La tecnología progresa, el pensamiento retrocede. E. Morin

La tecnología progresa, el pensamiento retrocede


POR EDGAR MORIN 

Traducción de News Clips. Este artículo se publicó en Le Monde y en El País




VCG (GETTY IMAGES)

El ojo que todo lo ve Una cámara monitoriza el flujo de personas en Shanghái, China, el 31 de marzo pasado.


La globalización no ha creado solidaridad y las naciones están cada vez más desunidas. La humanidad parece incapaz de avanzar en otro dominio que no sea el científico-técnico, el más proclive a provocar la destrucción de esa misma humanidad. 


Medianoche en el siglo: cuando Victor Serge publicó el libro con este título, en 1939, el año del pacto germanosoviético y del desmembramiento de Polonia, era efectivamente medianoche, y una noche irreversible iba a hacerse más densa y a prolongarse durante cinco años.


¿Acaso no es medianoche en nuestro siglo? Hay dos guerras activas. La de Ucrania ya ha movilizado la ayuda económica y militar de una parte del mundo, y el conflicto se radicaliza y corre el riesgo de extenderse. Rusia no ha conseguido anexionarse el país, pero resiste en las regiones anteriormente separatistas y de habla rusa. El bloqueo la ha debilitado parcialmente, pero también ha estimulado su desarrollo científico y técnico, sobre todo en el ámbito militar. Esta guerra ya ha tenido consecuencias de gran alcance: la autonomía en diferentes grados del sur global respecto a Occidente y la consolidación de un bloque Rusia-China.


Un nuevo foco de tensión se ha abierto en Oriente Próximo tras la masacre perpetrada por Hamás el 7 de octubre de 2023, seguida de los mortíferos bombardeos israelíes sobre Gaza. Estas carnicerías, acompañadas de persecuciones en Cisjordania y declaraciones anexionistas, han despertado la cuestión palestina latente. Han demostrado la urgencia, la necesidad y la imposibilidad de descolonizar lo que queda de la Palestina árabe y de crear un Estado palestino.


Como no se está ejerciendo, ni se ejercerá, ninguna presión sobre Israel para llegar a una solución de dos Estados, solo podemos prever una intensificación, cuando no una ampliación, de este terrible conflicto. Es una trágica lección de la historia: los descendientes de un pueblo perseguido durante siglos por el Occidente cristiano, y luego racista, pueden convertirse a la vez en perseguidores y en el bastión avanzado de Occidente en el mundo árabe.


Sin reflexión, vamos a ciegas


Estas guerras agravan la acumulación de crisis que afectan a las naciones, alimentadas por el virulento antagonismo entre tres imperios: Estados Unidos, Rusia y China. Las crisis se refuerzan mutuamente en una especie de policrisis ecológica, económica, política, social y civilizatoria que va en aumento.


La degradación ecológica afecta a las sociedades humanas a través de la contaminación urbana y rural, empeorada por la agricultura industrial. La hegemonía del beneficio incontrolado (una de las principales causas de la crisis ecológica) está incrementando las desigualdades en todos los países y en todo el planeta. Las cualidades de nuestra civilización se han deteriorado y sus defectos han aumentado, sobre todo por el desarrollo del egoísmo y la desaparición de la solidaridad tradicional.


La democracia está en crisis en todos los continentes: está siendo sustituida progresivamente por regímenes autoritarios que, dotados de medios para controlar digitalmente a las poblaciones y a los individuos, tienden a crear sociedades de sumisión que podrían calificarse de neototalitarias. La globalización no ha creado solidaridad y las Naciones Unidas están cada vez más desunidas.


Esta situación paradójica se enmarca dentro de una paradoja global propia de la humanidad. El progreso científico y tecnológico, que se desarrolla de manera prodigiosa en todos los campos, es la causa de los peores retrocesos de nuestro siglo. Este progreso fue el que permitió la organización científica del campo de exterminio de Auschwitz; el que permitió el diseño y la fabricación de armas más destructivas, hasta la primera bomba atómica; es el que hace que las guerras sean cada vez más mortíferas; es el que, impulsado por el ansia de beneficios, ha creado la crisis ecológica del planeta.


Cabe señalar —aunque es difícil de concebir— que el progreso del conocimiento, al multiplicarse y compartimentarse mediante barreras entre las distintas disciplinas, ha provocado un retroceso del pensamiento, que se ha vuelto ciego. Ligado al dominio del cálculo en un mundo cada vez más tecnocrático, el progreso del conocimiento es incapaz de concebir la complejidad de lo real, y especialmente de las realidades humanas. Esto conduce a un retorno al dogmatismo y al fanatismo, así como a una crisis de la moral por el auge del odio y la idolatría.


La ausencia de esperanza


Nos encaminamos hacia posibles catástrofes. ¿Es esto catastrofismo? Esta palabra exorciza el mal y da una serenidad ilusoria. La policrisis que vivimos en todo el planeta es una crisis antropológica: es la crisis de la humanidad incapaz de convertirse en Humanidad.

Hubo un tiempo —no hace tanto— en el que podíamos contemplar un cambio de rumbo. Parece que es demasiado tarde. Por supuesto, puede ocurrir lo improbable y, sobre todo, lo imprevisto. No sabemos si la situación mundial es solamente desesperante o verdaderamente desesperada. Esto significa que, con o sin esperanza, con o sin desesperación, debemos pasar a la Resistencia. La palabra evoca irresistiblemente la Resistencia de los años de la Ocupación (1940-1945), cuyos comienzos, por lo demás muy modestos, se vieron dificultados por la ausencia de toda esperanza previsible tras la derrota de 1940.


La ausencia de esperanza previsible es similar en nuestros días, pero las condiciones son diferentes. Actualmente no estamos bajo una ocupación militar enemiga: estamos dominados por potencias políticas y económicas formidables, y amenazados por la instauración de una sociedad de sumisión. Estamos condenados a sufrir la lucha entre dos gigantes imperialistas y la posible irrupción bélica de un tercero. Estamos siendo arrastrados a una carrera hacia el desastre.


Fraternidad, vida y amor


La resistencia primera y fundamental es la del espíritu. Significa resistir a la intimidación de toda mentira blandida como verdad y al contagio de toda embriaguez colectiva. Significa no ceder jamás al delirio de la responsabilidad colectiva de un pueblo o de una etnia. Exige resistir al odio y al desprecio. Impone una preocupación por comprender la complejidad de los problemas y los fenómenos en lugar de ceder a una visión parcial o unilateral. Requiere investigación, verificación de la información y aceptación de las incertidumbres.


La resistencia implicaría también la protección o la creación de comunidades dotadas de relativa autonomía (agroecológica) y redes de economía social y solidaria. La resistencia entrañaría también la coordinación de asociaciones dedicadas a la solidaridad y al rechazo del odio. La resistencia prepararía a las jóvenes generaciones para pensar y actuar en favor de las fuerzas de unión, fraternidad, vida y amor que podemos concebir como Eros, frente a las fuerzas de dislocación, desintegración, conflicto y muerte que podemos concebir como Pólemo y Tánatos.

La unión, dentro de nuestro ser, de los poderes de Eros y los del espíritu despierto y responsable es lo que impulsará nuestra resistencia frente a la esclavitud, la ignominia y la mentira. Los túneles no son interminables, lo probable no es lo seguro, lo inesperado siempre es posible.

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