¿Por qué debería importarnos la política?. Dos Artículos

1) ¿Por qué debería importarnos la política?

 

José-Francisco Jiménez-Díaz


Profesor Titular de Ciencia Política y de la Administración, Universidad Pablo de Olavide

Publicado en The Conversation


https://theconversation.com/por-que-deberia-importarnos-la-politica-181574

 

 



La mayoría de la población de las poliarquías occidentales dice apoyar la democracia como forma de gobierno, pero reconoce no interesarse por la política, desconfiar de las instituciones e, incluso, odiar a sus representantes. 

Un dato revelador: más del 60 % de la ciudadanía española dice no estar interesada en la política. Así, la ciudadanía vota sopesando a quién no votará y acaba eligiendo una candidatura por descarte, sin convicción. De esto trata el malestar y cinismo democráticos.

El desencanto hacia los representantes políticos es creciente y los liderazgos democráticos viven sus horas más difíciles y duras. Desde principios del siglo XXI, los regímenes democráticos-liberales son desafiados globalmente por los regímenes autoritarios-iliberales. Estas razones son suficientemente relevantes para repensar la importancia de la política.

La visión aristotélica

 

 

Platón y Aristóteles en la escuela de Atenas, por Rafael Sanzio (1509). Wikimedia

Para Aristóteles (384–322 a. e. c.), la política es el “arte de lo posible”. Esta definición encierra un saber clave para pensar lo político en nuestro tiempo. Partiendo de ella, se medita sobre el sentido de la política, desde el enfoque del realismo político clásico. El fundador de este enfoque fue Aristóteles: el estudioso de la política más importante de la Antigüedad

La raíz etimológica de la palabra política se halla ligada a polis (ciudad), y supone que la política solo pueden hacerla los animales de polis y logos. Es decir, los seres humanos son eminentemente políticos, pues dependen de la ciudad para realizar su naturaleza y vivir bien (eudaimonía). 

La política trata sobre los asuntos comunes que nos afectan en la ciudad. Y según cómo nos impliquemos en tales asuntos, quienes la habitamos tendremos diversas posibilidades de convivencia. Entre estas posibilidades nos jugamos la libertad política y la dignidad humana.

 

Política y posibilidades de convivencia

 

Las posibilidades de convivencia, abiertas en las variadas puertas de la polis libre, constituyen algo distintivo del Homo sapiens. Este está forzado a satisfacer sus necesidades biológicas, puede producir artefactos e inventar instrumentos para afrontar su vida material, pero también tiene la posibilidad de forjar un mundo común, en el que puede vivir bien y ser libre. Ese mundo común, para Hannah Arendt (1906-1975), está conformado por palabras y acciones. 

Los discursos públicos constituyen la polis, al tiempo que condicionan las posibilidades de convivencia de sus presentes y futuros moradores. En una polis es posible vivir una vida decente si las personas no se humillan entre sí, y las instituciones no humillan a las personas. Esto es: se puede deliberar sobre las diferencias, llegar a acuerdos, y regular los conflictos. Pero ello nunca es fácil y requiere participar en la polis. 


Participar en política no es aplazable y puede adoptar distintos modos: votar, defender una idea en un debate público, contactar con un representante, apoyar (o refutar) un discurso político en las redes, asistir a una protesta social, etc.

La diferencia entre la eudaimonía y subsistir es notoria. No es igual vivir en una polis que educa en un marco de libertades y es posible pensar autónomamente, que vivir en una sociedad donde se restringen las libertades y la libertad de pensamiento se considera un crimen. 

La célebre novela 1984, escrita por Orwell, ilustra muy bien este problema: véase la caracterización orwelliana del crimental, de la ideacrimen y del malpensamiento. Tales palabras forjan una neolengua y un mundo antipolítico que niega el lazo común, olvida la interdependencia social y la política razonable


El crimental orwelliano representa todos los pensamientos heterodoxos de una persona, como las ideas que cuestionan la ideología vigente en una dictadura. De modo que pensar diferente a lo establecido por el régimen te puede costar la vida o tener infinidad de obstáculos. 

Así, por ejemplo, ha ocurrido (y ocurre) en las variadas dictaduras de los tiempos modernos: la Alemania de Hitler, la Unión Soviética leninista y estalinista, la España de Franco, la Rusia de Putin, la Corea del Norte de Kim Jong-un. 

También ocurre en la China de hoy, donde rige un sistema de crédito social que diferencia entre buenos y malos ciudadanos, otorgándoles puntuaciones oficiales. Todo ello apoyado en la vigilancia social mediante tecnologías de la información. Únicamente los considerados buenos ciudadanos chinos y que actúan dentro del marco establecido pueden acceder a ciertos bienes sociales, como una plaza en una universidad, un piso en alquiler, etc.

 

¿Hacia una convivencia libre y digna?

 

Pocas cosas perjudican más a los seres humanos que negarles las posibilidades de ser libres y dignos. La convivencia requiere esmerarse en crear relaciones decentes y respetarse mutuamente en la polis. 

Sin duda, los llamados regímenes iliberales, proclamados incluso dentro de la Unión Europea (véase la Hungría de Viktor Orbán), impiden las posibilidades de convivencia de muchos de sus habitantes.

La difamación pública y el uso del odio contra ciertos grupos sociales (homosexuales, inmigrantes, pobres, etc.), también presente en las democracias, menoscaban la libertad y dignidad humanas. La calumnia pública y los manejosdemagógicos del odio destruyen la convivencia en la polis. Así se debilitan las democracias.

La política y las instituciones, en una sociedad libre y decente, pueden brindar a los seres humanos las oportunidades de ser libres, de respetar a quienes piensan diferente, de educarse en libertad, de deliberar sobre los conflictos, etc. Estas posibilidades son demasiado importantes como para dejarlas en manos de los demagogos de turno. Por ello, es necesaria la participación ciudadana en la polis.


Si realmente nos importa la política tendríamos que evitar, a toda costa, las ideologías totalitarias y los variados fanatismos

La ciudadanía libre-democrática no aparece espontáneamente, sino que requiere ciertas condiciones sociopolíticas: bienestar social, educación, trabajo digno, juicio reflexivo, prudencia, imaginación y pensamiento ampliado. Mientras las democracias favorecen esas condiciones, las dictaduras las impiden.

 


2) Cansancio, miedo, rabia

La acción política hoy consiste en gestionar emociones

CHESNOT (GETTY IMAGES)
Marine Le Pen, en un acto electoral en Narbona (Francia), el pasado 8 de abril.

En las elecciones presidenciales francesas se observó una penetración importante del voto a Marine Le Pen en el medio rural, en algunos casos por delante de Macron. No deja de sorprender que la Francia agraria sea donde mejores resultados ha obtenido una candidata que desplegaba un discurso nítidamente euroescéptico, cuando no directamente eurófobo. Sorprende porque precisamente son las políticas europeas, concretamente la Política Agraria Común, las que mantienen al campo francés (y al de tantos otros países miembros). Si los votantes franceses de las áreas rurales hubiesen votado conforme a sus intereses, lo más coherente sería que hubieran optado mayoritariamente por una candidatura que no pusiera en peligro los subsidios comunitarios, en este caso la de Macron.


La razón de la decantación del campo francés hacia Le Pen no se encuentra en la defensa de los intereses, sino en la expresión de un sentimiento que la candidata de la extrema derecha supo situar en el centro del debate electoral. Es el miedo de la Francia rural a perder su esencia, a ser engullida por la globalización que encarnan las ciudades y la propia Unión Europea, aquella que provee al campo francés de su sustento. El campo se siente atacado y ese sentimiento se convirtió en munición electoral a favor de Le Pen.

Este es un ejemplo de cómo de un tiempo a esta parte la política ha dejado de gravitar sobre los intereses para hacerlo sobre los sentimientos y las emociones. No es nuevo. La política sentimental hace tiempo que viene expresándose. De hecho, la política siempre ha tenido un componente emocional. Aquellos que hablan de la emotividad política como algo novedoso y negativo, como una degradación de la relación entre ciudadanos y representantes, olvidan que la emoción y los sentimientos siempre han formado parte del lenguaje y de las relaciones políticas. No es nuevo que las campañas electorales recurren a ingredientes de tipo emocional. La diferencia tal vez es que ahora esos elementos son el centro de la campaña, mientras que antes eran solo la envoltura de lo que hasta entonces había sido el núcleo del debate: los intereses. Este es el gran cambio operado en las últimas décadas, los intereses casi han desaparecido como eje de la política y su lugar lo han ocupado los sentimientos.


No debería extrañarnos. Ocurre en muchos otros ámbitos de la vida, a medida que la adscripción de los ciudadanos a grupos sociales se ha ido desvaneciendo y se ha hecho más difícil la articulación de intereses compartidos, principalmente ligados al mundo de la economía. Así, hoy en día la materia con la que se hace la política son principalmente los sentimientos, que es exactamente la materia que nutre la publicidad. Esta política emocional gira alrededor de tres sentimientos básicos: el cansancio, el miedo y la rabia. Actualmente la acción política consiste en intentar generar en el cuerpo social estas tres emociones, con el objetivo de que funcionen como carburante de la movilización o desmovilización del electorado. Si analizamos con cierta distancia y desapego cualquier campaña electoral, incluso cualquier campaña de comunicación, encontraremos que todas tratan de generar en segmentos predeterminados del cuerpo electoral o cansancio o miedo o rabia.


El cansancio es un sentimiento que lleva directamente a la abstención. El elector que se siente cansado, hastiado, hasta harto, tiende a dejar el terreno de juego, fastidiado con los contendientes, principalmente con los propios. Generar cansancio entre el electorado es clave para fomentar la desmovilización, el alejamiento de la política, algo que puede ser muy beneficioso, sobre todo si esa desmovilización debilita al adversario. El cansancio no se reparte homogéneamente en la ciudadanía. Afecta principalmente a la izquierda y a los jóvenes, más proclives a sentir que la política no les tiene en cuenta o que los debates políticos transcurren por unos caminos que este elec

Siempre que hay miedo se produce un incremento notable de la participación. Generarlo rinde electoralmente

tor no aprueba. Los votantes de la izquierda acostumbran a llegar a esos límites con más facilidad que los de la derecha. De ahí que tengan una mayor tendencia al cansancio, es decir, a la abstención.

El miedo acostumbra a ser la tecla que se pulsa cada vez que se quiere evitar el cansancio del propio electorado. Cada vez es más común echar mano del miedo para movilizar a un electorado más remolón, sobre todo en la izquierda. Miedo a la extrema derecha, miedo a salir de Europa, miedo a lo desconocido. Las encuestas nos enseñan cómo cada vez está más presente el voto a la contra, el voto que pretende no tanto elegir a un partido sino impedir que otro acceda al gobierno. Para ello, obviamente, es necesario que exista un rival con suficiente grosor para generar ese temor. En la campaña francesa, Marine Le Pen centró buena parte de sus esfuerzos en no generar miedo, en desmentir que su acceso a la presidencia pudiera infundir miedo. En España ha habido elecciones que se han ganado apelando al miedo. En 1993, la victoria por la mínima de los socialistas se basó en buena medida en el miedo que infundía una posible llegada del PP al gobierno. En 2017 la victoria de Cs en las autonómicas de Cataluña se fundamentó en el miedo de una parte muy importante del electorado catalán a que un triunfo de los independentistas llevara a hacer efectiva la secesión. Siempre que hay miedo se produce un incremento notable de la participación. Generar miedo rinde electoralmente.


En tercer lugar, la rabia es un agente magnífico no solo de movilización, sino de acción. El elector que siente rabia se convierte en un publicista, en un activista de tu causa. La rabia es un estadio superior al miedo. A veces se fundamenta en el miedo, pero va mucho más allá. La rabia no hace reaccionar al elector frente a un escenario posible, activándolo para impedir que ese futuro hipotético se convierta en realidad. La rabia sirve para modificar el presente, empuja al elector. Por decirlo de algún modo, el miedo hace que el elector se plante, se levante; la rabia lo hace avanzar contra aquello que odia y desprecia. El caso más reciente es el de las elecciones autonómicas de Madrid en la primavera de 2021. El PP fue capaz de hacer de Pedro Sánchez un malvado de película, al que había que derrotar saliendo a votar en masa, como así ocurrió.


La política ha pasado de ser principalmente una actividad basada en la gestión de intereses a una que se basa en la gestión de las emociones. Toda acción política se dirige a generar cansancio, miedo o rabia en el electorado, en proporciones diferentes y en segmentos diversos. En España, la derecha solo puede ganar si es capaz de mantener la rabia de los suyos a la vez que induce al cansancio a una parte de los contrarios. Las posibilidades de la izquierda, por su parte, dependen del miedo que pueda infundir entre sus filas la posibilidad de una victoria de la derecha. Desde su elección como presidente del PP, Feijóo juega principalmente a adormecer al electorado de la izquierda, a no dar miedo, como Aznar en 1996. Sánchez, por su parte, no deja de mencionar a Vox cada vez que puede. Gestionar sentimientos, en eso consiste hoy la política. 

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