"El medico de confianza" y "De cómo los científicos nacieron sabiendo filosofar". F. Soriguer

A continuación os invito a leer dos artículos muy recomendables para la reflexión y el debate publicados recientemente por Federico Soriguer.


El médico de confianza

 

Siempre me han parecido algo cínicos los debates sobre el comienzo y el final de la vida, teñidos siempre de ideología laica o sagrada

 

FEDERICO SORIGUER / MÉDICO. MIEMBRO DE LA ACADEMIA MALAGUEÑA DE CIENCIAS 


Publicado en Diario Sur


https://www.diariosur.es/opinion/medico-confianza-20220508000512-ntvo.html

 

 


 

El pasado 18 de abril el profesor Federico de Montalvo, presidente del Comité de Bioética de España, invitado por la Academia Malagueña de Ciencias, disertó sobre 'Los desafíos éticos que plantea la ley orgánica de regulación de la eutanasia', recién aprobada por el Parlamento. Comentó las diferentes opiniones ante la eutanasia, reconociendo también el carácter garantista que la ley ofrece, si bien mostró su preocupación por otros numerosos aspectos que no han sido considerados en ella, así como la falta de consulta previa, entre otros al propio Comité Nacional de Bioética. Globalmente se mostró crítico con la ley y conceptualmente contrario a la eutanasia pues, en su opinión, no es posible justificar éticamente ninguna medida que tenga por finalidad acabar con la vida de una persona. Los fines, recordó, son muy importantes. Por eso habría esa distancia ética entre cuidados paliativos y eutanasia pues mientras en aquellos los fines son aliviar el sufrimiento, aunque indirectamente puedan acortar la vida, con la eutanasia lo que se pretende es, directamente, acabar con una vida, aunque haya una demanda explícita y justificada por la persona.

 

No es esta una ley de izquierdas (esto lo digo yo, no el profesor De Montalvo), como algunos pretenden, pues en el Parlamento han votado a favor partidos de derechas, algunos muy de derechas, como el PNV o Convergencia y liberales, como Ciudadanos, y habrá que ver si cuando gane el bloque conservador la revoca o se limita a mejorarla o modificarla, como ha ocurrido con la ley del aborto. No es mi intención analizar aquí una ley cargada de juicios de valor. Tan solo quisiera hacer unos comentarios sobre una de las garantías que define. 

En el Capítulo 1, artículo 3 (d), exige la presencia de un «médico responsable» definido «como el facultativo que tiene a su cargo coordinar toda la información y la asistencia sanitaria del paciente, con el carácter de interlocutor principal». De haber sido redactada unos años antes, esta figura se habría llamado «médico de confianza» y es aquí donde la precisión de la ley choca con una realidad asistencial que parece ignorar. 


Porque la ley, y es ese uno de sus méritos, está redactada para que de ella pueda hacer uso cualquier ciudadano que tenga la suerte, añado, de tener un médico de confianza, que son muy pocos. Porque el modelo de atención médica actual, ya sea público o privado, ha deconstruido la antigua relación médico-paciente, hasta hacer irreconocible aquella figura que Lain Entralgo llamó de «la amistad médica». ¿Quién es tu médico de confianza hoy? Difícil saberlo para la inmensa mayoría de las personas, incluido el que esto escribe. Un sistema en el que lo más habitual es que un mismo paciente sea visto por diferentes médicos, 'el equipo', no siendo infrecuente que los pacientes ni siquiera sepan sus nombres o que los cirujanos no conozcan el rostro de la persona a la que operan. Los ejemplos se podrían multiplicar.


Más allá de la retórica institucional sobre la calidad y la humanización lo que se ha impuesto es la robotización y tecnologización de una medicina en donde los profesionales son educados en la gestión y no en el servicio y el tiempo es minutado por paciente, sin que los médicos, en la mayoría de casos, tengan tiempo para algo más que una aproximación técnica. No es sorprendente, pues, que en la medicina actual, médicos y pacientes compitan por la tecnología. Y es en este contexto, al que, por cierto, ningún comité de ética presta atención pues es considerado un asunto menor, si acaso de microética, pero que afecta a la calidad asistencial (y a la salud) de millones de personas, donde surge una ley, que, de pronto, descubre una figura, la de médico amigo, médico responsable o médico de confianza, inexistente para la enorme mayoría. Una ley que garantiza la calidad asistencial y existencial de quienes desean morir, en un contexto donde los mismos que la alaban o la critican se olvidan de la calidad asistencial y del derecho a un médico amigo, responsable, un médico de confianza que le dedique todo el tiempo que haga falta, el mismo, al menos, que ahora por ley se exige para ayudar a bien morir. 

 

No tengo un juicio claro sobre la eutanasia ni sobre la ley, aunque me parece muy garantista. Siempre me han parecido algo cínicos los debates sobre el comienzo y el final de la vida, teñidos siempre de ideología laica o sagrada, mientras se olvida que tan importante (o en mi modesta opinión, más importante) que nacer o que morir es vivir o, como se suele decir en lenguaje filosófico, alcanzar una 'vida buena', una vida autónoma, pero no siempre autosuficiente pues se necesita de los demás, de su ayuda y compañía, entre ellos de 'amigos médicos' que les acompañen para que no se cumpla la amarga, lucida y cínica profecía de un Castilla del Pino, ya viejo, poco antes de morir, de que «el paciente de nuestro tiempo no puede aspirar a que le quieran, solo a que le curen». Pero tal vez exagero y solo estoy perdiendo, con los años, el sentido de la realidad. Como Castilla del Pino. Mis disculpas. Por si han quedado algunas dudas, aclararé que, si algún día me encontrara en esos momentos que la ley recoge, espero que alguien se apiade de mí y me alivie y aligere el sufrimiento. Mientras esto ocurre me gustaría saber quién es mi médico o médica de confianza.

 

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De cómo los científicos nacieron sabiendo filosofar

 

Federico Soriguer. Médico. Miembro de la Academia Malagueña de Ciencias 




 

El 30 de marzo ha sido publicado en el BOE el Real Decreto 217/2022, que establece la ordenación y las enseñanzas mínimas de la Educación Secundaria Obligatoria (ESO. En este artículo no entramos a valorar la totalidad de la ley, otros con mucha más competencia  lo están haciendo  todos los días y en todos los medios, sino, tan solo, dejar  uno comentarios sobre  la escasa  presencia de la filosofía en  un momento en el que, al ser la cultura de los jóvenes, sobre todo, tecno-científica,  parecería más importante que nunca proporcionarles otros instrumentos, que les permitiera comprender con un cierto distanciamiento la complejidad del mundo que les ha tocado y les tocará vivir. 

 

Uno de estos instrumentos es, en opinión de algunos entre los que me encuentro, la filosofía. Porque la palabra filosofía no aparece ni una sola vez en toda la ley y solo en tres ocasiones como adjetivo. Y es más sorprendente porque la ley, a lo largo de sus más de 200 páginas del BOE, ya en los fundamentos, ya en los desarrollos de cada uno de los apartados, está repleta de contenidos de un profundo calado filosófico. Así, se van desgranando conceptos como:  autonomía y heteronomía moral,  juicio moral, virtudes y sentimientos morales, reflexión en torno a los valores, principios y normas, educación en valores cívicos y éticos, competencia personal, social, competencia ciudadana, conocimiento de las causas desde una visión sistémica, bien común, derechos de los animales y de la naturaleza, inter y ecodependencia,  perspectiva biocéntrica, desarrollo sostenible y ética ambiental, valores éticos, cívicos y ecosociales, competencia y cooperación, egoísmo y altruismo,  espíritu crítico,  diálogo argumentativo, comprensión de las causas complejas,  uso ético y responsable, incertidumbre, generaciones de derechos humanos, sociedad, justicia y democracia, sociedad abierta, comercio justo, valoración crítica de los riesgos y beneficio.. entre otros.

 

 Todos ellos son conceptos que han sido desarrollados dentro de la tradición filosófica y cuya correcta comprensión depende, por tanto, del conocimiento de los debates que sobre ellos ha habido en dicha tradición.

De hecho, en el apartado de “Competencia en conciencia y expresión cultural” (CCEC), leemos: “La respuesta a estos y otros desafíos –entre los que existe una absoluta interdependencia– necesita de los conocimientos, destrezas y actitudes que subyacen a las competencias clave y son abordados en las distintas áreas, ámbitos y materias que componen el currículo. Estos contenidos disciplinares son imprescindibles, porque sin ellos el alumnado no entendería lo que ocurre a su alrededor y, por tanto, no podría valorar críticamente la situación ni, mucho menos, responder adecuadamente”.(El subrayado es del autor)


Sin ánimo de ironía alguna, tiene mucho mérito redactar esta ley, eludiendo toda referencia a la filosofía, cuyos contenidos tendrán que ser explicados por cada profesor, dentro de cada disciplina, hurtándole a los alumnos, en realidad a toda una generación, la posibilidad de saber cómo estas cuestiones han llegado hasta nuestros días. 


Pero donde la exclusión de la filosofía es más evidente es en lo que en la ley llama el bloque «Proyecto científico».  La ley es minuciosa y dedica gran atención a las materias que han sido consideradas clásicamente como científicas, a las que identifica, incluso, con las siglas inglesas de STEM. Es este bloque dedicado a la formación en las disciplinas científicas, sin duda, la parte más positiva de la ley, aunque haya expresiones perfectamente prescindibles como lo de las matemáticas socio-afectivas, que afortunadamente son inmediatamente explicadas pues en caso contrario  nadie entendería que quieren decir los redactores con la expresión.  En la justificación de este apartado, leemos: “Además, en la sociedad actual existe un continuo bombardeo de información que no siempre refleja la realidad. Los datos con base científica se encuentran en ocasiones entremezclados con bulos, hechos infundados y creencias pseudocientíficas. Es, por tanto, imprescindible desarrollar el sentido crítico y las destrezas necesarias para evaluar y clasificar la información y conocer y distinguir las fuentes fidedignas de aquellas de dudosa fiabilidad. Por ello, esta competencia específica prepara al alumnado para su autonomía personal y profesional futuras y para contribuir positivamente en una sociedad democrática”.  Incluyendo más adelante en el programa curricular, conceptos como: “Fines y límites éticos de la investigación científica. La bioética. El desafío de la inteligencia artificial. Las propuestas transhumanistas”.  

 

Ni una palabra sobre la importancia que la filosofía y la filosofía de la ciencia, por ejemplo, están teniendo en la reflexión sobre estos mismos problemas que la ley enuncia y cuyo desarrollo se supone que deja a la discreción de cada profesor en cada disciplina, o bien a que la Comunidad Autónoma de turno decida suplir esta deficiencia introduciendo alguna asignatura de filosofía en el currículo. 

 

Lo sorprendente es que esa ley que pretende desarrollar una formación holística,  transversal,  interrelacionando todos los conocimientos e incluso todas las etapas históricas, cuando llega  la hora de los contenidos filosóficos, profusamente explicitados en la ley,  no solo no los identifica por su nombre, como si los grandes problemas de nuestro tiempo, carecieran de antecedentes y  hubieran caído del cielo,  sino que los desgaja en fragmentos multidisciplinares, separándolos en función de los contenidos de cada una de las disciplinas. 

No deja de ser curioso que lo que considera válido para justificar, por ejemplo, la enseñanza del latín: “… la materia (el latín) permite establecer un diálogo con el pasado que ayude a entender el presente desde una perspectiva lingüística, pero también desde el punto de vista literario, arqueológico, histórico, social, cultural y político”, no lo sea en cambio, para la historia del pensamiento, representada por la filosofía. 

 

Sin entrar en la valoración global de la ley, con esa nota la única pretensión es dejar constancia de esta ausencia inexplicable, no solo de la filosofía en el currículo formativo de los estudiantes de secundaria, sino de toda referencia explícita a la misma. 


La filosofía, se ha ocupado en cada momento histórico de problemas de importancia general. Es difícil de ignorar la contribución de la filosofía a la comprensión general de la mayoría de las áreas del conocimiento. Ha servido y sirve para entender mejor el mundo en que vivimos, quiénes hemos sido y cuál ha sido nuestra historia para que podamos tomar mejores decisiones acerca de lo que queremos ser. Y, desde luego, en el campo de la ciencia y de la técnica, que es desde el que hacemos esta reflexión ,campo en el que  la filosofía se ha convertido en una compañera inseparable, proporcionando  argumentos para apoyar mejor y de forma más persuasiva las ideas más racionales, facilitando  la detección de los argumentos falaces y de preguntas mal formuladas, y sobre todo, proporcionando los instrumentos para reflexionar sobre aquellas cuestiones como la elección de las prioridades  y, sobre todo de las consecuencias de  los resultados científico-técnicos, asuntos que no se pueden dejar solo en manos de los científicos y sobre los que tenemos la obligación de acertar, pues dada la enorme capacidad  actual de la tecno-ciencia  para trasformar la realidad,  la humanidad se está jugando, literalmente,  su futuro. 

 

Pos-escriptum


He compartido estas líneas con un grupo de egregios científicos, todos ellos amigos. Y la sorpresa ha sido mayúscula. No todos, pero si una parte considerable de ellos, no solo no han estado de acuerdo con este texto, sino que lo han descalificado, algunos de manera desabrida. Hay quien lo hizo por resentimiento pues teniendo gran experiencia docente, al parecer nunca había encontrado a un profesor de filosofía que mereciera la pena. Mejor lo harían, se supone, tal como la ley sugiere, cualquier profesor de otra disciplina que enseñara valores y el resto de los minuciosos contenidos que la ley desarrolla en su empeño de formación moral de los jóvenes estudiantes. De nada sirvió el contrargumento de que el tener un mal profesor de química no invalida el carácter disciplinar de la química, por ejemplo. Otros, que no habían leído la ley, esgrimieron la opinión vicaria de parientes cercanos que sí eran profesores. Pero el problema es que quienes así opinaba ni siquiera parecieran conocer el itinerario académico preuniversitario, confundiendo la primaria, con la secundaria y el bachiller, lo que no les impidió rechazar con énfasis la presencia de la filosofía en las aulas de ESO.  Un tercero, que se reconocía como lector de filosofía en sus tiempos libres.  con cierta jactancia presumía de que todo lo que tenía que decir la filosofía ya estaba dicho y que eran ahora los grandes científicos los que reflexionaban sobre el mundo en lugar de los filósofos. Una tesis acompañada de otra no menos singular, que venía a decir que la filosofía no es un asunto de los   niños ni de los jóvenes, pues no son los conceptos filosóficos asequibles a ciertas edades. Que la filosofía, en fin, es cosa solo de los adultos.  Un argumento que valdría igual para las matemáticas o cualquier otra disciplina, no se sabe muy bien por qué solo para la filosofía. Pero seguramente la mayor carga de profundidad fue la de quien, huérfano en ese momento de todo sentido del humor, se escandalizaba ante el comentario de que hay que trabajar por una democratización de la ciencia, afirmando con desdén y suficiencia, que la ciencia no es ni será nunca democrática, confundiendo la participación democratiza con el sufragio.  No creo que mis amigos, admirados por tantas razones, lean este blog, pero si lo hicieran les pediría desde aquí disculpas si he interpretado mal sus críticas, aunque algunas de sus tesis las he reproducido casi literalmente. El gran poeta Carlyle decía que la guerra es siempre el resultado de un malentendido y nada más lejos por mi parte.  Porque de todos ellos y de sus discrepancias he aprendido mucho. Por ejemplo, que la Prudencia sigue siendo una virtud aristotélica pero también, en algunos contextos, tal vez en este, puede ser primer paso hacia esa cultura de la cancelación que, iniciada por la izquierda académica en los campus norteamericanos se va infiltrando como una niebla espesa en todos los otros campus del mundo. Porque parece, cualesquiera que sean los argumentos esgrimidos contra la presencia dela filosofía en las aulas de ESO,   que estamos muy lejos de conciliar la cultura tecno-científica con la humanística, que, la vieja tesis de Snow sigue presente,  pues hay demasiados científicos (de los otros ya hemos hablado y volveremos otro día sobre ellos), que, incluso sin leerla,  han ido más allá  de la tercera cultura de Brockman, militando en un cientificismo que creíamos trasnochado y desde el que,  no sin cierta arrogancia, algunos científicos  están convencidos  que se puede prescindir, por ejemplo,  de la filosofía, disciplina que si acaso como el resto de las artes y las humanidades  serian un adorno cultural de adultos.  Desde luego el viejo E.O. Wilson, -que con tanta lucidez y entusiasmo rectificó en sus últimos años de su vida muchas de sus tesis anteriores (un ejemplo a seguir)-, desde su tumba estará viendo como esa tercera ilustración a cuya defensa dedico los últimos años de su vida, está bastante verde. Nada de esto sería importante sino fuera porque cuando los adultos pierden el presente y se olvidan del futuro, los niños nacen ya viejos. 

 

 

 

  

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