Polarización. Un problema mayúsculo

Dos artículos alrededor del tema de la “polarización” en la sociedad. Ambos se publicaron recientemente. Los comparto con vosotros ya que pueden estimular el debate y el pensamiento sobre esta cuestión tan importante en la actualidad.

 

 


1)


POLARIZACIÓN Y SOLEDAD


https://ethic.es/2024/01/polarizacion-y-soledad/

 

La sensación de comunidad que nos proporciona la tribu política es solo una ilusión de pertenencia: en el intento por romper nuestro aislamiento, acabamos rompiendo puentes en vez de construirlos.


 

Ricardo Dudda

@rdudda

    

En Los orígenes del totalitarismo, Hannah Arendt escribe: «Lo que prepara a los hombres para el dominio totalitario en el mundo no totalitario es el hecho de que la soledad, antaño una experiencia liminal habitualmente sufrida en ciertas condiciones sociales marginales como la vejez, se ha convertido en una experiencia cotidiana». Es una frase en la que pienso a menudo, especialmente en una época en la que se combinan altos niveles de soledad (según el INE, en España hay hoy cinco millones de españoles que viven solos) con una tendencia hacia el autoritarismo.

 

La teórica Samantha Rose Hill, experta en Hannah Arendt, dice que «el totalitarismo utiliza el aislamiento para privar a la gente de compañía humana, imposibilitando la acción en el mundo, y a la vez destruye el espacio para estar solo. La banda de hierro del totalitarismo, como la llamaba Arendt, destruye la capacidad humana de moverse, de actuar y de pensar, mientras enfrenta a cada individuo en este aislamiento contra los demás y contra sí mismo. El mundo se vuelve un páramo, donde no son posibles ni la experiencia ni el pensamiento».

 

En una época de soledad, a muchos individuos el radicalismo político les proporciona un sentido de pertenencia temporal

 

¿Conduce la soledad al autoritarismo? Es decir: ¿es posible que nuestro deseo de abandonar la soledad nos conduzca hacia la polarización y la radicalización política? Los humanos somos animales sociales, nuestro incentivo más natural es la búsqueda y conservación de la tribu. En nuestro intento por integrarnos en ella, a veces hacemos lo que sea. Somos capaces de renunciar a la verdad para buscar reconocimiento: mejor una mentira reconfortante y tribal que una verdad que nos lleve al ostracismo. Como decía Jorge Semprún sobre el Partido Comunista, «es mejor estar equivocado dentro del partido que tener la razón fuera de él».

 

En una época de soledad, el radicalismo político nos salva: la polarización rompe puentes entre ciudadanos, y a largo plazo es muy tóxica para la democracia, pero a muchos individuos les proporciona un sentido de pertenencia temporal. Como escribió hace unos años Simon Kuper en el Financial Times, «muchas personas en países occidentales llevan un tiempo intentando definir quiénes son y a qué tribu pertenecen». Kuper habla especialmente del caso británico y estadounidense: «Muchos estadounidenses y británicos perdieron sus tribus. Pero ahora la política está creando otras nuevas».

 

El problema de fondo no es la politización de todos los conflictos sino su ideologización. Como dice Rose Hill, «el pensamiento ideológico nos aparta del mundo de la experiencia vivida, mata de hambre la imaginación, niega la pluralidad y destruye el espacio entre los hombres que permite que se relacionen de formas significativas». Porque la sensación de comunidad que nos proporciona la tribu política es solo una ilusión de pertenencia: en nuestro intento por romper nuestro aislamiento, acabamos rompiendo puentes en vez de construirlos.

 

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 2)


POLARIZACIÓN, LA NUEVA DROGA

 

Estamos ante un fenómeno que puede hacer perder una parte sustancial de nuestra calidad democrática. No es una cuestión marginal: la polarización amenaza ya con reducir a la mitad de las poblaciones a un estado tóxico, enajenado y de indignación permanente. 


 

José Antonio Llorente

@jallorente

    

El verbo «discutir» proviene del latín, y etimológicamente significa resolver. Como posible vía de resolución de conflictos, la discusión es una parte relevante de la dialéctica y la retórica, consideradas desde la Grecia clásica como el arte de persuadir a los contrarios. La argumentación y las pasiones han ido de la mano desde tiempos de Aristóteles, que advertía del peligro de dejarse llevar por la ira en los debates. «Es necesario que el iracundo se enoje siempre contra un individuo particular», advertía el filósofo. Si trasladamos esa advertencia a la atrabiliaria y biliosa polarización actual de las redes sociales y del escenario político, convendremos en que no hay nada nuevo bajo el sol.

 

La polarización no busca discutir, persuadir ni convencer a los antagonistas; le basta con descalificarlos. Estamos ante una reducción entre simplista y maniquea donde los argumentos se reducen a la diatriba, la barbaridad y el insulto. En LLYC hemos lanzado junto a Más Democracia la campaña-advertencia The Hidden Drug, la droga oculta, un análisis mediante big data de la conversación en redes sociales durante los últimos cinco años en España, otros diez países iberoamericanos y Estados Unidos. Los resultados son evidentes y desalentadores. En ese tiempo, la polarización ha crecido de media un 39% y una de cada cuatro personas ya incurre en ella de forma extrema y reiterada (casi adictiva). Si no empezamos a actuar y a reconducir las reglas del debate político y social, en pocos años serán dos de cada cuatro personas quienes habrán caído en la dialéctica de la ofensa y del «y tú más».

 

Brasil, Argentina y España son los países latinos más exasperados: las descalificaciones representan habitualmente más de la mitad de la conversación de sus redes sociales. La realidad es que vivimos en un mundo crispado donde predominan posiciones tan enfrentadas, antagónicas y viscerales que convierten el entendimiento en una quimera. No es fácil determinar si las redes sociales se limitan a reflejar esa congestión o si la han espoleado. Con todo, lo más preocupante de ese círculo vicioso es que quien se abandona a esa forma inflamada de expresarse cae también en una verdadera adicción psicosocial y neurológica de la que le costará salir. Sufrirá efectos físicos, como pérdida de memoria y atención, tomará decisiones equivocadas, padecerá trastorno del sueño, ansiedad y estrés, acumulará síntomas de fatiga y dependencia. Su comportamiento social será cada vez más esquinado y hostil y, además, experimentará una peligrosa escalada de ansiedad y odio constantes.

 

«En España y otros países, la polarización ha crecido de media un 39% durante estos últimos cinco años»

 

Nada parece escapar a esta plaga ensordecedora. Aunque cada país tiene su propio mapa de la polarización, las grandes cuestiones sociales tienden a embarrarse casi por igual en los distintos países, hasta el punto de que podemos hablar de un problema auténticamente universal. El aborto es la cuestión que genera mayor enfrentamiento internacional. El feminismo, la inmigración, el cambio climático, la libertad de expresión, el racismo o los derechos humanos generan contiendas de distinta intensidad en cada país. 

 

Con otra tendencia común entre ellas: la virulencia de los debates ha aumentado de forma significativa desde la pandemia (un 11% más, por ejemplo, en los países iberoamericanos). Parece como si las incertidumbres de los últimos tres años hubieran alentado los comportamientos coléricos. Todo se reduce al absolutismo moral, las ideas se radicalizan y solo se busca en los demás la confirmación despótica de los propios prejuicios y creencias.

 

Estamos ante un severo problema de convivencia y ante la pérdida sustancial de una parte relevante de nuestra calidad democrática. Se equivocan quienes lo consideran una cuestión marginal, porque hace mucho que dejó de limitarse a un número reducido de gamberros, de troles o de orates; la polarización amenaza ya con reducir a la mitad de las poblaciones a un estado tóxico, enajenado y de indignación permanente. Como ocurre con el resto de drogas y estupefacientes, esta tiene efectos nocivos físicos y emocionales sobre las personas. Por eso, mitigar o solucionar el problema de la polarización es responsabilidad de todos. 

 

No se trata de elevar la calidad de las imprecaciones, como era habitual en el Siglo de Oro, así como tampoco de recuperar la altura filosófica de las disputas clásicas entre Platón e Isócrates. Los españoles de cierta edad tenemos la impagable referencia de la Transición, donde los antagonistas disentían desde la voluntad de consenso, desde la educación y la cortesía parlamentarias y, sobre todo, desde el máximo respeto. 

 

Todos estos valores llevan demasiado tiempo emboscados en el presente griterío social. Es hora de volver a reivindicarlos. En español tenemos un precioso sustantivo, «bienquerencia», que la Academia define como buena voluntad. Hay dos pueblos magníficos, uno en Cáceres y otro en Lugo, que comparten nombre similar, Benquerencia. Es hora de que los españoles nos hagamos benquerencianos y nos empadronemos en cualquiera de esas dos localidades. Si no somos capaces de dialogar entre nosotros con buena voluntad, ¿qué nos queda? Porque, como bien se dice en las conclusiones de The Hidden Drug, pese a todo hay que seguir atreviéndose a pensar.


 Los dos artículos fueron publicados en ethic

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