ha sido desbordado por una tropa de recién llegados.

Porque salvado el movimiento feminista (que tiene otros problemas internos), los recién llegados vienen armados hasta los dientes con aquellos modelos sociales, culturales y políticos que rompen con el legado ilustrado y que anteponen el sujeto (la subjetividad) a la búsqueda racional de la verdad y elevan la satisfacción de los deseos a la categoría de derechos naturales. Una pesada herencia de aquellos intelectuales franceses (¿es que hay otros?), cuyas ideas una vez arribadas a las playas de las universidades americanas, es devuelta a este lado del Atlántico inundando vía internet todos aquellos vacíos que la vieja política y los viejos intelectuales, no supieron o no pudieron ocupar. 


Y aquí estamos hoy, asediados por nuevas corrientes que hacen bueno lo que Gianni Vattimo llamó “pensamiento débil” cuyo éxito sólo se puede explicar, precisamente, por esta misma debilidad discursiva, que permite su fácil consumo por grandes masas que históricamente han sido excluidas de las ideas que procesionan aquellos admirados intelectuales, que como Savater estaban acostumbrados a pontificar desde sus privilegiadas atalayas y que ahora, arrinconados, en vez de ilustrar se limitan a lamerse las heridas, reclamando su ración victimaria, certificando así su definitiva derrota. Y ahí siguen, erre que erre, con LA VERDAD y LA RAZÓN en sus alforjas,

haciendo frente, con la celada calada hasta las cejas, a los demonios familiares. Y mientras ellos persiguen, como buenos intelectuales, la gloria y la inmortalidad, ya se encargan de la realidad, como siempre, los malditos bastardos, aunque esta vez no sean, precisamente los malditos bastardos de Voltaire.






 



Comentarios

  1. Para mí, artículo pedagógico y con perspectiva. Aun así, nos va a seguir costando digerir ciertos asuntos que se exponen, entre la enjundia y la velocidad de los acontecimientos...

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  2. Magnífico y tan bien escrito que deberías publicarlo en la Corte de las Españas

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